Un Cuento de Hadas Moderno (+18)

Autor: caro508
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2010
Fecha Actualización: 02/12/2010
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 29
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Capítulos: 53

Bella recibe una beca para estudiar su carrera universitaria en Londres; allí conocerá a un chico de ensueño...¿los príncipes azules existen?, puede que sí.


Hola aquí estoy con otra historia que no es mía, le pertenece Sarah-Crish Cullen,  yo solo la subo con su autorización, es otra de mis favoritas, espero les guste…

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; los que no pertenecen a la saga son de cosecha propia de la autora. Las localizaciones y monumentos de Londres son reales.

 

 

 

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Capítulo 36: Anochecer bajo el puente de los suspiros

Mis nervios estaban a flor de piel; hacía justo una semana del ballet en el Covent Garden... y se avecinaba otro momento crucial... el viaje oficial a Roma. Después de repasar los actos a los que asistiríamos con Maguie, ella nos presentó al equipo que, a partir de ahora, viajaría siempre con nosotros.

-A Demetri ya le conoces, Bella. Él es el encargado de verificar que la agenda se cumple, recoger peticiones de audiencias privadas y despachar el correo y notificaciones que puedan surgir... algo así cómo un secretario- explicó resuelta. Edward ya había viajado con él en algunas ocasiones, de modo que ya se conocían bastante. Yo lo recordaba de cuándo entró a trabajar en palacio, junto con Félix.

-Ella es Zafrina Bereskhova- una mujer de unos cuarenta años, piel casi tan pálida como la mía, rubia y de ojos azules, se adelantó un paso, para saludarnos -ella será vuestra asistente personal. Se encargará del equipaje, de verificar y comprobar el alojamiento... cualquier cosa que necesitéis, no dudéis en pedírselo a ella-.

-Es un placer conocerla- dije contenta, acompañada por un asentimiento de cabeza por parte de mi novio -perdone mi curiosidad, ¿es usted rusa, o de algún otro país...?- dejé la pregunta inconclusa.

-Soy de descendencia bielorrusa. Mis padres emigraron a Inglaterra siendo jóvenes, antes de conocerse. Se casaron unos años después, y tanto yo cómo mis hermanos hemos nacido aquí- nos explicó amablemente. Félix y Zafrina estuvieron charlando unos minutos con nosotros., hasta que Edward se disculpó.

-Debo hablar unos minutos con mi padre y Demetri; sobre la entrevista con el Presidente italiano; volveré en un rato- me susurró, dejando un suave beso en mi mejilla y despidiéndose del resto. Alice y Esme entraron en ese momento, y decidí preguntar unas dudas que tenía... entre ellas, el vestuario.

-Ten en cuenta que vais a asistir a dos cenas oficiales... por lo tanto dos vestidos de noche, largos... y uno de repuesto- explicó la pequeña duende.

-Para los distintos compromisos trajes; bien de pantalón, falda o vestidos... con sus correspondientes complementos- seguía diciendo mi cuñada. Esme le preguntó a Zafrina algunas cosas más, confirmando detalles.

-El hotel está avisado; para el servicio de peluquería, subirán a peinarla a la habitación- me explicó -así cómo el servicio de desayuno y de alguna comida o cena que realicen en él algún otro día; la embajada pone varios coches a su disposición, para trasladarlos a los distintos actos; y por supuesto, para la seguridad- explicó. Estaba muy asombrada... cuándo un miembro de la familia viajaba, movilizaban a mucha gente, por no hablar de los escoltas. Edward regresó, con su padre y Jasper, que se unieron a la pequeña reunión.

-La reserva está confirmada, tanto en Roma cómo en Venecia. Seis noches en el Hotel Hassler de Roma, en la suite Hassler Deluxe; y tres noches en el hotel Cipriani-Pallazo Vendramin de Venecia, en la suite Dogaressa- me quedé un poco sorprendida. Edward observó mi cara, y apareció su sonrrisilla inocente.

-¿Suites?- sabía que ellos no irían a un simple hotel, evidentemente... pero la palabra me imponía... no lo podía negar.

-Son los hoteles dónde normalmente nos alojamos- me explicó Edward. Las diferentes salas y dormitorios que componen la suite ocupan casi toda la planta; por las medidas de seguridad, es lo más cómodo- me explicó. Decidí que después ojearía los hoteles por internet, en compañía de Edward. Después de discutir otras cuestiones, dimos por concluida la reunión... pero Edward y yo nos quedamos unos minutos más con Demetri y Zafrina.

-Cómo saben; después de la visita oficial, estaremos dos días más en Roma, y los otros dos en Venecia, de visita privada- ambos asintieron -esos días no será necesario que vengan con nosotros, excepto la seguridad; por lo tanto, tienen esos días libres para visitar las ciudades también- ambos volvieron a asentir.

-Nos lo imaginábamos; ¿querrán que saque entradas para algún museo, teatro...?-preguntó Zafrina. Edward asintió, y la mujer se dispuso a tomar nota.

-En Roma, para los Museos Vaticanos y el Pallatino -le miré para que me lo explicara -¿no quieres ver el Coliseo, el Arco de Trajano y todo eso?- afirmé enseguida con la cabeza, provocando su risa divertida -en Venecia, entradas para el tesoro de la Basílica de san Marcos y para el Palacio Ducal- estaba emocionada; siempre había oído hablar de esos lugares... y poder conocerlos , de la mano de Edward, sería inolvidable.

Zafrina tomó nota de todo, dirigiéndonos una sonrisa -no se preocupen, déjenlo en mis manos-.

Nos despedimos de ellos, y después de cenar con la familia, una vez en nuestra habitación, echamos una ojeada a los hoteles... si el de las Seychelles me dejó sin palabras, éstos no se quedaban atrás.

-Ésto que se ve aquí, en frente del hotel, es la Plaza de España, con las escalinatas Trinitá dei Monti, y la iglesia del mismo nombre. El hotel está muy cerca de la Piaza del Popolo y de la Fontana di Trevi- la suite era un sueño... y la de Venecia, con vistas al Gran Canal y a la Basílica de San Marcos... no tenía palabras.

-¿Cómo vamos a llegar a los monumentos?- le pregunté, observando que entre el hotel y la Plaza estaba el Gran Canal de por medio.

-El hotel tiene un servicio privado de lanchas las veinticuatro horas del día- me tranquilizó. Cómo estaba sentada encima de sus piernas, rodeó mi cintura con sus manos, haciendo que girara y quedara cara a cara con él.

-¿Qué te parece?- me interrogó.

-Es un sueño Edward... todavía no puedo creerlo- escondí mi cara en su cuello, abrazándole.

-Pues vete acostumbrándote- susurró, dejando un beso en mi mejilla -habrá veces que, por problemas de agenda, no podamos tener días libres para hacer turismo... pero quería que recordaras tu primer viaje... y nos vendrá bien descansar unos días del ritmo que llevamos con las clases- me explicó.

-¿Podremos hacer compras?- me miró divertido -me gustaría aprovechar y comprar algunos regalos de navidad, ya que estamos allí- puse un tierno puchero, imitando a su hermana.

-Creo que pasas demasiado tiempo con Alice – exclamó divertido -también haremos compras- me prometió. Estaba dejando un pequeño beso en sus labios, cuándo mi teléfono sonó. Puso cara de pena, por apartarme de él, refunfuñando un poco. Contesté a Sue con una sonrisa.

-Hola- saludé alegremente.

-Hola hija, ¿cómo estáis?- preguntó.

-Muy bien, preparando el viaje a Italia- le expliqué, mientras Edward tomaba mi mano de nuevo, sentándome en sus piernas -espera, que pongo el manos libres, Edward está aquí- al momento, su voz se oyó por toda la habitación. Nos preguntó cosas del viaje, y de los preparativos de la boda.

-Poco más de lo que sabéis- le conté -a partir de que pasen las navidades, nos meteremos más a fondo en el asunto- le iba contando, a ratos interrumpida por Edward. Oímos gritar a alguien a lo lejos... Edward y yo nos miramos extrañados.

-¿Está la abuela en casa?- pregunté curiosa. Sue se calló unos momentos, y de verdad me asusté.

-¿La abuela está bien, verdad?- Edward me miraba preocupado, escuchando atento al teléfono.

-Verás Bells... nos la hemos traído a vivir a casa- nos explicó -no por temas de salud, está estupendamente... pero en la residencia ya no podía estar tranquila. Los periodistas se enteraron de que la abuela estaba allí, y tu padre, después de hablar con el director, decidió que era mejor traerla a casa. Un día se armó un buen revuelo, y allí hay personas ancianas y enfermas...- dejó la frase inconclusa.

-Lo siento mucho Sue, es por mi culpa- le respondí, pesarosa y triste. Edward negó con la cabeza lo que yo había dicho, tranquilizándome.

-No hija, en absoluto. No os preocupéis. Sabes que yo trabajo por las mañanas, de modo que por las tardes estoy con ella. El doctor viene a verla dos días a la semana, y hemos contratado una enfermera para cuándo yo estoy trabajando... pero por lo demás esta divinamente. Colecciona todos los recortes y fotos de las revistas dónde salís- nos explicó. Edward y yo reímos.

-¿Y Charlie?, ¿cómo lleva que la abuela esté en casa?- la divertida pregunta de Edward hizo reír a Sue.

-Ya los conoces... son como el perro y el gato. Papá y yo estamos haciendo obras en casa, algunos cambios- Edward iba a preguntarle, pero nos interrumpió.

-Lo veréis cuándo vengáis en navidades- aclaró. Después de unos minutos más hablando, nos despedimos de ella, quedando en que si todo iba bien, hablaríamos con ellos a la vuelta.

El sábado pasé parte del día escogiendo los trajes que metería en la maleta, aconsejada por Rose y Alice. También dos empleados de palacio se encargaron de meter las joyas y una de las condecoraciones italianas, que Edward luciría en una de las cenas, en unos maletines acorazados, de los cuales solo Zafrina y uno de los miembros de seguridad sabían la combinación para abrirlo.

Finalmente, el domingo la familia nos despidió a las cinco menos cuarto de la tarde, hora en la que tomamos los coches, para dirigirnos al aeropuerto. Una vez en el avión, Mary, que nos acompañó a Mahe el año pasado, nos recibió con una sonrisa. También conocí al Mildred, la otra azafata, y volví a saludar al resto de la tripulación.

-¿Cuántas horas son de vuelo?- interrogué a Edward, una vez despegamos y pudimos quitarnos los cinturones.

-Tres horas, no es mucho- me explicó. Se había quitado la chaqueta del traje, y la corbata no se la pondría hasta que bajáramos... no le gustaban mucho, y eso que las usaba a menudo. Zafrina y Demetri se acercaron a nosotros, sentándose enfrente. Nos trajeron café y un surtido de pastas y galletas, y empezó la conversación.

-En el aeropuerto los recibirán los señores Calfrey- miré a Edward, que me sacó del apuro con una sonrisa.

-Los embajadores de Inglaterra- me explicó.

-También Federicco Tazzini, Ministro italiano de Asuntos Exteriores. Ellos les acompañarán hasta el hotel. Una vez instalados, cenarán en la habitación, y podrán descansar hasta el día siguiente- nos iba contando.

-El señor Haldery llegará mañana por la mañana, en un vuelo procedente desde Estambul- nos explicó Demetri. El señor Haldery era el Ministro inglés de Asuntos Exteriores.

-A las once tienen audiencia con el Presidente de la República, en el Palacio del Quirinale, y después un almuerzo privado con el Presidente y su familia. Por la tarde, acompañados de los mismos, visita a las Termas de Caracalla, el Circo Máximo y las Catacumbas de Via Apia- siguió relatando Zafrina.

-Las termas están siendo restauradas, y una de las compañías que está trabajando en ello pertenecen al departamento de arqueología de la universidad de Oxford- añadió Demetri, pasándonos un papel, explicando la labor que realizaba allí el departamento de arqueología. También nos pasaron una lista, con la gente invitada tanto a la cena de la Embajada como a la cena de gala que ofrecía el presidente. Una hora después, terminado el repaso y las observaciones, apoyé la cabeza en el hombro de Edward, con cuidado de no arrugarle la camisa.

-Menudos tres días nos esperan- murmuré -¿no te resulta agotador ir de un lado para otro sin parar?-.

-A veces se hace pesado... pero ahora no me importa- dijo, mirándome fijamente -por fin vienes conmigo... llevaba mucho tiempo esperándolo- terminó de decir, cogiendo mi mano y jugando con el anillo.

-¿Crees que lo haré bien?; conoceré a mucha gente importante- medité en voz alta, suspirando.

-Claro que sí... poco a poco te irás acostumbrando; y recuerda que yo estaré a tu lado- pasó un brazo por mis hombros, haciendo que quedara recostada en su pecho. Me abrecé fuertemente a él, -por cierto, te queda muy bien el traje- observó. Llevaba un traje pantalón negro, con una blusa de gasa en tonos malvas oscuros. La chaqueta era estilizada, y se pegaba a mi cuerpo; tenía un broche en la solapa, de la misma tela que la chaqueta, semejando una flor. Los pantalones era un poco anchos, ligeramente acampanados al final. Los zapatos negros, un poco altos y de punta redonda, y el bolso de estampado de serpiente, en tonos malvas, completaban el atuendo.

-No sabía que ponerme- le confesé con una risa -y cómo van a recibirnos al aeropuerto, no me pareció correcto ir en vaqueros- rió conmigo, besándome el pelo -supongo que tendré que hacer el nudo de la corbata- adiviné en voz alta.

-Se te da mejor que a mi- admitió, sonriendo -no quiero que estés nerviosa; no te voy a dejar sola- me volvió a repetir. Le agradecí sus palabras con un pequeño beso. Me conocía mejor que nadie, y sabía que mis nervios estaban a flor de piel, y siempre me animaba... en verdad, me sentía afortunada de tenerle a mi lado. Seguimos con la charla, contándome cosas de Roma y de Venecia. Me moría porque llegaran esos cuatro días libres; se nos pasó el viaje sin darnos cuenta, hasta que Mildred nos avisó que en veinte minutos aterrizábamos. Edward se puso la chaqueta, y conseguí hacerle un nudo decente en la corbata granate que llevaba.

-Listo- exclamé contenta.

-Gracias- exclamó divertido, aflojándose un poco el nudo -pero no es necesario que me ahogues- susurró en mi oído.

El avión paró en una de las pistas privadas del aeropuerto de Fiumicino. Me miré por última vez al espejo, poniéndome bien la chaqueta y colgándome el bolso, antes de bajar. Al abrirse la puerta, Edward tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos.

-¿Preparada?- suspiré mientras asentía; me dio un pequeño beso, y nos dispusimos a bajar. Aunque ya era de noche, pude distinguir a varias personas al pie de la escalerilla. Bajé con cuidado, agarrada de la mano de Edward y la otra en la barandilla, no me fiaba de los tacones. Un matrimonio mayor, ambos bajitos y de complexión ancha, se adelantaron, dándole la mano a mi novio.

-Alteza, bienvenido de nuevo a Roma-. La mujer también le saludó, y después el matrimonio giró su cara hacia mi.

-Señor Calfrey, señora Calfrey; les presento a Isabella Swan, mi prometida- tomé la mano que me ofrecían, desde que bajamos del avión, los periodistas no hacían más que tomarnos fotos.

-Es un placer conocerla en persona al fin; y nuestra más sincera enhorabuena por la boda- eran muy simpáticos y campechanos. Hablamos con ellos unos minutos, y también saludados al ministro italiano. Era un hombre de unos cuarenta años, muy serio y parco en palabras.

-Espero disfruten de su visita a tierras italianas- hablaba bien inglés, aunque con un marcado acento italiano... sonaba muy raro. El camino hasta el hotel duraba una media hora. A través de las lunas tintadas del enorme Audi, observaba la ciudad, adornada con la iluminación nocturna.

-¿Qué te parece?- sentí que Edward también acercaba su cabeza al cristal, apoyándola contra mi mejilla.

-Uffss... es increíble- murmuraba admirada. Por fin llegamos al hotel. Desde la entrada principal, se admiraban las escalinatas de las que me había hablado Edward, y había una vista fabulosa de la Plaza de España. Después de despedirnos de los embajadores, del ministro y del gerente del hotel, que había salido a recibirnos, subimos a nuestra habitación. Estaba apabullada, todavía no conseguía acostumbrarme a tanto lujo... ni siquiera a la que era ahora mi casa. La suite se encontraba en el primer piso, y desde la sala se podía acceder a la terraza privada.

Una vez Zafrina ordenó nuestra cena y saqué con ella el equipaje, nos dejaron una rato a solas. Me quité los zapatos y la chaqueta, y salí a admirar las vistas.

-Qué ganas tengo de recorrer la ciudad- le dije a Edward. Rodeó mi cintura con sus brazos, y apoyé mi cabeza en el -tienes que enseñarme muchas cosas... mi guía particular- me dio la vuelta, abrazándome con una sonrisa pícara.

-Su guía andante de Italia a sus pies- se auto nombró mientras reía.

-Tonto- susurré mientras iba acercándome a él.

-Ya era hora de que me dieras un beso en condiciones- se quejó divertido. Su aliento, dulce y templado, pero a la vez varonil, chocó contra mi cara, y no pude evitar que mis labios terminaran en los suyos, moviéndose con insistencia y como siempre, haciendo que el mundo se detuviera en torno a nosotros.

A la mañana siguiente, el despertados sonó a las ocho de la mañana en punto. Era para mi, ya que en media hora vendría la peluquera del hotel. Me duché con calma, y con unos pantalones de chándal y una camiseta, salí a la pequeña sala, dónde Zafrina y Demetri ya estaban esperándome, perfectamente vestidos y despiertos. Cogí un café, para poder despertarme, y enseguida llamaron a la puerta.

Una hora después, mi pelo estaba arreglado. Lo llevaba suelto, completamente liso, y varias horquillas, escondidas entre mi pelo, apartaban la mayoría de los mechones que caían sobre mi cara, a excepción del flequillo, que me gustó cómo me lo peinaron, con la raya hacia un lado. Tendría que explicárselo a Lexie. También me maquilló un poco, y con la ayuda de Zafrina, que hablaba italiano, le expliqué más o menos lo que quería.

Y pensar que antes no me acercaba a una peluquera más que lo imprescindible... rodé los ojos mentalmente. Volví a mi habitación, dónde Edward ya estaba medio vestido.

-Buenos días pequeño- le saludé con un pequeño beso, que el me devolvió gustoso.

-Buenos días cariño, ¿has desayunado?- me preguntó. Negué con la cabeza.

-Sólo me he tomado un café rápido antes de que me arreglaran, para despertarme por completo; esperaba desayunar en condiciones contigo- le guiñé un ojo; rió divertido, mientras me rodeaba la cintura con sus manos.

-Tengo un plan mejor- esperé curiosa y divertida a que hablara -podemos quedarnos aquí, en nuestra habitación y...- sus labios recorrieron parte de mi cuello y mi hombro derecho.

-¿Y el presidente?- le pregunté divertida.

-Bah... que se espere un rato- repuso burlón. Me reí... pero esos besos en mi cuello eran una tortura para mi, y si no paraba, no sé dónde terminaríamos. El sonido del teléfono nos sacó del apuro. Edward contestó, colgando unos segundos después.

-Ya tenemos el desayuno en la sala- me explicó -volviendo a mi lado- no creas que lo de antes se ha terminado- me dijo en voz baja.

-Te lo recordaré a la noche- murmuré de vuelta, dirigiéndome al armario. Pude sentir un suave golpe en mi trasero, con la risa divertida de Edward.

Al final, opté por un vestido recto, con una pequeña abertura detrás de la falda. El escote era cuadrado, y llevaba un pequeño cinturón, que delimitaba el final de mi cintura con el comienzo de las caderas. Era de manga francesa, y de seda en color ciruela, entre rojo y morado. Por encima llevaba un abrigo negro, a la altura de las rodillas, al igual que el vestido, con bordados de hilo, también en negro, formando brocados y grecas. Me puse los zapatos de ayer, y cogí un bolso negro pequeño, pero que podía colgármelo al hombro.

Me puse los pendientes pequeños en forma de lágrima, y la pulsera, que aun no la había estrenado.

Una vez en el coche, camino del palacio del Quirinale, Edward me contó acerca del presidente y de su familia. Por lo visto, al igual que el primer ministro italiano, debía ser bastante serio y poco hablador. Al traspasar la puerta del madera, observé los jardines que rodeaban el patio interior, y al presidente y su mujer, esperándonos. El era bastante mayor, con gafas y ese rictus serio del que me había hablado Edward. Su mujer era bastante más joven, vestida impecable con un traje en tonos marrones. Cuándo Quil me abrió la puerta, ya estaba Edward ayudándome a bajar. Tomada de su brazo, nos dirigimos a nuestros anfitriones; me extrañó que ellos no se acercaran, por protocolo, debía ser así, pero no bajaron las escaleras.

-¿No deberían haber bajado ellos?- le susurré en voz baja.

-Se supone que sí... no sé qué le habrá dado ahora- me contestó, encogiéndose levemente de hombros. Tampoco nos íbamos a matar por subir las escaleras, pero cómo todo ésto llevaba un sistema de organización y protocolo tan revisado al milímetro, me extrañó.

-Bienvenido alteza- hablaba muy bien inglés, sin apenas notarse el acento italiano.

-Muchas gracias- agradeció; después de saludar a la Primera dama, iba a presentarme, pero el hombre se adelantó.

-Por fin viene acompañado. Suponemos que es su novia-.

-Mi prometida, Isabella Swan- le corrigió. El señor miró extrañado a su esposa, que rodó los ojos, suspirando frustrada.

-¿Acaso no viste las imágenes del compromiso en la televisión?- su marido negó con la cabeza -ruego perdonen a mi marido; pero en esa época estuvo en el extranjero; y eso que ayer se lo recordé- le reprochó divertida. Me caía muy bien la mujer.

-Mencionaste que el príncipe venía con su novia, simplemente eso- se excusó el presidente Gracietti, que se adelantó para saludarme.

-Encantado de conocerla, y ruego me disculpe-.

-No se preocupe, no pasa nada- con una pequeña sonrisa, me giré hacia su mujer.

-Enhorabuena por la boda; me llamo Eliza Gracietti. Por favor, considérense en su casa-.

-Un placer conocerla. Es un honor estar aquí; su ciudad es maravillosa- le dije en plan confidente.

-¿Es la primera vez que viene a Italia?- asentí, tomando de nuevo el brazo de Edward.

-Le encantará nuestra tierra y nuestras costumbres; tiene nombre italiano- observó Eliza.

-Fue idea de mi madre -le expliqué con una pequeña sonrisa -no me pregunten por qué- aclaré. El matrimonio asintió divertido. Después de posar para la prensa, nos condujeron al interior del palacio. Zafrina y Demetri entraron tras nosotros, seguidos de la seguridad. Una vez las puertas se cerraron, un empleado se acercó, pidiéndome el abrigo y el bolso.

-Mientras ellos hablan unos minutos, venga conmigo- me señaló una de las salas. Sabía que Edward debía hablar a solas con el presidente, de modo que acompañé a la señora Gracietti. El palacio era enorme, y por lo que había leído acerca de su historia, fue mandado construir por el Papa Sixto V a finales del siglo XVI, y hasta 1870, fue la residencia estival de los Papas. Desde entonces, fue la residencia de los reyes, y después, de los presidentes de la república.

Me condujo hasta una pequeña sala, dónde tenían preparado una mesa con te, café y otros dulces.

Charlamos durante un buen rato, en un ambiente relajado. En verdad que Eliza era muy amable, e hizo todo lo posible porque me sintiera cómoda. Me habló de la visita que haríamos con ellos a la tarde, a Caracalla. Edward y el presidente se unieron a nosotros una hora después, y de la mano de mi novio, nos enseñaron el palacio y los espléndidos jardines; bueno, a mi, ya que Edward ya había estado. Desde la colina del Quirinale había unas vistas increíbles de la ciudad.

La comida, a base de pasta fresca y carpaccio, fue deliciosa. Me encantaba la comida italiana, y no tenía nada que ver con la que se comía en restaurantes fuera de allí. En los postres, el presidente se dirigió a nosotros, agradeciendo nuestra visita y entregándonos unos regalos. Esme me había explicado que, por protocolo, cuándo vas a visitar a un país extranjero, es normal que se entreguen regalos a los ilustres invitados; la mayoría de las veces, objetos artesanos de la zona.

Recibimos dos jarrones inmensos, hechos de cristal de murano, para adornar nuestra casa, y Edward unos gemelos de oro blanco, con un reborde azul, hecho del mismo cristal. A mi me obsequiaron con un camafeo de nácar, que podía usar en una gargantilla o como broche, y un colgante de diamantes, de diseño antiguo. Admiré las joyas con detenimiento, agradeciéndoles al matrimonio su gesto.

-El camafeo es típico de la región de Nápoles; allí se fabrican artesanalmente desde hace varios siglos- me contó Eliza.

-Es muy amable de su parte- dijo Edward, admirando los gemelos y mis regalos.

-Es un placer y una alegría que les guste, pueden tomarlo cómo un regalo de bodas adelantando- mi novio y yo sonreímos a la mención de la boda, agradeciéndoles una vez más los regalos.

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Durante la tarde de ayer y parte del día de hoy apenas habíamos parado. Después de la comida con el presidente y su esposa, regresamos al hotel para poder descansar un poco, y cambiarme de ropa, no iba a ir con unos taconazos a recorrer ruinas romanas, mis pies no lo soportarían. Allí estuvimos con el departamento inglés que colaboraba en la restauración. Charlamos unos minutos con ellos, y ellos nos explicaron que era lo que hacían exactamente, y nos iban mostrando cosas. Llegamos tan agotados, debido a la caminata, que después de cenar no supe nada más de mi hasta el día siguiente.

Esta misma mañana, asistimos a la inauguración de una muestra de pintores ingleses entre los siglos XVI y XVIII, en la Galería Borghese. Del brazo de Edward, recorrí, aparte de la mencionada exposición, algunas de las salas más famosas, admirando cuadros de Rafael, Tiziano o Caravaggio, entre otros, e impresionantes esculturas de Bernini y otros artistas. Eché de menos a mi saltarina cuñada, ella, cómo estudiante de Historia del Arte, era quién mejor nos lo podría explicar. Comimos allí, ya que habían organizado un almuerzo en las terrazas acristaladas del piso superior, con vistas a los famosos jardines que daban nombre a la Galería.

Desde allí, nos trasladamos a la Casa-museo de keats-Shelley, situada en la Plaza de España, al lado de nuestro hotel. En esa casa vivió el poeta inglés Jonh Keats desde 1820 hasta 1825, año en el que murió. Era una de las figuras más representativas de la literatura inglesa del Romanticismo; la casa era ahora un museo, con una importante biblioteca, llena de valiosos libros tanto de él cómo de sus homónimos ingleses.

Hacía un rato que habíamos regresado al hotel, y estábamos descansando un poco, antes de prepararnos para la cena de la embajada. Estábamos tumbados en la cama, con ropa cómoda. Edward repasaba el pequeño discurso que debía dar esta noche, y yo leía una guía de Venecia, descubriendo curiosidades de lo que íbamos a ver. Miré de reojo a Edward, que refunfuñaba en voz baja.

-¿Qué te pasa?- le pregunté mientras marcaba la página del libro y cerrándolo.

-No me convence mucho- señaló el papel. Lo cogí, mientras me apoyaba en su pecho, y lo leí. Una vez terminé, rodé los ojos.

-Edward, está muy bien. Tienes que intentar leerlo tranquilo, imaginándote que no hay nadie en la sala- estaba un poco nervioso, y aunque parezca mentira, le costaba hablar en público, era de las pocas ocasiones en que salía su vena tímida.

-¿No cambiamos nada?- me preguntó. Negué con la cabeza.

-Yo creo que está bien así- le dije una vez más -además, sabes que siempre te doy mi sincera opinión; la mayoría de las veces siempre cambiamos algo- le recordé.

-Gracias cariño- me apretó mas contra su cuerpo.

-¿Por qué?- pregunté en voz baja.

-Haces que ésto sea más fácil y llevadero -suspiró, meditando algo, que no llegó a decir en voz alta. Mi sonrojo, tan habitual estos días, volvió a aparecer.

-No tienes que agradecerme nada Edward; simplemente intento ayudarte en todo lo que pueda. ¿Tampoco está yendo tan mal, no?, la visita, quiero decir...- interrogué, mordiéndome el labio inferior.

-Lo estás haciendo muy bien... aunque te cueste cogerme de la mano, siempre vas de mi brazo- observó divertido. Mi cara ardió más, si era posible.

-Créeme que intento pensar que no me salto las normas... pero no sé por qué me sale así. Te prometo que lo intentaré esta noche- le propuse, divertida. Rió mientras dejaba un pequeño beso en mi cuello y me hacía girarme, quedando tumbada en la cama, con el encima mío.

-Ayer dejamos un asunto a medias, por la mañana- canturreó inocentemente, dejando suaves y pequeños besos por toda mi cara. Me hice la tonta, poniendo cara de niña buena.

-No lo recuerdo... creo que tendrás que refrescarme la memoria-.

-Eres mala... pero no creas te vas a librar- sus labios dejaron mis mejillas, capturando mi boca en un beso ansioso y demandante. Mis manos se posaron alrededor de su cuello, intentando evitar que se alejara de mi. La temperatura de la habitación subió unos cuantos grados... hasta que el teléfono interrumpió el tema. Edward lo cogió, y sin dejar de pasar su mano por mi cintura, habló unos momentos, para después colgar.

-Nos llaman- afirmé más que pregunté. Asintió escondiendo su cara en mi cuello, refunfuñando y resoplando. Reí divertida, pasando los dedos por su pelo.

-Te lo recordaré esta noche- le dije, intentando levantarme; tenía que ducharme y prepararme para la cena.

-Yo mismo te lo recordaré- afirmó pagado de si mismo, dándome un pequeño beso y dejándome ir.

Dos horas después, estaba perfectamente peinada y vestida para la cena en la Embajada. Llevaba puesta una falda larga hasta los pies, de gasa negra, con un lazo adornando la parte delantera. La parte de arriba era una sencilla blusa de gasa blanca, con la manga por encima de los codos. Mi pelo esta vez iba suelto, con las puntas hacia fuera. Me puse los zapatos que había llevado al ballet, y el mismo bolso también. Decidí estrenar los pendientes largos del aderezo que me habían regalado Carlisle y Esme. Tenían forma de lágrima, y en el centro de ellos, colgaba un pequeño diamante. También me puse la pulsera a juego. Mañana, en la cena que daba el Presidente, me pondría el colgante que me habían regalado ellos.

Oí unos suaves golpes en la puerta. Edward ya había terminado hace un rato, y estaba en en la sala, esperándome.

-Adelante- Zafrina apareció por el marco de la puerta, muy elegante con un sencillo vestido negro.

-Todo está preparado, señorita Isabella- me indicó amablemente -está muy guapa... me gusta su estilo de vestir- alabó. Me puse un poco roja de vergüenza, agradeciéndole sus palabras.

-Muchas gracias; en realidad, todo esto es gracias a la princesa Alice y a Rosalie, la novia de Emmet- le expliqué, un poco avergonzada. Ella me sonrió, divertida por mi confesión.

-El día de la petición estaba increíble; hacen una pareja muy bonita... y cómo inglesa, estoy encantada de que tengamos Princesa de Gales de nuevo-.

-¿Puedo hacerle una pregunta?- la mujer asintió.

-¿De verdad cree que valgo para ésto?; sé que nunca estaré a la altura de las princesas por nacimiento- musité. Ella negó con la cabeza, tranquilizándome.

-Lo está haciendo muy bien; la reina Esme habló a solas conmigo antes de conocerles a ustedes... me habló de su timidez, y de lo aterrada que estaba. Sé que este mundo es intimidante... no es cómo ser famoso simplemente- me contaba -pero le digo la verdad; antes de trabajar para ustedes, he trabajado para varias embajadas inglesas... y he conocido a muchos reyes, y príncipes y princesas extranjeros, y usted, simplemente por su educación y discreción, quitando a un lado el tema del protocolo, sabe mantener las formas mucho mejor que ellos-. La escuchaba atentamente, un poco sorprendida y a la vez, agradecida por sus palabras.

-El rey Carlisle y la reina Esme son de los poquísimos monarcas que saben estar a la altura en cuánto a educación y humildad... y eso se lo han inculcado a sus hijos... cuándo vayamos de visita a algún otro país europeo, sabrá de lo que le hablo. Hay príncipes consentidos y con un carácter y una altivez... son insufribles- me reí con ella, un poco de cotilleo a veces venía bien.

-Aparte de viajar con nosotros, ¿también se ocuparán de otras cosas en Londres?- la señora me caía muy bien, y era muy fácil trabajar con ella.

-Así es; llevaré su agenda, coordinándome con Maguie; y Demetri les echará una mano con el correo, invitaciones a actos y otras cosas. A partir de enero nos meteremos de lleno con la boda- me explicó -cualquier cosa que necesite, no dude en pedírmela-.

Estuvimos hablando varios minutos; me contó que estaba casada, y que tenía dos hijos de trece y diez años. Así estuvimos, hasta que Edward asomó su cabeza por la puerta. Zafrina se disculpó, y mi novio se acercó a mi, tomándome de las manos y haciéndome girar. La suave tela de la gasa se movió suavemente, de forma delicada.

-¿Qué tal?- le pregunté, después de hacer una graciosa reverencia.

-Muy guapa; soy un hombre con suerte- me confesó, sin soltarme de las manos -tengo la novia más bonita del mundo- murmuró sobre mi mejilla, dejando allí sus labios -y no empieces con la objetividad- añadió. Negué con la cabeza, mientras le ponía derecha la pajarita.

-Mañana te veré con frac de gala y condecoraciones- musité divertida. Rodó los ojos, suspirando con paciencia.

-Mejor hablaremos de eso mañana- me reí; igual que su padre, odiaba los chaqués y los fracs.

El trayecto a la embajada era muy corto, y en quince minutos, ya estábamos allí. Los señores Calfrey nos recibieron en la puerta principal. Nos estuvieron explicando las reformas que habían realizado en el edificio, y Edward y ellos me aclaraban cómo era antes, para que me hiciera una idea de los cambios.

-Los invitados ya están están aquí- nos dijeron al de unos minutos. Tomé a Edward de la mano, y pasamos hacia dentro. Había unos cien invitados, podría decirse una cena íntima, ya que mañana, en la cena oficial, habría casi trescientos.

El murmullo creció en la sala cuándo aparecimos allí. Un poco nerviosa, Edward me indicó con un pequeño gesto dónde debía ponerme, para saludar a la gente. Les dábamos las buenas noches, agradeciendo su presencia y saludándoles. En su mayoría, era gente perteneciente al cuerpo diplomático, y gente inglesa que llevaba muchos años afincada en Italia. En la cena de mañana estarían altos cargos políticos y gente influyente e importante de todos los ámbitos de la vida y la sociedad italiana. Un matrimonio joven, se acercó a mi con una sonrisa de oreja a oreja. El señor Calfrey, que nos iba presentando a la gente, nos explicó.

-Alteza, señorita Isabella; les presento a David Ruhford, y a su mujer, Eleonore... los embajadores de Estados Unidos aquí, en Italia- en mi cara apareció una sonrisa como la de ellos, que me saludaron muy afectuosamente.

-Qué gran placer conocerla en persona... nos da una gran alegría que su primer viaje oficial sea aquí- después de saludarnos y felicitarnos por la boda, hablamos unos minutos con ellos.

-Todo el país está pendiente de sus movimientos; se ha convertido en un personaje muy seguido- me dijo la mujer.

-Algo he oído; mi familia me lo cuenta- les expliqué -¿de dónde son?- pregunté.

-Mi marido nació en un pueblo de Texas, pero enseguida se trasladó a Los Ángeles-.

-Mi padre era militar, y estuvimos varios años de una ciudad a otra- nos contó el hombre -mi mujer nació en San Diego-.

-En California- le aclaré a mi novio. Éste asintió, conversando unos minutos más con ellos. Finalmente los saludos terminaron, y pudimos pasar al salón, montado con mesas redondas, dónde todo el mundo ya estaba acomodado. Nos sentamos con los anfitriones y los embajadores de Estados Unidos. Estaba entre ambos señores, y durante toda la cena Edward no me quitaba el ojo; finalmente, en los postres, le tocó el turno al discurso. Le dirigí una sonrisa de ánimo mientras empezaba; nunca hacía notado que se ruborizaba levemente... aunque no llegaba a mis extremos.

-¿Ves cómo lo has hecho bien?- le dije mientras bailábamos. Habíamos pasado a otro salón, dónde se podía bailar o sentarse a tomar un café, charlando tranquilamente. Edward tenía sujeta una de mis manos, posadas en su pecho, y la otra en mi cintura, pegándome a él.

-No ha salido mal- meditó en voz alta -¿lo estás pasando bien?-.

-Si; aunque en la cena el señor Calfrey no ha hecho más que contarnos historias acerca de situaciones bochornosas que le han ocurrido... reconozco que me he reído bastante- le expliqué divertida -mañana ya se acaba la visita- suspiré.

-La oficial... pero después empieza la buena- dijo contento -tengo muchas ganas de estar un poco tranquilos; andando de un lado para otro es como mejor se conocen las ciudades- me explicó. Apoyé un poco la cabeza en su pecho, deseando que este viaje no terminara nunca.

El último día de la visita oficial también fue muy ajetreado. A la mañana siguiente Edward se reunió con el primer ministro, y después nos enseñaron el Palacio de Montecitonio, sede del congreso de los diputados. Comimos allí, en un almuerzo privado, con varios de los ministros, y el ministro inglés de Asuntos exteriores, que después de muchos problemas con su vuelo, había tenido que retrasar el viaje un día, y no llegó hasta ayer por la noche. A la tarde, acompañados de varias autoridades, nos trasladamos al ayuntamiento, antiguo Palacio Senatorio, y también visitamos los Museos Capitolinos, adyacentes a éste.

La cena de gala en el Quirinale fue asombrosa. Según me contó Edward, no tenía nada que envidiar a las que se celebraban en los distintos palacios europeos. Toda la flor y nata de Roma estaba allí, y dar la mano a famosos escritores, diseñadores, distintos políticos... era apabullante ver en persona a tanta gente conocida, y lo más extraño, es que ellos me observaban a mi de la misma manera.

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EDWARD PVO

Me fui despertando lentamente, y echando una ojeada al reloj de la mesilla, vi que eran las diez menos cuarto de la mañana. Habíamos dormido a nuestras anchas, y por fin, días libres para poder recorrer Roma con mi niña. Estaba apoyada en mi pecho, con uno de sus brazos rodeando mi cintura. Pasé mis dedos por su pelo, peinándolo suavemente. Estaba tan guapa ayer por la noche, en la cena ofrecida por el presidente, con ese vestido gris, que se ajustaba a su cuerpo... me costó un esfuerzo sobrehumano poder contenerme hasta el hotel, dónde ya no pude aguantar más y se lo arranqué, terminando el jugoso asunto que teníamos pendiente desde que llegamos aquí.

Recordé con una sonrisa cada susurro de mi novia, cada mueca de placer... todas las caricias que ambos intercambiamos ayer por la noche... y que nunca me cansaría de dárselas. Pasé las manos por la piel de su espalda, eran tan suave y pálida... hasta que por fin, sus ojitos decidieron abrirse.

-Buenos días- dijo mientras sus ojos se acostumbraban a la luz.

-Buenos días, ¿has descansado?- asintió con la cabeza, pero se acurrucó más contra mi cuerpo, y sonreí complacido mientras la abrazaba más.

-Sip, reconozco que lo necesitaba... más aun después del ejercicio de anoche- dijo traviesa, poniéndose encima mío, tumbada a lo largo. Sus pechos se pegaron a mi cuerpo, a través de la fina sábana que los separaba. Reí mientras ella se acercaba a mi boca, para darme un beso.

-¿Cual es la ruta para hoy?- interrogó expectante- apoyando su barbilla en mi pecho, esperando que le contara un poco.

-Por la mañana al Pallatino; comeremos por ahí y por la tarde visitaremos la iglesia de San Clemente, y veremos la zona de Vía del Corso, Piazza Navona, y paseando llegaremos a la Piazza del Popolo, a la fontana di Trevi... - le expliqué. En su cara apareció una feliz sonrisa -¿quieres cenar en el hotel o por ahí?- te advierto que no volveremos hasta la noche -le expliqué.

-Según lo cansados que estemos... ¿mañana vamos al Vaticano?- afirmé con la cabeza.

-Si; habrá que madrugar un poco, para estar allí pronto; entre ver la plaza, la basílica, los museos... se nos irá la mayor parte de la mañana; y por la tarde y la noche al Trastévere; hay muchos restaurantes y tiendas- me escuchaba con una sonrisa mientras se levantaba para prepararse.

Una hora después, salíamos por la puerta del hotel, perfectamente despiertos y desayunados, y con vaqueros y zapatillas deportivas. Nos despedimos de Zafrina y Demetri, y seguidos por Quil y Embry, empezamos nuestro tour turístico. Aunque había distancia entre el Pallatino y la zona dónde estábamos alojados, decidimos andar, ya que no teníamos prisa. El día era un poco frío, pero estaba soleado. Bella iba de mi mano, con una coleta en el pelo y sus gafas de sol, al igual que yo, para poder pasar algo desapercibidos.

Pasamos casi toda la mañana viendo el Coliseo, el Foro de Trajano, el Arco de Tito y de Constantino... Mi niña estaba feliz, observando todo al detalle y sacando fotos. Hubo un par de veces que tuve que sujetarla antes de que terminara en el suelo, debido al empedrado de las calles.

-Haber si te vas a hacer un esguince- la reprendí con una sonrisa.

-No me he caído en todos estos días, con taconazos, y me tropiezo con las converse- refunfuñaba como una niña pequeña -no te rías... no es gracioso- se cruzó de brazos, poniendo un puchero. Al ver que intentaba reprimir la carcajada, ella terminó soltándola también. Una vez pasado el divertido momento, miré el reloj, y vi que se nos había ido la mañana sin darnos cuenta.

-¿Tienes hambre?- asintió con la cabeza, guardando la cámara en su bolso -podríamos ir yendo para la zona de Piazza Navona; hay cosas para ver en el camino, y comer por allí- le propuse -después continuaremos hasta Piazza del Popolo, Vía del Corso y todo eso-.

Después de comer una deliciosa pizza y tomarnos un café en una terraza, descansando un poco, proseguimos nuestro recorrido turístico. Por el camino vimos la Iglesia de San Clemente y el Panteón. Recorrimos las pequeñas callejuelas adyacentes a éste, llenas de gente y tiendas. Bella paraba en los escaparates... pero no entró en ninguna de ellas, cosa que me extrañó. Al preguntarle el motivo, en su cara apareció su adorable sonrojo.

-Es que... bueno... estaba esperando a Venecia, allí si hay unos cuántos regalos que quiero comprar- me explicó. Asentí con la cabeza, pero sabía que había algo más.

-¿Y para ti no quieres nada?- interrogué. Ella se encogió de hombros, y con la cabeza gacha, habló.

-Se me hace muy difícil hacerme a la idea de que ahora puedo entrar a cualquier tienda; me da mucha vergüenza... y me siento culpable de gastar tanto dinero- la atraje hacia mis brazos.

-Bella... por eso no tienes que preocuparte... para mi en ese aspecto es cómo si ya estuviéramos casados, y todo lo mío es tuyo y viceversa... de modo que le puedo comprar cualquier cosa a mi mujer- expliqué con una sonrisa... sonaba demasiado bien llamarla mi mujer.

-Si te digo que no, no me harás caso, ¿verdad?- preguntó resignada.

-Chica lista- besé brevemente sus labios, antes de continuar el recorrido. Sabía que aunque hubiera dicho que si, me iba a costar un triunfo que se comprara algo.

La tarde se nos pasó rápida, y cogiendo la Vía del Babuino, llegamos a la Piazza del Popolo. Eran sólo las siete y media de la tarde, pero al ser primeros de noviembre, ya empezaba a anochecer. La famosa plaza estaba llena de turistas... y noté que había gente que si nos reconocía, ya que se nos quedaba mirando fijamente, aunque no se atrevían a acercarse, ya que Quil y Embry no se separaron de nosotros, aunque iban unos metros por detrás.

Por suerte, Bella pudo ver la fontana di Trevi iluminada, y cumplió con la tradición de tirar una moneda de espaldas. Le pidió a Quil que nos sacara una foto, cómo llevaba haciendo todo el día. Debido a la caminata, avisamos a Zafrina para que ordenara la cena, ya que estábamos demasiado cansados, y decidimos volver al hotel.

A la mañana siguiente nos dedicamos a recorrer el Vaticano. Bella me confesó, mientras recorríamos la basílica, que era una de las cosas que más le habían impresionado hasta el momento.

-Nunca imaginé que visitaría ésto- me confesó estudiando las pinturas de Miguel Ángel y recorriendo con ojos como platos la Capilla Sixtina -es impresionante... tantos tesoros y riquezas- me decía en voz baja, admirando los tesoros papales de los museos.

-La verdad es que impresiona verlo- le di la razón. Cómo bien supuse, entre recorrer la plaza, la basílica y los museos se nos fue la mañana entera. Decidimos comer en un restaurante pequeño, muy cerca de la Plaza de San Pedro, y por la tarde nos perdimos por las calles del Trastévere. Esta vez mi niña si que entró a las tiendas, y compró unos pendientes para Rosalie y mi hermana de otro blanco y pequeñas turquesas, cómo regalo de navidades.

-Gracias a Rosalie y Ang, en parte, estoy aquí contigo,... y quería agradecérselo- me contó una vez salimos de la tienda.

-Pero un par es para Rosalie, y otro para mi hermana- le pregunté extrañado.

-Para Ángela ya lo tengo pensado... pero para eso tenemos que esperar a Venecia- me aclaró -le encantan las máscaras venecianas, las de carnaval- asentí con una sonrisa.

-Le compraremos una bonita- le prometí... ¿y tú?- hice la pregunta del millón.

-Yo quiero otra, para adornar nuestra casa... prefiero comprar algo para nosotros en vez de para mi sola- me explicó -algo de murano, aparte de los inmensos jarrones -dijo divertida, aludiendo al regalo del presidente -según veamos- me explicó. Decidí picarla un poco, a ver por dónde salía.

-¿Y los pendientes que viste en esa joyería, en Vía del Corso?- ella se puso un poco roja. Ayer paramos en el escaparate de una conocida joyería, y su vista se posó en unos pendientes modernos. Eran unos aros, un poco grandes, rodeados de pequeños brillantes.

-¿Te diste cuenta?- preguntó con vergüenza.

-Sí, me di cuenta- contesté divertido.

-Eran bonitos- se encogió ligeramente de hombros... lo que ella no sabía es que esta mañana le había pedido a Zafrina que fuera a por ellos, para dárselos la última noche, en Venecia. Sonreí divertido para mis adentros... esperaba que no se enfadase mucho y que sólo refunfuñase un poco. La tarde siguió su curso, y llegamos a la Piazza de Santa María in Trastévere, que también daba nombre a la iglesia, a la que Bella quiso entrar.

Cenamos en una pequeña trattoria, restaurantes típicos italianos, pequeños y familiares. Bella saboreó la pizza y otros elementos de la cocina italiana, sabía que le encantaba. Mirábamos divertidos, como Quil y Embry, unas mesas apartados, devoraban la suya. Después de tomarnos un café en uno de los innumerables bares de la zona, paseamos abrazados por las callejuelas.

-Gracias- dijo mi niña, sonriendo feliz y mirándome emocionada -nunca olvidaré estos días- me agradeció con un beso.

-Pues todavía queda Venecia- le recordé -para mi también han sido muy especiales- le confesé... no se podía hacer una idea de lo que había significado para mi, poder pasear con ella y ver tantos lugares.

-¿Cual es nuestro próximo viaje?- preguntó divertida. Reí con ella, dejando un pequeño beso en su frente.

-A partir de que terminemos los exámenes, tendremos muchos más actos y viajes- le recordé -tenemos una vista de cinco días a diferentes ciudades que componen el País de Gales – ella me escuchaba atenta- entre ellas Cardiff, la ciudad natal de Emmet, Swansea, Newport... tienes que conocer la zona, vas a ostentar su título- le recordé.

-Cierto- me dio la razón -apenas he salido de Londres- me explicó.

-También vamos a ir a Escocia, por supuesto, y a Irlanda del Norte- le seguí explicando -mis padres y yo queremos que los ingleses vean y conozcan a su futura princesa-.

-Pero ellos son cómo países independientes- preguntó de nuevo.

-Cada país, por así llamarlo, tiene sus propias administraciones en Cardiff, Edimburgo y Belfast, independientes del gobierno de Londres... pero su sede parlamentaria está en Londres... y mi padre es el jefe del Estado de todas ellas... por eso se conoce con el nombre del Reino Unido de Gran Bretaña y de Irlanda del Norte- terminé mi pequeño discurso.

-Algo había leído acerca del tema... pero había algunos puntos que no entendía- me confesó con una pequeña sonrisa. Proseguimos nuestro paseo, bajo besos y confidencias, con la luna y los muros del Trastévere como testigos

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Llegamos a Venecia a las nueve y media de la mañana; el viaje había durado una hora escasa. Desde el aeropuerto de San Marco nos trasladamos al hotel, he de reconocer que la suite era enorme, con una increíble vista al Gran Canal. Después de acomodarnos, salimos al pequeño embarcadero privado que tenía el hotel, para coger una lancha y dirigirnos hacia la Plaza San Marcos. Bella miraba a su alrededor, cámara de fotos en mano.

-¿Cuántas memorias has gastado?- pregunté divertido, una vez que le sacó una foto a la fachada de la Basílica y a la torre del Campanario.

-Voy por la tercera- me respondió pagada de si misma.

-Vaya, me voy a casar con una paparazzi- susurré divertido, dejando un pequeño beso en su mejilla.

Había un poco de cola para entrar a la Basílica, de modo que nos pusimos a esperar, como dos simples mortales. Tenía a Bella agarrada por la cintura, mientras ella ojeaba un folleto, cuándo sentí un empujón, y a mi novia balanceándose ente mis brazos.

-¡Mamá, mamá, la princesa Isabella!- gritó una voz de niña. Quil y Embry se acercaron inmediatamente, pero la niña se había agarrado a la cintura de mi novia, y no la soltaba. Bella se asustó un poco, pero al ver que era una niña de unos nueve años, se relajó, y yo les indiqué que lo dejaran estar.

-Hola, ¿cómo te llamas?- le pregunté, a la vez que mi novia le pasaba una mano por los hombros, tranquilizándola, ya que se asustó al ver a los escoltas. Ella levantó la vista, con los ojos llorosos.

-No llores; no te van a hacer nada- le calmaba Bella -asustan un poco, pero son muy simpáticos- le confesó con una pequeña risa.

-Me llamo Ruth- dijo en un susurro. Al levantar la cabeza, vi a los que supuse serían sus padres, dirigiéndose a nosotros corriendo, con cara de asombro por encontrarnos allí.

-¡Ruth!, ¿dónde te habías metido?- le preguntó su padre, mientras su madre se acercaba a ella.

-Quería ver a la princesa Isabella, y al príncipe- dijo en voz baja. Los padres estaban un poco avergonzados.

-Por favor, perdonen si la niña les ha molestado- se disculpó la madre, pero Bella la tranquilizó.

-No, no, en absoluto; no nos ha molestado- la niña sonrió ampliamente, volviéndose a poner al lado de Bella, que la cogió de la mano.

-¿Son ingleses?- les pregunté amablemente.

-Así es alteza, estamos aquí de vacaciones; ella es mi mujer Martha, mi hija Ruth -nos indicó - y yo me llamo Phill Fosthshire- estrechamos la mano a los padres, y hablamos con ellos unos minutos.

-¿Dónde viven?- les pregunté.

-Somos de Manchester; yo trabajo en una de las fundiciones de acero que visitó el año pasado -asentí, recordando -y estamos de vacaciones unos días, se lo prometimos a la niña- nos explicó.

-Papá y mamá me prometieron venir a Venecia- explicó contenta.

-¿Por sacar buenas notas?- interrogó mi novia, sonriéndole a la niña.

-Por eso... y porque estuve malita en el hospital mucho tiempo- explicó muy tranquila. Bella y yo miramos a los padres, que amablemente nos explicaron la historia.

-Ruth nació con fibrosis quística pulmonar- hace un año le realizaron un trasplante de pulmón- nos relataba su madre, intentando contener las lágrimas- le prometimos que si todo iba bien, cuándo se recuperara, haríamos un viaje con ella- Bella escuchaba atenta la historia, al igual que yo, y miraba preocupada a la niña.

-¿Pero ya está bien, recuperada del todo?- interrogué.

-Tendrá que llevar cuidado y someterse a revisiones... pero al menos su calidad de vida ha mejorado- nos aclaró el padre. Hablamos con ellos unos minutos más, mientras estábamos en la cola. Bella y Ruth se habían hecho muy amigas. Después de esos minutos, la familia se despidió de nosotros, ya que esta misma tarde volvían a Londres. La pequeña se sacó una foto con nosotros, y Bella le dio la cámara a Embry, que nos sacó una foto con toda la familia.

-Ha sido un placer conocerles, y a ti también Ruth- se despidió Bella de la niña, agachándose y dándole un abrazo, que la niña correspondió contenta.

-Tienes que cuidarte mucho, y estudiar- le dije, agachándome a su altura.

-Cuándo os caséis, le diré a papá y a mamá que me lleven a Londres, para veros pasar- me reí, dándole un beso yo también. Ruth nos saludó con la mano mientras se alejaban, y pude ver la cara preocupada de Bella.

-Qué injusto... para ella y sus padres- me dijo.

-Sí... alguna vez que he ido con los míos o mi hermana, a visitar un hospital... es muy chocante verlo; sobre todo el ala de pediatría. Tampoco lo paso nada bien... intentas animarles, y ellos están tan contentos de verte- musité en voz alta.

-¿Hemos hecho mal, sacándonos una foto con ellos?- me preguntó -a la niña le hacía mucha ilusión- dijo con una pequeña mueca.

-No cariño; los periodistas de seguro nos habrán seguido en Roma estos dos días... pero al menos no nos han molestado. Y créeme, es mejor sacarse una foto con Ruth y su familia- le dije, rodeándola de nuevo por la cintura.

La mañana se nos pasó recorriendo la basílica y los alrededores de la Plaza de San Marcos. Estaba tan abarrotada, que esta vez los turistas ingleses si nos reconocían y nos saludaban, pero manteniendo las distancias, Quil y Embry imponían mucho. Aun así, nosotros también los saludábamos con una sonrisa. Comimos por allí, y por la tarde visitamos el Palacio Ducal y la zona del Castello, famosa por sus callejuelas estrechas y pequeñas iglesias.

Al día siguiente, nos dirigimos a la zona del Cannagerio; pasamos por muchos de los puentes del canal, y nos perdimos por las estrechas calles, dónde había muchos lugares para comer y cientos de talleres artesanales; Bella paró en uno de ellos, admirando las máscaras. Eligió una para nosotros, era muy original, hecha con el papel de unas partituras antiguas y se podía colgar en la pared, y después me interrogó para ver cual le llevaba a Ang. Al final se decidió por una de seda, color marrón clarito, adornada con pequeñas piedras de colores y una pluma en uno de los costados.

Después de comer por la zona, nos dirigimos a Santa Croce, la zona más antigua de la ciudad. También había en ella muchos talleres artesanales. Bella compró regalos para todos, y para decorar nuestra casa.

-¿Y para Sue y la abuela?- le interrogué; por suerte, Quil avisó a Zafrina que mandarían las compras al hotel, no podíamos ir con las cosas de cristal de murano por ahí; además, esa noche no cenábamos en el hotel.

-En realidad, ella me pidió una cosa ex profeso- me explicó divertida -le encantan los encajes de burano, de modo que les compraré manteles, juegos de cama...- asentí, a mi madre también le encantaban, y cada vez que venía a Venecia, regresaba con unas cuantas adquisiciones. Bella se alarmó al ver los precios, pero yo le advertí que eran piezas hechas a mano. Después de nuestro periplo al estilo Alice, nos sentamos en uno de los famosos restaurantes de Venecia, cerca de la Plaza de San Marcos, y después llevé a Bella al Café Florián, en la misma plaza, para que se tomara uno de sus famosos capuccinos.

-Tiene un sabor muy fuerte, no me lo imaginaba así- dijo sorprendida -pero está bueno- alabó al final. Después de permanecer allí un buen rato, Bella cogió el camino para ir dónde esperaban las lanchas del hotel, pero la detuve, llevándola a otro de los muelles.

-¿A dónde vamos?- interrogó confusa.

-Ahí- una góndola nos esperaba, preparada para nosotros. Sus ojos se abrieron por la sorpresa.

-Me dijiste que te hacía mucha ilusión- recordé nuestra conversación una noche, en Londres. Asintió, dándome un pequeño beso. Monté yo primero, y ayudé a Bella a subir, ya que el barco se balanceaba bastante. Quil y Embry se quedaron en el muelle, a esperarnos.

Bella se acurrucó en mis brazos, admirando los Palacios del Gran Canal, iluminados, al igual que los puentes. Pasamos también por canales pequeños, y por debajo del Puente de los suspiros, dónde habíamos estado el primer día, al visitar el Palacio Ducal. Cogí a Bella de la mano, y me cuenta de que estaba helada.

-¿Tienes frío?- el clima había sido bueno... pero a las noches refrescaba bastante. Se apretó su cazadora acolchada, asintiendo con la cabeza. La atraje más hacia mi, pasando mis manos por sus brazos, intentando que entrara en calor.

-¿Mejor?-.

-Si... muchas gracias- dejó un suave beso en mi mejilla, y decidí que era un buen momento para darle su regalo.

-¿Me prometes que no te enfadarás?- la sondeé divertido. Ella me miró con una ceja arqueada.

-¿Por qué tendría que enfadarme?; no creo que te lo merezcas, después de esta maravillosa semana- dijo contenta. Saqué de un bolsillo interior de mi cazadora el paquete. Ella lo miró sorprendida.

-¿Me has comprado algo?- su naricita, un poco roja por el frío, se arrugó un poco... me encantaba hacerla rabiar.

-Si... quería que tuvieras un recuerdo de este viaje, de nuestro primer viaje sin tener que perdernos en un resort en una isla...- le expliqué -aunque admito que ese viaje también me encantó... a pesar de lo que pasó después- recordé con rabia el tema de las fotos. Ella me calló con un pequeño beso.

-Eso está olvidado Edward... de modo que no pienses en más en ello- me animó. Le tendí la cajita, y en su cara apreció una mueca de confusión y asombro, al ver los famosos pendientes.

-Edward, ¿cómo...?- dejó la pregunta inconclusa.

-Vi que te gustaron, y mandé a Zafrina que fuera a por ellos al día siguiente- ella negaba con la cabeza, mordiéndose el labio.

-Gracias, gracias, gracias... se abrazó a mi, escondiendo su cara en mi cuello, cómo solía hacer siempre -que sepas que te has pasado... eran muy caros- me susurró.

-Pero quería hacerle un regalo a mi princesa...- susurré de vuelta.

-Me mimas demasiado- se quejó con una pequeña sonrisa.

-Y más que lo voy a hacer, de modo que me dan igual tus protestas- le contesté divertido.

-¿Sabes que te quiero, verdad?- me dijo, roja por el frío y la vergüenza.

-Como yo te quiero a ti- le respondí de vuelta, besando sus labios, y disfrutando del paseo, abrazados.

 

Capítulo 35: Salida al mundo Capítulo 37: London Fashion Week

 


Capítulos

Capitulo 1: Prólogo Capitulo 2: Dulces y Dolorosos Recuerdos Capitulo 3: Adiós Forks...hola Londres Capitulo 4: Regreso al hogar Capitulo 5: Primer día de clases Capitulo 6: Los principes azules si existen Capitulo 7: Largo verano de incertidumbre Capitulo 8: Entre sedas y terciopelo Capitulo 9: Volverte a ver Capitulo 10: Reacciones Capitulo 11: Besos furtivos Capitulo 12: Norfolk Park Capitulo 13: Simplemente amor Capitulo 14: Desahogo Capitulo 15: Confesiones suegra- nuera Capitulo 16: Un americano en Londres I Capitulo 17: Un americano en Londres II Capitulo 18: Un verano inolvibable I Capitulo 19: Un verano inolvibable II Capitulo 20: Chantajes Capitulo 21: Descubrimientos Capitulo 22: Un país sorprendido Capitulo 23: Acoso y derribo Capitulo 24: No hay final feliz Capitulo 25: Soledad Capitulo 26: Anhelo Capitulo 27: Quiero y no puedo Capitulo 28: Sospechas Capitulo 29: Hallazgos asombrosos Capitulo 30: Abriendo los ojos Capitulo 31: Y sin ti no puedo vivir Capitulo 32: Volviendo a vivir Capitulo 33: La Prometida del Príncipe Capitulo 34: Una pareja más o menos normal Capitulo 35: Salida al mundo Capitulo 36: Anochecer bajo el puente de los suspiros Capitulo 37: London Fashion Week Capitulo 38: California Dreamin Capitulo 39: Entre leyes y bisturíes Capitulo 40: ¿Qué llevas debajo? Capitulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja! Capitulo 42: Encajando en el puzzle Capitulo 43: Víspera de boda Capitulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa Capitulo 45: Perdidos Capitulo 46: Cumpliendo un papel Capitulo 47: Primeras navidades de casados Capitulo 48: Apuestas Capitulo 49: Nueva vida en palacio Capitulo 50: Epilogo Capitulo 51: Outtake 1: Verano real en Forks Capitulo 52: Outtake 2: Obligaciones reales Capitulo 53: Outtake 3: ¡Qué alguien atrape a ese ratón!

 


 
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