Tal y como había sospechado el duende psicópata me había torturado durante cuatro largas horas. Me había hecho la manicura y la pedicura, agradecí que ayer me depilasen en el spa, ya que no me podía imaginar a Alice depilándome con aquella energía…
Me había puesto una mascarilla de arcilla y otra de pepino para luego ponerme crema.
De repente en el silencio en el que solo se escuchaban las manos de Alice trabajando sobre mi rostro con las mascarillas, una melodía familiar inundó toda la casa.
Era mi nana. Edward estaba tocando el piano y estaba tocando mi nana.
No pude reprimir una sonrisa de felicidad al escuchar las notas de aquella canción.
Podía imaginarlo sentado en el banquito del piano con su cabeza inclinada hacía las teclas y los ojos cerrados. Con su pelo color cobre revuelto como era habitual en él.
No pude quitar la sonrisa de mi cara cuando en mi mente aparecía la imagen de Edward en el piano como tantas y tantas veces lo había visto y aquella melodía inundaba cada rincón de mi ser, de mi alma.
Era Edward y tocaba para mí.
Al cabo de un rato la melodía cesó, e imaginé que él también había empezado a prepararse para la boda.
Esme entró con una bandeja con el almuerzo, y la verdad no recordaba que tenía tanta hambre, serían los nervios.
Al rato regresó para llevarse la bandeja y Renné me trajo a mi hija, ya estaba vestida con su pequeño vestidito blanco con detalles amarillos. Parecía una princesita. Descansaba dormida en los brazos de su abuela, ajena a la tortura a la que estaba siendo sometida su madre.
Llegó Rosalie para ayudar a Alice con el peinado. Secaron mi pelo y lo trenzaron para hacer un semi recogido en la parte alta de mi cabeza, dejando parte de la mitad de mi pelo suelto en tirabuzones que habían hecho con las tenacillas calientes.
Cuando ya estuve peinada y maquillada me coloqué la ropa interior en el baño y salí con la bata para ponerme el vestido.
Entre Rosalie y Alice me lo colocaron y abrocharon.
Faltaba apenas media hora para las cinco de la tarde y yo ya estaba lista y más nerviosa que antes.
Mi padre entró en la habitación con un ramo de rosas amarillas en sus manos, era mi ramo de novia.
- Estas preciosa Bella – dijo Charlie acercándose a besar mi mejilla y entregándome el ramo.
- Gracias papá – estaba emocionado, y a mí me emocionaba verlo así de feliz.
- Mi niña ya se ha hecho mayo, y ahora ya tiene su propia familia – dijo acariciando mi mejilla cuidadosamente.
- Y en ella también estáis tú y mamá – dije sonriendo y con los ojos llenos de lágrimas a punto de rodar por mis mejillas.
Renné entró en la habitación muy sonriente.
- Oh!!!!! Alice!!! – dijo Renné mirándome de arriba abajo para luego dirigirse a Alice que estaba sonriente a mi lado – has hecho un trabajo fantástico!!! – decía con las manos en la boca – Bella estas preciosa.
- Gracias mamá – dije sonriente.
- Gracias Renné – contestó Alice.
Entraron Rosalie y Esme a la habitación.
- Bueno, como necesitas algo nuevo, y ya tienes el vestido – dijo Esme – te traigo algo prestado – dijo acercándose a mí para colocar en mi muñeca una pequeña pulsera con perlas que hacía juego con mis pendientes – me la regaló Carlisle cuando nos prometimos.
- Gracias Esme – dije acariciando la pulsera que acababa de colocar en mi muñeca.
- Bueno hija, y aquí tienes algo usado. Tu padre y yo restauramos la tiara de tu abuela Swan y le hemos colocado perlas a juego – dijo mamá sacando de una caja una tiara que Alice colocó enseguida sujeta en el moño y sujetando el velo.
- Mamá, Papá – dije con la voz rota por la emoción – no era necerio – me sabia mal que gastasen tanto dinero en aquello.
- Si lo era, eres nuestra única hija, y ahora que eres madre entenderás de lo que te hablo – dijo Renné.
Solo asentí. La entendía perfectamente. El amor de una madre es aquel amor incondicional en el que darías hasta la última gota de tu sangre por tu hijo.
- Bueno – dijo Rosalie adelantándose – solo te falta algo azul.
Me tendió una cajita y la abrí, en ella había una liga blanca con un lazo azul de seda.
- Es preciosa Rosalie – dije mirándola a los ojos que eran del mismo color azul que la liga que mi amiga me había regalado.
- Me alegro que te guste – dijo tomando la liga y agachándose para colocármela.
Alice subió mi vestido y yo levanté mi pie del suelo para que Rosalie subiese la liga hasta mi muslo.
- Bien ahora ya está todo listo! – dijo Alice – son las cinco y cinco, momento en el que la novia debe hacer su entrada.
Ni siquiera me había dado cuenta de que esa media hora había pasado tan rápida recibiendo los presentes de mis seres queridos.
Me sentía dichosa, feliz y con ganas de ser la señora Cullen.
Aunque Edward y yo ya nos pertenecíamos en todos los sentidos, de algún modo la boda era un modo de hacerlo oficial.