Un Cuento de Hadas Moderno (+18)

Autor: caro508
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2010
Fecha Actualización: 02/12/2010
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 29
Visitas: 328480
Capítulos: 53

Bella recibe una beca para estudiar su carrera universitaria en Londres; allí conocerá a un chico de ensueño...¿los príncipes azules existen?, puede que sí.


Hola aquí estoy con otra historia que no es mía, le pertenece Sarah-Crish Cullen,  yo solo la subo con su autorización, es otra de mis favoritas, espero les guste…

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; los que no pertenecen a la saga son de cosecha propia de la autora. Las localizaciones y monumentos de Londres son reales.

 

 

 

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Capítulo 46: Cumpliendo un papel

Londres, pista privada del aeropuerto de Heatrow; mediados de noviembre.

Ninguno lo podíamos creer; mi marido y mi suegro, al igual que nosotras tres, intentábamos mantener el tipo delante de los soldados, políticos y periodistas que estaban allí, esperando estoicamente al avión que traía a nuestros invitados a Londres.

El vuelo militar que traía a la familia real noruega de visita de estado se retrasaba casi veinticinco minutos sobre la hora prevista; en un principio, su viaje estaba programado para el mes de febrero, pero unos problemas de organización de la corte nórdica hicieron que se adelantara el viaje, ya que la visita no se podía posponer por más tiempo.

De modo que no quedó otro remedio que adelantaran el viaje, así que ahora nos esperaban cuatro días ajetreados... y para Alice, mi marido, y para mi, serían largos y fastidiosos, ya que no teníamos gana alguna de ver a Sven y a Anne Louise, y sobre todo, soportar sus aires de grandeza y altanería.

Suspiré con resignación y paciencia; los tacones empezaban a pasarme factura, y eso que apenas había andado, pero el estar allí de pie, con cara de póquer y aguantando el tipo no ayudaba a mis pies en absoluto. Hacía tres meses que nuestra luna de miel concluyó, y salvo cuatro días en Windsor, con la familia, apenas habíamos parado. Habíamos asistido a multitud de compromisos a lo largo y ancho del país, desde inauguraciones de instalaciones y edificios públicos hasta visitar una granja ecológica en el condado de Cornualles. Cada día iba aprendiendo cosas nuevas, y siempre de la mano o del brazo de Edward, al que se le notaba mucho más feliz y distendido en esos actos. Antes de cada compromiso, nos informábamos acerca de todo lo referente al acto, e intercambiábamos comentarios cómplices de cada cosa que nos llamaba la atención.

Este era la primera vez que ejercía cómo princesa de Gales en la visita de un mandatario extranjero. Dentro de quince días nosotros partíamos hacia Holanda, en viaje de estado, y quería hacerlo bien, sobre todo en la cena de gala, que se celebraría en palacio la última noche.

-Increíble- la voz de Edward me devolvió a la tierra -media hora de retraso... y eso que vienen en un avión militar privado- siseó cabreado. Por protocolo, era de muy mala educación hacer esperar a los anfitriones, y sobre todo al rey Carlisle II de Inglaterra, que era la puntualidad en persona.

-¿Les habrá ocurrido algo?- le pregunté a mi marido, preocupándome por unas milésimas de segundo.

-Si hubiera sucedido algo, ya nos habrían avisado- me aclaró Edward, y a lo que yo asentí con la cabeza, dándole la razón -¿tienes frío?- preguntó mientras tomaba con disimulo una de mis manos, frotándola para que entrara en calor.

-Un poco- asentí -esperemos que estos días pasen tranquilos- suspiré.

-Y yo espero que Sven sepa comportarse- murmuró entre dientes.

-Yo también- dije para mis adentros. Diez minutos después, el avión de nuestros invitados tomaba tierra por fin. Carlisle y el rey noruego se saludaron afectuosamente, al igual que Esme y la reina. Después de saludarles cómo tocaba, me volví hacia la esposa de Sven.

-Es un placer teneros aquí de nuevo; espero que hayáis tenido un buen viaje- le hablé despacio, ya que apenas hablaba inglés, pero ella pareció entenderme.

-Muchas gracias- me dedicó en un precario inglés y con una pequeña sonrisa, que yo devolví.

-Un gusto verte de nuevo, Isabella- la voz de Sven hizo que me volviera hacia él, para darle la bienvenida. Todavía no había olvidado el incidente de Madrid, y seguía sin sentirme cómoda en su presencia.

-Sven- nos dimos la mano educadamente, y lo mismo hice con Anne Louise y su marido, bajo la tormenta de flashes fotográficos que inmortalizaron el momento. Después de los saludos de rigor, sonó el himno noruego, en honor de los ilustres invitados, y después mi suegro y su homónimo pasaron revista a la formación militar. Una vez en el coche, de vuelta a palacio, Alice rodaba los ojos, en un gesto de resignación.

-¿Os habéis fijado que Anne Louise y su marido están muy raros?-.

-¿Por qué dices eso?- le interrogó mi marido, mientras jugueteaba con mi alianza de matrimonio.

-No sé... pero da la sensación de que están muy distantes- nos explicó.

-No me extrañaría en absoluto- contestó Edward con una mueca -Sven es un mujeriego... pero su hermana no se queda atrás-

-¿Recuerdas las bodas de plata de sus padres?- le preguntó con una risa -solo le faltó coquetear con las estatuas de palacio-.

-¿En serio?- pregunté, conteniendo la carcajada.

-En aquella época todavía no conocía al que hoy es su marido- me contó Edward -y un poco antes del aniversario de sus padres, salió un artículo sobre ella, y la calificaban cómo la princesa más irritante de Europa-.

-Pero en vez de guardar silencio, concedió una entrevista para hacer ver que no era así en absoluto... pero no funcionó- me siguió relatando la pequeña duende. Al ver mi curiosa expresión, Edward me sacó de dudas.

-Digamos que fueron una declaraciones poco afortunadas, o que le malinterpretaron sus palabras... el caso es que la cosa no quedó muy bien-.

-¿No quedó muy bien, dices?- la voz de Emmet sonó desde la parte delantera del coche -venga ya, con eso que dijo acerca de la gente que trabajaba en su casa terminó de arreglarlo; sólo le faltó llamarlos esclavos-.

-Viniendo de ella, no sé por qué no me sorprende- murmuré, negando con la cabeza y cambiando de tema -¿cómo está Rosalie?- ella y Emmet habían abandonado el apartamento que compartían en palacio, mudándose a un ático en el centro de Londres.

-En clase- me explicó -me ha dicho que os diga que os llamará en cuánto pase la visita, para quedar con vosotras- nos dijo a Alice y a mi.

-Dale muchos besos de nuestra parte; dile que la echamos de menos- le dijo mi cuñada, con un pequeño puchero.

Nuestros invitados se dirigieron a su hotel, para cambiarse y almorzar en privado en palacio. Nosotros fuimos a cambiarnos también, para recibirlos allí de nuevo. Edward y yo nos dirigimos al que ahora era nuestro hogar, y aunque estaba dentro del mismo palacio, teníamos nuestra intimidad.

Nada más aparecer por allí, Casper e Isolda salieron a recibirnos. Habían crecido mucho, y según Edward, cada día estaban más gordos. Fuimos a nuestro dormitorio, y me dispuse a cambiarme. Finalmente opté por unos pantalones grises de vestir, de cintura alta, con una blusa de gasa en rosa pálido. Edward ya me estaba esperando, jugueteando con Casper, ya que él no se había cambiado.

En cuánto puse el pie en el salón, Casper vino hacia mi, acurrucándose contra mi pierna.

-No entiendo por qué te quiere más a ti, si yo me paso el día jugando con él- repuso mi esposo en tono de burla, pero a la vez cariñoso. Reí divertida, mientras el se acercaba a mi y me estrechaba entre sus brazos.

-Me encantaría quedarme aquí, y que me hicieras uno de tus platos- rezongó cual niño pequeño. Negué divertida; teníamos una pequeña cocina en nuestra propia ala de palacio, y cuándo no teníamos compromisos, hacíamos vida de pareja en nuestra casa; me gustaba cocinar, y siempre que tenía oportunidad de hacerlo, aprovechaba.

-Te prometo que el próximo sábado hago cena especial; además, cumplimos cinco meses de casados- recordé.

-¿No quieres salir a cenar fuera?- me ofreció. Negué con la cabeza.

-Prefiero quedarme aquí, cenar tranquilos y ver una peli tumbados en el sofá, sin agobios-.

-Yo también quiero estar un fin de semana tranquilo en casa- me dio la razón -y disfrutar de mi niña- susurró contra mis labios, para después dejar un suave beso en ellos.

-Eso suena bien- murmuré, pasando las manos por su cuello y besándole de nuevo... pero el teléfono sonó, haciendo que nos separáramos a regañadientes. Edward lo cogió mientras yo me encaminaba hacia la puerta.

-Nos esperan- me informó. Suspiré mientras le tomaba de la mano y nos dirigíamos al salón amarillo, dónde nos reuniríamos con el resto. Antes de llegar allí, ya estaba Preston esperándonos.

-¿Ya han llegado?- le preguntó Edward.

-Los invitados ya han salido de su hotel, así que no tardarán mucho en llegar, altezas- nos dijo -sus majestades y la princesa Alice están ya allí-.

-¿Jasper no ha llegado?- interrogué curiosa.

-Le han surgido unas complicaciones en la reunión de trabajo, y no podrá regresar hasta esta tarde- me aclaró -por cierto, Zafrina les espera antes de la cena, para comentar la agenda de la semana que viene, alteza- me recordó.

-Gracias Preston- agradeció Edward.

-Si me disculpan- se giró con paso apresurado, ya que estarían dando los toques finales al comedor. Todavía me sonaba un poco raro eso de que se dirigieran a mi cómo alteza real... Esme tenía razón, costaba hacerse a la idea; pero por lo menos Edward ya no me tenía que avisar que me hablaban a mi.

Justo en el momento en el que llegábamos al salón, se anunciaba la llegada de el rey noruego y su familia; a todos nos extrañó que no viniera el marido de Anne Louise, pero no hicimos ningún comentario al respecto. Después de volver a saludarlos, Edward, Carlisle, Sven y su padre se reunieron en otro de los salones, para hablar de diversos temas políticos; entre ellos estaba el acuerdo de establecer una base miliar inglesa en uno de los puntos estratégicos de la costa de Noruega. Mientras tanto, Esme, Alice y yo nos quedamos con la reina, Anne Louise y Olga, tomando un café y conversando con ellas.

Alice y yo observábamos de reojo a la princesa nórdica, estaba muy callada... demasiado, tal y cómo era ella. Esme sugirió dar una vuelta por el jardín; Alice y Olga se adelantaron, y yo caminé a la altura de Esme y la reina noruega, pero observé que Anne Louise se quedaba rezagada.

-Hola- saludé con una pequeña sonrisa, poniéndome a su altura. Ella me sonrió tímida, con un movimiento de cabeza. Paseamos unos momentos sumidas en el silencio, y ya empecé a preocuparme; no era normal en ella... normalmente, estaría sacándole pegas a todo. Decidí atreverme.

-Perdona si me meto en dónde no me llaman, ¿pero te encuentras bien?- interrogué. Ella giró su cabeza hacia mi, sorprendida por la pregunta, pero al cabo de unos segundos apartó su rostro, conteniendo una mueca de tristeza. En verdad se veía mal, y bastante deprimida.

-Sé que no hemos empezado con buen pie- le dije con cautela -pero si quieres hablar...- le ofrecí.

-Eres muy amable, después de cómo te hemos tratado- parecía sorprendida por mi ofrecimiento. Me encogí levemente de hombros, esbozando una pequeña sonrisa.

-Bueno... ehhmmm... creo que todo el mundo merece una segunda oportunidad- le contesté, observando su reacción. Ella pareció dudar, pero al final respondió.

-¿No os preguntáis por qué no ha venido mi marido a la comida?-. Me pilló tan de sorpresa, que no supe por dónde salir.

-Es un almuerzo privado, no pasa nada- le resté importancia al asunto -si hubiera sido un acto oficial o una cena de estado, otro gallo cantaría.

-Mi marido y yo estamos pasando una pequeña crisis- me dijo, al cabo de unos minutos.

-¿Tenéis problemas entre vosotros?- pensé que me mandaría a freír espárragos, pero no fue así.

-Cuándo vinimos a vuestra boda ya no estábamos bien- empezó a explicarse -ambos tenemos un carácter muy fuerte, y somos muy maniáticos-.

-Todos tenemos nuestras manías- le dije, a modo de ánimo -y todos los matrimonios discutimos a veces-.

-Ojalá fuera solo eso- susurró apenada -sé que te habrán hablado de qué flirteé con algunos hombres antes de casarme- al ver ella que no decía nada, continuó hablando.

-Puede que antes de mi matrimonio fuera así, pero no desde que me casé; a Harold le costó mucho adaptarse a todo este mundo, y yo reconozco que muchas veces no estuve a su lado-.

-Pero tu padre dio el consentimiento; además, se lleva muy bien con tu marido- contesté.

-No soy la heredera, aunque esté en la línea de sucesión- me recordó; le di la razón con la cabeza.

-Reconozco que debería haber estado a su lado, y haberle apoyado más; desde hace un año, se empezó a ausentar con frecuencia, siempre por motivos de trabajo- me explicó -o al menos esa es la excusa que me da a mi... pero sé que hay otra mujer- sus ojos empezaron a aguarse.

-¿Estás segura de eso?- Anne Louise asintió, girando la cara para que no le viera las lágrimas.

-¿Sabes una cosa?; puede que en el fondo me lo merezca; nos casamos muy enamorados... pero yo he cometido muchos errores en mi matrimonio, pero te juro que no le he sido infiel- las lágrimas ya rodaban por sus mejillas; realmente no sabía que decirle. La agarré por los hombros, intentando consolarla.

-No sé qué decirte, no te puedes meter en un matrimonio- opiné en voz alta -pero si de verdad os queréis, podríais intentar arreglar las cosas; ¿qué opina tu familia?, ¿sabe algo de ésto?- interrogué.

-Mis padres no quieren ni oír hablar de separación, para eso son muy tradicionales- me relató -Y no quiero agobiar a Olga con mis problemas, ya tiene bastante con mi hermano- rodé los ojos para mis adentros, no me extrañaba en absoluto.

-Siempre quise ser madre- dijo, esbozando una pequeña sonrisa -pero tal y cómo están las cosas...-.

-Un hijo no arregla un matrimonio- le medio advertí -pero puede que si intentáis arreglar las cosas, quién sabe, a lo mejor en el futuro...- ella me miraba sorprendida.

-Comprendo a Harold; a mi me cuesta mucho acostumbrarme a todo esto todavía- le seguí contando, en plan confidencia.

-Pero te estás adaptando muy bien- me animó con sinceridad -vuestra boda fue preciosa; y el discurso de Edward- sonreí, recordando las palabras que me dedicó mi marido.

-En verdad eres alguien muy especial; Edward no se enamoraría de cualquiera- dijo con una risilla amistosa -lamento mucho cómo nos conocimos; espero que podamos llegar a ser amigas, aunque yo no sea muy querida en otras cortes europeas- suspiró con pena.

-Eso no importa; siempre se puede volver a empezar-. Seguimos caminando unos minutos en silencio, hasta que Edward vino a nuestro encuentro.

-Tú príncipe viene por ahí- señaló a Edward con la cabeza -gracias por escucharme Bella, necesitaba hablar-.

-De nada- me dio un pequeño apretón en la mano, disculpándose cuándo mi marido llegó a nuestra posición.

-Hola, ¿cómo ha ido la reunión?- le pregunté, pasando mi brazo por su cintura y empezando a hablar.

-Bueno... Sven le saca pegas a todo; no quiere ni oír hablar de la base militar inglesa en su país- me explicó -pero su padre está de acuerdo- suspiró mientras tomaba mi cintura -ni que fuèramos a invadirlos-.

-¿De modo que no hay nada decidido?-. Meneó la cabeza.

-Todavía no; aún falta hablar con las fuerzas militares de cada país, y con los respectivos ministerios de defensa- me explicó -¿y tú?-.

-Bien; hablando un poco con Anne Louise- le expliqué escuetamente.

-Tiene problemas con Harold- adivinó -no ha venido a la comida- asentí con la cabeza.

-Mal asunto- vaticinó.

-Sip, eso parece; en el fondo me da pena-.

-A mi también... será lo que sea, pero vivir en un matrimonio en la que ninguna de las partes es feliz... eso no es vida- dijo con un suspiro, volviendo su vista hacia mi y dejando un pequeño beso en mi frente.

-¿Ya están ambos en la rueda de prensa?- pregunté por ambos reyes, cambiando de tema.

-Si; y eso me recuerda que tenemos que entrar, para posar en la foto- dijo contento, tirando de mi y adentrándonos en palacio.

Tuvimos que esperar aun diez minutos en la antesala del salón de la Reina Alejandra, a que terminara la conferencia. Cuándo Sam nos indicó que podíamos salir, tomé a mi marido del brazo, siguiendo a nuestros invitados. Nada más aparecer, las cámaras nos apuntaron a Edward y a mi, hasta que nos colocamos para la foto. Después de unos minutos, la rueda de prensa se dio por finalizada, de modo que por fin pasamos al comedor.

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Por fortuna, los siguientes días pasaron sin complicaciones relevantes. Al día siguiente de la comida oficial, los hombres visitaron una de las bases navales que había al sur del país; no volverían hasta la tarde, de modo que Esme, Alice y yo ejercimos de anfitrionas. Junto con las mujeres de la familia real noruega, acudimos a la National Gallery, para visitar una exposición itinerante, y otras obras expuestas de forma permanente en el museo.

Al día siguiente, los reyes se quedaron para recibir en audiencia a los embajadores y diplomáticos noruegos afincados en Londres, y los jóvenes nos dirigimos a Dover, un pueblo de la costa inglesa. Junto con Southampton, el pueblo tenía uno de los puertos más importantes de Inglaterra, y durante siglos fue el nexo de unión con el resto de Europa y los países nórdicos. Acompañados por las autoridades locales, almorzamos en un típico restaurante del puerto, y por la tarde seguimos recorriendo la zona, bajo la mirada y saludos de los habitantes. Al día siguiente, hasta la cena de gala, no había ningún acto programado, de modo que nuestros invitados se quedaron en su hotel, y nosotros en casa; aparte de una reunión por la mañana, con una de las fundaciones que presidía Edward, aprovechamos para descansar un poco.

-¿Me has grabado el capítulo del martes de Crónicas vampíricas?- pregunté a Edward desde la cocina. Edward se encargaba de programar el DVD cuándo no podíamos ver los capítulos el día que los emitían.

-Sí, tranquila- suspiró resignado- no sé qué le ves a las historias de vampiros- murmuró rodando los ojos y entrando por la puerta.

-Yo no me meto con tus series, no te metas con las mías- repliqué divertida, buscando el café

-Tengo ganas de que llegue esta noche- dijo mientras se apoyaba en la encimera.

-Por fin el último acto- agradecí -por lo menos, Anne Loiuse se ha comportado-.

-Reconozco que me ha sorprendido, ha estado muy amable con todos nosotros- me dio la razón mi marido -a Sven le hubiera dicho cuatro cosas el día que fuimos a Dover- siseó cabreado. Recordé con una mueca cómo el principito noruego puso pegas a todo, desde que nos montamos en los coches, hasta que regresamos a Londres. El alcalde de Dover tuvo que tragarse el enfado, cuándo criticó el lugar al que fuimos a comer. Incluso la función de teatro que vimos ayer, un musical, no fue de su agrado.

-Si el niño no come con cubiertos de oro todos los días no está contento- murmuró Edward, sarcástico.

-No te des mal; mañana por la mañana se marchan muy temprano- le recordé.

-Cierto- repuso -pero tengo ganas de que llegue esta noche por otro asunto- dijo misterioso. Le miré con el ceño fruncido, esperando una respuesta.

-Por fin voy a verte con bandas y placas... cómo una princesa de verdad- expresó con una inmensa sonrisa. Negué divertida, acercándome a él.

-Pues si que tenías ganas-.

-No sabes cuántas- me rodeó con sus brazos -la banda noruega te quedará muy bien- durante el almuerzo privado del primer día, los reyes noruegos trajeron regalos para todos... y el mío no fue otro que la banda y la placa de la Orden de San Olav, la distinción noruega más alta; el resto de la familia ya la tenía, sólo faltaba yo.

-¿Y qué tiara te vas a poner?- me siguió interrogando.

-Sorpresa- me encogí inocentemente de hombros, aunque ya tenía todo pensado.

-Nunca me cuentas nada- refunfuñó. Reí divertida, dejando un casto beso en sus labios y volviéndome para hacer el café.

Después de una tranquila sobremesa, a las seis tuve que ir a peinarme; le pedí a Zafrina que preparara las joyas que iba a lucir esa noche. Allí me reuní con Esme y con Alice, que ya estaban a medio peinar cuándo llegué.

Maud me maquilló cómo solía hacerlo, muy discretamente, y Marian me propuso hacerme un semirrecogido, dejando parte de mi cabello suelto. Después de casi dos horas, entré a mi habitación. Edward estaba poniéndose el uniforme que llevó en nuestra boda, sólo que en esta ocasión la banda y una de las placas era distinta.

-Veo que por esta vez te has librado del frac- observé.

-Gracias a dios- resopló, intentando abrocharse uno de los pesados botones del uniforme. Me acerqué para ayudarle.

-Gracias; ¿no te vistes ya?- me interrogó.

-Sip... va a venir Marian dentro de unos minutos, a colocarme la tiara- le dije -y Zafrina me ayudará con la banda y las placas-.

-Está bien; yo tengo que adelantarme, para hablar con mi padre unos minutos. Te veré allí- me dio un pequeño beso, que correspondí gustosa.

-Hasta ahora- me dirigí al inmenso vestidor, y saqué de la funda el vestido que usaría esa noche. Era un vestido negro de dos piezas; la falda era de seda, completamente lisa, y el cuerpo era una especia de corpiño. La seda del corsé era drapeada, haciendo un bonito efecto, y de tirantes, dado que no saldríamos de palacio. La falda incluso tenía un poquito de vuelo... mirándome al espejo, me recordaba a las damas de época.

Justo en ese momento llegaron Zafrina y Marian. La primera, muy amablemente, me ayudó a abrocharme el corpiño. Una vez bien vestida, con los zapatos incluidos, eché un vistazo a las joyas, que Zafrina había traído, y las condecoraciones.

-Bien alteza; primero colocaremos la banda y las condecoraciones; así es menos engorroso- me dijo con una risa cómplice. Pasó la banda, más estrecha que las que le había visto antes a Edward, por mi hombro derecho, de modo que caía hacia el otro lado. Me miré al espejo, estudiándome detenidamente; justo en ese momento, entró la pequeña duende por la puerta. Llevaba un vestido de fiesta color cobre, de tirantes, y guantes del mismo tono, hasta más arriba de los codos. Llevaba su aderezo de diamantes, y la banda y las condecoraciones perfectamente colocadas.

-Hola Bellie- me saludó contenta.

-Hola duende saltarín- la saludé de vuelta.

-He venido a ayudart;, aunque ya tengas ayuda, me hacía ilusión- Zafrina y Marina rieron por su entusiasmo, mientras yo volvía mi vista al espejo. Me coloqué la banda recta en el hombro, pero Alice se me adelantó.

-Las bandas no se llevan pegadas al cuello, sino en la parte del hombro más cercana al brazo- me explicó con cariño, recolocándola ella misma.

-¿Pero no se cae?- interrogué confusa. Ella negó con la cabeza, mientas Zafrina se acercaba a nosotras con dos broches.

-¿Las aguamarinas?- me sondeó Alice, viendo el resto del aderezo. Afirmé, aparte de la tiara que lucí en mi boda, era el que más me gustaba.

-Mira, se sujetan por delante y por detrás con los broches- me explicó Alice; Zafrina colocó uno en mitad de mi espalda, y el de delante justo pegando al hombro. Eran dos aguamarinas de forma rectangular, rodeadas de pequeños brillantes. Y en efecto, la banda quedó perfectamente sujeta en el extremo de mi hombro, sin moverse un milímetro. En el omóplato opuesto, Alice me colocó la Orden de la Familia real; era el lacito de raso amarillo, con la imagen de mi suegro en un camafeo, y un poco más abajo, a altura de mis costillas, las placas; la inglesa y la noruega.

Después de eso, me senté con cuidado, y Marian me puso la diadema. Era muy ligera, y al igual que los broches, las aguamarinas de forma rectangular, aunque más pequeñas, descansaban entre dos hilera de diamantes, una en la base y otra en la parte superior. Me puse los pendientes a juego, y por último la pulsera. Los pendientes eran rectangulares y pequeños. Me miré al espejo, intentando asimilar que esa era yo... siempre había temido este momento; no era muy dada a llevar joyas, y lucir esas piezas, de un gran valor, me intimidaba.

-Perfecta- expresó Alice, con una sonrisa satisfecha, mirándome -es la hora, nos esperan- me indicó, tendiéndome el pequeño bolso de mano. Nos despedimos de Zafrina y de Marian, y nos encaminamos a la antesala del salón del trono, charlando unos momentos.

-Anne Louise habló conmigo ayer- me dijo mi cuñada -no sabía que lo estuviera pasando tan mal; es una situación difícil- le di la razón con un gesto -espero que puedan solucionar las cosas-.

-Yo también- deseé, esperanzada. El día anterior le había dado mi dirección de correo electrónico y mi teléfono, por si necesitaba hablar con alguien.

Al entrar en el salón, nos esperaban todos menos Sven, Edward y sus padres, que todavía estaban reunidos. Esme me sonrió mientras me acercaba a ella.

-Qué guapa- me sonrojé un poco, pero conseguí darle las gracias. Saludé a la reina noruega con una pequeña reverencia, y nos acercamos hacia Anne Louise y su marido, que charlaban con Jasper y Olga. Todos iban de gala, y las princesas noruegas lucían una diademas preciosas.

-Wau... ahora sí que de verdad, eres una princesa- me piropeó mi cuñado, ante la divertida mirada del resto.

-Todavía me veo muy rara- le aclaré, pasando mis dedos por la banda, quitando una inexistente arruga.

-Te terminas acostumbrando- me dijo Anne Louise; el peinado es muy bonito-. Estuvimos charlando unos minutos, esperando a que llegara el resto. Por fin, la puerta se abrió, dando paso a mi suegro, el rey noruego, Sven y Edward. Mi marido venía un poco serio, y deduje que habría tenido algún encontronazo con el príncipe noruego. Cuándo su vista se posó en mi, sus topacios dorados se iluminaron, apareciendo una sonrisa de aprobación en su cara.

-¿Y bien?- le sondeé, una vez estuvo a mi lado.

-Preciosa- me contestó con una de sus sonrisas -tenía muchas ganas de verte vestida así- me recordó.

-Todavía me veo un poco rara- repetí por enésima vez esa noche.

-No estás rara- me dijo serio -en mis sueños te había imaginado así muchas veces- susurró, sólo para nosotros dos -pero cómo te dije el día de nuestra boda, la realidad supera a los sueños- agaché la cara, queriendo ocultar mi sonrojo; nunca me acostumbraría a los halagos, y menos a los de Edward. Levantó mi barbilla con su dedo, para darme un beso en la mejilla.

-¿Estás lista?- afirmé mientras cogía el brazo que me ofrecía. Las notas del himno empezaron a sonar, de modo que nos tocaba entrar, para los saludos de rigor. Nada más entrar en el salón del trono, me percaté de que todas las miradas estaban puestas sobre nosotros; era la primera vez que me veían así vestida, y según una de las periodistas de Sociedad Inglesa, era algo que mucha gente esperaba con curiosidad.

Después de posar para las fotos oficiales, y saludar a los más de quinientos invitados que acudían a la cena, por fin entramos en el comedor. La mesa alargada era inmensa, y adornada con centros de plata y con flores. Carlisle y Esme la presidían sentándose en medio de ella, enfrentados. Yo tomé asiento entre Sven y el marido de Anne Louise, cómo mandaban las normas, quedando mi marido enfrente mío, rodeado de las princesas noruegas. Después de los discursos, la cena dio comienzo. Me dediqué a charlar con Harold, mientras que Sven no hacía otra cosa que sacar pegas a la comida.

-Odio la comida inglesa- siseó con fastidio, mientras que revolvía la ensalada con su tenedor. Su cuñado y yo lo dejamos pasar, y seguimos con la charla que nos traíamos entre manos. El colmo de la mala educación de Sven llegó cuándo se dirigió con palabras nada agradables a Barry, uno de los empleados de palacio.

-Te he dicho que no quiero vino blanco, y tú vuelves a rellenarme la copa- le reprendió con voz acerada -no sirves para nada, viejo inútil-.

-Disculpad alteza, enseguida os la cambio- susurró el pobre hombre, avergonzado y humillado.

-¿A qué esperas?; ¿no me has oído?- la gente empezaba a mirar, curiosa por lo que pasaba. Miré a Sven enfadada; Barry era uno de los empleados más antiguos de palacio, y le teníamos mucho cariño toda la familia.

-Esta gente no vale para nada- seguía protestando. Me giré hacia él, enfadada.

-No puedes tratar así a la gente... y menos en una casa que no es tuya- le reproché con discreción.

-Son criados- se encogió de hombros, con gesto despreocupado.

-Pero también son personas, que desempeñan su trabajo lo mejor que pueden- le contesté, desafiándole un poco. Rió, divertido, limpiándose con la servilleta.

-De modo que la flamante princesa de Gales es una defensora de los pobres asalariados; vaya, vaya...-.

-Todos somos iguales, independientemente de los títulos que llevemos encima- le respondí, rodando los ojos.

-Ellos están a nuestras órdenes, y les hablaré cómo me parezca, y no me parece de recibo que tú me des lecciones a mi; ¿quién te crees que eres?- apreté el tenedor, conteniendo el cabreo. Al mirar al frente, Edward miraba fijamente a Sven, quieréndolo matar con la mirada. Su mujer y su hermana le miraban de manera reprobatoria. Por fortuna, ni su padre ni el de Edward se percataron de la situación, pero Esme si. No volví a dirigirle la palabra, y en cuánto terminó la cena, Edward se acercó a mi asiento mientras me levantaba.

-¿Estás bien?- me tomó de la mano, preocupado.

-Tranquilo- le calmé -es inaguantable, ¿cómo puede tratar así a a gente, y más en una casa ajena?- me pregunté para mi misma -¿Edward, me escuchas?- pero me fijé que sus ojos brillaban de ira y cabreo. Se adelantó unos pasos, cogiendo a Sven por el brazo.

-Te lo voy a decir sólo una vez; no vuelvas a tratar así a nadie que trabaje en mi casa -hizo una pausa -y muchos menos, hablarle a mi mujer de la manera que lo has hecho-.

-Bueno... es lo que tiene el casarse con alguien que no pertenece a este mundo- Edward iba a contestarle de muy malas maneras, pero la voz de mi suegra resonó, enfadada cómo pocas veces la había visto.

-Con esas palabras has ofendido a tu cuñado, a Isabella y a mi- le recordó -nadie ofende en mi propia casa a ninguno de mis empleados, y muchos menos a mi familia, ¿queda claro?- Sven la miró incómodo, pero se inclinó hacia delante, haciendo una protocolaria reverencia.

-Ruego me disculpe majestad, no quise ofenderos-.

-Espero que no se vuelva a repetir nada semejante, o se lo diré a tu padre- Sven asintió, se disculpó del resto con un gesto de cabeza y se fue.

-Ruego disculpéis a mi hermano, yo...- Anne Louise se había acercado a nuestro lado, y estaba muerta de vergüenza, sin saber dónde meterse.

-Tranquila, no es tu culpa- le tranquilizó Jasper, que también se había acercado, junto con Alice. Mi marido se calmó, de modo que los seis nos dirigimos al salón, para tomar el café e intentar relajarnos un poco. Sven y su esposa se habían disculpado, y habían abandonado el baile, lo que ocasionó que su padre se enfadara.

-Nunca aprenderá- murmuraba Edward mientras bailábamos, ya después de un buen rato.

-Olvídalo, por favor; no le des vueltas- la familia real noruega se despedía de nosotros esa noche, ya que mañana por la mañana regresaban a Oslo, y Sven ni siquiera se había despedido.

-Mañana por fin, libres hasta el lunes- dijo contento, cambiando de tema.

-Cierto- en verdad necesitábamos un poco de relax -mañana es nuestro aniversario, ¿quieres qué cocine algo especial?-.

-Todo lo que haces está muy bueno, así que puedes sorprenderme- negué con la cabeza, riendo divertida, mientras apoyaba mi cabeza y su pecho y me acurrucaba contra él, bailando una de nuestras canciones favoritas. Después de un buen rato, los invitados empezaron a marcharse. Al despedirme de Anne Louise, la abracé con afecto, acción que ella me devolvió.

-Espero que todo se arregle- le deseé de corazón.

-Te llamaré, no te preocupes- me prometió -y gracias por todo-.

-No se merecen; cuidaros-.

-Vosotros también- nos quedamos en la puerta, observando cómo se alejaban los coches. Apoyé mi cabeza en el hombro de Edward, cansada pero contenta. Mi primera experiencia cómo princesa de Gales en una visita oficial, no había estado tan mal... pese a todo.

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Un mes después de la visita de los reyes de Noruega, y después de haber viajado a Amsterdam, de viaje de estado, los compromisos se hicieron más espaciados, debido a la llegada de las Navidades. Faltaban apenas trece días para nochebuena, y diez para que vinieran mis padres y la abuela, a pasarlas con nosotros. Al final no habíamos podido ir en Acción de Gracias, debido a la apretada agenda que teníamos.

Emmet y Rosalie se marchaban a Boston en un par de días, para pasar las fiestas con la familia de ella. El sábado pasado, por fin, inauguramos oficialmente su nueva casa con una cena los seis. El ático se encontraba en Nothing Hill, una de las zonas residenciales más exclusivas de Londres. Me alegraba mucho por ellos, pero echábamos de menos tenerlos en el piso superior, pero era lógico que quisieran tener su propia casa. De paso también celebramos el primer proyecto importante de Jasper, que desde septiembre, ya ejercía de arquitecto profesional.

Esa mañana Edward estaba con su padre en Downing Street, en una reunión con el Primer Ministro y otros miembros del gobierno. Yo había acudido, en palacio, a una reunión de una de las fundaciones benéficas que presidía Esme, y que gestionaban varias mujeres de la aristocracia. Trataba acerca de la investigación acerca del cáncer de mama. En la fundación también se desarrollaban, entre otros proyectos, campañas de prevención, para concienciar a las mujeres. Cuándo me ofrecieron colaborar con ellas, no lo dudé un instante, dado la experiencia que viví en carne y hueso, con mi madre. Era mi particular homenaje a ella.

Zafrina iba conmigo, de camino a nuestras dependencias; tenía que firmar un par de cosas, y por hoy habría terminado. Nada más entrar por allí, sonó el teléfono del salón. Le pedí a Zafrina que contestara, mientras iba a buscar algo para entregarle. Al volver, vi que hablaba animadamente con quién quiera que fuese, al verme, se despidió.

-Alteza, es Sue- me informó, tendiéndome el auricular -la espero en el despacho-.

-Gracias- al salir por la puerta, me llevé el aparato a la oreja.

-Hola- saludé animada.

-Hola hija, ¿cómo estáis?- me preguntó. Estuve charlando unos minutos con ella; hablaba con ellos todas las semanas. Después de preguntar por todos y por nuestro trabajo, me estuvo poniendo al día de los últimos cotilleos del pueblo. En verdad me reía mucho cada vez que me contaba las novedades de nuestros vecinos. Al despedirme de ella, me dirigí al despacho, y después de firmar lo que tenía pendiente, me despedí de Zafrina hasta el día siguiente. Justo salía ella por la puerta, cuándo Edward entraba.

-Hola mi amor- me acerqué a el, que me recibió con una pequeña sonrisa.

-Hola cariño- me abrazó suavemente, y yo me apoyé en él, cerrando los ojos, relajándome.

-¿Cómo ha ido la mañana?- me interrogó, dirigiéndonos al dormitorio, para cambiarnos. Le conté los puntos básicos de la reunión, y después hizo lo mismo con la suya.

-¿De modo que se va a firmar ese acuerdo con Quatar, para el abastecimiento de gas natural?- le pregunté.

-Todavía hay que aclarar varios puntos, pero la negociación va por buen camino- me informó, animado y contento -todavía es pronto para comer, ¿quieres dar un paseo?; podemos llevarnos a Casper e Isolda- me propuso. Acepté sin dudarlo, de modo que una vez nos cambiamos de ropa, salimos a los jardines, con nuestros pequeños amigos correteando a nuestro alrededor. Con nuestras manos entrelazadas, y bien abrigados, nos dirigimos a nuestro lugar secreto.

-He hablado con Sue antes de que llegaras; te manda muchos besos, y la abuela también- le conté.

-¿La abuela ya se ha recuperado del catarro que pasó?- me interrogó.

-Según Sue, está cómo una rosa; ayer se peleó con papá- dije con una risa.

-¿Por qué no me sorprende?- exclamó divertido -¿qué ha hecho Charlie esta vez?-.

-Se pelearon por el árbol de navidad- le expliqué entre risas -la abuela quería poner un pino natural, y ya sabes que mi padre es alérgico- Edward se rió también, mientras le seguía contando.

-Total, que por no oír a la abuela, puso un abeto natural, y ahora no puede estar en el salón; se pasa el día en la cocina, con la tele pequeña- Edward reía divertido, escuchando la historia.

-Tengo ganas de verles; ya falta poco para que vengan- dijo animado.

-No es época de caza, de modo que no podrán ir a Windsor- dije con fingida pena.

-Eso es cierto... echaremos nuestras timbas de póquer- respondió mi marido, pagado de si mismo -por cierto, ¿cómo vamos con los regalos?-.

-El de Sue y la abuela ya están, y los de tus padres- le expliqué -el de tu hermana y Jazz se los encargué ayer a Zafrina-.

-Y la pregunta del millón; ¿qué le compramos a tu padre este año?- me encogí de hombros, resoplando.

-Pues eso mismo iba a preguntarte; si le compramos algún objeto para pescar o cazar, Sue nos terminará por echar de casa- mi esposo rió divertido, pero Sue estaba más que harta de los cachivaches de mi padre, cómo decía ella.

-Algo se nos ocurrirá, no te preocupes- me animó ¿y mi regalo?- preguntó , poniendo cara de inocente.

-Ya lo tengo pensado- le piqué -pero no pienso adelantarte nada; tendrás que esperar al día de navidad, cómo todos- le advertí.

-Pues vaya- rezongó con fastidio -yo ya tengo el tuyo- me tentó, a ver si colaba.

-¿Recuerdas la discusión que tuvimos la semana pasada, verdad?- le recfrequé la memoria -nada de joyas-. Era una de las discusiones más fuertes que habíamos tenido; me halagaba que me quisiera regalar algo tan valioso, pero no me gustaba que se gastaran mucho dinero en mi, y me seguía sin gustar.

-Supón que te la encuentras el día de navidad, ¿te enfadarías mucho?- tanteó, sonriendo con malicia. Suspiré fastidiada; después de la famosa discusión, se pasó el resto del día sin hablarme. Definitivamente, en ese tema, era cómo discutir con la pared.

-Te la pueden regalar Casper e Isolda- añadió, encogiéndonos inocentemente de hombros. Le miré con una ceja arqueada, mientras el me daba un beso en la mejilla, riendo divertido y continuando con el paseo.

 

Capítulo 45: Perdidos Capítulo 47: Primeras navidades de casados

 


Capítulos

Capitulo 1: Prólogo Capitulo 2: Dulces y Dolorosos Recuerdos Capitulo 3: Adiós Forks...hola Londres Capitulo 4: Regreso al hogar Capitulo 5: Primer día de clases Capitulo 6: Los principes azules si existen Capitulo 7: Largo verano de incertidumbre Capitulo 8: Entre sedas y terciopelo Capitulo 9: Volverte a ver Capitulo 10: Reacciones Capitulo 11: Besos furtivos Capitulo 12: Norfolk Park Capitulo 13: Simplemente amor Capitulo 14: Desahogo Capitulo 15: Confesiones suegra- nuera Capitulo 16: Un americano en Londres I Capitulo 17: Un americano en Londres II Capitulo 18: Un verano inolvibable I Capitulo 19: Un verano inolvibable II Capitulo 20: Chantajes Capitulo 21: Descubrimientos Capitulo 22: Un país sorprendido Capitulo 23: Acoso y derribo Capitulo 24: No hay final feliz Capitulo 25: Soledad Capitulo 26: Anhelo Capitulo 27: Quiero y no puedo Capitulo 28: Sospechas Capitulo 29: Hallazgos asombrosos Capitulo 30: Abriendo los ojos Capitulo 31: Y sin ti no puedo vivir Capitulo 32: Volviendo a vivir Capitulo 33: La Prometida del Príncipe Capitulo 34: Una pareja más o menos normal Capitulo 35: Salida al mundo Capitulo 36: Anochecer bajo el puente de los suspiros Capitulo 37: London Fashion Week Capitulo 38: California Dreamin Capitulo 39: Entre leyes y bisturíes Capitulo 40: ¿Qué llevas debajo? Capitulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja! Capitulo 42: Encajando en el puzzle Capitulo 43: Víspera de boda Capitulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa Capitulo 45: Perdidos Capitulo 46: Cumpliendo un papel Capitulo 47: Primeras navidades de casados Capitulo 48: Apuestas Capitulo 49: Nueva vida en palacio Capitulo 50: Epilogo Capitulo 51: Outtake 1: Verano real en Forks Capitulo 52: Outtake 2: Obligaciones reales Capitulo 53: Outtake 3: ¡Qué alguien atrape a ese ratón!

 


 
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