Sin dejar de besarme Edward me levantó del sofá tomándome en brazos y llevándome a la que sería nuestra habitación.
Me dejó de pie en el suelo y siguió besándome mientras iba desabotonando mi camisa. Yo sujete su camiseta y tiré de ella pasa quitársela. La lancé por encima de nuestras cabezas provocando que ambos nos riéramos.
Su torso desnudo era perfecto, como cada parte de su cuerpo. No había ni un solo rincón de la anatomía de Edward con un solo defecto. Era como un dios griego que había viajado al presente para encontrarse conmigo, mi dios griego.
Cuando terminó con mi camisa hizo lo mismo que yo había hecho minutos antes con su camiseta, con una sonrisa mordisqueando mi cuello.
Desabotonó mi pantalón y me empujó juguetón contra la cama para quitármelo. Estaba en ropa interior frente a él. Agradecí haber comprado aquel conjunto de encaje negro tan sugerente, solo por ver la cara con la que me miraba Edward había valido la pena.
- Te gusta lo que ves? – pregunté.
- Me encanta – contestó acercándose de un modo gatuno avanzando desde los pies de la cama y colocándose sobre mí para besarme en los labios con pasión.
Intente rodar sobre mi misma para quedar sobre Edward, y el intuyó mis intenciones y me sujetó por la cintura rodando hasta apoyar su espalda sobre la cama quedando yo sobre él.
- Creo que aún llevas demasiada ropa – dije sentándome a horcajadas y desabrochando sus pantalones.
Me giré dándole la espalda a propósito e inclinando mi trasero hacia su cara para bajar sus pantalones.
Edward atrapo mis caderas entre sus manos e incorporándose levemente apoyando su espalda en los almohadones me mantuvo a cuatro patas. Retiró mis braguitas hacia un lado y con sus dedos empezó a acariciar mi humedad.
- Mmmmm, me encanta – dijo acariciando mis pliegues e introduciendo uno de sus dedos en mi interior.
Se me escapó un gemido al notar los dedos de Edward acariciándome.
Se tumbo en la cama sin dejar de acariciarme y se escurrió hacía los pies para llegar hasta mi humedad con su lengua. Iba acariciando mi intimidad con su lengua y sus dedos. Yo estaba tocando el cielo, o al menos se le parecía.
Lo que Edward me hacía sentir era indescriptible. Mi cuerpo vibraba ante su contacto, con un solo beso era capaz de hacer que me humedeciese.
Siguió masajeando y lamiendo hasta que ya no pude más y llegué al clímax.
Edward seguí con los calzoncillos puestos, así me le despojé de tan molesta prenda y me incliné para lamer su miembro. Ahora era mi turno.
Edward jadeaba con cada apretón y lamida que le daba a su erecto pene. Pero lejos de disfrutar del momento como yo había hecho, volvió a masajear y lamer mi intimidad al mismo tiempo que yo lo hacía con su miembro.
Ambos llegamos al clímax a la vez, jadeando y susurrando nuestros nombres.
Me di la vuelta y me tumbé al lado de Edward. Él me miró y me tomó por la cintura acercándome a él. Me giré y me tumbé sobre su cuerpo. Notaba su miembro erecto en mi estómago, ni mucho menos habíamos acabado, él tenía ganas de más, y yo no me quedaba atrás.
Me desabrochó el sujetador dejando mis senos al descubierto. Me senté a horcajadas sobre él, aún con la tela de mis braguitas entre su miembro y mi intimidad.
Él se colocó de nuevo los almohadones para poder quedarse semi tumbado y poder verme de frente y acariciar mis pechos.
Retiré hacia un lado mis braguitas e introduje su miembro en mi interior, haciendo que a ambos se nos escapase un sonoro jadeo de placer.
Edward dejó mis pechos y se sentó en la cama sin sacar su miembro de mi interior y dejando mis piernas a los lados de sus caderas. Me tomo por el trasero y ambos empezamos a movernos rítmicamente.
El placer que estaba experimentando era abrumador, tanto física como emocionalmente. Tenerlo dentro de mí era la mejor experiencia que había sentido, éramos uno solo, dos cuerpos que se funden y forman un todo.
Entre jadeos y suspiros llegamos de nuevo al orgasmo con nuestros rápidos movimientos de caderas que habían ido aumentando su ritmo conforme los latigazos de placer de nuestros cuerpos se hacían cada vez más intensos.
Mientras teníamos el orgasmo nos besábamos apasionadamente. Edward mordía mi labio inferior suavemente y nuestras lenguas danzaban de modo más sosegado.
Cuando los últimos espasmos musculares desaparecieron, nos quedamos tumbados sobre la cama recuperando el ritmo normal de nuestra respiración.
No sé cuanto rato pasamos allí tumbados, pero nos quedamos dormidos hasta que el timbre de la puerta nos despertó.
Edward me dio un beso dulce en los labios y se puso el pantalón para ir a abrir la puerta.
Oí que hablaba con alguien y volvía a cerrar la puerta entrando de nuevo en la habitación y tumbándose en la cama junto a mí.
- Eran Rosalie y Emmet, nos han traído comida de Angelos, imaginaron que no tendríamos ganas de salir del apartamento – dijo sonriendo – tienes hambre?
- Mmmm si! La verdad es que si, qué hora es? – tomó el reloj de la mesilla.
- Son las dos de la tarde, hora de comer – dijo levantándose y tendiéndome la mano para ayudarme.
Cuando estuve de pie tiró de mi mano pegando mi cuerpo al suyo y besándome del modo en que sólo él conseguía que cada terminación nerviosa de mi cuerpo vibrase antes su contacto.
Nos vestimos con algo de trabajo, ya que Edward no me dejaba vestirme, y fuimos a la cocina a comer.
La comida estaba deliciosa, creo que era adicta a la comida de Angelos, si seguía comiendo de ese modo me iba a poner como una bola.
- Creo que le voy a pedir el jeep a Emmet para ir a buscar algunas cosas a tu apartamento, no quiero empezar la semana sin ti a mi lado – me dijo Edward rodeando mi cintura aún sentados en la mesa.
- Si, necesitaré algunas cosas – dije comiendo la pasta a los cuatro quesos – no creo que tardemos en hacer la mudanza, aún tengo algunas cajas sin abrir, solo llevaba un mes en el apartamento y no he tenido tiempo de instalarme.
- Mejor, eso quiere decir que tardaremos poco en que te instales del todo conmigo – dijo sonriendo con esa sonrisa torcida que tanto había echado de menos.
De repente se levantó de golpe de la mesa y yo me sobresalte.
- Lo siento – se disculpo por su ímpetu – regreso en un momento.
Se fue hasta la habitación y volvió con las manos tras la espalda, estaba segura de que escondía algo.
Se paró frente a mí y clavó una rodilla en el suelo. Sacó la cajita negra de terciopelo que tanto conocía y la abrió.
- Isabella Marie Swan, aceptarías de nuevo casarte conmigo y llevar éste anillo? – dijo solemne.
Porque siempre tenía que llorar? Las lagrimas no me dejaban ver su cara, esa sonrisa que tanto me gustaba, y justo en aquel momento.
- Si quiero, por segunda vez – dije sonriendo y tirándome a sus brazos, cosa que provoco que perdiera el equilibrio y ambos cayésemos al suelo quedando tumbados allí en medio de la sala entre risas.
- Te amo Isabella – dijo mirándome a los ojos y acariciando mi mejilla.
- Te amo Edward – contesté mirando aquellos ojos verdes como esmeraldas que me dejaban sin aliento.
Allí en el suelo de la sala nos fundimos en un beso, pero esta vez no llegamos al dormitorio.