Un Cuento de Hadas Moderno (+18)

Autor: caro508
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2010
Fecha Actualización: 02/12/2010
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 29
Visitas: 328475
Capítulos: 53

Bella recibe una beca para estudiar su carrera universitaria en Londres; allí conocerá a un chico de ensueño...¿los príncipes azules existen?, puede que sí.


Hola aquí estoy con otra historia que no es mía, le pertenece Sarah-Crish Cullen,  yo solo la subo con su autorización, es otra de mis favoritas, espero les guste…

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; los que no pertenecen a la saga son de cosecha propia de la autora. Las localizaciones y monumentos de Londres son reales.

 

 

 

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Capítulo 42: Encajando en el puzzle

La cuenta atrás para nuestra boda pasaba ante nuestros ojos sin apenas darnos cuenta. Más de un mes habían pasado desde las vacaciones de Pascua, y con el muchos actos importantes y compromisos a los que Edward y yo habíamos asistido. Nunca podría olvidar el viaje a Gales; si en Escocia me emocioné por el cariño de la gente, lo que vivimos en Cardiff, la ciudad natal de nuestro amigo, en Swansea y Newport me dejó impactada. Cómo el primer título de Edward, sin que se ofendieran escoceses y compañía, es el de Príncipe de Gales, y mi prometido es muy querido allí, la visita supuso una locura. Estuvimos cinco días enteros de un lado para otro, recorriendo pueblos y ciudades, e incluso recibiendo regalos por nuestra boda... y no era nada con lo que nos esperaba a partir de ahora.

Cómo bien dijo Emmet, Gales era increíble; sus playas y acantilados te hacían sentir dentro de un libro de Jane Austen... y los castillos medievales que visitamos te transportaban a la Edad Media, a la época del Rey Arturo.

Entre el viaje, los compromisos y el proyecto de fin de carrera apenas tuvimos tiempo para nada más. Apenas veía a Rose más que por las noches, ya que empezaba los exámenes finales de curso, lo mismo que Alice; Jasper había presentado su proyecto de arquitectura, también para el fin de carrera, la semana pasada, y estaba a la espera de la calificación final. Mi amiga y cuñada querían aprovechar, para terminar cuánto antes y vivir los días de la boda al cien por cien, sin tener que preocuparse más... al menos hasta octubre.

-¿Qué te ronda por la cabeza?- la voz de mi prometido me sacó de mis cábalas. Nos faltaba una hora para aterrizar en Barajas, el aeropuerto de Madrid. Alice y sus padres ya estaban allí, se habían ido ayer por la tarde, pero Edward y yo teníamos un compromiso al que no podíamos fallar, de modo que llegábamos con el tiempo justo para llegar al hotel, cambiarnos y acudir a la comida de bienvenida que los reyes de España daban en el Palacio del Pardo, a las afueras de la capital.

-Pensando y recordando el viaje a Gales- le contesté, con voz baja y un poco preocupada. No quise que notara mi estado de ánimo, pero me conocía demasiado. Cogiéndome cómo si fuera una pluma, me sentó en su regazo; mis nervios hicieron que me abrazara a él escondiendo mi cara en su cuello y cerrando los ojos.

-¿Qué te pasa mi vida?- inquirió con preocupación en su voz.

-Estoy muy nerviosa... nunca he estado en presencia de nadie de la realeza que no seáis vosotros- le expliqué -¿crees que lo haré bien?, ¿les caeré bien?- pregunté mordiéndome el labio.

-Claro que sí, cariño- me animó con una sonrisa -simplemente tienes que comportarte cómo siempre has hecho- me recordó -verás que simpáticos son Christian y Madde... y Carlos y Valeria-.

-Eso ya lo sé... ¿puedo hacerte una pregunta?- me sonrió, asintiendo con la cabeza -¿por qué no te llevas bien con el príncipe heredero de Noruega?- suspiró largo y tendido, meditando su respuesta.

-Es un niño mimado y envidioso... de los que opinan que no se puede pertenecer a este mundo a menos que hayas nacido en él- asentí lentamente, adivinando por dónde iban los tiros.

-Cosa que cómo puedes suponer, no le hace mucha gracia a mi padre, ni a Carlos, ni a Christian... ni a mi- terminó de decir, enfadado.

-¿Su mujer pertenece a la realeza?- pregunté curiosa.

-No... pero sus padres son duques- me explicó -cómo Jasper, pertenece a la aristocracia- añadió -sus padres son más simpáticos... pero su hermana Anne Louise es tan malcriada cómo él- refunfuñó.

-Sé quién es- le aclaré -antes te emparejaban mucho con ella- le recordé con una pequeña mueca.

-Celosa- murmuró, evitando reírse -sabes que eres la dueña de mis pensamientos- su comentario hizo que me pusiera del color de la grana -además, Anne Louise se ha casado- dijo con una divertida mueca.

-¿Fuiste a la boda?- negó con la cabeza.

-Fue durante los meses que estuvimos separados- me explicó – y no pude ir, estaba de viaje; ese viaje a Italia que hice yo sólo- me recordó -pero mis padres si que fueron-.

Continuamos con la conversación hasta que el avión tomó tierra. Nada más salir, el sol bañó nuestras caras, y observé que Edward se aflojaba un poco la corbata; hacía bastante calor. Allí nos esperaba un coche que la embajada inglesa puso a nuestra disposición, junto con el secretario personal del embajador y dos de sus ayudantes, que nos dieron la bienvenida.

Me acerqué a la ventanilla; el hotel dónde nos alojábamos, el Ritz, estaba en el centro de la capital española, y dónde estaban alojados parte de los invitados; una vez en nuestra suite, me asomé a la pequeña terraza; enfrente nuestro estaba el Museo del Prado. Iba a comentarle algo a Edward, pero mi cuñada apareció en nuestra habitación, ya completamente vestida. Llevaba un pantalón gris, con un top de gasa en colores verdes y un pequeño bolso. Después de darnos la bienvenida, se quedó conmigo mientras yo me cambiaba de ropa, y me ayudó a retocarme el maquillaje. Elegí un vestido gris perla, de raso y con un pequeño cinturón que me estilizaba la cintura; me llegaba por debajo de la rodilla, con las mangas cortas y de gasa. Con unos zapatos plateados, de punta redonda y abierta y un pequeño bolso de mano, mi cuñada me dio el visto bueno, mientras me abrochaba la pulsera de diamantes del aderezo.

-A ver... perfecta- colocó bien un mechón de mi pelo, que iba suelto y ondulado. No pude evitar morderme el labio inferior, y mi cuñada me miró preocupada.

-¿Qué te pasa, Bellie?-.

-Estoy un poco nerviosa... antes se lo he dicho a Edward en el avión- le expliqué -¿crees que lo haré bien?; nunca he conocido a otras familias reales y m...- me interrumpió, cogiéndome de las manos.

-Tranquila; estás con nosotros, verás qué bien va a ir... la mayoría son muy simpáticos; y no debes tener miedo... es mejor que los conozcas ahora que no en la boda, que bastante histérica estarás ya- dijo con un suspiro de resignación.

-Cuándo tú estés a un mes de casarte me comprenderás- le reproché en bromas, rodando los ojos. Rió divertida mientras salíamos de la habitación y bajábamos al vestíbulo; las medidas de seguridad que había allí eran impresionantes; a cada metro y medio un policía... eso sin contar los escoltas de cada Casa real.

Nada más pisar el hall sentí que muchas miradas se posaban en mi por inercia; me sonrojé y busqué con la mirada a Edward; estaba con Carlisle y Esme, y dos matrimonios que me sonaban de verlos en fotos. Alice y yo nos acercamos a ellos, y saludé a mis suegros con un beso. Las cuatro personas que estaban apostadas allí me dedicaron una cálida sonrisa. Mi prometido me tomó de la mano, iniciando las presentaciones.

-Bella, te presento a sus majestades, los reyes de Dinamarca- cuándo estreché la mano que ambos me ofrecían, me puse un poco nerviosa.

-Es... es un placer conocerle, majestad- musité, roja cómo un tomate y haciendo una pequeña reverencia.

-No, hija... nada de majestad... puedes llamarnos por nuestro nombre de pila, Christian y Dagmar- me indicó el rey. La reina no me dejó que me arrodillara, y me dio un suave abrazo.

-Muchísimas felicidades a ambos, estamos deseando que llegue el viaje a Londres- me dijo con una sonrisa cómplice.

-Edward nos ha hablado mucho de ti, y también Carlisle y Esme; teníamos muchas ganas de conocer a la famosa Bella- lo único que consiguieron esas palabras fue sonrojarme más.

-Gracias; yo también tenía muchas ganas de conocerles- respondí, un poco intimidada. Edward agarró mi cintura, poniéndome enfrente de la otra pareja.

-Y ellos son Christian y Maddeleine- ambos se acercaron, dándome ella primero un fuerte abrazo; me pilló desprevenida, y no pude estrecharles la mano, cómo era el protocolo.

-Por fin nos conocemos en persona; llámame Madde- me recordó; hablamos cuándo me operaron de apendicitis, y fue muy amble y cariñosa conmigo.

-Y nada de altezas ni nada por el estilo- añadió el príncipe, dándome dos besos -mi más sincera enhorabuena, por fin alguien a enamorado al principito sexy inglés- reí por el comentario, mientras mi novio rodaba los ojos.

-Es un placer conoceros en persona, Edward me ha hablado mucho de vosotros- les dije.

-Y Edward de ti... nos alegramos de que todo se resolviera, ardo en deseos de ir de boda... espero contratéis un buen Dj para mover el esqueleto- el comentario de Christian nos hizo reír a todos; Edward me había advertido que era muy simpático y gracioso, un estilo Emmet.

-Estoy segura de que seremos grandes amigas- me dijo Madde, cogiéndome del brazo -y tranquila- la miré con una sonrisa de agradecimiento -sé lo complicado que es ésto para ti... yo también he pasado por ello- me recordó. Toda la familia hablaba un inglés perfecto.

-Sí que es verdad que estoy nerviosa- le dí la razón -es un mundo un poco complicado, a veces-.

-Y en algunos aspectos, muy cerrado y arcaico- añadió -pero tranquila; tanto Chris cómo yo estaremos a tu lado. Valeria es muy simpática, y tiene muchas ganas de conocerte, y Carlos- me recordó.

Alice se unió a nuestra pequeña conversación, mientras esperábamos a los coches. De mientras me presentaron a la familia real sueca, los reyes de Bélgica y la familia real de Luxemburgo. Todos fueron muy amables conmigo, dándome la bienvenida y felicitándonos a ambos por la boda. Una vez metidos en el coche, Edward me tomó de la mano, dejando un suave beso en ella.

-¿Ves cómo no pasa nada?- me reprochó con cariño.

-Ya sabes... soy muy tímida- le recordé -nunca pensé que conocería a toda esa gente tan importante- susurré para mis adentros.

-Ya lo sé, cariño; pero mira lo qué te ha dicho Madde- me recordó con una sonrisa.

-Son muy agradables y cercanos- le dí la razón, acurrucándome contra él -al igual que el resto- añadí rápidamente.

-El rey de Suecia y su familia se llevan muy bien con mis padres, y sus hijos con nosotros; hacía más de un año que no los veía- me explicó.

-¿Y el resto de las casas reales?- pregunté con cautela.

-Imagino que estarán en otro hotel- contestó con una mueca -te falta por conocer a los de Liechtenstein, Holanda y Noruega-.

-El gran duque de Liechtenstein y su familia son de los pocos que soportan a los príncipes noruegos- me confesó con una risa -la verdad es que Sven y Anne Louise son insufribles- volvió a repetir.

Durante todo el viaje me estuvo contando anécdotas y situaciones que le habían ocurrido a los reyes y príncipes que iba a conocer a continuación; algunos periodistas se frotarían las manos sólo con saber pequeños detalles de lo que me contaba Edward.

Al llegar al palacio, traspasamos una verja negra y alta, y el coche paró enfrente de un precioso jardín. Al pasar las enormes puertas, una enorme escalinata daba acceso al primer piso, dónde en una de las salas nos esperaban Carlisle, Esme y Alice. Era la sala contigua al salón del trono, dónde la familia real española iba saludando uno por uno a los invitados. Miraba hacia todos los lados; admirando la decoración y comentándolo con Alice, que no perdía ojo a los valiosos cuadros colgados en las paredes.

Cuándo llegó nuestro turno, agarré el brazo de mi prometido, adentrándonos en la sala. Carlisle Y Esme se adelantaron, saludando con un abrazo amistoso al rey Juan y a la reina Ana. Observé que había tres parejas más con ellos, y deduje que serían los hijos de los reyes, con sus respectivos maridos y mujeres. Hoy la prensa se había quedado fuera; pero seguramente, mañana estaría presente en la cena de gala. Edward me soltó un momento para saludar protocolariamente a los reyes, y después me pasó una mano por la espalda, acercándome al pequeño grupo.

-De modo que tú eres Bella... no sabes qué ganas teníamos de conocerte- me saludó el rey con una sonrisa amable, mientras yo le estrechaba la mano, ante la atenta mirada de ambas familias.

-Es un placer conocerles... y muchísimas gracias por invitarme, majestad- le agradecí en un precario español, que dejó mudo a mi novio. Los reyes se sonrieron complacidos.

-El placer es nuestro; no sabes las ganas qué teníamos de que por fin Edward se casara- me contestó, ya en inglés; el rey y su esposa eran muy agradables; aunque bastante mayores que mis suegros, parecían llevarse bien.

Me quedé hablando con ellos unos momentos, junto con Esme y Carlisle, y me fijé de reojo que Edward iba hacia uno de los chicos, dándole un gran abrazo, y una de las chicas me miraba con una sonrisa cómplice. No muy alta, más o menos cómo yo, con el pelo castaño claro y ojos con una mezcla de colores verde y miel.

-Hola Bella; bienvenida a Madrid- la reconocí al instante.

-Encantada de conocerla alteza- ella negó divertida, inclinándose hacia mi y dándome dos besos.

-De eso nada... Valeria a secas, o Val si lo prefieres- me dijo; su acento inglés era muy suave y gracioso.

-Tenía muchas ganas de conocer España- le dije contenta; poco a poco iba cogiendo confianza, y eso para mi era un triunfo.

-Te va a encantar... la pena es que no podéis quedaros más días- expresó con pena. Nos habían insistido mucho para que nos quedáramos junto con Chris y Madde un par de días más, de visita privada, pero en dos semanas exponíamos el proyecto de fin de carrera y debíamos regresar a Londres.

-Y nosotros lo sentimos también- Edward se acercó a nosotros, pasando un brazo por mi cintura -pero el deber es el deber- se excusó con una sonrisa.

-Eso, eso... aprobad, que tenemos que ir de boda- Carlos se acercó a nosotros -y con lo que le ha costado aquí al amigo- reí para mis adentros, mientras mi prometido bufaba por lo bajini -bienvenida a Madrid Bella, por fin nos conocemos- era casi tan alto cómo Edward, y con los ojos azules, al igual que su madre, la reina Ana.

-Encantada alt...-.

-Ah ah... nada de títulos- me reprochó con cariño. Asentí, y me presentó a sus dos hermanas y a sus cuñados. La familia real española acudía a Londres casi al completo, así cómo la mayoría de la realeza. El rey Juan no podía venir, ya que tenía un viaje muy importante a varios países sudamericanos que no podía posponer. Después de charlar unos minutos con ellos, pasamos a un inmenso salón alargado, dónde había varias mesas dispuestas a modo de bufete; nada más entrar en el salón, Chris y Madde se reunieron con nosotros, acompañados de dos matrimonios; uno joven, al igual que nosotros y otro de unos cuarenta años. Antes de que acercaran, mi novio me susurró al oído.

-¿Dónde has aprendido a hablar español?-.

-En el instituto- me encogí de hombros -¿no te lo había dicho?- negó con la cabeza -no lo hablo muy bien, hay cosas que ya no recuerdo-.

-No dejas de sorprenderme... eres increíble- dejó un suave beso en mi cara, haciendo que agachara la mirada, un poco avergonzada.

-¿Qué tal chicos?- nos saludó Chirs -no comáis mucho, esta noche nos vamos a cenar por ahí- nos advirtió.

-Y a recorrer un poco Madrid; hasta mañana no hay nada programado- me aclaró Madde -por cierto; ellos son Johan y Eloise, los príncipes herederos de Holanda- me señaló al matrimonio joven – y los Grandes duques de Liechtenstein- saludé a todos, y una vez pasaron los saludos, el pequeño grupo que se había formado nos quedamos allí mismo, con Alice y una de las princesas suecas y su esposo. El tema de la conversación giraba en torno a nuestra futura boda... y en cómo llevaba el tema del protocolo y los actos oficiales. Los duques se acercaron a Carlisle y Esme, que departían con los reyes de España, Bélgica y Dinamarca.

-Te acostumbras enseguida- me dijo Eloise en plan confidente -pero siempre hay algún periodista que, hagas lo que hagas, lo criticará- refunfuñó.

-Te doy la razón- Edward rodó los ojos, acordándose de nuestro querido Víctor Zimman. Seguimos la divertida charla mientras comíamos, cuándo se acercaron a nosotros cuatro personas, con una pose altiva.

-El que faltaba- Chris rodó los ojos, pese al codazo que le dio su mujer.

-Noruega nos invade- dijo Carlos burlón, al acercarse con Valeria; vimos cómo los príncipes noruegos venían hacia nuestra posición. Uno de los chicos era rubio y con los ojos verdes, al igual que una de las chicas, por lo que supuse que ellos eran los hermanos.

-Vaya, cuánto tiempo- saludó en general Sven, parando su vista en mi y mirándome de una forma rara.

-Sven- Edward le saludó de modo cortés, al igual que el resto.

-Imagino que ella es la famosa Isabella... ¿no me la presentas?- Edward iba a decirle algo, pero me adelanté, evitando que mi novio le diera una mala contestación.

-Es un placer conocerte- intenté mantenerme tranquila, pero su mirada me daba desconfianza.

-¿Te he dado permiso para tutearme?- me espetó serio -Edward, ¿acaso no le enseñas a tu novia el protocolo?- me tensé, sin querer mirar a Edward, imaginando lo que estaría pensando.

-Vamos... podrías ser un poco más agradable- le espetó Chris, enfadado -ninguno nos tratamos por nuestro título-.

-Ella todavía no es un princesa- el espantoso inglés de Anne Louise resonó en nuestros oídos. Edward iba a replicar, pero le paré tomándole del brazo.

-Es un placer conocerles... altezas- siseé un poco enfadada -perdonen por lo de antes; ninguno me ha hecho tratarles por su título- me excusé, golpeándome mentalmente para mis adentros, por haberme relajado y haber olvidado el protocolo... justo con ellos, para más inri.

-Nuestras felicitaciones por el enlace; Alice, querida, ¿dónde has dejado a tu duque?- le interrogó la princesa. Me fijé que los respectivos cónyuges de los noruegos estaban callados.

-Se ha tenido que quedar en Londres, arreglando unos asuntos- me reí para mis adentros; conocía ese tono de mi cuñada, y el sarcasmo estaba impreso en él.

-Menos mal que hay una Casa real que respeta el protocolo- murmuró Sven, con una sonrisa maliciosa -claro, hasta que decidáis casaros...-Carlos le cortó, echando humo por la nariz.

-Jasper estaba invitado, por supuesto... al igual que invitamos a tu mujer a nuestra boda justo antes de que anunciarais el compromiso- la cara que puso el príncipe noruego no tuvo precio. Murmuraron algo en su idioma, y se disculparon de nosotros con un inclinamiento de cabeza, alejándose.

-¿Por qué sus parejas no hablan?- le pregunté a Edward en un susurro.

-Apenas saben hablar inglés- me devolvió en respuesta; nos disculpamos de los presentes, y salimos un poco a los jardines. Una vez allí, me abracé a mi novio, respirando aliviada.

-Tranquila; ya ha pasado el primer trago- me consoló con voz suave y cariñosa -y ya ves que la mayoría te han aceptado muy bien-.

-Eso es cierto; Sven y compañía son caso aparte- refunfuñé -además, me mira de un modo muy raro- musité con un escalofrío.

-Lo he notado- respondió serio -pero tranquila mi vida, no pasará nada-.

-¿Están invitados a la boda, verdad?- pregunté con un mohín.

-No nos queda otro remedio- siseó enfadado -cuándo se casa un príncipe heredero, el protocolo manda que las Casas reales deben estar representadas, por lo menos, por alguno de sus miembros con igual rango que el contrayente, o superior- me explicó separándose un poco de mi.

-Por eso vienen todos los príncipes herederos- murmuré para mi.

-Y la mayoría de los Jefes de Estado... pero cómo tenemos buena relación con casi todos, vienen casi todas las familias al completo, a excepción de algunos- me siguió aclarando.

Sonreí, acordándome de que nuestro día estaba cada vez más cerca. Mi prometido observó mi sonrisa, acompañándome con otra de las suyas y entrelazando nuestros dedos.

-Falta muy poco- me susurró con cariño -a veces todavía no puedo creerlo- dijo para sí mismo; al ver mi mirada interrogante, siguió explicándome.

-Falta un mes para verte vestida de blanco, con una tiara adornando tu cabeza y caminando hacia mi- me explicó -desde esa primera noche en que dije que te quería, todas y cada una de las veces que cerraba los ojos esa imagen venía a mi mente... y por fin va a hacerse realidad- sonrió tímido por su confesión; mi reacción fue juntar mi frente con la suya, mirándole emocionada.

-Yo también he soñado con ese día- me mordí el labio, negando con la cabeza -y hubo un momento en el que pensé que eso se quedaría en mis recuerdos, cómo un sueño inalcanzable... y me cuesta digerir que vaya a hacerse realidad... que un chico estupendo y maravilloso vaya a ser mi marido- terminé de confesarle, un poco roja.

-Y que también es un príncipe- sonrió malicioso.

-Mi príncipe particular- le dí la razón -aunque eso va en el cupo- objeté con una risa -me importa lo primero... jamás me he sentido tan cuidada y protegida... ni tan querida y amada, y eso es lo que realmente me importa- terminé de decirle; su ojos me miraban de un modo que hizo que mi corazón de desbocase, y mi reacción no pudo ser otra que besarle; sus suaves y tiernos besos nos transportaron a nuestro mundo particular, haciendo que perdiéramos la noción de dónde estábamos. Subí mis manos, entrelazando mis dedos entre su salvaje pelo y cuándo mi lengua invadió su boca sin pudor alguno, lo sentí ahogar un gemido, presionándome entre sus brazos y pasando sus manos por mi espalda, acercándome a él.

-Te amo- susurré con los ojos cerrados, una vez que necesité tomar aire.

-Y yo a ti mi niña... y yo a ti- contestó en voz baja, abrazándose a mi y escondiendo su cara en mi cuello.

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Tal y cómo nos dijo Chris, la comida informal, cómo estaba nombrada en el programa de actos, terminó pronto; de modo que volvimos al hotel, ya que no había nada más programado hasta el día siguiente.

Después de descansar un rato, nos pusimos ropa informal, y a las siete nos reunimos con Alice, Chris, Madde y las princesas suecas y sus maridos, para dar una vuelta por Madrid y cenar por ahí. Carlos y Valeria no podían venir, pero nos recomendaron una pequeña ruta, y varios sitios en los que cenar, todos por los alrededores del Palacio de Oriente. Paseamos por los alrededores del Museo de Prado, pero ya era muy tarde para entrar; estaba al lado de nuestro hotel, y la cámara de fotos de Madde disparó sin piedad a la fachada del museo y a todos nosotros. Después, en varios coches, y seguidos discretamente por los escoltas, nos dirigimos hacia la Puerta del Sol, centro neurálgico de la capital española, y dónde se ubicaba el ayuntamiento. Era una zona con muchos restaurantes y tiendas, de modo que a esas horas, aunque casi cerraran los comercios, aquello era un hervidero de gente.

Paseábamos lo más discretamente posible; los chicos iban todos en vaqueros, y las chicas sin tacones y con atuendo informal. Iba entre Madde e Ingrid, una de las princesas suecas; las princesas nórdicas resultaron ser un encanto. La que iba a mi lado algún día sería reina, y tuvo que imponerse a sus padres para poder casarse con el chico que amaba, un humilde estudiante que conoció en la facultad de derecho, y sin sangre real. Desireé era la hermana pequeña, y su marido, también sin sangre real, era un famoso arquitecto muy reconocido en Estocolmo. El único que no había podido venir a Madrid era su hermano, el príncipe Albert, al que conocería el mes que viene en Londres.

Alice y Desireé iban enfrascadas en una divertida charla acerca de sus respectivos esposo y novio, ambos arquitectos. Los chicos iban escoltándonos por detrás, riendo las ocurrencias de Chirs, que resultaba ser el cómico oficial del grupo. Desde allí nos dirigimos a la Plaza Mayor, y decidimos sentarnos en una de las terrazas que había allí.

-¿Dónde vamos a cenar?- interrogó Ingrid a los chicos. Por suerte, todos ellos hablaban un inglés bastante bueno, de modo que no teníamos problema alguno de entendimiento. Chris dejó la coca cola que estaba bebiendo y sacó un papel de su bolsillo.

-¿Qué es eso?- le interrogó mi novio, arqueando una ceja.

-Las sugerencias de nuestro anfitrión- le contestó pagado de sí mismo, mientras leía atentamente el papel- bien señores, por esta zona tenemos un sinfín de restaurantes buenos, de diversos tipos- nos anunció.

-¿Por ejemplo?- Fred, el marido de Ingrid, hizo un gesto con la mano, instándole a continuar.

-Tenemos varios restaurantes típicos madrileños; en la calle de la Cava Baja, en la calle Mayor, calle Segovia... -iba leyendo atento.

-¿Y sabes por dónde están las calles?- le interrogó Edward mientras acariciaba la palma de mi mano con su pulgar -la zona es bastante grande; se extiende hasta el Palacio real, que está por allí- señaló con la mano que tenía libre. Chris pareció meditar la respuesta, hasta que rodó los ojos.

-¿Nadie ha tenido la genial idea de coger uno de los lindos planos que nos han dejado en cada una de nuestras habitaciones?- preguntó ofendido a la audiencia. Madde por poco se lo come.

-Creíamos que la cabeza pensante del grupo- le miró cabreada- se habría ocupado de eso, dado que tú le preguntaste a Carlos-. Ninguno podíamos esconder las risas que asomaban por nuestras caras... y Fred soltó una incontenible carcajada.

-Ya estamos; en Oslo, en la boda de Anne Louise, te pasó exactamente lo mismo- Thomas, el marido de Desireé, se volvió a mi cuñada, Edward y a mi- Sven nos recomendó un restaurante... y pasamos por la calle del mismo cuatro veces, hasta que dimos con él- nos explicaba divertido.

-No tuve la culpa.. lo que es llevaros... os llevé hasta allí; el problema es que el noruego no hay quién lo entienda, y no me di cuenta del letrero del restaurante- se excusó burlón.

-Bueno- resolvió Edward, después de reírnos un buen rato -si las calles están por aquí, no será difícil encontrarlas- meditó divertido.

-Madde, deberías plantearte seriamente regalarle un GPS por navidad- todos reímos ante la ocurrencia de Alice.

-Gracias, alteza real- agradeció sarcástico Chris -y ahora, vamos a ver si encontramos alguno de los sitios y cenamos de una vez- pagamos la cuenta y nos levantamos; Chris iba delante, con Madde a su lado, refunfuñando sin parar; Alice, Ingrid y Desireé iban juntas riéndose de algo, con los maridos de ambas siguiendo muy de cerca a Chris. Mi novio y yo nos quedamos un poco rezagados.

-¿Lo estás pasando bien?- me preguntó.

-Muchísimo- le contesté con una sonrisa y entrelazando nuestros dedos -me recuerda mucho a Emmet en el carácter; todos son estupendos-.

-Creo que has hecho nuevos amigos- me contestó con una sonrisa cómplice, mientras dejaba un pequeño beso en mis labios y nos reuníamos con el resto, que ya iban un poco adelantados.

Finalmente no nos perdimos, y cenamos en un pequeño restaurante que servía comida típica española; comimos hasta reventar, la comida española era muy buena. Después de la cena, paseamos hasta llegar al Teatro real; enfrente de él, destacaba el Palacio de Oriente, iluminado con luces de colores, debido a las celebraciones que estaban teniendo lugar.

-Es increíble- susurré a Edward, disparando mi cámara de fotos -¿de modo que mañana cenamos aquí?-.

-Eso es- me sacó de dudas -y antes vamos al teatro- me volvió a señalar el edificio -a un concierto en homenaje a los reyes-.

-¿Por qué no viven aquí?- interrogué curiosa.

-El rey Juan subió al trono después de cuarenta años de dictadura- me explicó Chris -pero ellos ya llevaban tiempo aquí, y vivían en otro palacio; al subir al trono, decidieron quedarse allí-.

-El Palacio de Oriente sólo se usa para los actos oficiales- apostilló mi cuñada.

Enfrente del palacio, y a un lateral del teatro, se ubicaba uno de los famosos cafés de Madrid; el café de Oriente. Decidimos tomarnos allí el café antes de volver al hotel, ya que mañana íbamos a Aranjuez, a otro de los palacios de la familia real, dónde se continuaría con los actos programados.

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Nos encontrábamos en el Palacio de Aranjuez, admirando una exposición que recorría, a través de imágenes y fotografías, los treinta y cinco años de reinado del rey Juan. Ésta se ubicaba en el piso superior, en varias salas habilitadas para ello. Íbamos con Chris y Madde, comentando lo que veíamos a nuestro alrededor; hubo un momento en el ellos dos se adelantaron, y mi novio se volvió para hablar con Carlos. Estaba intentando leer uno de los documentos que se firmaron en esa época, cuándo una voz a mi espalda hizo que pegara un respingo, volviéndome con la mano en el corazón.

-¿Te he asustado?; lo lamento, no era mi intención- Sven estaba a mi lado, sonriéndome inocentemente.

-No pasa nada, alteza- hice ademán de reunirme con el resto, pero una mano fuerte me retuvo con el brazo.

-No te he dado permiso para retirarte- gemí para mis adentros, intentando mantener la compostura.

-Así está mejor- sonrió malicioso -por cierto, puedes llamarme por mi nombre-. Le miraba sin entender nada, ¿qué demonios quería?.

-Nunca pensé que Edward tendría tan buen gusto- repuso burlón -tienes una belleza... ¿cómo expresarme?; no es despampanante... pero tienes algo que no sé explicar- mis ojos se abrieron con enfado e incredulidad, ¿eran imaginaciones mías o en verdad trataba de decirme algo?. Mis sospechas se vieron confirmadas cuándo su mano, que seguía agarrando mi brazo, se movió, queriendo simular una caricia.

-Suéltame, por favor- le pedí lo más calmada posible; sonrió malicioso, pero no lo hizo.

-Nunca acepto una negativa- respondió con un brillo fiero en sus ojos -vamos Isabella; no seas terca... podríamos conocernos mejor-.

-No sé quién te has creído que soy- le respondí fría -no vuelvas a decirme nada semejante o...-.

-¿O qué?, ¿se lo dirás a tu flamante novio?- se burló -¿crees que si armas un escándalo, Edward te defenderá?-.

-Por supuesto- respondí al instante.

-Es tu palabra contra la mía... y no olvides, Isabella- un escalofrío sacudió mi cuerpo al oír mi nombre -que estás en un mundo al cual todavía no perteneces; ¿no querrás entrar con mal pie, verdad?-. Sentí un nudo en la garganta, y las palabras se quedaron atoradas en ella; traté de zafarme de su agarre, pero apretó más su agarre en mi brazo.

-Me haces daño- murmuré, incapaz ya de controlar las lágrimas -suéltame- le imploré, muy nerviosa y asustada -o sino...-.

-¿O sino... qué?- me retó divertido.

-O sino yo mismo te partiré la cara... cosa que debí hacer cuándo estábamos en la academia militar- la voz de mi novio nunca había sonado tan amenazante y fría. Busqué su mirada, y sus ojos estaba nublados de rabia. Con un rápido movimiento me apartó de él, poniéndome detrás suyo.

-No voy a montar un escándalo, no voy a hacerle ese feo a nuestros anfitriones- le explicó, encarándole con furia -y si quieres tirarte a todo lo que lleve faldas, te lo tiras... pero no te se ocurra volver a acercarte a mi novia, y menos volver a hacer esa clase de insinuaciones- le espetó furioso.

-Creo que tu prometida ha malintepretado mis palabras- se intentó excusar -sólo quería hablar un poco con ella-.

-Llevo un buen rato escuchando la conversación- Sven abrió los ojos, debido a la sorpresa -mi prometida no es ninguna de esas mujeres que frecuentas-.

-¿Me acusas de serle infiel a Olga?- le retó, desafiante. Mi novio rió divertido y malicioso, a cuenta de la ocurrencia.

-¿Crees que no sabemos el historial de amantes que tienes?; cómo en los siglos pasados, la cuchicheos palatinos son asombrosamente ilustrativos y reveladores- le explicó, serio pero a la vez burlón y malicioso. Sven entrecerró los ojos, cerrado por la furia.

-¿Te crees perfecto, verdad?- le espetó, apuntándole con el dedo -durante años llevo escuchándole a mi padre lo orgulloso que estaba Carlisle de su hijo... y de cómo mi padre te ponía constantemente de ejemplo. Edward será un buen rey; su formación académica y militar es brillante; sobrelleva muy bien la presión...- empezó a enumerar.

-Ese no es mi problema- le cortó mi prometido -no he hecho nada para que me tengas envidia- siseó -naciste con prácticamente los mismos privilegios que yo... y con responsabilidades similares; y si no has sabido aceptarlo y has desaprovechado la oportunidad que te dieron tus padres para formarte, no es mi culpa-. La cara de Sven, roja de enfado, era todo un espectáculo; si abría más los ojos le saltarían de las órbitas.

-Nunca te había visto defender algo con tanta pasión- declaró en voz baja.

-Defiendo lo que es mío... y resulta que ella es mi mujer- apoyé una de mis manos en la espalda de Edward -no vuelvas a acercarte a ella... o te prometo que el asunto llegará a oídos de tu padre, y no creo que le haga mucha gracia-.

-No hace falta que me amenaces-.

-No te estoy amenazando , considéralo una advertencia, para ahora y para el futuro- Edward tomó aire -no queda otro remedio, vas a venir a nuestra boda... espero que en Londres te comportes-. Sven se alejó, murmurando algo en su idioma. Por suerte, el resto de la gente estaba ya unas salas por delante. Nada más salir, Edward se volvió hacia mí, tomándome de las manos.

-Lo siento- los nervios hicieron que las lágrimas salieran de mis ojos -se me acercó él, yo en ningún momento...- Edward me cortó, posando uno de sus dedos en mis labios y negando con la cabeza.

-Eso ya lo sé, Bella. No has hecho nada malo y no tienes que disculparte de nada- me explicó, esbozando una pequeña sonrisa -¿crees que no sabía el historial amoroso de Sven?- interrogó serio -cuándo te miró ayer de esa forma, supe que no tramaba nada bueno; todos le conocemos- me explicó, soltando una de mis mano y acaricándome la mejilla -¿estás bien?, ¿te ha hecho daño?- inquirió preocupado. Negué son la cabeza, sorbiéndome las lágrimas.

-Estoy bien, de verdad- le tranquilicé -por un momento pensé que ibas a pegarle un puñetazo-.

-Me he quedado con las ganas, te lo aseguro- me rodeó con sus brazos -pero no quería montar un escándalo; nadie, absolutamente nadie, trata a mi mujer de esa forma- me explicó serio. Apoyé mi cara en su hombro, y de devolví el abrazo.

-Ya ha pasado mi amor... ya está; por la cuenta que le trae, no creo que vuelva a acercarse a ti- suspiré aliviada, acomodándome en sus brazos. Permanecimos así unos minutos, hasta que levanté la cabeza de nuevo.

-Tenemos que seguir, nos estarán echando en falta- le recordé. Asintió lentamente, dejando un pequeño beso en mi mejilla.

-Vamos- Edward me tomó de la mano, saliendo de esa sala. El resto de la mañana pasó tranquila; por suerte, nadie se enteró del desagradable incidente, y Edward y yo hicimos lo posible por olvidarlo. Permaneció el resto del tiempo conmigo, sin apartarse de mi lado y haciendo todo lo posible por distraerme y que me sintiera cómoda. No divisé a ninguno de los noruegos en lo que quedó de mañana, por lo que respiré aliviada.

Una vez recorrimos toda la exposición, dimos un paseo por los jardines del palacio, en compañía de nuestros amigos. De vuelta la hotel, y dado que hasta las ocho de la noche teníamos tiempo libre, decidimos comer todos juntos en una de los comedores privados del restaurante del hotel. Carlisle y Esme comieron en la suite de los reyes daneses, con los monarcas suecos, los belgas y los grandes duques de Luxemburgo. Les invitamos a que comieran con nosotros, pero prefirieron dejar a la juventud a sus anchas, según dijo el rey sueco. Una vez comimos el postre, Chris se levantó, llamando nuestra atención haciendo ruido con una cucharilla y la copa de champán.

-Brindemos, amigos- instó a que nos levantáramos y alzáramos las copas.

-¿Por qué brindamos?- interrogó curiosa Desireé.

-Por estas divertidas reuniones- empezó a enumerar Chris -porque podamos juntarnos de nuevo en otros felices acontecimientos- expresó solemne, pero a la vez divertido.

-Para eso ya tenemos fecha; el veintitrés de junio, en Londres- Ingrid me guiñó un ojo mientras lo decía.

-Por los novios- apoyó su marido.

-Bella... bienvenida de todo corazón a este mundo de locos- dijo Madde, divertida. Me puse un poco roja de la vergüenza, para diversión de todos y de Edward, que me agarró por la cintura, pegándome a su cuerpo.

-¡Salud... y que vivan los novios!- el grito de Chris nos hizo reír mientras bebíamos.

-Creo que te has adelantado un mes- le dijo Thomas.

-Vamos, estamos en familia, cómo quién dice- respondió éste -y ahora... dado que hemos brindado por los novios, lo mínimo que podemos pedirles es...- dejó la frase inconclusa, y Alice continuó.

-¡Qué se besen, que se besen!- el resto coreó a mi cuñada, y sólo les faltaba aporrear la mesa. Me puse del color de la grana, pero mi novio fue más rápido, dándome un tierno pero corto beso.

-El resto, en la boda- expresó satisfecho, ante las risas y los aplausos del resto.

Después de la divertida comida, nos retiramos cada uno a nuestra habitación, para descansar un rato y poder prepararnos con calma para la cena de gala de esa noche. Cómo suponíamos que el baile dudaría hasta altas horas de la madrugada, y nos habíamos levantado muy temprano, nos quedamos dormidos un buen rato, hasta que el teléfono de la habitación sonó. Supuse que sería para mi, y no me equivocaba. Era Alice, avisándome que vendrían a peinarnos en media hora. Edward seguía dormido; dejé un pequeño beso en su mejilla y fui a ducharme.

Ya en la suite de Carlisle y Esme, que era la más espaciosa. Nada más entrar, la pequeña duende vino hacia mi, con sus graciosos andares de muñequita.

-Bellie... ¿habéis descansado?- afirmé con la cabeza.

-Edward sigue dormido; le he puesto la alarma del móvil para que se despierte- le expliqué con una risa. Ella rió conmigo, pero al de un minuto su cara se tornó en preocupación.

-¿Ha pasado algo esta mañana?- preguntó suspicaz; al ver la palidez que adquirió mi cara, siguió hablando.

-¿Por qué preguntas eso?-.

-Esta mañana te he visto preocupada... y Edward estaba muy nervioso; ¿ha ocurrido algo con Sven?- rodé los ojos mentalemente... Alice tendría un futuro prometedor como medium. Le conté lo ocurrido, y su cara mostraba sorpresa y enfado a la vez.

-No digas nada, por favor- le rogué -Edward ya ha hablado con él, y estoy segura de que no volverá a hacer nada parecido-.

-Nunca cambiará... pobre Olga, tener que aguantar a un marido tan impresentable- bufaba furiosa -a mi se me insinuó también... y te aseguro que nunca he visto a Jasper tan alterado- recordó con rabia. Al ver que la puerta se abría, decidimos dejar el asunto. Esme se acercó a nosotras; llevaba un estuche de terciopelo negro en la mano.

-Te he traído algo para que te pongas en el pelo- me dijo; al ver mi cara de asombro, me tranquilizó -no es ninguna tiara; abrió el estuche, y tres flores de diamantes, no muy grandes, reposaban brillantes en él.

-Se pueden usar cómo broches, cómo adornos para la cabeza- me explicó -es parte de uno de mis aderezos; podrían quedarte muy bien en un lateral del recogido- me explicó.

-Vaya... muchas gracias Esme- le agradecí, cogiendo una de las flores. No eran muy grandes, pero las piedras tenían un tamaño considerable. La flor brilló mientras yo la giraba, observándola con detenimiento.

-Son preciosas- balbuceé alucinada; todavía no me acostumbraba a las joyas que dentro de poco tendría que llevar.

-¿Qué vestido te vas a poner, el azul o el negro?- me sondeó Alice.

-Creo que el negro- contesté, después de meditarlo unos minutos. Alice asintió, aconsejándome que ponerme de mi aderezo, aparte de las flores.

Dos horas después, salía rumbo a mi habitación, perfectamente maquillada y con un precioso recogido, en el lateral derecho de éste estaban colocadas las flores de brillantes, perfectamente sujetas por las horquillas.

Al entrar en nuestro dormitorio, oí ruidos en el cuarto de baño, y supuse que Edward estaría preparándose. Saqué el vestido de la funda, y con cuidado lo dejé en la cama. Una vez me puse las media y la ropa interior, pasé delicadamente el vestido por mi cabeza. Era de gasa negro, de tirantes finos, que en la espalda se cruzaba. La gasa caía desde los tirantes hasta el suelo, suelta y cómoda. Me estaba poniendo los zapatos, cuándo Edward apareció en la habitación. Mi respiración se congeló la verle; por mucho que odiara los fracs, le quedaban muy bien; venía colocándose bien una de las condecoraciones que llevaba. Al verme esbozó su característica sonrisa torcida, acercándose a mi. Me había puesto los pendientes largos de mi aderezo, y la pulsera.

-Cómo siempre, preciosa- expresó con voz suave, admirando mi peinado -¿Te las ha prestado mi madre?- asentí con la cabeza.

-Te quedan muy bien; el color de tu pelo contrasta de maravilla con el de los brillantes- observó. Me reí, posando las manos en su pecho.

-Supongo que refunfuñarás si te digo que estás muy guapo- se encogió de hombros -pero es la verdad- le afirmé con una sonrisa. Mi vista bajó a las placas que llevaba.

-¿Esta es la española?- asintió.

-Sí; es la Orden de Carlos III, la distinción más alta del reino- me explicó, encima de ella llevaba la de la Jarretera y la del Imperio británico. Se ajustó bien la banda que iba con la condecoración española, con rayas azules claritas y blancas.

-¿Estás mejor?- preguntó con voz cariñosa, rodeándome con sus brazos.

-Sí; Alice me ha preguntado, se ha dado cuenta de que algo iba mal esta mañana- le expliqué, mordiéndome el labio.

-Te ha contado lo que le pasó a ella hace unos años- adivinó.

-Sí, me lo ha dicho, este tipo es un impresentable- siseé.

-Es un completo idiota- espetó cabreado -si le vuelvo a ver cerca de ti, no sé lo que haré-.

-Tranquilo- le besé suavemente -por suerte, tengo un novio estupendo y un poco celosillo, que estará encantado de rescatar a su princesa- le dije en bromas, tratando de que se olvidara.

-¿Quieres qué te rescate, cómo en las novelas románticas?- indagó divertido.

-Ajá...- suspiré contra sus labios, los cuales volví a besar suavemente. Esta vez no me soltó tan pronto, y nuestros labios se movieron en perfecta armonía unos minutos más. Mis manos fueron a su pelo, acariciándolo lentamente. Se separó de mi, mirándome fijamente.

-No volverá a hacerte daño cariño, te lo prometo- escondí mi cara en su cuello, dejando allí un pequeño besito. No podía dejar de estar preocupada y nerviosa por lo que había pasado esa mañana, pero estaba segura de que Edward no dejaría que nada así volviera a suceder.

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Los alrededores del teatro y del Palacio de Oriente eran un hervidero de gente y de periodistas. Nada más salir del coche, nos volvimos en dirección a la gente, saludándoles con la mano. Aunque no estuviéramos en Londres, la gente coreaba los nombres de todos los miembros de las familias.

-Alteza, señorita Isabella- un periodista español, en un precario inglés, nos pidió que posáramos con Alice y sus padres, que estaban a la entrada del teatro. Mientras disparaban las cámaras, llegaron Chris y Made con los reyes daneses y la familia real sueca. Después de saludar a la multitud, se acercaron a nosotros. Las chicas iban con tiaras y bandas, y los chicos similares a Edward.

-Qué guapa, Bella- alabó Ingrid, estudiando mi vestido. Llevaba una impresionante diadema de rubíes.

-Tú también- le devolví en respuesta -la tiara es preciosa- alabé.

-No es la que más me gusta; pesa un poco más que las otras- me explicó -generalmente ésta la usa mi hermana, pero hoy me ha pedido que se la cambie- me confesó con una sonrisa. Mi cuñada se acercó a nosotras; llevaba su aderezo de zafiros que había visto tantas veces. Los periodistas nos sacaron una foto en grupo, junto con los herederos holandeses; estaba entre Edward y Madde, cuándo vi acercarse a los noruegos por la alfombra. Me tensé un poco, pero la mano de mi novio se posó en mi espalda, acariciándola imperceptiblemente de arriba abajo. Ni siquiera nos miraron, y entraron directamente al teatro, después de posar un segundo para otra cámara.

Nos acomodaron en un pequeño palco, con Alice y la princesa Indrid y su marido. En otro a nuestra izquierda estaban Chris y Madde, con Johan y Eloise. A la pobre Desireé y su esposo les tocó con Sven y Anne Louise. Nos pusimos de pie cuándo las notas del himno español empezaron a sonar; entraron los reyes, seguidos de Carlos y Valeria y de sus hermanas y cuñados. A la función también había acudido el gobierno en pleno, aristocracia y gente relevante de la vida social y cultural española. Carlisle y Esme estaban en otro palco, junto con otros soberanos.

El concierto, a cargo de la orquesta sinfónica nacional, iba acompañado de imágenes, que se proyectaban en una enorme pantalla detrás de la orquesta. Reproducían diferentes momentos de la vida del rey Juan y su familia. Edward no dejaba de explicarme cada pieza musical que escuchábamos, se veía que estaba disfrutando, ya que por lo que me dijo, la selección musical era bastante buena. Al acabar el concierto, nos dirigimos a pie hacia el palacio, para la cena de gala.

-¿No entramos por la plaza de la armería?- le señalé la puerta que quedaba enfrente de la catedral.

-Yo también creía que entraríamos por ahí- se extrañó -pero parece ser que no- me indicó con la cabeza una entrada a palacio que quedaba justo enfrente del teatro. Subimos por una pequeña escalinata hasta el primer piso, dónde ofrecieron un pequeño cóctel mientras esperábamos a los anfitriones.

-¿Qué os ha parecido el concierto?- Madde se acercó a nosotros y a Alice.

-Ha sido bastante original- opiné -con las imágenes pasando, ha quedado muy bonito-.

-Cierto- Alice secundó lo que dije, mientras cogíamos una copa de champagne. Los aplausos interrumpieron nuestra conversación, señal de que los anfitriones habían llegado a la sala. Antes de pasar al comedor, los reyes españoles y sus familiares saludaron uno por uno a los invitados, pero en un ambiente relajado y sin protocolo.

-¿Os ha gustado el concierto?- nos preguntó la reina Ana al acercarse a nosotros.

-Ha estado muy bien- le respondió Alice con una sonrisa.

-¿Qué te ha parecido Madrid, Bella?- Carlos se acercó con su mujer; apenas le habíamos visto esta mañana en la exposición; apenas podían pasar unos pocos minutos con cada uno de nosotros, ya que cómo anfitriones, estaban pendientes de todo el mundo.

-Lo poco que he visto me ha encantado; es una ciudad fascinante-.

-La pena es que no podáis quedaros con nosotros- dijo Valeria, con una mueca de pena -vamos a ir a Granada-.

-Sí que es una pena- expreso mi novio con un mohín de fastidio -tendremos que volver; me gustaría que Bella viera la Alhambra- le dí la razón; Edward me había hablado de la Alhambra y de Granada, y me gustaría verla aunque fuera una vez.

-Podríais venir un fin de semana en septiembre- sugirió Carlos -ya habréis vuelto de la luna de miel y todavía hace buen tiempo-. Miré a Edward con una mueca de ilusión en mi cara.

-Podría ser... veremos que compromisos tenemos e intentaremos venir- dijo contento.

-Hablando de la luna de miel, ¿dónde os vais?- preguntó curioso Chris.

-Primero nos vamos a una playa desierta, lejos de todo y de todos- le explicó mi novio malicioso- para desconectar del ajetreo y descansar; y después visitaremos varios países- terminó de decir con una sonrisa satisfecha.

-¿Cómo cuales?- inquirió curiosa Valeria. Mi novio meneó la cabeza.

-Es un secreto de estado- dijocon uns sonrisa pilla -sólo lo saben nuestros padres, y nadie más; y no me mires así- se volvió a Chris -que tú hiciste exactamente los mismo-. El aludido rodó los ojos.

-Es normal; esperemos que no os pillen los periodistas por ahí- aprobó Valeria -nosotros estuvimos unos días en Zanzíbar, en la playa, y después visitamos Australia y Nueva Zelanda- me relató confidente.

-Seguro que Alice sabe algo- Chris dirigió su vista hacia mi pequeña cuñada, que negó cómicamente con la cabeza.

-Yo tampoco lo sé, así que de poco te va a valer sonsacarme- dijo mi cuñada entre risas. Un rato después, mientras charlábamos con Esme y Carlisle, dieron la señal para empezar a pasar al comedor. Había una gran mesa alargada, y del centro y los extremos de ésta salían otras tres mesas, también alargadas, pegadas a la pricnipal y formano una E. Carlisle y Esme estaban en la mesa central, y nosotros en la que quedaba en medio, al lado del resto de herederos. Alice estaba en otra, con el resto de los príncipes.

Edward quedaba enfrente mío, entre Madde y Eloise; yo, cómo una vez me explicó Esme, estaba entre sus maridos. Los príncipes holandeses también eran muy agradables, de modo que la cena iba a ser divertida. Eché un vistazo, y vi que los noruegos estaban unos cuántos asientos apartados de nosotros, y no pude evitar suspirar para mis adentros, aliviada. El rey Juan pronunció un emotivo discurso, agradeciendo la presencia de todos en esa noche tan especial para ellos; el idioma oficial de los actos era el inglés, que casi todos hablaban. Después repitió el discurso en español, para terminar brindado con toda la sala, y la cena dio comienzo.

Eché un vistazo a la mesa, impecable y espléndida, tanto en el servicio de mesa cómo en la decoración, preciosa con altos candelabros de plata y flores en diferentes tonos rosas y malvas a lo largo de ella.

-¿Sabes que en noviembre venís a Amsterdam, de visita oficial?- me preguntó Johan.

-Sí; nos lo dijeron hace una semana- le expliqué mientras comíamos -¿estaréis vosotros, verdad?- le pregunté curiosa.

-Por supuesto; y también mi madre y mis hermanos, a los que conocerás el mes que viene en Londres- me contó. La reina holandesa quedó viuda hace unos años.

-Un consejo Bella- Chris nos interrumpió -si no te gustan los sabores fuertes, no pruebes su queso-.

-Te recuerdo que los quesos daneses son más fuertes que los holandeses- replicó Johan divertido. Se enfrascaron en una cómica conversación a cuenta de las gastronomías locales.

-Sí queréis algo fuerte, podemos poneros haggis escoceses en la cena de la boda- les dijo Edward con malicia y una sonrrisilla inocente. Ambos agradecieron el ofrecimiento de mi prometido con sarcasmo y una mueca de asco en la cara.

-Ni lo menciones- le reprochó Chris -todavía se me revuelven las tripas sólo con acordarme-.

-Veo que lo habéis probado- observé, conteniendo la risa.

-¿Fue peor que el pescado que os pusieron en la visita a Japón, que todavía nadaba en la cazuela?- interrogó Madde a Johan, ante la diversión de todos.

-Tampoco me lo recuerdes, por favor- Eloise se ponía verde del mareo por momentos -una cosa es comer sushi... pero eso... buag- se revolvió en su silla -por suerte, no nos hicieron probarlo-.

El pescado que nos sirvieron, sin embargo, estaba delicioso, pero Edward y Chris no pararon de tomarles el pelo con las delicias culinarias japonesas. No me había reído tanto en la vida; Chris y Emmet debían ser familia, porque en el carácter eran igualitos. Una vez terminó la cena, pasamos a otro salón para tomar el café; antes del baile, salimos a los balcones que daban a los jardines de palacio, dónde iba a tener lugar el espectáculo de fuegos artificiales, que ponía fin a las celebraciones. Edward me rodeó por detrás mientras contemplábamos las luces de colores, junto con las fuentes encendidas y la iluminación del jardín, el ambiente que se creó era de ensueño.

-¿Lo has pasado bien?- me susurró al oído, entrelace los dedos de nuestras manos, unidas por delante de mi cuerpo, asintiendo con un suspiro.

-Muy bien- le respondí -es todo increíble... parece un sueño- murmuré en voz baja.

-Pues esto no es nada, en comparación con lo que vas a vivir dentro de un mes- su aliento golpeó mi nuca, haciendo que la piel de mi cuello se pusiera de gallina. Volví la cabeza, mirando a mi novio; dejó un pequeño beso en mis labios, mientras que mis pensamientos volaban hacia el próximo mes... y tenía razón Edward... no podía ni imaginármelo.

 

Capítulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja! Capítulo 43: Víspera de boda

 


Capítulos

Capitulo 1: Prólogo Capitulo 2: Dulces y Dolorosos Recuerdos Capitulo 3: Adiós Forks...hola Londres Capitulo 4: Regreso al hogar Capitulo 5: Primer día de clases Capitulo 6: Los principes azules si existen Capitulo 7: Largo verano de incertidumbre Capitulo 8: Entre sedas y terciopelo Capitulo 9: Volverte a ver Capitulo 10: Reacciones Capitulo 11: Besos furtivos Capitulo 12: Norfolk Park Capitulo 13: Simplemente amor Capitulo 14: Desahogo Capitulo 15: Confesiones suegra- nuera Capitulo 16: Un americano en Londres I Capitulo 17: Un americano en Londres II Capitulo 18: Un verano inolvibable I Capitulo 19: Un verano inolvibable II Capitulo 20: Chantajes Capitulo 21: Descubrimientos Capitulo 22: Un país sorprendido Capitulo 23: Acoso y derribo Capitulo 24: No hay final feliz Capitulo 25: Soledad Capitulo 26: Anhelo Capitulo 27: Quiero y no puedo Capitulo 28: Sospechas Capitulo 29: Hallazgos asombrosos Capitulo 30: Abriendo los ojos Capitulo 31: Y sin ti no puedo vivir Capitulo 32: Volviendo a vivir Capitulo 33: La Prometida del Príncipe Capitulo 34: Una pareja más o menos normal Capitulo 35: Salida al mundo Capitulo 36: Anochecer bajo el puente de los suspiros Capitulo 37: London Fashion Week Capitulo 38: California Dreamin Capitulo 39: Entre leyes y bisturíes Capitulo 40: ¿Qué llevas debajo? Capitulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja! Capitulo 42: Encajando en el puzzle Capitulo 43: Víspera de boda Capitulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa Capitulo 45: Perdidos Capitulo 46: Cumpliendo un papel Capitulo 47: Primeras navidades de casados Capitulo 48: Apuestas Capitulo 49: Nueva vida en palacio Capitulo 50: Epilogo Capitulo 51: Outtake 1: Verano real en Forks Capitulo 52: Outtake 2: Obligaciones reales Capitulo 53: Outtake 3: ¡Qué alguien atrape a ese ratón!

 


 
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