Un Cuento de Hadas Moderno (+18)

Autor: caro508
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2010
Fecha Actualización: 02/12/2010
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 29
Visitas: 328504
Capítulos: 53

Bella recibe una beca para estudiar su carrera universitaria en Londres; allí conocerá a un chico de ensueño...¿los príncipes azules existen?, puede que sí.


Hola aquí estoy con otra historia que no es mía, le pertenece Sarah-Crish Cullen,  yo solo la subo con su autorización, es otra de mis favoritas, espero les guste…

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; los que no pertenecen a la saga son de cosecha propia de la autora. Las localizaciones y monumentos de Londres son reales.

 

 

 

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Capítulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa

Palacio de Buckingham, unas horas antes

Abrí lentamente los ojos, bostezando despacio y quedándome tumbada en la cama, intentado despejarme un poco. Eché una ojeada a mi alrededor, y vi que Casper e Isolda descansaban a mis pies.

Por fin, el día había llegado. Veintitrés de junio... hoy era el día de nuestra boda; me incorporé de un salto, saltando fuera de la cama y asomándome a la ventana. Apenas eran las once de la mañana, pero el sol lucía en todo su esplendor, adornando un solitario cielo azul, libre de nubes. Abrí de par en par las ventanas, respirando el aire cálido que entraba por ellas. Pensé en Edward, y en qué parte del palacio estaría perdido, hecho un manojo de nervios.

Mi vista de posó en mi vestido de novia, cuidadosamente tapado por otra tela por encima... aunque la cola, de cuatro metros, al igual que el velo, sobresalía por el suelo. Dentro de unas escasas dos horas empezarían a desfilar por mi cuarto toda la familia y sobre todo las chicas, secuestrándome. Me duché con tranquilidad, después de cerrar las puertas correderas del salón, para que Casper e Isolda no hicieran una de las suyas y no se acercaran al vestido. Justo cuándo salía por la puerta de mi habitación, aparecieron Sue, Esme, la abuela y una muy histérica Alice, con mi desayuno.

-Buenos días hija, ¿has conseguido dormir algo?- me preguntó Sue mientras pasaban a la habitación.

-Un poco... pero me costó conciliar el sueño- admití con una sonrisa nerviosa.

-Tienes que desayunar algo- me recomendó Esme, dejando la bandeja encima de la mesa -a la hora de comer no creo que puedas probar bocado- me recordó.

Decidí hacerlas caso, y se sentaron para hacerme compañía, mientras intentaba pasar un trozo de tostada por mi garganta... pero mi estómago estaba cerrado a cal y canto. Estuvimos charlando un buen rato, hasta que llegaron Rosalie y Ángela; cómo salían conmigo, se peinarían y se vestirían aquí. Ben iría directo a la catedral; en las invitaciones, se especificaba a que hora debía entrar cada grupo, para poder acomodar a todo el mundo sin agobios.

A eso de las doce y media, las chicas se fueron a que Lexie y compañía las peinaran; yo era la última... miré otra vez por la ventana, y pensé que un paseo por los jardines no me vendría mal. Con Casper e Isolda siguiéndome, llegué a nuestro rincón secreto, y me senté en el suelo, apoyada en el tronco del sauce.

Miles de recuerdos pasaron por mi cabeza... unos alegres, otros no tanto... rememoré momentos de mi infancia, los recuerdos de la escuela primaria, con todos mis amigos, que hoy estaban aquí conmigo, en Londres... los años de instituto... el momento en el que abrí el sobre de esa beca, que cambiaría mi vida... la primera noche con Rosalie, en nuestro pequeño apartamento... la vergüenza que pasé por llegar tarde el primer día de clase... la primera vez que le vi, en la televisión, y después en esa clase. Si en ese momento me dicen que me casaría con él, habría reído, rodando los ojos...

Recordé con un poco de añoranza, fijando mi vista en la fuente grande, los primeros meses de nuestro noviazgo, cómo Rose, Emmet, Jazz, la pequeña duende, aparte de nuestros padres, fueron cómplices y guardaron el secreto; parecía que había pasado un siglo entero, y ni siquiera hacía dos años... no quise acordarme de los tiempos malos, no era día para recuerdos tristes.

Repasé todo lo que habíamos vivido desde que se anunció nuestro compromiso; cómo nuestra relación se afianzó aún más, si eso era posible; formábamos un buen equipo, tanto en la vida de pareja cómo en el trabajo que llevábamos a cabo. Dentro de unas horas dejaría de ser Isabella Marie Swan, pasando ser Isabella Marie Cullen... su Alteza real Isabella Marie Cullen, Princesa de Gales y todos los títulos que le seguían. Una sensación rara se apoderó de mi pecho, todavía no me acostumbraba a que eso se haría efectivo a partir, más o menos, de las siete y cuarto de la tarde, hora en la calculé que le daría el sí a mi novio.

Y por supuesto, no pude evitar acordarme de ella... de mi madre. Sentí una pequeña lágrima descender por mi mejilla, y sin darme cuenta, mis pensamientos cobraron voz alta.

-Mamá- murmuré, dirigiendo mi mirada al cielo -no sabes lo que daría por tenerte aquí, aunque solo pudieras verme un segundo, y darme un abrazo, poder pedirte consejo...- sollocé; Casper e Isolda, se sentaron a mi lado, acurrucándose contra mi pierna.

-No puedo creer que vaya a casarme con Edward- murmuré, esbozando una sonrisa -sé que él te habría gustado; te gustaría ver lo feliz que me hace... lo felices que somos juntos- suspiré, quitando una lágrima de mis ojos -tu pequeña, cómo me decíais el abuelo Swan y tú, se va a convertir en princesa... todavía me cuesta hacerme a la idea- confesé divertida, mirando el solitario jardín, perfectamente arreglado y resplandeciente cómo nunca. Miré el reloj, y descubrí que llevaba más de una hora, sumida en mis pensamientos. Dentro de un rato empezaría a prepararme. Dirigí de nuevo mi mirada al despejado cielo, esta vez ya sin poder contener las lágrimas.

-¿Sabes?; Edward siempre me dice que nos estás viendo... y espero que hoy, allí dónde estés, estés un poquito orgullosa de mi... de nosotros- cerré los ojos, en un intento inútil, de retener las lágrimas.

-Te quiero mamá... y quiero que sepas que hoy, más que nunca, estarás conmigo en todo momento- no soplaba una gota de aire... el día era muy caluroso; pero pude sentir una suave brisa, que se levantó de repente. Apenas fueron unos pocos segundos, pero ese pequeño roce del aire en mi cara, suave cómo una caricia, hizo que esbozara una pequeña sonrisa. No creía en esas cosas... pero quise creer que mi madre me transmitía su bendición y su cariño a través de ese gesto.

Me levanté y volví al interior de palacio; la actividad allí dentro era frenética. Pasé por el comedor y el salón de baile, admirando la decoración; las mesas estaban casi montadas, y el olor de los centros de flores, compuestos por rosas, peonías y fresias en tonos rosas, blancos y malvas impregnaba el ambiente, sin parecer recargado. Los altos candelabros de plata emergían de los inmaculados manteles de lino blanco... era todo cómo un sueño.

Eché también una ojeada al salón de baile, dispuesto para la ocasión, con mesas y sillones alrededor para que la gente que no quisiera bailar estuviera sentada. Me mordí el labio, pensando en el vals que bailaríamos dentro de unas horas... llevaba días tomándole el pelo a Edward, diciéndole que no iba a bailarlo, que no me atrevía porque no había conseguido aprender bien... bueno, eso era cierto, pero según me dijo Carlisle, podría defenderme... veríamos a ver. Volví a mi habitación, y ya estaban allí Ang y Rose, cada una con un precioso recogido en el pelo, adornado con una cinta de raso, a modo de diadema, del mismo color que el lazo de su vestido.

-¿Dónde estabas?- inquirió mi morena amiga, nada más cerrar la puerta.

-Dando un paseo, intentando relajarme- le indiqué -¿el resto todavía se están peinando?-.

-Sí, ya no tardarán mucho; cómo nosotras ya estamos, Esme ha ordenado que nos suban aquí la comida, para que vayamos comiendo- me explicó Rosalie -en una hora tenemos que ir a maquillarnos, y ya vendrán aquí, para ocuparse de la novia- objetó divertida.

-No creo que sea capaz de probar bocado alguno- contesté con un mohin. No me dio tiempo a protestar más, ya que justo en ese momento llamó Preston a la puerta, que entró precedido de dos empleados, con los carritos de la comida.

-Señorita Isabella, Emily me manda decirle que, o intenta comer algo, aunque sólo sea un sandwich, o...- Preston dejó la frase inconclusa, mirándome divertido.

-Lo intentaré- me acerqué a él, quedando a su altura -gracias por todo- esas palabras no sólo reflejaban el agradecimiento por la comida, sino un gracias por todo, desde el primer día que pisé el palacio, en el que todos los empleados me recibieron con los brazos abiertos.

-No se merecen, señorita Isabella- el hombre captó mi mensaje, sonriéndome con cariño -si me disculpa, hoy el ajetreo es agotador- asentí mientras salían, dejándonos allí. Me acerqué al pequeño salón, habían puesto la tele. Mis nervios subieron desde mi estómago hasta la garganta al ver las imágenes... y al escuchar la voz de la narradora.

-En las calles no cabe un alfiler. Londres en pleno ha salido a las calles, en este soleado día, para vivir el broche de oro que ponen a su historia de amor su Alteza real, el príncipe Edward, y la señorita Isabella Swan. Faltan menos de cuatro horas para que la boda comience... y en dos horas empiezan a llegar los invitados a la catedral de St. Paul. Llevamos varios días de celebración, y hoy es la guinda del pastel. Familiares, amigos, mandatarios y miembros de las Casas reales europeas se han dado cita en nuestra ciudad, convirtiéndola esta semana en la capital de la realeza europea. Dentro de poco conectaremos con los alrededores de la catedral y del palacio, desde dónde en poco más de tres horas empezarán a salir los novios y sus familias...- Ang, Rose y yo mirábamos las imágenes, mientras la presentadora iba hablando. Gente, gente y más gente se agolpaba en los distintos puntos del recorrido.

-Wau... es impresionante Bella- Ángela me pasó un brazo por los hombros.

-Uffsss... ahora sí que estoy nerviosa- murmuré en voz baja. Rose me oyó, y decidió apagar la televisión.

A duras penas conseguí comerme un pequeño sandwich, y de tomarme una tila, que no tuvo efecto alguno. Un empleado vino para llevarse a Casper e Isolda, ya que enseguida vendrían a peinarme. Me prometió que estarían todo el día en el piso inferior, dónde habría gente y no estarían solos. Ang y Rosalie fueron a maquillarse, de modo que me quedé de nuevo sola. Decidí volver a ducharme, en un intento por distraerme y hacer algo. En el momento en el que salía de la ducha, enfundada en un albornoz y una toalla enrollada por la cabeza, mis amigas, perfectamente maquilladas, y la pequeña duende, peinada y maquillada también, entraron seguidas de Lexie, Marian y Maud. Me saludaron contentas, y sentándome enfrente del tocador, empezó el ajetreo. Mientras Lexie elaboraba el recogido, Maud se ocupó de mis uñas, arreglándolas. Una vez terminó con la manicura francesa, cómo siempre las llevaba, se ocupó de mis cejas, retocándolas, y del maquillaje. Más de una hora después, habían terminado todas menos Marian, que se quedaba a colocarme el velo y la tiara. Mientras mis amigas se vistieron, Marian y Alice salieron un momento, para colocarles a ella y a Esme la diadema.

Miré a mis amigas, guapísimas con sus vestidos en tonos marrones; llevaban el cuerpo de raso, con escote palabra de honor; debajo del pecho, la falda caía en capas y capas de gasa de diferentes tonos marrones y ocres, haciendo un efecto óptico muy bonito. Debajo del busto, un pequeño lazo de color beige clarito, igual que el llevaban de diadema y del mismo color que la torera de manga corta que llevaban, para estar cubiertas en la ceremonia.

-Estáis guapísimas- admiré con una sonrisa; Rose dio una vuelta de forma graciosa, haciendo que la falda de gasa girase de forma delicada.

-Pero hoy no creo que tengas competencia- añadió Ang burlona, girando en torno a mi, admirando mi recogido.

-¿Qué tal está?; no me he querido ver mucho al espejo, prefiero verme una vez esté todo-.

-Está muy bien- me tranquilizó. Observé que ambas llevaban el pequeño broche, con el anagrama de los Príncipes de Gales, prendido en las chaquetillas. Se los dí ayer mismo, al igual que a mi familia.

-Os los habéis puesto- observé, mirándolo con detenimiento.

-Pues claro, ¿qué te pensabas?- me reprochó mi rubia amiga con un deje de diversión. Reí suavemente, mirando a mis amigas emocionada.

-Sino fuera por vosotras y por mi padre, hoy no estaría aquí- les agradecí de corazón -gracias por todo... y lo más importante, por ser unas amigas estupendas- ambas me rodearon en un abrazo, hasta que la puerta de la habitación se abrió de nuevo. Jane O´Cadagan y una de sus ayudantes habían llegado.

-Hola chicas- saludó a mis amigas; llevaba un vestido negro de tirantes, largo hasta los pies, con un chal en verde agua, al igual que el pequeño tocado -bien señorita Isabella... ha llegado el momento-.

Respiré hondo, quitándome la bata; antes ya me había puesto la ropa interior, de encaje blanco, y también las medias. Entre las cuatro me ayudaron a pasar el vestido por mi cabeza, con cuidado de no rozarme el maquillaje y el pelo. La ayudante de Jane me fue abrochando los pequeños botones forrados en raso, mientras que Jane, hilo y aguja en mano, iba retocando aquí y allá, ajustándolo bien.

Era un simple vestido palabra de honor, en raso de seda. En la parte de arriba llevaba un cuerpo de encaje, que me llegaba a la cadera; el propio encaje formaba un favorecedor escote, dejando al descubierto la parte superior de los hombros. Las mangas, del mismo encaje, llegaban hasta un poco más abajo del codo; en la cadera izquierda, el encaje hacía un bonito efecto, al estar ligeramente fruncido y sujeto por el broche de mi madre. Desde ese punto, la falda de raso caía lisa hasta los pies. Aunque el vestido era en línea evasé, la falda no tenía mucho vuelo, lo justo y necesario. De la parte baja de mi espalda, y disimulado por el encaje, salía la impresionante cola de cuatro metros, hecha a la medida del antiquísimo velo que me me iban a poner.

Después de que Jane me diera el visto bueno, Marian entró junto con Zafrina, que portaba la diadema y los pendientes pequeños del aderezo, los que tenían forma de lágrima. Después de ponérmelos, Marian se alzó en un pequeño banquito, y en unos pocos minutos tenía la tiara perfectamente sujeta en mi cabeza.

-Mueva la cabeza a los lados, señorita Isabella; con un poco de fuerza- me indicó amablemente. Hice lo que me pidió, y la joya no se movió un centímetro.

-Perfecta... no se moverá en todo el día- observó satisfecha. Por la parte de atrás de la tiara sujetaron el velo. Al de cinco minutos, me dejaron por fin verme en elespejo.

El recogido que llevaba, ni muy alto mi muy bajo, y gracias al escote que lucía, hacían que mi cuello se viera esbelto y delicado. El maquillaje, delicado y suave, apenas se notaba más que en los ojos, maquillados con colores pastel, y los hacía verse más luminosos. La tiara brillaba en todo su esplendor, y el velo de encaje enmarcaba mi rostro... no podía creer que la humilde chica que se reflejaba en el espejo fuera yo.

-Bella...- mis amigas se acercaron, mirándome de arriba abajo.

-¿Qué tal?- interrogué con una tímida sonrisa.

-Ufffsss... es todo...- Ang no sabía qué decir.

-Estás preciosa... A Edward le va a dar un ataque- la divertida voz de mi saltarina cuñada hizo que las tres nos volviéramos. No las oímos entrar... Alice, Esme, Sue, la abuela... mi cuñada se acercó, estaba guapísima con un vestido de fiesta en tonos azules, su aderezo de zafiros y su banda y condecoraciones, cómo irían todas las representantes de la realeza.

-Ahora ya podemos competir... las dos llevamos tiara- me dijo con una risa, señalando nuestras cabezas -estás preciosa Bellie- dijo con una sonrisa emocionada.

-Eres toda una princesa, hija- mis ojos se volvieron acuosos, mientras abrazaba a Esme, agradeciéndole sus palabras.

-Gracias Esme- acerté a contestar -gracias por todo... junto con Sue, has sido para mi cómo una madre-.

-Has sido y es un placer serlo, hija... estoy segura de que vais a ser muy felices- volví a abrazarla, y se puso al lado de Sue. Me acerqué a mi abuelita, impecable con un traje chaqueta largo hasta los pies, en color azul oscuro, y un elegante moño en su canoso cabello. Sus cansados ojos hacían un inútil esfuerzo por retener las lágrimas.

-Mi pequeña...- murmuró, tomándome de las manos, a ninguna de las dos nos salían las palabras, de modo que me agaché y simplemente la abracé con cariño. Al separarme de ella, Sue se acercó a mi, dejando un beso en mi mejilla. Llevaba un vestido gris oscuro, largo hasta los pies, cómo todas las invitadas, y un chal de gasa rosa.

-Estás muy hermosa Bella- me dijo con cariño.

-Gracias Sue -tuve que tomar aire, para evitar ponerme a sollozar -mi padre tuvo suerte al encontrarte- le confesé en un susurro, sólo para nosotras dos.

-Y yo tuve la suerte de recalar en vuestra casa... tengo un marido maravilloso... y aunque no te haya llevado dentro de mí, eres la hija que siempre soñé tener- una pequeña lágrima cayó por mi cara; menos mal que el maquillaje era a prueba de bombas lacrimógenas.

-Cómo le he dicho a Esme... te considero cómo una madre; espero que mis futuros hijos puedan llamarte abuelita Sue- su sonrisa no pudo ser mas sincera mientras me abrazaba.

Al separarme de ella, Esme y Alice se despidieron, ya que debían irse hacia la catedral. Mi suegra me susurró que antes iba a ver a mi novio... negué divertida con la cabeza, aguantándome las ganas que tenía de verle; vi que Jane les indicaba a Ang y Rose cómo debían coger y colocarme la cola y el velo a la entrada de la iglesia.

Poco a poco, todas fueron abandonando la habitación. Le agradecí a Jane y a Marian, Lexie y Maud todo lo que habían hecho, y les deseé que disfrutaran de la boda, ya que estaban invitadas; me quedé con las chicas y Zafrina, esperando a mi padre. Apareció al de cinco minutos, con un impoluto chaqué negro, chaleco amarillo clarito, al igual que la corbata, y camisa blanca.

-Vaya- me acerqué lentamente a él -estás muy elegante papá- le dije, sincera y maravillada.

-Y tú estás preciosa hija- me devolvió el cumplido -ojalá mamá pudiera verte- susurró con pena y nostalgia en su voz -hoy haría veintitrés años que nos casamos- recordó con melancolía.

-Seguro que ella está con nosotros, papá- recordé las palabras que siempre me decía Edward- gracias por aquellas palabras que sabiamente me dijiste- le agradecí de corazón.

-Lo harás muy bien Bells... todos estos meses has demostrado que puedes con ello- me contestó con una sonrisa -no podría estar más orgulloso de lo que estoy ahora mismo... pero recuerda que debes intentar superarte día a día... y si a alguien lo le gustas, que se aguante- reí, mientras me abrazaba a él.

-Te quiero Bells-.

-Y yo a ti, papá- le contesté de vuelta, separándome de él. Ang y Rose habían salido de la habitación, al igual que Zafrina, que en ese momento entró con mi ramo de novia. Me lo tendió con una sonrisa, y lo admiré embelesada. Orquídeas blancas caían en una suave y pequeña cascada, junto con fresias, pequeñas rosas blancas, las flores favoritas de mi madre, y enredadera verde.

-Señorita Isabella... es la hora- suspiré, tomando el brazo de mi padre y saliendo de la habitación, con mis dos amigas portando la cola y el velo. A los pies de las escaleras principales, los empleados que no podían ir a la iglesia me despidieron con una sonrisa y deseándome toda la felicidad del mundo. Le di el ramo a Ang, mientras que Rose agarraba la enorme cola, acomodándola en el coche. Me asomé tímidamente a la ventanilla nada más cruzar la verja de palacio; la marea de gente que había visto por televisión no tenía nada que ver con la que estaba viendo en este instante. Saludé con la mano, queriendo agradecer a cada persona que estaba allí su afecto.

-Está lleno de gente- murmuraba una y otra vez mi padre.

-Es increíble- decía para mis adentros una y otra vez. Cuándo el coche dobló la esquina de la plaza de la catedral, las campanas de ésta empezaron a sonar. Mi corazón se aceleró cuándo abrieron mi puerta y puse los pies en la alfombra azul que cubría las blancas escaleras.

-¡Isabella, Isabella!- me volví una vez más, saludando a la gente mientras agarraba el brazo de mi padre. Tomé de nuevo el ramo, colocándolo bien. Miré a mis amigas, que me guiñaron un ojo mientras estiraban la cola y el velo; las hijas de Harry, preciosas con sus vestidos blancos y sus coronas de flores, estaban ya colocadas y empezando a andar hacia dentro.

Respirando profundamente, me posicioné para entrar. La música empezó a sonar, y caminé lentamente por el pasillo. Según iba avanzando, las caras pasaba a ser más conocidas... aunque todas ellas me sonreían con simpatía y cariño. Caminaba del brazo de mi padre, con una sonrisa orgullosa en su cara... y por fin, le vi... justo en el sitio indicado, esperándome; guapísimo con el uniforme, las condecoraciones y la banda azul marino, y su pelo revuelto, cómo siempre. Una pequeña sonrisa apareció en mi cara, que fue correspondida con otra de las suyas, mirándome embelesado mientras me acercaba a su lado.

Interior de la Catedral de St. Paul

El interior de la Catedral de St. Paul lucía imponente, gracias a la iluminación y a los miles de flores que la adornaban, dejando en el aire una aroma dulzón, sin llegar a ser empalagoso.

Los acordes de la marcha nupcial de Lohengrin acompañaron a Bella hasta que llegó frente a su novio. Su corazón palpitaba de un modo salvaje cuándo llegaron a la posición de Edward y Jasper. Cómo bien mandaba el protocolo, Charlie dio la mano a su futuro yerno, inclinando ligeramente la cabeza. Edward y su suegro se sonrieron cómplices, y la vista de Edward voló a su preciosa novia, que le miraba fijamente, intentando contener las lágrimas. Charlie y Jasper se apartaron hacia los lados, dejando a la pareja en el centro, preparados para hacer esa última parte del camino hacia el altar.

Las voces del coro se callaron unos momentos, los cuales aprovecharon Edward y Bella para poder hablar.

-Hola- susurró ella en voz baja.

-Bella... -Edward no acertaba a pronunciar palabra alguna; tal y cómo se había imaginado tantas veces, estaba preciosa con ese vestido, con la diadema sobre su cabeza -estás... no tengo palabras-.

-Tú también estás muy guapo- se adelantó ella con voz tímida, dedicándole una de esas sonrisas que tan enamorado tenían a Edward -¿es cómo te lo imaginabas?- sondeó divertida, señalándose vagamente con la mano. Su novio negó con la cabeza.

-Mejor que en mis sueños- ese comentario hizo que Bella agachara la mirada, levemente azorada.

Los acordes del Aleluyah de Haendel inundaron los muros de la catedral. Bella respiró nerviosa, sabía que en unos instantes debían andar hacia el altar; cuándo iba a buscar el brazo de Edward, su novio agarró su mano, dejando un suave beso en sus nudillos y cruzándola con su brazo; su mano permaneció unida a la de su novia, acariciando lentamente sus dedos mientras ambos iniciaron ese pequeño recorrido. En una milésima de segundo que Bella volvió la cabeza a los invitados, observó que Ingrid, la heredera del trono sueco, sentada al lado de Carlos y Valeria, le guiñaba un ojo en señal de ánimo, también agradeció con la mirada la cariñosa sonrisa que le dedicó la reina de España, que estaba en la esquina del banco, justo al lado del pasillo.

Subieron los dos pequeños escalones que delimitaban el pasillo con la zona del altar, y antes de dirigirse a los reclinatorios preparados para ellos dos, se pararon enfrente de Carlisle y Esme; Edward se inclinó ante sus padres, los reyes, en señal de respeto, y Bella dobló las rodillas, haciendo una estudiada y tímida reverencia; por suerte, no llevaba mucho tacón, y con la ayuda de Edward, que seguía sujetando su mano, se incorporó sin problemas. Al enfocarles con sus ojos pudo ver la sonrisa de Carlisle y las lágrimas de Esme, incapaz de retenerlas, pese lo que dijera el protocolo acerca de muestras de afecto y emoción en público. Ayudada por Rose y Ang, que acomodaron la cola y el velo por encima del banquillo, por fin se relajó, dentro de lo que cabe, mientras la pareja observaba cómo aparecía en escena el Arzobispo de Canterbury, seguido de varios ministros más. Mientras terminaba la música, Bella buscó con la mirada un sitio para poder dejar el ramo.

-Puedes ponerlo aquí- le susurró Edward; éste mismo lo cogió de sus manos y lo posó encima del reclinatorio, enfrente de ella.

-Gracias- le agradeció su novia, con una pequeña sonrisa. Su novio le sonrió de manera torcida, esa que tan loca le volvía. Justo en ese momento, la música finalizó. Bella se giró, mirando a su padre, a Sue y a la abuela, posicionados en primera fila y sonriéndola con complicidad y cariño.

El Arzobispo empezó a hablar, dando las bienvenida a los presentes, y por fin, pudieron sentarse para escuchar las diferentes lecturas.

-¿Cómo estás?- le preguntó Edward en un susurro, una vez que se acomodaron en sus asientos.

-Cansada... apenas he dormido unas pocas horas- le confesó Bella, pasando una de sus manos por la falda de raso de su vestido.

-Tampoco yo he dormido mucho- contestó Edward -pero créeme que la espera ha valido la pena... estás preciosa cariño- Edward volvió a tomar una de las manos de su novia, acariciándola despacio. Bella se sonrojó ante el comentario, cómo era su costumbre.

-Y tú estás demasiado guapo, pequeño... ahora sí que pareces un príncipe de verdad- observó tímida, pasando la mirada por su uniforme. Su novio la miraba divertido.

-¿Has visto toda la gente que hay en las calles?- le sondeó su novia -es increíble-.

-Todos quieren ver a su princesa- contestó Edward, apretando más su mano. Bella se mordió el labio, agachando la mirada. Justo en ese momento, las lecturas dieron comienzo.

Veinte minutos después, sin separar sus manos en todo el tiempo, escuchaban, ya finalizadas las lecturas, la pequeña homilía que decía el Arzobispo. Habló de las obligaciones y obstáculos que se encontrarían a lo lago de su vida, en esa tarea que ambos, y sobre todo Bella, se comprometían a llevar de la mejor manera posible, aunque ya llevaran tiempo haciéndolo... y del respeto y del amor que se profesaban, que sería el mejor respaldo a toda esa responsabilidad que les deparaba el futuro, tanto en su vida de pareja y en la educación de sus futuros hijos, cómo todo en lo relacionado a la corona inglesa.

El Arzobispo dio por concluida la homilía, y se puso de pie, quedando enfrente de ellos. Bella y Edward se levantaron, al igual que el resto de los presentes. Apenas habían echado una ojeada al misal con el índice de la ceremonia, pero ambos sabían que llegaba un momento crucial y emotivo para ellos. El corazón de Bella latía apresuradamente, lo mismo que el de Edward... los nervios hicieron acto de presencia en todo su esplendor... y también la emoción, que ambos ya no pudieron disimular... el momento había llegado.

-Así pues, dado que vienen a contraer sagrado matrimonio, expresen consentimiento... ¿vienen a contraer matrimonio, sin ser coaccionados, libre y voluntariamente?- preguntó con voz fuerte.

-Sí, venimos libre y voluntariamente- respondieron los novios a la vez.

-¿Están dispuestos a amarse mutuamente, durante toda su vida?- volvió a preguntar.

-Sí, estamos dispuestos- respondieron al unísono, mirándose con una sonrisa.

-Así pues, dado el consentimiento mutuo, unan sus manos, y manifiesten consentimiento ante Dios- el agarre de Edward en su mano se hizo más fuerte, pero también le cogió la otra, pasando suavemente el pulgar por ella, tropezando con su anillo de compromiso... y justo en ese momento, dos violines, en tono suave para que se escucharan las voces de los novios y el celebrante, empezaron a interpretar los primeros acordes del Canon de Pachebel. Las lágrimas asomaron en los ojos chocolate de Bella, mirando a su inminente marido... se había acordado.

-Gracias- dijo con los labios, sin emitir sonido alguno. Cerró los ojos unos instantes, y una escena vino a su mente... su casa de Forks... ella jugando con sus muñecas en el suelo, no tendría más que unos tres o cuatro años... y en un sillón, a su lado, su madre, escuchando esa misma melodía y mirándola con ternura cómo ella peinaba a sus muñecas.

Al abrirlos, se encontró con los ojos de su novio, y pudo distinguir miles de sentimientos en su mirada; los ojos topacio de Edward la miraban con amor, con un signo de felicidad y de paz... todo lo que ambos habían luchado y sufrido en esos casi dos años anteriores, por fin tenía su recompensa. Ella le miró emocionada, incapaz ya de que se le aguaran los ojos, mandado el protocolo al garete... era su día, y ninguno pudo evitarlo, ni ellos ni sus familiares.

-Edward Anthony Masen Cullen- empezó a recitar el Arzobispo, con voz solemne -Príncipe de Gales, Duque de Cornualles, Duque de Rothesay, Conde de Carrick, Barón de Renfrew, Señor de las Islas y Conde de Chester- el ministro hizo una pequeña pausa, después de recitar todos los títulos del novio -¿quiere vuestra alteza recibir por legítima esposa a Isabella Marie Swan, y promete amarla y respetarla todos los días de su vida, hasta que la muerte los separe?- la vista de Edward se posó un momento en la de su padre, ya que por protocolo, debía pedirle consentimiento allí mismo; Carlisle movió la cabeza en un gesto afirmativo, orgulloso y feliz; su esposa y su hija no pudieron evitar emocionarse cuándo Edward se giró de nuevo hacia Bella.

-Sí, quiero- los ojos de Edward no abandonaron los de su novia un sólo instante; gracias a la música de los violines, los dos se olvidaron de que estaban en una inmensa catedral, ante los ojos felices y cómplices del millar de invitados, y de los millones de personas que asistían al evento por televisión... ahora no eran el Príncipe de Gales y su novia, simplemente eran dos personas que se amaban, uniendo sus caminos en un compromiso de por vida.

-Isabella Marie Swan- Bella escuchaba perfectamente al Arzobispo, pero no despegaba los ojos de su novio -¿quiere recibir por legítimo esposo a su alteza real Edward Anthony Masen Cullen, Príncipe de Gales, Duque de Cornualles, Duque de Rothesay, Conde de Carrick, Barón de Renfrew, Señor de las Islas y Conde de Chester, y promete amarlo y respetarlo todos los días de su vida, hasta que la muerte los separe?- Bella suspiró, cogiendo aire, para responder a la pregunta que cambiaría su vida para siempre.

-Sí, quiero- al decir la última palabra se le quebró la voz, y se dio cuenta de que sus manos temblaban un poco. Edward la sonrió con cariño, pasando el pulgar por sus manos y sus nudillos e intentando calmarla.

-Así pues, en símbolo de la unión que acaban de realizar, sirvan estas alianzas cómo prueba irrefutable- una de las hijas de Harry ya estaba parada al lado del padre Conelly, capellán del palacio, ofreciéndolas. Una vez el Arzobispo las bendijo, le entregó a Edward el pequeño anillo, y con una pequeña sonrisa, lo deslizó por el dedo de su ya mujer... su mujer... no podía creer que esa chica maravillosa fuese por fin su esposa. Una punzada de alegría se instaló en su pecho, de forma permanente... su sueño se había cumplido. Cuándo Bella intentó ponerle la suya, le temblaba tanto la mano que tuvo que ayudarla un poco, empujando el también alianza. Bella agachó la cabeza, un poco avergonzada por su torpeza, pero los dedos de su marido alzaron su barbilla, dándole una sonrisa tranquilizadora.

-Lo siento- murmuró, sonrojada.

-No pasa nada mi vida- la tranquilizó cómo sólo él sabía hacerlo; ella le sonrió agradecida, mientras que el celebrante posaba su mano en las de ambos, envolviéndolas.

-Por el poder que me ha sido concedido, en nombre de Dios todopoderoso, de los bienaventurados apóstoles San Pedro y San Pablo, y de la Santa Madre Iglesia, os desposo, y este sacramento en vosotros confío; así sea, amén-.

Bella miraba las manos de los dos, todavía unidas y ya con los anillos reposando en sus dedos corazones... parecía que estaba todavía en el primer año de universidad, antes de que Edward le pidiese ser su novia, en uno de sus sueños, y le parecía imposible asimilar que los sueños, a veces se cumplen.

El Canon de Pachebel, que no había dejado de sonar, enfiló sus notas finales, y los presentes pudieron sentarse unos momentos. Nada más tomar asiento, Bella giró su cabeza; los ojos de su padre tenían un brillo que nunca había visto; por su trabajo, era un hombre fuerte y de sentimientos contenidos... pero Bella pudo atisbar emoción y alegría en los ojos de su padre. A su derecha, Sue y la abuela le hicieron un imperceptible gesto afirmativo con la cabeza. Les sonrió un momento, antes de enfocar la vista en su otra familia. Alice la guiñó un ojo, lo mismo que Jasper. Los padres de Edward los miraban cómplices y felices. Edward, que también miraba a sus padres, giró la cabeza, para posar sus ojos en su esposa.

-No sabes las ganas que tengo de besarte- le murmuró, malicioso y dulce a la vez.

-Ya somos dos- repuso Bella con una pequeña risa -estamos casados- dijo con un pequeño suspiro, mirando su mano. Edward la volvió a tomar, jugando con la alianza.

-Soy muy feliz- le confesó Bella en un susurro.

-Y yo también mi amor- le devolvió su marido en respuesta -no te puedes hacer una idea de cuánto te quiero- las lágrimas volvieron a los ojos de Bella, y el propio Edward le quitó la que empezaba a bajar por su mejilla con uno de sus dedos.

-Yo también te quiero- consiguió devolverle de vuelta; sus dedos se entrelazaron solos, encajado a la perfección; el Arzobispo volvió a tomar la palabra dando la bendición final y la misa concluida. Dos ayudantes apartaron las banquetas, para que los novios pudieran salir sin problemas. Las primeras notas del himno de Gran Bretaña resonaron altivas en los muros de la catedral. Antes de bajar del altar, a la altura de Esme y Carlisle, volvieron a hacer la protocolaria reverencia. Los padres de Edward los miraron cómo se abrían camino entre las filas de bancos. Estaban felices, cómo reyes... y sobre todo, cómo padres. Ambas familias abandonaron sus asientos; siguiendo a una distancia prudencial a las amigas de Bella, que vigilaban la cola y el velo de la novia. Carlisle dio su brazo a Sue, así cómo Charlie a Esme, seguidos de Alice, Jasper y la abuela Swan.

Según se iban acercando a la puerta, Edward y Bella correspondían a sus invitados con sonrisas y pequeñas palabras de agradecimiento. El griterío cada vez se hacía más audible.

-¿Preparada para dar un paseo en carroza?- le interrogó Edward, divertido.

-Por supuesto- le respondió su mujer -aunque espero no caerme al subir... cenicienta no es tan torpe cómo yo- murmuró medio riéndose.

-Nunca te dejaré caer- le recordó su marido, mirándola con intensidad. Bella tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no acercase a su boca y besarle... ambos necesitaban hacerlo... pero el protocolo imperaba.

Al traspasar la enorme puesta de madera, los gritos y los aplausos de la gente hicieron que Bella nuevamente se emocionara.

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Cambié mi ramo de novia a la otra mano, para poder saludar a los ingleses que estaban allí, gritando nuestros nombres. Al bajar las escaleras, la Guardia real alzó sus espadas, formando un marco que cruzamos... en el último escalón, nuestro amigo nos guiñó un ojo.

-Felicidades... y ahora empieza lo bueno- nos recordó en voz baja. Miramos divertidos a Emmet, que desvió la vista hacia nuestra espalda, buscando a Rosalie con la mirada.

El coche de caballos descubierto, en el que volveríamos a palacio, ya estaba esperándonos. Edward subió primero, y después me ayudó, sujetándome de la mano y de un brazo, ya que se balanceaba un poco. Ángela colocó la cola y el velo dentro, mientras me sentaba, y Rosalie me dio de nuevo el ramo, que posé en mi regazo. Una vez acomodada, con Edward a mi lado, ambos desviamos la vista hacia nuestras familias, que nos decían adiós con la mano. El coche empezó a andar, franqueado por policías y parte de la Guardia Real a caballo; mientras hacíamos el trayecto de vuelta a palacio, saludando a la gente y admirando la decoración de las calles, por fin pudimos charlar tranquilos y relajados.

-Hubo un momento que pensé que al Arzobispo se le cortaría la respiración- me confesó Edward, divertido -nadie había dicho nunca todos mis títulos tan rápido- reí por su comentario, mientras me volvía para saludar al lado izquierdo.

-Yo también lo pensé por un momento- contesté, mirándole con una sonrisa -la ceremonia ha sido preciosa, y la música también- aparte de las piezas de entrada, el canon y el himno a nuestra salida, se habían interpretado otras obras en los distintos momentos de la ceremonia.

-Gracias por lo que me toca- me agradeció, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza.

-Y sobre todo, aunque ya te las he dado, gracias por lo del Canon... nunca pensé que lo colocarías en ese punto de la ceremonia- Edward negó con la cabeza, tomándome de la mano y posándola en su regazo, junto a la suya.

-Significaba mucho para ti... y debía ir en una parte especial también- me explicó, sonriéndome con cariño. Suspiré mientras apoyaba mi cabeza en su hombro; su mano soltó la mía, para rodearme la cintura y acercame más a el.

-Es increíble... ahora sí que me siento una princesa- balbuceé, volviendo a saludar a la gente.

-Bueno... eres la Princesa de Gales... no sé si eso cuenta- levanté la cabeza, mirando a mi marido; tenía una de sus cejas arqueadas, y me miraba con una sonrisa pilla -por cierto, la tiara te queda de maravilla- añadió satisfecho, volviéndose hacia la multitud y saludando. Ahí fue cuándo me percaté, con la cabeza fría, de que ahora ostentaba todos los títulos de Edward... tragué saliva... era lo que más me iba a costar acostumbrarme.

Después de casi media hora, el coche cruzó las verjas de palacio; a las puertas de la escalinata, varios empelados estaban esperando para abrirnos la portezuela. Edward bajó primero, y me agarró de la cintura, posándome delicadamente en el suelo. Uno de los empleados me dio el ramo, que se había quedado dentro del carruaje.

-Gracias- le dije con una sonrisa.

-De nada, alteza- Edward observó mi reacción... Esme tenía razón...me quedé un poco parada, no creía que me estuviera hablando a mi... pero así era. Levanté la cabeza, mirando a Edward.

-Me va a costar acostumbrarme- me excusé con una sonrisa nerviosa. Edward rió divertido, tomando mi mano y subiendo las escaleras. Todos los empleados estaban allí, felicitándonos y acompañándonos. Demetri, Maguie y Zafrina estaban justo en la puerta del salón azul, desde dónde se accedía al balcón principal.

-Felicidades, altezas- Maguie se acercó para abrazarnos, al igual que Zafrina, Demetri y nuestra familia, que ya estaba allí, esperándonos.

-Papá- me abracé a mi padre, sin poder retener las lágrimas.

-Hija mía... espero que yo no tenga que llamarte alteza- inquirió divertido. Rodé los ojos, separándome de él.

-No me tientes- bromee, arrancando las risas de Sue, la abuela y mis cuñados, que estaban a nuestro lado. Edward abrazaba a su madre, y yo me agaché para quedar a la altura de la abuela.

-Mi pequeña se ha casado- me miró con una sonrisa satisfecha -ha sido una boda increíble- me dijo emocionada -ahora ya sabes... cariño y paciencia... y mano dura de vez en cuándo- el salón estalló en carcajadas, y Edward se agachó a mi lado.

-Deduzco que eso va por mi, abuela- le respondió divertido.

-Así es, Edward... pero hoy no es día de reproches... no se los he hecho ni a mi hijo- Charlie y su madre intercambiaron una sonrisa cómplice -ven aquí y abraza a la abuela- Edward sonrió mientras la abrazaba con cariño, cosa que yo hice después.

Recibimos la felicitación de todos los que estaban allí, incluidos los grititos emocionado de Rose, Ángela y de la pequeña duende, que se abalanzó en mis brazos; creo incluso que las tiaras chocaron la una con la otra.

-Wau... Bella... no sé qué decirte- me dijo Ben, acercándose a nosotras.

-Sigo siendo yo... y nada de altezas reales- levanté un dedo amenazador, señalando a nuestros amigos -ni a mi ni a él- señalé a Edward, que se acercó, rodeándome la cintura.

-Ya habéis oído a la princesa... vaya si sabes dar órdenes- inquirió divertido Emmet, bajo la mirada de Rosalie.

-Grandullón...- le espetó la abuela, mirándole serio.

-Gracias abuela- le agradeció Rose, con una sonrisa divertida. Carlisle se acercó a mi lado, pasándome un brazo por los hombros.

-Bueno hija... ¿cómo sienta eso de alteza?- interrogó con una risa; miré a Esme, que me observaba divertida.

-Creo que tendrán que repetírmelo varias veces, para que me entere- medité en voz alta. Esme me dio la razón con la mirada, recordando aquella conversación que tuvimos.

-Bien, hora de saludar por última vez- dijo Jazz, señalándonos los balcones. Desde fuera se veían los estandartes con el escudo de la dinastía Cullen, colgados. Dejé el ramo en uno de los sillones, y de la mano de Edward, salimos a la espaciosa terraza.

Edward rodeó mi cintura, atrayéndome a su cuerpo, y yo hice lo mismo, mientras que con la mano libre saludábamos a la gente congregada detrás de las verjas. El camino por el que llegamos ya no estaba, y ahora todo el mundo ocupaba la espaciosa avenida. Los padres de Edward y los míos también salieron, al igual que Alice y la abuela, pero enseguida volvieron para adentro.

-Nunca olvidaré este día- le susurré a Edward, abrazándome a él.

-Ni yo mi vida... por cierto ¿has oído lo que la gente corea a gritos?- me interrogó malicioso.

-Ya lo escucho- afirmé, un poco roja de vergüenza -¿te imaginas lo que diría mañana el señor Zimman si les hacemos caso?- interrogué divertida. La mirada de Edward tenía un brillo pícaro... pero nunca esperé lo que venía a continuación.

-Edward...-

-Vamos a averiguarlo enseguida- sin previo aviso y afianzando su agarre por mi cintura, sus labios capturaron los míos en un tierno beso... por unos momentos, dejé de escuchar los aplausos y el griterío de los miles de personas que estaban allí, perdiéndome en ese beso. Una de mis manos voló involuntariamente a su hombro, y le devolví el beso sin pensar en los que estaba haciendo, sin importarme nada de lo que dirían mañana los expertos en protocolo; llevábamos horas conteniéndonos... y necesitaba ese beso con urgencia.

Sus labios se movían contra los míos suavemente, en un beso dulce y cariñoso. Poco a poco fue liberándolos, para que mi respiración volviera a su ritmo normal.

-Lo necesitaba- se excusó con una sonrisa, todavía muy cerca de mi boca, dónde dejó un último y casto beso, antes de volverse hacia la multitud.

-Yo también- le sonreí de vuelta, acomodándome en sus brazos, que me rodearon de forma protectora.

Ambos saludamos por última vez, antes de volvernos y regresar al salón, con las manos unidas; nada más aparecer por allí, todos aplaudieron nuestro espontáneo gesto.

-Así se hace, Eddie- le jaleó Emmet, tomándole de los hombros.

-Creo que por un día, puedes llamarme Eddie- replicó mi marido, con una sonrisa satisfecha.

Pasamos al salón del trono, dónde nos hicieron las fotos oficiales de la boda; con nuestras familias, con los miembros de las Casas reales, con nuestros amigos... todos pasaron por allí, aprovechando para felicitarnos. Saludamos también a Jake, Seth y Leah, que estaban acreditados para las fotos oficiales; a partir de que bailáramos el vals, la prensa saldría.

La gente de Forks estaba impresionada por todo lo que les rodeaba, pero enseguida se relajaron cuándo Edward y yo nos acercamos a charlar con ellos, justo antes de entrar al salón, para cenar.

-Estás tan guapa Bella- me dijo la madre de Mike, que por lo que Edward y yo observamos, se lo estaba pasando pipa, junto con los chicos.

-Gracias, señora Newton- le agradecí.

-¿Cuándo volvéis a Forks?- me preguntó la señora Cheney, con la señora Lohire a su lado, y varios compañeros de mi padre.

-Intentaremos ir para Acción de Gracias- les dijo Edward, que apenas me separaba de mi lado -si los compromisos nos dejan-. Mi padre, Sue y la abuela volarían en navidades a Londres, para pasarlas con nosotros y con la familia de Edward.

-Y en los veranos iremos allí a descansar- les aclaré con una pequeña sonrisa. Mi vista se posó en los padres de Jessica; finalmente se disculparon con mi padre, por el incidente que tuvimos. El padre de Jess era muy amigo del mío, a pesar de lo que fuesen su mujer y su hija. Me disculpé del resto, y me acerqué a ellos.

-Muchas felicidades alt...- iba a llamarme alteza, pero no le dejé continuar.

-Bella, por favor- les pedí con una tímida sonrisa -espero que lo estén pasando bien.

-Es todo increíble- la madre de mi ex amiga no me dirigió la palabra; simplemente me observaba con detenimiento, sin atreverse a hablarme. Edward y yo accedimos a que Jessica acompañara a sus padres, pero no quiso venir.

También tuvimos tiempo de acercarnos a saludar los mandatarios y reyes que estaban allí presentes. La reina de España me dio un gran abrazo, al igual que los monarcas daneses y suecos, y conocí oficialmente a la reina de Holanda, que no había podido ir a Madrid. Saludamos también a los embajadores americanos, que estaban allí en representación del presidente de EEUU y su mujer, que tampoco habían podido venir... debo reconocer que a mi padre le sentó un poco mal, y también a Carlisle, dado que yo era americana y podrían haber hecho un esfuerzo.

Al acercanos a la juventud, Chris alzó la voz.

-¡Vivan los novios!- Edward y yo reímos divertidos, poniéndonos a su lado.

-Por fin... eras el último- Carlos le dio un codazo amistoso a Edward.

-Ahora respiro tranquilo- inquirió divertido mi esposo -ni los periodistas ni vosotros me daréis la murga, a ver cuándo me caso-.

-No, ya no... ahora toca el tema de los hijos- dijo el heredero holandés.

-Ehhh... con tranquilidad- las palabras de Edward fueron coreadas por las risas de los presentes. Después de unos minutos charlando, la gente fue pasando al comedor. Nos quedamos solos unos instantes, y por fin mi marido me abrazó con fuerza.

-Por fin te pillo a solas- murmuró divertido -hoy estás muy solicitada- me reí por su comentario, pasando mis brazos por su cuello.

-Lo mismo te digo- contesté de vuelta, suspirando satisfecha.

-Estás tan bonita- me dijo una vez más, mirándome de arriba abajo -sabía que la diadema te quedaría muy bien, ¿pesa mucho?- me interrogó.

-Es muy ligera; además está muy bien sujeta; Marian se ha encargado de eso- le aclaré -ahora que estamos solos... ¿vas a aprovechar y darme un beso de verdad?- inquirí un poco ansiosa, mordiéndome el labio inferior.

-A sus órdenes... alteza- no tuve tiempo de protestar, ya que sus labios y su lengua se estrellaron sobre los míos, en un beso que me dejó sin respiración; mis manos se enredaron en su pelo, atrayéndolo hacia mi y abriendo la boca, permitiendo el paso de su lengua por mis labios, hasta que por fin se adentró.

No pude contener el gemido que se escapó de mi garganta, y eso hizo que Edward me apretara en torno a su cuerpo, pasando una de sus manos por mi costado, erizando la piel que estaba por debajo del vestido. No teníamos intención alguna de despegarnos, pero un ligero carraspeo lo hizo. Emily y Sam estaban allí, mirándonos sonrientes.

-Perdón por la interrupción- se disculpó divertida -sólo quería felicitaros antes de ir a la cocina, después estaré muy liada- nos recordó. Nos acercamos a ellos, que nos dieron un gran abrazo.

-La ceremonia ha sido preciosa- nos dijo la buena mujer -te has emocionado mucho- me recordó.

-Estaba muy nerviosa- dije con una pequeña sonrisa. Se quedaron hablando unos minutos con nosotros, hasta que tuvieron que volver a sus posiciones.

-Por lo menos ahora podremos descansar un poco- medité en voz alta.

-Al menos sentarnos un rato... no veo la hora de coger el coche y marcharnos a nuestra noche de bodas- me dijo en voz baja, dejando un suave beso en mi oreja. La piel se me puso de gallina... esperaba que le gustara el pequeño regalo que tenía para él. Los acordes de la marcha nupcial de Mendelssonh llegaron a nuestros oídos; era la señal para que entráramos en el comedor.

Cogidos de la mano, nuestros invitados estallaron en aplausos en cuánto nos vieron aparecer por la puerta. Me sonrojé un poco, ante la divertida mirada de Edward, que me condujo a nuestra mesa, dónde estaban mis padres, los suyos, la abuela y los reyes europeos. El resto estaban repartidos en mesas redondas, en total ocupábamos dos salas.

El menú, rediseñado una y mil veces por Emily, pareció gustarle a todo el mundo... pero yo no tenía hambre. Apenas probé la carne y un pequeño trozo de pescado.

-¿No te gusta?- me sondeó mi marido, señalando el plato.

-Claro que sí; además te recuerdo que lo elegimos nosotros- le recordé -simplemente no tengo mucha hambre- dije con un pequeño suspiro.

-Apuesto a que apenas has probado bocado en todo el día- arqueé una ceja, me conocía demasiado bien.

-Quiero hacer sitio para la tarta- le volví a decir, con una risa. Pareció quedarse conforme, y cambió de tema. En verdad si que tenía hambre, pero los nervios, todavía presentes aunque con menor intensidad, me la quitaban.

Al finalizar la tarta, de frambuesas con cava y chocolate blanco, llegó el momento de los discursos. Edward y yo fijamos la vista en mi padre, que se puso de pie, delante de un pequeño micrófono que un empleado colocó. Se aclaró la voz, y empezó la locución.

-Majestades, altezas, excelencias, amigos, familiares... hija mía- su mirada se posó en mi, sonriéndome tímidamente -no tengo palabras para expresar la alegría que siento en este día. Mi pequeña se ha casado- agaché la mirada, conteniendo una mueca de emoción. -Recuerdo la noche en la que me explicó quién era su novio... me atraganté con una hoja de lechuga- los presentes rieron ante la anécdota -y aun así, no pude evitar preocuparme; cómo todo padre, quiero lo mejor para mi hija, y este no era un noviazgo normal- Edward y yo nos miramos, sin duda, recordando aquellos tiempos, que parecían tan lejanos.

-También recuerdo el nerviosismo del príncipe el día que me conoció- añadió divertido -Edward negaba con la cabeza, sonriendo a su vez -desde esos primeros tiempos de su noviazgo, ninguno de los dos tuvieron dudas de que estaban destinados el uno para el otro... aunque, cómo sabiamente dice mi madre -la abuela sonrió complacida -las historias de amor tienen momentos buenos... y también malos. La presión les pudo a ambos, y en contra de sus sentimientos, se separaron varios meses- cerré los ojos, ahuyentando esas imágenes de mi recuerdo. Mi marido me cogió de la mano, dejando un pequeño beso en ella.

-Pero el amor ganó la batalla- añadió cómplice -aunque éste se viera opacado por el miedo y el respeto que infunden la responsabilidad de convertirse en Princesa de Gales. Dos personas que se aman de esa manera no pueden ni deben estar separadas, y si ello implica dedicarse por entero a ese deber, bien merece que lo afronten juntos, cómo es el caso- nos miró. Edward le sonrió, mientras yo le miraba alucinada... a mi padre le preocupaba y le aterraba este momento desde el momento en el que le dije que, por protocolo, el padre de la novia, el rey anfitrión y el novio daban un discurso al terminar la cena... después le preguntaría cómo se había preparado.

-Ambos son muy jóvenes, y tanto mi familia y yo queremos que sepan que siempre estaremos ahí, apoyándoles y escuchándoles cuándo lo necesiten- mi padre me miraba fijamente -estamos muy orgullosos de los dos... al igual que tu madre lo estaría- quité con un movimiento rápido la lágrima que asomaba por mi cara, ante las sonrisas de ánimo de los presentes.

-Sólo quiero desearles fuerza y ánimo para todo lo que tendrán que superar... y toda la felicidad del mundo, sin duda merecida. También quiero agradecer a sus majestades- miró a Esme y Carlisle -el habernos acogido, tanto a mi hija cómo a mi familia con los brazos abiertos desde el primer momento- mi padre alzó la copa, y todos nos pusimos de pie.

-Por sus altezas reales, los Príncipes de Gales... por mis hijos... salud-.

-¡Salud!- corearon los asistentes; brindé con mi familia, dejando a Edward el último.

-Ha sido increíble- le confesé a mi marido en voz baja.

-Lo ha hecho muy bien- me dio la razón, una vez sentados de nuevo -reconozco que me ha emocionado escucharle- asentí con la cabeza. Carlisle se puso de pie, era su turno.

-Majestades, altezas, excelencias, queridos amigos, familia... solamente unas palabras de agradecimiento, por estar aquí con nosotros, compartiendo la felicidad de dos familias, por ver a dos de sus miembros unirse en matrimonio- Esme le miraba orgullosa, al igual que Alice y mi familia.

-Desde que nuestros hijos tienen uso de razón, mi esposa y yo les intentamos educar lo mejor que hemos podido... y lo hemos conseguido. Cierto que son Príncipes de Gran Bretaña, y eso implica un compromiso de por vida con nuestro país- hizo una pausa, mirando a Edward y buscando a Alice, en una mesa cercana -pero también son jóvenes de su tiempo, que deben disfrutar y vivir esa parte importante de la vida... y entre una de esas cosas, está el amor- su vista se fijó en nosotros, mientras siguió con su discurso -no puedo añadir nada más a lo que ha dicho mi consuegro, porque son los mismos deseos y esperanzas que los nuestros. Gracias Isabella, por encontrar a mi hijo y amarle y apoyarle cómo lo haces. La reina Esme y yo estamos tranquilos, ya que estamos seguros de que, cuándo la responsabilidad de la corona recaiga sobre vosotros, tendremos unos dignos sucesores- Edward apretó mi mano, volviendo su mirada hacia mi... esa responsabilidad aun estaba muy lejana para nosotros, pero algún día llegaría.

-Alzo mi copa por este día feliz, por la felicidad y el orgullo de dos familias, que ahora son una sola- mi padre y el se miraron cómplices -por nuestros hijos... los Príncipes de Gales, salud.

-¡Salud!- coreó de nuevo la multitud. Después del brindis, y de agradecer a Carlisle sus palabras, le tocaba el turno a Edward, que me miró divertido mientras se levantaba. Respiró profundamente con la mirada en el suelo, pero enseguida la levantó.

-Sus majestades, altezas, excelencias, amigos, familia, Isabella... Bella- me miró fijamente un momento, esbozando su sonrisa torcida.

-Ante todo, mi esposa y yo queremos darles las gracias, por estar aquí, compartiendo el que, es, sin duda alguna, uno de los días más felices de nuestra vida- esbocé una tímida sonrisa, agachando la mirada, escuchando las palabras que me dedicaba Edward -no voy a darles una charla acerca de las responsabilidades a las que mi mujer y yo tendremos que hacer frente... me van a permitir que dedique estas palabras a mi mujer- mi respiración se colapsó... ese no era el discurso que ambos habíamos releído y retocado una y mil veces estos últimos días.

-Bella- me tomó de las manos, y tuve que levantarme -gracias por aparecer en mi vida, en un momento en el que pensaba que nunca podría estar a la altura de los que los ingleses esperaban de mi- mi respiración se agitó, y los nervios volvieron a instalarse a lo largo de todo el cuerpo -gracias por apoyarme, por animarme... ahora se que a tu lado, podré enfrentarme a lo que estoy destinado desde el día en que nací- hizo una pequeña pausa, apretándome una de las manos que teníamos unidas, para que alzara la vista hacia él.

-Cómo dije el día que se anunció nuestro compromiso, has hecho un gran sacrificio; todo este mundo es difícil y complicado, con perdón- los príncipes y reyes rieron con complicidad, apoyando sus palabras -pero lo has hecho muy bien, te has ganado el cariño de los ingleses, de mi familia... y mi corazón, que te perteneció desde el primer instante en que tuve frente a mis ojos- no podía sostenerle la mirada, estaba sonrojada cómo un tomate, y con los ojos llenos de lágrimas. Edward volvió su vista a la multitud, soltando una de mis manos y alzando la copa por tercera vez

-Por eso, les pido un brindis por Isabella Marie Cullen- entrelazó nuestros dedos -Gran Bretaña ya tiene a su princesa... y yo también- concluyó, mirándome fijamente, diciéndome tantas cosas con su mirada color topacio.

-¡Bravo!- los aplausos en la sala me hicieron poner de nuevo los pies en el suelo; mientras la gente seguía a lo suyo, Edward me acercó a su cuerpo, rodeándome la cintura.

-Edward...- no sabía ni qué decirle, estaba alucinada.

-Era una sorpresa que quería darte- se excusó, por una vez tímido y avergonzado – y ya sé que lo pasas un poco mal, por la vergüenza y esas cosas, per...- pasé las manos por su nuca, bajando un poco su cabeza y dándole un beso, agradeciéndole cada una de sus palabras. Se sorprendió por mi gesto, pero al de unos segundos me devolvió el beso cómo él sabía hacerlo... nunca me acostumbraría a las sensaciones que me dejaban. Me separé de él, volviendo a la realidad y escuchando de nuevos los aplausos y silbidos de nuestros amigos.

-Te amo- sabía que con esas dos palabras, le agradecía todo lo que había dicho, y le recordaba, una vez más, que siempre estaría a su lado.

-Cómo yo a ti, mi niña- me abracé a él, apoyando mi mejilla en su pecho; rodeó mi tembloroso cuerpo, en un gesto protector, mientras que sonreíamos a la gente, que seguía con los aplausos, sobre todos las mesas de la tercera fila, dónde estaban nuestros amigos.

Pasados los discursos, y después de tomar el café, apoyé la cola y el velo en mi brazo, y de la mano de Edward, volvimos a saltarnos el protocolo, pasando por las mesas de nuestros invitados y charlando unos segundos con ellos.

-Eddie, eres todo un poeta- le piropeó divertido Chris, ante la divertida mirada del resto.

-Gracias, principito danés- le devolvió mi novio con sorna -¿quieres qué te recuerde el discurso del día de tu boda?- le interrogó malicioso.

-Cierto- apoyó Fred, el marido de Ingrid -sólo te faltó ponerte de rodillas. Carlos estalló en carcajadas, lo mismo que el marido de Desireé y Eloise, la princesa holandesa.

-Pues os recuerdo que todos lanzasteis suspiros de enamorados- les reprochó, ante la mirada de Madde, que negaba con la cabeza -Emmet, amigo, nadie me comprende -se giró a su espalda, ya que las mesas estaban pegadas. Eran tal para cual.

-No les hagas caso Chris- le contestó Emmet -no saben apreciar la buena oratoria-.

-No te referirás a la tuya, ¿verdad, cariño?- el sarcasmo de Rosalie hizo que la zona estallara en carcajadas, incluidos nosotros.

La gente empezó a levantarse de las mesas, y el salón de baile abrió sus puertas. Me mordí el labio, nerviosa... a ver qué tal salía el bailecito de marras. La gente nos rodeó, haciendo un círculo. Mi marido me condujo al centro; iba a tomarme de la cintura, pensando que bailaríamos una balada. Su cara mostró sorpresa total al escuchar los primeros acordes del vals.

-Vaya... ¿te vas a atrever?- me susurró divertido. Afirmé con la cabeza, cogiendo la mano que me ofrecía. La tomé dubitativa, pero su sonrisa de ánimo hizo que recordara las pacientes lecciones de mi suegro, que se había ganado en estos días unos cuántos pisotones por mi parte. Rodeando mi cintura con su otra mano, empezamos a girar pausadamente, sin prisas.

-Lo haces muy bien- me felicitó, guiñándome un ojo.

-No se lo digas a tu padre... pero bailas mejor que él- le confesé; soltó una carcajada, atrayéndome más hacia él.

-Ha sido un día increíble- le confesé, agachando la cabeza -me siento cenicienta, en su cuento de hadas- confesé, un poco roja de vergüenza.

-Y tú eres la protagonista del cuento- me recordó.

-Sólo espero que éste no acabe nunca- murmuré en voz baja, pero me oyó.

-Por eso no te preocupes, dejámelo a mi- sonreí divertida, negando con la cabeza, bailando nuestro primer baile cómo marido y mujer.

 

Capítulo 43: Víspera de boda Capítulo 45: Perdidos

 


Capítulos

Capitulo 1: Prólogo Capitulo 2: Dulces y Dolorosos Recuerdos Capitulo 3: Adiós Forks...hola Londres Capitulo 4: Regreso al hogar Capitulo 5: Primer día de clases Capitulo 6: Los principes azules si existen Capitulo 7: Largo verano de incertidumbre Capitulo 8: Entre sedas y terciopelo Capitulo 9: Volverte a ver Capitulo 10: Reacciones Capitulo 11: Besos furtivos Capitulo 12: Norfolk Park Capitulo 13: Simplemente amor Capitulo 14: Desahogo Capitulo 15: Confesiones suegra- nuera Capitulo 16: Un americano en Londres I Capitulo 17: Un americano en Londres II Capitulo 18: Un verano inolvibable I Capitulo 19: Un verano inolvibable II Capitulo 20: Chantajes Capitulo 21: Descubrimientos Capitulo 22: Un país sorprendido Capitulo 23: Acoso y derribo Capitulo 24: No hay final feliz Capitulo 25: Soledad Capitulo 26: Anhelo Capitulo 27: Quiero y no puedo Capitulo 28: Sospechas Capitulo 29: Hallazgos asombrosos Capitulo 30: Abriendo los ojos Capitulo 31: Y sin ti no puedo vivir Capitulo 32: Volviendo a vivir Capitulo 33: La Prometida del Príncipe Capitulo 34: Una pareja más o menos normal Capitulo 35: Salida al mundo Capitulo 36: Anochecer bajo el puente de los suspiros Capitulo 37: London Fashion Week Capitulo 38: California Dreamin Capitulo 39: Entre leyes y bisturíes Capitulo 40: ¿Qué llevas debajo? Capitulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja! Capitulo 42: Encajando en el puzzle Capitulo 43: Víspera de boda Capitulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa Capitulo 45: Perdidos Capitulo 46: Cumpliendo un papel Capitulo 47: Primeras navidades de casados Capitulo 48: Apuestas Capitulo 49: Nueva vida en palacio Capitulo 50: Epilogo Capitulo 51: Outtake 1: Verano real en Forks Capitulo 52: Outtake 2: Obligaciones reales Capitulo 53: Outtake 3: ¡Qué alguien atrape a ese ratón!

 


 
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