Un Cuento de Hadas Moderno (+18)

Autor: caro508
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2010
Fecha Actualización: 02/12/2010
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 29
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Capítulos: 53

Bella recibe una beca para estudiar su carrera universitaria en Londres; allí conocerá a un chico de ensueño...¿los príncipes azules existen?, puede que sí.


Hola aquí estoy con otra historia que no es mía, le pertenece Sarah-Crish Cullen,  yo solo la subo con su autorización, es otra de mis favoritas, espero les guste…

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; los que no pertenecen a la saga son de cosecha propia de la autora. Las localizaciones y monumentos de Londres son reales.

 

 

 

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Capítulo 40: ¿Qué llevas debajo?

Llevaba un par de días en casa, y aunque todavía casi no podía ni moverme, nunca había estado tan cuidada y atendida. Mi enfermero particular no hacía otra cosa que mimarme y estar conmigo todo el tiempo.

Finalmente convencí a Sue y a mi padre para que no vinieran; sería una paliza de viaje para tan pocos días, y no quería que dejaran a la abuela tanto tiempo sola; necesitaban todas las vacaciones y días libres para poder venir un mes antes de la boda y quedarse hasta que pasara, cómo era su intención. Además, a principios de abril vendrían dos semanas, junto con Ang y Ben, para las vacaciones de Pascua. No se quedaron muy conformes... pero el no estar más que un día hospitalizada pareció tranquilizarles; hablábamos con ellos dos veces al día, tanto yo cómo Edward y sus padres.

El doctor Libss venía a verme a diario, para hacerme las curas y ver mi evolución; en ello estaba cuándo Edward apareció por la puerta. Le miré ansiosa; había ido a la universidad, a enterarse de las notas de los últimos exámenes. Se acercó a la cama, y tuvo que apartar su vista, ya que la cicatriz y los puntos estaban al aire.

-Bien señorita Isabella; todo marcha a la perfección; en unos seis días más o menos podré quitarle la sutura- me informó, poniendo una gasa limpia y esparadrapo -¿le duelen mucho?- me interrogó.

-Me tiran; es desagradable- le expliqué -y a ratos me pican mucho- Edward se sentó a mi lado, tomándome de la mano.

-Eso es que la herida está cicatrizando bien y los puntos están haciendo su trabajo; no tiene por qué preocuparse- me tranquilizó; después de tomarme la temperatura y la tensión, se despidió de nosotros hasta mañana. Edward le acompañó a la puerta, y después volvió a mi lado, tumbándose en la cama y rodeando cuidadosamente mi cintura.

-Hola pequeño- giré mi cara, dándole un pequeño beso, que devolvió con gusto.

-Hola mi vida, ¿cómo te encuentras?- interrogó preocupado. Me acomodé en su pecho, descansando un poco; sabía que le había dado un susto tremendo, y él también lo había pasado muy mal.

-Mejor... pero dime, ¿cual es el veredicto?- interrogué medio histérica. Puso una mueca de decepción... y me tensé.

-Siento comunicarle, señorita Swan- se quedó callado unos instantes -que a expensas de la nota del último examen, hemos aprobado todas las asignaturas de quinto curso- me reveló con una sonrisa divertida. Dejé salir todo el aire contenido en mis pulmones, sintiendo que mi corazón y mi pulso volvían a a su ritmo normal.

-Ufffsss... me habías asustado- le regañé suavemente, dándole un pequeño codazo en las costillas; me miraba con ojos traviesos y una sonrisa juguetona.

-No te enfades cariño... sabes qué me encanta hacerte rabiar- murmuró contra mi cuello, dejando un dulce cosquilleo en él.

-Un día me enfadaré de verdad- rezongué con paciencia.

-¿Estaría eso en tu lista para querer divorciarte de mi?- preguntó con una ceja alzada; pero al no escuchar respuesta, sonrió -ves; tu mirada te delata... en el fondo te encanta- afirmó pagado de si mismo, dejando un camino de dulces besos a lo largo de mi cuello. Me quedé quieta unos momentos, queriendo resistirme a sus caricias... pero me conocía a la perfección, y sabía que besarme esa zona me dejaba sin sentido.

-Ésto también me encanta- balbuceé en voz baja -debería incluir en el contrato prematrimonial besos de este tipo todos los días - medité en voz alta.

-Pero eso ya lo hemos hablado; no te voy a hacer firmar un documento de ese tipo- se separó de mi, mirándome serio -lo he hablado con mis padres y están de acuerdo- me volvió a explicar.

-Pero a mi no me importa, Edward; aunque firme esas clausulas, eso no va a cambiar mis sentimientos en absoluto- le relaté -ambos sabemos que nuestro matrimonio es por amor- sonrió al escuchar las últimas palabras.

-Ya lo sé mi niña- me besó la frente- pero no quiero hacerte pasar por eso; no es obligatorio aunque sea una boda de estado- me recordó -mis padres tampoco lo firmaron-.

-¿Entonces sólo firmaremos las capitulaciones matrimoniales?- le interrogué.

-Eso es; consisten en el acta de matrimonio y tu vinculación a la Casa real... no puedo esperar a que alguien se dirija a ti llamándote alteza real- murmuró divertido -me encantará ver cómo reaccionas-.

-Me va a costar acostumbrarme- le di la razón.

-Pero el título que más me gusta es el de señora de Edward Anthony Masen Cullen- expresó con una sonrisa orgullosa.

-Isabella Marie Cullen... suena bien- le volví a dar la razón; otro pensamiento cruzó mi mente -quedan solamente cuatro meses- suspiré contenta.

-Cuatro meses y cuatro días- me explicó feliz -para verte vestida de blanco, caminando hacia mi-. Me aovillé contra él cuidando mi herida, y mi novio me recibió de nuevo en sus brazos.

-Parece qué fue ayer cuándo volví de Forks a buscarte... y del anuncio del compromiso- era cierto; no podía creer que el tiempo pasara tan rápido.

-Es verdad- me apoyó -hablando de la boda, ¿cómo van las confirmaciones?- interrogó curioso.

-Pues... van bastante bien; los Weber, los Cheney, los Newton, los Lohire; la comisaría en pleno... los padres de Rose y sus hermanas, los padres de Emmet... y todos nuestros compañeros de clase y la mayoría de los profesores- terminé de enumerar -aparte de las Casas reales, políticos y familia- enumeré con los dedos.

-Hum... le preguntaremos a Maguie y a Zafrina, que más o menos llevan el número calculado- resolvió -y ahora- se volvió a mirarme -hora del paseo; recuerda que debes moverte, lo dijo el médico- me advirtió.

-Pero está lloviendo- me quejé cómo una niña pequeña. Rió suavemente, besando mi frente.

-No vamos a ir fuera... ¿no tienes curiosidad por saber cómo van las obras de nuestra futura casa?- me interrogó con una sonrisa.

-Vamos- exclamé contenta, incorporándome con cuidado.

Cómo si fuera una muñeca de cristal, Edward pasó su brazo por mi cintura, para que pudiera apoyarme en él. Pasito a pasito llegamos a lo que sería nuestra casa; estaba al final del pasillo oeste, al lado de las dependencias de la familia, pero lo suficientemente apartadas para tener un poco de intimidad. Entramos a lo que sería nuestro dormitorio, que estaba comunicado con un inmenso vestidor y aparte, un espacioso cuarto de baño. Al lado estaría nuestro pequeño despacho. Enfrente de estas habitaciones, una espaciosa sala, enorme y con un balcón a los jardines, y al lado de éste último, cinco dormitorios más, tres de ellos con baño propio. La decoración respetaba la estructura original de las salas, así cómo la decoración de los techos y las paredes, y lo amueblaríamos con muebles que los de conservación y patrimonio estaban restaurando, y por todo lo que adquiriéramos en nuestros viajes.

Incluso tendríamos una pequeña cocina, para cuándo no tuviéramos viajes y compromisos, y poder hacer un poco vida de casados... aunque de las comidas importantes y oficlaes se encargaría Emily, por supuesto. Al entrar en lo que sería el salón, vimos que estaban cambiando el parqué del suelo, de modo que Edward me cogió en brazos.

-No quiero que tropieces- se encogió ligeramente de hombros. Rodé los ojos, negando con paciencia.

-No puedo creer que pese tan poco- le dije con el ceño fruncido -siempre me llevas cómo si cargaras un peluche-.

-Pues así es; en serio cariño, siempre ha sido muy delgada... y ahora con la operación has bajado de peso- me explicó, dejando un besito en mi nariz.

-Debo estar pálida y flacucha- musité un poco enfadada. Se paró en mitad del pasillo, mirándome con una mueca de desaprobación.

-Estás preciosa, cómo siempre- dijo serio, mientras se metía en una de las habitaciones. Me quedé mirando a mi alrededor, imaginando a nuestros niños jugando allí.

-¿Te imaginas cuándo no sólo seamos tú y yo?- susurré en voz baja.

-Sí que me lo imagino- contestó con una pequeña sonrisa. Seguimos el recorrido por nuestra casa, si se le podía llamar de alguna manera, saludando a los trabajadores y charlando un rato con el arquitecto. La mañana se pasó deprisa, y le pedí a Edward que me llevara al comedor para poder compartir el almuerzo con la familia.

-Bien; mañana vuestra madre y yo nos vamos de viaje oficial a Argentina; os quedáis de dueños y señores de la casa- nos recordó su padre.

-Alice; espero que te pongas las pilas; dentro de dos semanas tienes varios parciales- Esme la miraba arqueando una ceja, ante el resoplido de mi cuñada.

-Qué suerte tenéis- nos dijo fastidiada -ya habéis terminado-.

-Sip... y menos una nota que no sabemos, hemos aprobado todas las asignaturas- anunció Edward al resto de la mesa.

-Muchas felicidades hijos- Esme nos dio un beso a cada uno, levantándose en cuánto se lo dijimos.

-Habéis hecho un gran trabajo- nos felicitó su padre -estamos muy orgullosos-. Miré a Edward con una sonrisa cómplice... por fin veía un poco de luz en el camino, y ya no estaría tan nerviosa.

La conversación volvió de nuevo al viaje que realizarían Esme y Carlisle a Argentina, contándonos un poco las ciudades que visitarían... pero no pude llegar a los postres sin que me cansara de estar sentada... era un verdadero engorro. Edward notó mi malestar.

-¿Te duele?- me interrogó serio.

-Necesito cambiar de postura- aclaré con un pequeño quejido; me sentía rara y por qué no decirlo, un poco mal, dando tanto la lata.

-¿Quieres ir al salón?- tomaré allí el postre contigo, y estarás más cómoda en el sofá.

-Nos lo tomaremos todos- dijo mi padre.

-Así te hacemos un poco de compañía Bellie... que mi hermanito te tiene encerrada en vuestro dormitorio- dijo la pequeña duende, con una mueca burlona. Nos acomodamos en el salón, terminando el postre y teniendo una buena tertulia en torno al café.

0o0o0o0o0o0

Diez días después, ya entrado el mes de marzo, podía decirse que estaba bastante recuperada. Hacía más de una semana que me habían quitado los puntos, y poco a poco iba recobrando el ajetreo diario; todavía andaba despacio, y me cansaba con facilidad, pero ya podía moverme sin tener que estar apoyada en alguien. Edward no se había separado ni un minuto de mi lado, nunca me habían cuidado así, ni siquiera mis padres o Sue.

Íbamos en nuestro coche, camino de la facultad, para que nos dijeran la nota del último examen. Estaba muy nerviosa, y no las tenía todas conmigo... estaba realmente mal cuándo lo hice, y no recordaba ni una palabra de lo que puse. Retorcía mis dedos cual papel de fumar, presa de nos nervios; mi novio se dio cuenta, y posó su mano en mi pierna, dándole un ligero apretón.

-Cálmate, te vas a romper los dedos- observó divertido.

-Ojalá pudiera- musité entre dientes y rodando los ojos.

-Tranquilízate- me volvió a decir.

-¿Acaso no estás preocupado?- se encogió levemente de hombros.

-Lo que tenga que ser, será; bastante hiciste con hacer el examen en las condiciones que te encontrabas- me explicó mientras aparcaba; sin darme cuenta habíamos llegado. Cuándo Emmet y Quil nos hicieron una seña, bajamos del coche y nos dirigimos al despacho del señor Delamore, que nos esperaba.

-¿Cómo se encuentra, señorita Isabella?- me preguntó después de saludarnos.

-Ya estoy casi recuperada- le expliqué.

-¿Cómo pudo venir en esas condiciones a hacer el examen?- me interrogó serio.

-Tenía que hacerlo- repuse tímida y con la cabeza gacha.

-Pero ha sufrido una intervención quirúrgica- me reprendió -eso es un caso de fuerza mayor; se podría haber aplazado el examen sin ningún problema- Edward me observaba, diciéndome con los ojos ¿lo ves?.

-Bien; el caso es que ya está hecho y no hay vuelta de hoja, tomen asiento por favor- una vez lo hicimos, empezó el discurso.

-Alteza, enhorabuena; notable alto- miré a Edward con una sonrisa, tomándole de la mano; sentí que respiraba aliviado.

-Y enhorabuena a usted también señorita Swan, también ha aprobado- mi cara giró cómo un resorte, mirando incrédula al señor Delamore.

-¿De verdad?, ¿me lo está diciendo en serio?- inquirí, completamente alucinada.

-Absolutamente en serio; no ha sacado una nota tan alta cómo su alteza; pero ha aprobado, y con nota de sobra- me explicó con una sonrisa.

-Bella- Edward apretó mi mano, me miraba con una gran sonrisa. Tuve que contenerme el levantarme y arrojarme en sus brazos... una de nuestras principales preocupaciones antes de la boda había pasado, para nuestro alivio.

-Mis felicitaciones para ambos; han hecho un trabajo magnífico- nos felicitó.

Durante la siguiente media hora, hablamos sobre el proyecto de fin de carrera, que presentaríamos en treinta y uno de mayo, con otros alumnos de quinto curso, ante el tribunal evaluador. Le dijimos el tema de cada trabajo, y nos estuvo aconsejando cómo empezar a desarrollarlo. Nada más salir de allí, y viendo que no había nadie en los pasillos, ya que eran horas de clase, mi novio me cogió en brazos, dando vueltas conmigo y riendo felices.

-¿Lo ves?; no conocía a nadie capaz de hacer un examen con una apendicitis, y encima aprobarlo- meditó en voz alta, divertido por la situación -felicidades cariño- mirando a nuestro alrededor, dejó un pequeño beso en mis labios.

-Lo mismo te digo- le devolví de vuelta -podríamos celebrarlo- le propuse -ahora que más o menos estoy bien, podríamos cenar por ahí, algo tranquilo- le sugerí.

-No suena mal, hecho- me prometió, abrazándome de nuevo.

-Deduzco que las cosas han ido bien- la voz de nuestro amigo hizo que nos separáramos.

-Hemos aprobado los dos- le informó Edward. Tanto Emmet cómo Quil nos felicitaron; mientras éste iba a buscar a Rosalie, aprovechamos el cambio de clase para ir a ver a nuestros compañeros, ya que no teníamos que seguir yendo a clase. Nos desearon suerte para el proyecto, y quedamos en que les iríamos llamando para las celebraciones de la boda, a las que ya venían todos.

Esa noche, después de pasar el día con la familia y de que llamara a mi padre y a Sue, salimos a celebrarlo. Edward me llevó a un restaurante que habían inaugurado hace poco, al lado de Oxford Street; era moderno y de diseño. Allí, en una mesa apartada, brindamos por el resultado de nuestros exámenes, y por la cuenta atrás para la boda, que ya había comenzado.

0o0o0o0o0o0o0o0

El final de la segunda semana de marzo anunciaba el inicio del viaje oficial a Escocia. Finalmente, el viaje a Gales quedó fijado para después de las vacaciones de Pascua, a mediados de abril. A Irlanda del Norte iríamos dos días a principios de junio, justo antes de la boda. Íbamos a ir a mediados de mayo... pero el catorce de ese mes había acontecimiento importante en la realeza europea; los reyes de España celebraban el treinta y cinco aniversario de su subida al trono, y había varias celebraciones a las que asistían toda la realeza europea, y nosotros también estábamos invitados, junto con toda la familia; conocería al resto de las Casas reales antes de nuestra boda. Tenía mucha curiosidad por conocer a Christian y Carlos y a sus mujeres; Edward me hablaba mucho de ellos; incluso Madde y Valeria me llamaron cuándo se enteraron de mi operación, y había recibido unos inmensos ramos de flores por parte de ellos y de otras Casas reales. Fueron muy amables hablando conmigo, y dijeron que tenían muchas ganas de conocerme en persona.

El lunes diecisiete de marzo aterrizamos en el aeropuerto internacional de Edimburgo, a las nueve y media de la mañana. Hacía bastante frío, y me abroché bien el abrigo antes de bajar por la escalerilla del avión. El primer ministro escocés nos recibió al pie de las escalerillas, junto a su esposa. Después de saludar a Esme y Carlisle y al resto de la familia, su vista se posó en mi.

-Es un honor conocerla por fin, señorita Isabella- me estrechó a mano con simpatía y una sonrisa tranquilizadora. Eran un matrimonio joven, de unos cuarenta años.

-El placer es mío; tenía muchas ganas de conocer Escocia por fin- expresé contenta.

-Y nosotros teníamos ganas de que la futura duquesa de Rothesay nos visitara; todos los escoceses esperan verla de cerca- sonreí, recordando que el ducado de Rothesay era el título oficial de Edward en Escocia, y yo lo llevaría también.

Después de saludar a toda la familia, Carlisle y Edward se adelantaron, pasando revista a las tropas que estaban allí para recibirnos. Me quedé por detrás de Esme, a la altura de Alice; Jasper estaba detrás nuestro. Una vez pasaron los saludos militares, ambos volvieron a nuestra posición, mientras el ambiente se quedaba en silencio, y las gaitas empezaron a entonar el himno de Escocia. Edward se puso a mi lado, justo unos pasos detrás de sus padres.

-Qué curioso- le susurré una vez terminó, tomando del brazo a mi prometido, camino de los coches -nunca lo había escuchado, es bonito, con el sonido de las gaitas y tambores- le confesé.

-Es curioso de escuchar- me dio la razón con una sonrisa. Observé que entre la prensa allí desplazada estaban Leah, Seth y Jacob. Posamos un momento antes de subir a los coches.

-¿Ya se encuentra totalmente recuperada, señorita Isabella?- me interrogó Seth.

-Prácticamente sí- le respondí con una pequeña sonrisa.

-¿Tenía ganas de conocer Escocia?- me interrogó otro de los periodistas.

-Tengo ganas de conocer toda Gran Bretaña; y por supuesto que tenía ganas de conocer Edimburgo- contesté. Después de que Edward contestara a otra pregunta, nos metimos en el coche, camino de Bute House, residencia del primer ministro escocés. Allí teníamos un almuerzo oficial con el anfitrión de la casa, el alcalde de la ciudad y otras autoridades locales.

Nada más llegar allí, Carlisle, Edward y Jasper departieron un rato con el primer ministro Anhall y el ministro principal Philip McGons. Esme, mi cuñada y yo misma recorrimos la casa, acompañadas por las respectivas esposas. La señora Anhall era muy amable y simpática, no así Peggy McGons.

-¿Así que una apendicitis?- me preguntó con un tono que no supe describir.

-Sí, supongo que le pasa a mucha gente- le respondí de manera educada, sin entender por dónde quería salir. Alice se reunió conmigo, notando mi desconcierto.

-Curioso... y a sólo cuatro meses de la boda; el señor Zimman tiene razón- susurró con una mueca.

-¿A qué se refiere?- la pregunta de Esme hizo que nuestra vista girase hacia ella. Pude observar que la señora Anhall le dirigía una mirada reprobatoria a Peggy McGons.

-¿Si hubiera sido otro tipo de operación se nos hubiera informado?; pongamos que hubiera sido una operación de tipo... ginecológico- la miraba estupefacta, por lo que estaba insinuando -¿se nos habría dicho la verdad?-.

-Señora McGons- empezó Esme, intentando modular su tono de voz -puede que la Casa real cometa muchos fallos a veces -pero le aseguro que siempre intentamos dar la información verídica de las cosas- relató seria -pero... ¿no cree que el historial médico de una persona es un asunto privado?... además, puede ir usted misma a hablar con los doctores que la intervinieron- me señaló.

-La señora McGons no pretendía poner en duda el trabajo del departamento de prensa de palacio- intervino rápidamente la señora Anhall, fulminando a ésta con la mirada.

-Sólo expresaba una opinión que salió de la boca de un periodista- se excusó.

-De un periodista que pone verde a mi prometida sin conocerla en absoluto- la voz enojada de Edward llenó el salón.

-No pretendía ser descortés; ruego me disculpen- Peggy y la señora Anhall nos dejaron a solas unos minutos, excusándose y yendo a supervisar la comida.

-¿Te encuentras bien?- afirmé con un suspiro a la pregunta de mi novio. Después de mi salida del hospital, aun recibiendo la prensa partes médicos acerca de mi salud, algunas publicaciones y periodistas se dedicaron a difundir rumores... incluso se llegó a insinuar que había sufrido un aborto, o que me tenía que someter a un tratamiento para poder dar a luz un heredero. Los rumores eran tan absurdos y sin sentido, que no le dimos mayor importancia... pero adivinaba que había algo más detrás de esa afirmación de la señora McGons.

Una vez sentados en la mesa alargada, junto con otras veinte personas, el servicio colocó los típicos platos escoceses. Pude degustar la ternera Aberdeen Angus con distintos vegetales de acompañamiento, diferentes tipos de marisco, que según me iban contando Edward y Alice, el que se capturaba allí era de los mejores del mundo... y el haggis, que lo sirvieron con puré de patatas y boniato. Eran diferentes asaduras de ciervo... reconozco que a mi padre le encantaba ese tipo de carne, pero no a mi.

-Tiene un sabor muy fuerte- me advirtió Edward -a mi tampoco me gusta mucho- me confesó con voz baja.

Probé un poco del plato, no quería ser descortés... y efectivamente, era demasiado fuerte para mi gusto. La simpática señora McGons, a ver mi haggis casi intacto, se dirigió a mi.

-¿No le gusta?- señaló al plato.

-Está bueno... pero si le digo la verdad, no estoy acostumbrada a la carne con un sabor tan fuerte- le respondí.

-No sé qué tiene de malo nuestra comida... en América no hacen más que comer cosas grasientas- murmuró al invitado que tenía al lado, pero la escuché perfectamente, y Edward también.

-No pongo en entredicho su gastronomía- la contesté, un poco molesta ya -pero cada uno tiene unas preferencias-.

-Espero que nuestra futura princesa aprenda a apreciar los platos típicos de su futura patria- dijo otro señor, mirándome burlón.

Agaché la cabeza, incapaz de encontrar una frase con la que salir del paso. Sabía y tenía asumido que no gustaría a todo el mundo... pero cuándo se dirigían a mi de esa forma, me dolía.

-Una princesa inglesa no haría un feo así a sus anfitriones- ese pequeño comentario, hecho por alguien en formal confidencial, llegó a mis oídos. Me costó un esfuerzo sobrehumano retener las lágrimas, pero no podía perder los nervios. Edward agarró mi mano, negando con la cabeza en silencio, para que no les hiciera caso. Pensaba que la gente no se había enterado de ese comentario, pero algunos si lo oyeron; por suerte, Carlisle y Esme estaban en la otra punta de la mesa, ajenos a todo. Una vez pasó el mal rato, los comensales se dispersaron en una amplia sala, tomando el café y una copa. Decidí salir a pasear un poco por los jardines, sin que nadie se diera cuenta. Allí no pude retener por más tiempo mis lágrimas... lloré en silencio, y no sentí a Edward y sus padres detrás mío.

-Cariño, no les hagas caso- Edward me abrazó con delicadeza, dejando un beso en mi cabeza.

-Yo no quería hacer un desprecio a la gente... probé un poco... pero no me gustaba- me excusé.

-Hija, tranquila. El señor Melton nos ha contado qué ha pasado -me tranquilizó Carlisle- porque seas una princesa, no te tienen que gustar todos los platos- murmuró divertido, para tranquilizarme.

-No le hagas caso a la señora McGons... si no le gustas, es su problema; tú no le has hecho nada- me decía Esme.

-Con que me gustes a mi es suficiente- mi novio dio un tono juguetón a sus palabras, intentando animarme. Me reí un poco.

-Así quiero verte, feliz y contenta- dejó un suave beso en mi frente -ahora, tenemos que irnos a la Scottish National Portrait, a inaugurar una exposición- me recordó. Suspiré asintiendo, mientras me arreglaba la falda y la chaqueta que llevaba.

-¿De modo que voy a verte colgado en la pared del museo?- interrogué ya en el coche, camino de éste.

-Sip; en la sala dónde están todos los retratos de los Príncipes de Gales- me explicó, acercándome a su pecho -verás a mi padre de joven- añadió.

A la puerta del museo, ubicado entre los barrios Old Town y New Town, era un edificio grande y antiguo, y su construcción se asemejaba a a las de los palacios ducales venecianos, había mucha gente y periodistas ubicados en la entrada principal. Nada más salir del coche, mi nombre resonaba en mis oídos... el jaleo allí montado era enorme. Saludé a la gente que estaba allí, detrás del cordón del seguridad, antes de tomar a Edward de la mano y recorrer el museo. Esme y yo escuchábamos atentas las explicaciones del director, en las que Alice, cómo buena historiadora del arte, intervenía. Vimos la sala de hombres ilustres escoceses, así cómo otras galerías, pasando por el Salón de los reyes, dónde colgaba un retrato enorme de Carlisle, vestido con el manto de coronación y la corona real. Al llegar a la sala de los Príncipes de Gales, mi vista fue a un retrato de mi novio, con apenas diez años, con las insignias y los honores de la Orden de la Jarretera.

-Qué bien te queda el sombrero con la pluma; pareces un juglar- murmuré, conteniendo una sonrisa. Esme a mi lado, escuchaba los resoplidos mal disimulados de Edward, conteniendo la risa.

-Tenía once años cuándo le sacaron esa foto; nunca le había visto protestar tanto cómo ese día- me explicaba.

-Y más que se enfadó cuándo le dijeron que iban a hacer un retrato de esa foto- añadió su padre.

Al lado de ese cuadro, había otro, en el que Edward salía, ya adulto, con el uniforme de gala; todavía me impresionaba verle así, cómo un auténtico príncipe.

-Estás muy guapo- le susurré -pero en el otro retrato también sales muy mono- aclaré.

-Qué graciosa es mi niña- murmuró en tono sarcástico -no creas que no me cobraré todas tus bromas... en un sitio más íntimo- lo último que dijo, en ese tono tan bajo y sensual, hizo que me pusiera más roja que un tomate.

Después de recorrer gran cantidad se salas, pasando por retratos de toda la dinastía Cullen y la nobleza inglesa, con unos cuántos antepasados de Jasper, la dirección del museo nos acompañó hasta la puerta, despidiéndose de nosotros. Observé que el resto de la familia se acercaba a la gente, para darles la mano y saludarla, y eso hicimos Edward y yo, franqueados por Embry y Quil.

-Felicidades alteza-.

-Señorita Isabella, es para usted- una chica me tendió una rosa blanca preciosa.

-Que sean muy felices-.

Todos esos buenos deseos de la gente me emocionaron; a lado de Edward, estreché la mano de decenas de escoceses, y daba las gracias por las flores que me regalaban.

-Me quieren sin apenas conocerme... es increíble- susurré a mi novio, mientras éste daba la mano a una pareja de ancianos. En ese momento me importaron un cuerno los comentarios de la señora McGons y del señor Zimman... lo que en verdad contaba era el cariño de la gente, y con eso me bastaba. Con mi prometido de la mano, intentamos responder una por una a las muestras de cariño, hablando unos segundos con la inmensa mayoría y agradeciéndoles todo aquello de corazón.

Los dos días siguientes fueron un verdadero ajetreo; dormíamos en el palacio de Holyroodhouse, residencia oficial de la familia en Edimburgo, tan lujoso y enorme cómo el resto de los palacios ingleses. Allí me presentaron a Sir Jonh Fulton, homónimo de Preston y de Angus en Londres y en Windsor. Todo el servicio me dio una cálida bienvenida, y con la compañía de Jonh, Edward me enseñó el palacio.

Después de dos intensos días con diferentes actos en Edimburgo, hoy nos trasladábamos a la base naval de Clive, a cuarenta kilómetros de Glasgow; Edward y su padre, cómo almirantes de la Armada real, entregarían los despachos y diplomas a los nuevos oficiales. El protocolo exigía traje corto a las señoras, y al ser acto de gala y durante del día, tocado o pamela en la cabeza.

Me puse un vestido gris perla, con un abrigo a juego por debajo de la rodilla, también en gris, aunque un poco más oscuro que el vestido. Con un bolso de mano y unos zapatos de tacón en beige clarito, me dirigí al hall principal, dónde Esme, Alice y Jasper ya estaban esperándose.

-¿No te pones la pamela?- la pequeña duende vino hacia mi, enfundada en un traje chaqueta negro, con una blusa roja y un gracioso tocado a juego, una especie de diadema con una rosa en un costado, no muy grande.

-Necesito ayuda- suspiré resignada, tendiéndole el sombrero gris, de ala ancha y con una delicadas flores en un lateral. Mi cuñada rió mientras le tendía su bolso a Jasper, y me ayudó con ello. Cómo las alas del sombrero eran anchas y desiguales, lo inclinó un poco.

-Ahora pásame los alfileres- le tendí la sujeción del sombrero, y ella misma me las puso, observándome unos momentos.

-Estupendo; te queda muy bien- alabó la pequeña duende, mirando el resultado de su obra.

-Ya me puede quedar bien; esta pamela vale más que varios de los trajes que tengo- siseé rodando los ojos.

-Eso es porque te ves rara, hasta que te acostumbres a llevarla- me indicó. Esme se acercó a mi, enfundada en un traje marrón dos piezas, con un impresionante sombrero a juego.

-Estás muy guapa hija... y te digo lo mismo que Alice, todo es acostumbrarse a ello; además, gracias a dios hoy no hace viento- reí por la ocurrencia, pero también lo agradecía.

Mientras esperábamos a Carlisle y Edward, los tres me estuvieron contando anécdotas graciosas que les habían ocurrido alguna vez a las chicas con las pamelas. En ello estábamos, cuándo por fin entraron en la sala. Me quedé embobada mirando a mi novio; al igual que Carlisle, llevaba un uniforme azul negro, con una banda azul marino cruzándole el pecho. De la chaqueta pendían diferentes placas e insignias militares. Me acerqué lentamente, mientras me miraba de arriba abajo, sonriendo.

-Qué guapo; hacía mucho que no te veía cómo un auténtico príncipe- sonrió mientras negaba con la cabeza y me tendía un momento los guantes blancos que llevaba; una vez se colocó bien la banda, se los tendí.

-Y tú estás preciosa; nunca te había imaginado con un sombrero- me devolvió cómplice.

-Me cuesta acostumbrarme, créeme- contesté. Se inclinó, dejando un suave beso en mis labios... pero tuvo que girar la cabeza varias veces, ya que mi enorme pamela le impedía hacerlo. Me reí por sus intentos.

-Podrías facilitarme el asunto- protestó divertido y enojado a la vez. Alcé todo lo que pude mi cabeza, sin descolocarme mucho el sombrero, capturando sus labios de nuevo, y esta vez no le liberé tan fácilmente. Por suerte, la familia nos había dado un poco de intimidad, y ya estaban saliendo, de camino a los coches. Sentí que rodeaba mi cintura con sus brazos, estrechándome entre ellos... un hormigueo me recorrió de la cabeza a los pies; desde mi operación no habíamos tenido momentos de intimidad, y sin más rodeos... había pasado ya más de un mes.

-Me vas a matar de deseo- susurró en mi oído, dejando un pequeño beso en el lóbulo.

-Tenemos que irnos- murmuré contra sus labios y pasando los dedos por su mejilla. Asintió, resoplando fastidiado.

-Ésto no acaba aquí- me guiñó un ojo cómplice, dándome el brazo y cogiendo la gorra del uniforme que le tendía uno de los empleados.

Una vez allí, Esme, Alice, Jasper y yo fuimos acomodados en una tribuna preparada para la ocasión, con un toldo azul y el escudo de la dinastía Cullen a nuestras espalda. Desde nuestros asientos, seguimos el discurso de Carlisle, franqueado por Edward a su derecha. Después de la entrega de los diplomas, ambos se sentaron con nosotros, y desde allí, seguimos el desfile de las nuevas promociones. Una vez que el acto terminó, Edward y yo nos acercamos a uno de los barcos de instrucción que estaba anclado allí, explicándome el manejo de éste.

-¿Tú también estuviste en un barco así?- indagué curiosa. Asintió con la cabeza.

-Pasé cuatro meses de maniobras militares a bordo- me explicó mientras me sujetaba para acceder a la cubierta -partimos del puerto alemán de Bremerhaven, a sesenta kilómetros al noroeste de Bremen- se siguió contando.

-¿Y son tan serios y rectos cómo lo que cuentan?- seguí interrogando.

-Un poco- esbozó una de sus sonrisas torcidas -parecidos a los marines de EEUU-. Con la ayuda del capitán y del segundo a mano, fue enseñándome las distintas partes del barco, así cómo la sala de mandos y los camarotes de la tripulación.

-Cuánta tecnología- murmuré asombrada, estudiando uno de los ordenadores de última generación que tenían en una de las salas.

-Es un radar- me aclaró Edward. Tomada de su brazo, seguí interrogándole sobre mil y una cuestiones; a mi padre le encantaría todo ésto, y se lo quería contar con pelos y señales.

Desde allí nos trasladamos a la propia ciudad de Glasgow, dónde comimos con las autoridades en las Cámaras de la ciudad, antigua sede del Parlamento escocés antes de su traslado a Edimburgo. Después de comer, recorrimos el centro histórico, que había sido recientemente restaurado. El alcalde y el concejal de urbanismo nos explicó las obras que se habían llevado a cabo. Allí volvimos a saludar a la gente, que estaba apostada detrás del cordón policial, al igual que los periodistas. Distinguí de nuevo a Jacob, Seth y Leah entre ellos... pobrecillos, pensé para mis adentros, tienen que estar hartos de nosotros y de tener que seguirnos allá dónde íbamos.

A media tarde volvimos de nuevo a Edimburgo. Dado que Carlisle y Esme querían descansar un poco, decidimos salir a cenar junto con Alice y Jasper, y ver un poco la ciudad de noche. Cenamos en un restaurante pequeño y acogedor en Victoria Street, una de las calles más populares del Old Town; toda esa zona conservaba el empedrado original de las calles, y las fachadas antiguas de los pubs y comercios hacía que la zona no hubiera perdido el encanto del siglo pasado.

Al día siguiente, desayunamos tranquilamente, y después fuimos a prepararnos para el siguiente acto. La orden del Thistle, máxima condecoración de Escocia y equivalente a la Jarretera en Inglaterra celebraba el acto anual de investidura de los nuevos caballeros y damas. De nuevo el protocolo exigía traje corto para las damas, con pamela o tocado. Ese día opté por un traje beige, con blusa fucsia de gasa y una pequeña flor de gasa en un costado de mi cabeza, a modo de tocado, del color de la blusa.

Edward había desparecido misteriosamente de la habitación, y no me había dicho dónde iba. Al llegar al vestíbulo, Esme y Alice ya estaban allí. Observé que ambas llevaban la condecoración de dama de la orden prendida en el traje; era una pequeña lazada verde, de la cual colgaba una medalla.

.¿Dónde están los chicos?- interrogué curiosa. Ambas se miraron con una sonrisita cómplice.

-Terminando de vestirse- me explicó mi cuñada -¿sabes una cosa?- negué con la cabeza, curiosa -mamá y yo adoramos las ceremonias de investidura... nos lo pasamos muy bien- me explicó con una risita. Iba a preguntarme por qué, pero las vi mirar por encima de mi hombro, aguantando la risa... me giré... y ahora las entendía perfectamente.

Por el pasillo venían Edward, Carlisle y Jasper... ataviados con el collar de la orden... y los tres con falda escocesa.

Ninguna pudimos reprimir la carcajada; ver a Edward con el tradicional Kilt, de color verde oscuro y rayas rojas y azules, y las medias blancas era todo un poema.

-No tiene gracia- siseó Jasper, taladrando a su novia con la mirada. Edward me miraba serio y un poco enojado; por una vez, estaba rojo cómo un tomate.

-Vamos cielo, no te enfades conmigo... me ha chocado mucho verte así- confesé, mordiéndome el labio e intentando sofocar la carcajada. Me seguía mirando serio, con los brazos cruzados sobre su pecho.

-Estás muy bien- le volví a decir; pareció relajarse un poco... y la curiosidad pudo conmigo. Le hice una seña, para que quedara su cabeza a la altura de mi boca.

-Siempre he tenido curiosidad; ¿qué llevas debajo?- pregunté. Esme y Alice soltaron la carcajada, pero ellos seguían molestos.

-Antiguamente no se llevaba nada... pero ahora no es así- añadió rápidamente mi novio. Me mordí ligeramente el labio inferior... se veía muy sexy con la faldita, que dejaba al aire sus tonificadas y musculosas piernas.

-Tienes que hacerme un sreptease con la falda... por favor- le susurré en voz baja, sin que me oyera nadie.

-Ni lo sueñes... cariño, me muero de la vergüenza ya en este momento, imagínate en esa situación- resopló con paciencia. Ni con mis mejores pucheros estilo su alteza real Mary Alice Cullen conseguí convencerle. En el coche se le pasó un poco el cabreo inicial, mientras me contaba la historia de la falda.

-Se llaman Kilt; y cada clan o familia tiene su propio estampado de cuadros- me informó -por eso Jasper lleva la de su familia, y mi padre y yo la de la dinastía Cullen- me siguió contando.

-¿Siempre os las ponéis para la ceremonia de investidura?-. Afirmó con la cabeza.

-La orden del Thistle es la máxima distinción escosesa... y el kilt está considerado una prenda para ocasiones especiales- me seguía relatando -el año que viene, te concederán a ti el lazo y la placa de dama-.

-¿De verdad?- abrí un poco los ojos, por la sorpresa -no me lo habías dicho-.

-No te la pueden conceder hasta que seas princesa de Gales- me aclaró. Seguimos la conversación, hasta que el coche paró enfrente de la catedral de St. Gilles; dentro de ella, estaba la capilla de la orden, en un lateral del templo. Al cruzar el pórtico, observé que de las paredes pendían los entandartes y símbolos de la orden, y el himno de ésta era interpretado por gaitas y arpas escocesas. Esme, Alice y yo nos colocamos en un lateral, en unos sillones colocados expresamente para nosotras. Edward y Jasper ocuparon su sitio entre los miembros, mientras que mi suegro empezaba el discurso de bienvenida.

Durante el acto, observé que todos los miembros masculinos, tanto lo que ya pertenecían cómo los que iban a ser aceptados, iban con la falda. A todos se les hacía leer el juramento de fidelidad a la orden, y Carlisle les ponía el collar a los hombres; a las mujeres, se les ponía la pequeña lazada similar a las que llevaban Esme y Alice. La placa se les entregaba en un estuche de terciopelo, junto con el certificado de admisión.

Al terminar la ceremonia, regresamos al palacio, dónde se ofreció un pequeño buffet a los integrantes de la orden. Me presentaron a infinidad de personajes públicos y relevantes de la vida escocesa, desde políticos, hasta escritores y artistas. Edward no se separaba de mi lado, haciendo de perfecto anfitrión. A eso de las cuatro y media de la tarde el palacio quedó vacío... pero ya se estaba montando todo para la cena de gala de esta noche, que marcaba el fin de la visita oficial. Por lo que me explicaron antes de venir, sería cómo si se ofreciera una cena de gala en Buckingham.

Después de que nos peinaran a Esme, Alice y a una servidora, una vez en mi habitación, saqué de la funda el vestido de gasa celeste. Los tirantes eran un poco anchos y de gasa, y debajo del busto tenían adheridas unas cintas de piedras del mismo color; a partir de ahí, caía suelto hasta los pies, incluso tenía un poco de cola.

Con los zapatos y el bolso plateados, en conjunto quedaba muy bien. Me puse el collar y los pendientes pequeños del aderezo. Justo cuándo me daba el último vistazo al espejo, Edward entró por la puerta. Llevaba un frac de gala, con varias condecoraciones prendidas. Distinguí el collar del Thistle, la placa de la Jarretera y la del Imperio británico y la banda de la Real Orden Victoriana.

-Qué guapa estás- me tomó de las manos girándome cómo si bailáramos.

-Y tú también... no sé por qué odias el frac- le reproché con cariño, colocándole bien la pajarita blanca.

-Prefiero mil veces el uniforme de gala- se encogió de hombros -me encantan tus tirabuzones- observó mientras pasaba un dedo por un mechón de mi pelo. Esta vez lo llevaba semirrecogido, con una cascada de tirabuzones en la espalda.

-¿Dónde estaré sentada?- interrogué un poco preocupada.

-Las mesas aquí son redondas- me informó -presidiremos la mesa dos; mis padres presiden la uno, y mi hermana la tres- me explicaba -creo que estamos sentados con el señor McGons y señora- murmuró fastidiado y mirándome un poco preocupado. Negué con la cabeza, quitándole hierro al asunto.

-Tranquilo- deje un pequeño beso en su mejilla -estaré bien, y haré oído sordos si me dicen algo cómo lo del otro día- le prometí. Con una graciosa inclinación de cabeza, me ofreció su brazo. Sonreí mientras lo tomaba y nos dirigíamos a la sala que precedía al salón del trono. Allí estaban toda la familia, y el primer ministro y su esposa. Esme y Alice llevaban tiaras, bandas y placas, al igual que muchas de las invitadas nobles. Carlisle se acercó a nosotros.

-Bien, futura duquesa de Rothesay- inició un divertido discurso ¿preparada para su primera cena de gala en familia?- me interrogó cómplice.

-Ni un poquito- mi contestación generó pequeñas risas, incluyendo a mi prometido.

-Eso significa que estás lista- aprobó con una sonrisa; iba a responderle, pero el chambelán de palacio anunció con voz solemne la entrada de los reyes. Las notas del himno, esta vez el de Gran Bretaña, empezaron a sonar. Carlisle y Esme entraron primero, seguidos del primer ministro y su esposa; detrás Edward y yo, y cerraba la comitiva Alice. Nos quedamos de pie, dando la espalda al trono y justo dónde comenzaba la pequeña escalinata. Al terminar el himno, la gente formó una fila, para saludarnos y darnos la mano. Situada entre mi cuñada y Edward, recibí los saludos de la gente con una pequeña sonrisa. Observé cómo a mis suegros y a mi novio y cuñada, a veces, el inclinamiento de cabeza iba acompañada de una pequeña reverencia. Después de saludar a las quinientas personas allí congregadas, pasamos al comedor. Las mesas lucían impecables con finas mantelerías blancas e impresionantes candelabros de plata en cada una de ellas, y centros de flores.

-Qué bonito- murmuré admirada a Edward, que me conducía hasta nuestra mesa con una sonrisa de orgullo en su cara. Me senté entre el señor McGons y el consejero escocés de economía; justo enfrente mío se sentaba mi novio, franqueada por las respectivas esposas de ambos.

Primero habló el ministro escocés, y después le tocó el turno a mi suegro.

-Buenas noches a todos; permitid que mi familia y yo os demos la bienvenida un año más al palacio de Hoyroodhouse. Estamos muy contentos de estar aquí de nuevo, disfrutando del inigualable paisaje escocés y de la calidez y la acogida de su gente. Nada me satisface más que comprobar que las muestras de cariño hacia mi familia se repiten año tras año- hizo una pausa, tomando aire- esta visita siempre es muy especial para nosotros ... pero este año lo es más; este año se ha unido un nuevo miembro a la familia- su vista se posó en mí, al igual que la del resto de la audiencia -nos sentimos halagados y felices de qué el pueblo escocés comparta la alegría de la futura boda de mi hijo, el duque de Rothesay- Edward me guiñó un ojo, que yo respondí con una imperceptible y tímida sonrisa -y les puedo asegurar que Isabella ha palpado el cariño de la gente estos días, y que a su vez, el pueblo escocés ha calado ya hondo en su corazón, al igual que ella ha calado en los nuestros- agaché mis ojos, acuosos debido a la emoción, a la vez que se formaban esos característicos coloretes en mi cara. Edward me miraba con ternura; sus topacios dorados me decían sin palabras lo mucho que me amaba, y reflejaban su felicidad.

Suspiré levantando la vista, y vi que la gente me sonreía y me miraba con una sonrisa, ya que se habían percatado de que me había emocionado.

-Por eso, cómo padre, me van a permitir que este año no brinde por la hermanad y la ayuda mutua entre Inglaterra y Escocia, que siempre ha existido y seguirá existiendo; sino por la futura boda y felicidad de mi hijo; salud- alzó su copa, al igual que el resto de los presentes.

-Por los futuros duques de Rothesay- alzó la voz el ministro Anhall -señorita Isabella, bienvenida de todo corazón a Escocia; salud-.

-¡Salud!- respondió a coro la sala. Alcé la copa, brindando con quién tenía al lado, cómo mandaba el protocolo, pero devolviendo mi mirada a Edward, que me observaba fijamente, susurrándome un te quiero silencioso con los labios. Cuándo me senté, todavía me temblaba todo el cuerpo; no esperaba que me fuera a mencionar en el discurso... y mucho menos las palabras de ánimo y de cariño que Carlisle me dedicó... y las del ministro Anhall.

La cena dio comienzo; la fina porcelana blanca con filo de oro, y las iniciales de Carlisle y Esme bajo la corona real la adornaban. La cubertería y las copas, también con filo de oro... era cómo en las películas de reyes y príncipes. La cena de gala del Quirinale, en Roma, no se parecía en nada a ésto. El señor McGons y el consejero de economía mantuvieron una entretenida conversación conmigo, preguntándome todo lo que había visto y qué me había parecido. Yo les respondía con algo de timidez, pero al final terminé relajándome; incluso les pregunté lugares y costumbres de algunas ciudades que no había visitado.

Una vez ya terminada la cena, las puertas del salón de baile se abrieron; Carlisle y la señora Anhall abrieron el baile, junto con Esme y el ministro. Al pasar un minuto, sentí que Edward me tomaba de la cintura y agarraba mi otra mano; pasé la otra por sus hombros, mientras sonaba una balada de Amy McDonald, que recordé en ese momento que era escocesa de nacimiento.

-¿Todo bien?- me preguntó en voz baja -¿no te lo esperabas, verdad?- me preguntó con una sonrisa.

-No... y todavía no sé qué decir- suspiré, relajándome en sus brazos -me siento... no tengo palabras- balbuceé, poniéndome roja de la vergüenza.

Sentí que Edward entrelazaba los dedos de nuestras manos unidas, acercándolos a su corazón. Cerré los ojos, juntando nuestras frentes y meciéndonos al son de la música... hasta que la canción terminó.

-¿Me la prestas?- la voz de mi suegro hizo que saliéramos de nuestra burbuja particular.

-Sólo un baile- Edward se alejó guiñándome un ojo; tomé la mano que Carlisle me ofrecía, empezando a girar.

-¿Cómo lo llevas?- me interrogó.

-Muy bien- afirmé contenta -muchas gracias por tus palabras... me he emocionado- confesé nerviosa.

-Ya tenía ganas de brindar públicamente por la boda de mi hijo- me aclaró con una sonrisa divertida -un día, en el futuro, también serás reina de esta tierra- me recordó.

-Pero muy lejano- balbuceé deprisa; al igual que Edward, no me gustaba mucho hablar de eso.

-Ese es vuestro destino- me recordó con cariño -bien; mañana nosotros cuatro volvemos a Londres, pero vosotros os quedáis tres días más, de visita privada- me dijo alegre, cambiando de tema -¿qué te va a llevar a ver mi hijo?- me preguntó con curiosidad.

-Me va la llevar a ver el Lago Ness y toda esa zona; Aberdeen, Saint Andrews, Perth... - empecé a enumerar, haciendo un poco de memoria -también las Islas Orcadas, algunas de ellas- terminé de contarle.

-Te va a encantar; el paisaje es increíble- me dijo.

-Lo poco que he visto me ha encantado- le conté -es todo tan verde... me recuerda mucho a Forks- suspiré con una sonrisa, pero mezclada con un poco de añoranza.

-Te entiendo, es comprensible que eches de menos tu país- me consoló -hacemos todo lo posible porque te sientas cómo en casa; lo estás haciendo muy bien Bella, y poco a poco te irás desenvolviendo con más soltura- me felicitó.

-Ya considero a Inglaterra mi casa; algo así cómo mi segundo hogar- sonrió por mi ocurrencia, mientras seguíamos el ritmo de la canción.

Después de bailar con Jasper, el ministro Anhall y otros invitados, la música tomó un ritmo más movido. Me divertí mucho, bailando con Alice, ante la atenta mirada de nuestros novios. Decidimos descansar un poco del volumen de la música, y de la mano de Edward, nos perdimos unos minutos por los jardines, compartiendo confidencias e impresiones de nuestro segundo viaje oficial juntos y, sobre todo, compartiendo besos y arrumacos... ese era el lugar al que más me gustaba viajar cuándo me besaba... a nuestro paraíso particular.

 

Capítulo 39: Entre leyes y bisturíes Capítulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja!

 


Capítulos

Capitulo 1: Prólogo Capitulo 2: Dulces y Dolorosos Recuerdos Capitulo 3: Adiós Forks...hola Londres Capitulo 4: Regreso al hogar Capitulo 5: Primer día de clases Capitulo 6: Los principes azules si existen Capitulo 7: Largo verano de incertidumbre Capitulo 8: Entre sedas y terciopelo Capitulo 9: Volverte a ver Capitulo 10: Reacciones Capitulo 11: Besos furtivos Capitulo 12: Norfolk Park Capitulo 13: Simplemente amor Capitulo 14: Desahogo Capitulo 15: Confesiones suegra- nuera Capitulo 16: Un americano en Londres I Capitulo 17: Un americano en Londres II Capitulo 18: Un verano inolvibable I Capitulo 19: Un verano inolvibable II Capitulo 20: Chantajes Capitulo 21: Descubrimientos Capitulo 22: Un país sorprendido Capitulo 23: Acoso y derribo Capitulo 24: No hay final feliz Capitulo 25: Soledad Capitulo 26: Anhelo Capitulo 27: Quiero y no puedo Capitulo 28: Sospechas Capitulo 29: Hallazgos asombrosos Capitulo 30: Abriendo los ojos Capitulo 31: Y sin ti no puedo vivir Capitulo 32: Volviendo a vivir Capitulo 33: La Prometida del Príncipe Capitulo 34: Una pareja más o menos normal Capitulo 35: Salida al mundo Capitulo 36: Anochecer bajo el puente de los suspiros Capitulo 37: London Fashion Week Capitulo 38: California Dreamin Capitulo 39: Entre leyes y bisturíes Capitulo 40: ¿Qué llevas debajo? Capitulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja! Capitulo 42: Encajando en el puzzle Capitulo 43: Víspera de boda Capitulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa Capitulo 45: Perdidos Capitulo 46: Cumpliendo un papel Capitulo 47: Primeras navidades de casados Capitulo 48: Apuestas Capitulo 49: Nueva vida en palacio Capitulo 50: Epilogo Capitulo 51: Outtake 1: Verano real en Forks Capitulo 52: Outtake 2: Obligaciones reales Capitulo 53: Outtake 3: ¡Qué alguien atrape a ese ratón!

 


 
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