Un Cuento de Hadas Moderno (+18)

Autor: caro508
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2010
Fecha Actualización: 02/12/2010
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 29
Visitas: 328483
Capítulos: 53

Bella recibe una beca para estudiar su carrera universitaria en Londres; allí conocerá a un chico de ensueño...¿los príncipes azules existen?, puede que sí.


Hola aquí estoy con otra historia que no es mía, le pertenece Sarah-Crish Cullen,  yo solo la subo con su autorización, es otra de mis favoritas, espero les guste…

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; los que no pertenecen a la saga son de cosecha propia de la autora. Las localizaciones y monumentos de Londres son reales.

 

 

 

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Capítulo 45: Perdidos

EDWARD PVO

Los últimos compases del vals resonaron en el salón; nada más terminar éste, la multitud estalló en aplausos, mientras mi mujer escondía su carita en mi cuello, roja de la vergüenza. Reí suavemente mientras la refugiaba en mis brazos... verla bailar el vals así, con su vestido ondeándose suavemente por el vaivén, con la cola y el velo sobre su brazo, y con la tiara coronando su cabeza, era cómo un sueño para mi... era una auténtica princesa .Después de bailar con nuestros padres y familia cercana, la música pasó a un ritmo más moderno y actual; bailé hasta con la abuela, que por cierto, demostró que al contrario que su hijo, era una gran bailarina. Bella, que en ese momento bailaba con Jasper, se nos quedó mirando con una ceja arqueada... y le devolví la sonrisa divertida que asomaba por mi rostro... cuándo quería, la abuela no necesitaba ni silla de ruedas ni bastón.

La prensa salió de palacio, después de habernos tomado millones de fotografías a lo largo del día... mañana tendría a Bella en mis brazos, roja de la vergüenza, estaba seguro de ello, viendo las imágenes en la televisión.

La gente joven tomó la iniciativa, y el salón de baile se convirtió en una moderna e improvisada discoteca; vi que Bella salía un momento, en compañía de Jane, Rose y Ángela. Volvió al cabo de unos minutos, sin la cola ni el velo.

-Así estoy más cómoda- me dijo, abrazándose a mi y cómo ya estamos fuera de protocolo- se explicó contenta. Rodeé su cintura, mirando el ambiente que imperaba en el salón.

Mis padres y los de Bella se habían acomodado en uno de los sillones de la esquina, con el padre de Bella, Sue y varios de los invitados que habían venido desde Forks; no habían tenido mucha oportunidad de charlar con ellos hasta el momento. Observamos también que varios de los monarcas europeos estaban repartidos en diversos corrillos.

-¡Bellie, Edward!- Alice agitó una mano, para que nos acercáramos a ellos. Nuestros amigos, tanto los de Forks, los compañeros de la universidad, cómo los príncipes, estaban en la otra esquina, mezclados todos ellos, copas en mano y riendo sin parar. Mi mujer y yo nos acercamos a ellos.

-Bien, por fin empieza la verdadera fiesta- Emmet nos tendió dos copas de champange, a la vez que nos hacían sitio en el corrillo.

-¿Ya se te han pasado los nervios?- le interrogó Valeria a mi mujer, con una mirada cómplice. Por fin podía llamarla mi mujer, con todas las letras.

-Ha sido un día increíble- le respondió, sin soltarse de mi agarre por su cintura -pero ya ha pasado todo- objetó con una melancólica mueca.

-Recuero el día de mi boda cómo si hubiese sido ayer... y ya hace ocho años- recordó con una pequeña sonrisa -mi boda fue por la mañana... y estaba hecha un flan- rememoraba la princesa española, ante la sonrisa de Bella -además, mi tiara pesaba muchísimo, y era incomodíma- las chicas se enfrascaron en una divertida charla acerca de vestidos y joyas.

-Deja que las mujeres cotilleen- Emmet me tomó de los hombros, acercándome al grupillo de los chicos.

-Bien Eddie, has llegado a un punto cumbre en la vida de un hombre- me giré para encarar a mi amigo, sin saber de qué me estaba hablando. Chris se puso a su lado, mirándome malicioso.

-Tranquilo Príncipes de Gales; sólo queremos darte unas recomendaciones para la noche de bodas- resoplé, conteniendo una mueca de fastidio.

-Te recuerdo que llevan viviendo juntos casi un año- explicó Jazz, conteniendo la risa. Carlos reía divertido, junto con Fred y el príncipe holandés, que seguían muy atentos la conversación -dudo mucho que le vayas a contar algo que no sepa ya-.

-Eso da igual- añadió Chris, haciendo un gesto despreocupado con la mano- Eddie, el instinto de una mujer en su noche de bodas es sensual, atrevido...- empezó a enumerar con una sonrisa maliciosa... diabólica, diría yo.

-Felino, agresivo...- siguió enumerando Emmet -sino están muy cansadas por el ajetreo del día y esos andamios que se ponen en los pies, será una noche memorable- Jasper y yo nos mirábamos sin saber si reír o rodar los ojos; Fred contenía la carcajada, al igual que Carlos y el resto de los presentes.

-¿Dé dónde habéis sacado esa teoría?- pregunté con una mueca.

-Está científicamente comprobado- siguió relatando Chris muy serio -esta noche puede ser la mejor de tu vida-.

-O la peor- añadió Emmet, cruzándose de brazos. Incluso con el uniforme de la Guardia Real, no parecía serio en absoluto -por si acaso, llévate aspirinas, dale un masaje en los pies...- mi amigo iba enumerando con los dedos las diferentes opciones para espabilar a una novia agotada para su noche de bodas.

-Emmet, Chris- suspiré teatralmente, poniéndome una mano en el corazón- si alguna vez quiero hacer cosas íntimas con mi mujer... estad seguro de que no -enfaticé la pequeña palabra -os pediré consejo- el resto se echó a reír por la ocurrencia.

-Bien señores, dejemos las charlas para otro momento, y vamos a divertirnos- menos mal que la propuesta de Carlos hizo que dejaran a un lado el dichoso tema, por fin.

Las chicas dejaron el mundo de las joyas, y también se unieron al baile. Observé las risas de mi mujer al ver bailar a Emmet, ante la resignación de su chica... después de un pequeño rato, los jóvenes bailaban sin parar, pero Bella y yo éramos interrumpidos a menudo, ya que la gente mayor empezaba a retirarse. Dos horas después de que Bella y yo nos despidiéramos de algunos invitados, nos quedamos justo a lado de la puerta, observando cómo bailaban la conga nuestros amigos; era muy cómico ver a Emmet y Chris disfrutar y reír haciendo el trenecito.

-Parece que alguien tendrá un poco de resaca mañana- me dijo Bella; asentí sonriendo mirando el reloj; eran casi las cuatro de la mañana.

-Cariño- me agaché a la altura de su cabeza, hablándole al oído -¿no crees que va siendo hora de retirarnos?- le sugerí, dejando un pequeño beso en el lóbulo de su oreja; la sentí sonrojarse y estremecerse. Me miró con ojos pícaros.

-Me parece una idea estupenda y... ¡Edward!- rió divertida. No la dejé acabar la frase, ya que sin decir ni pío, la cargué en brazos, saliendo de allí.

-No nos hemos despedido de nadie- me recordó, pasando sus manos por mi cuello.

-Ni falta que hace- repliqué divertido – a nuestros padres los volvemos a ver mañana a la noche, antes de tomar el avión- le recordé. Ella se sumó a mis risas, hasta que llegamos a nuestra antigua habitación. Avisé a Preston por teléfono, para que sigilosamente preparara el coche. Ella se cambió en otra habitación contigua, para que le pudieran quitar la tiara con cuidado.

Veinte minutos después, ya fuera del uniforme de gala y enfundado en unos vaqueros y una camisa de manga corta, por fin mi mujer hizo acto de presencia. También iba en vaqueros, con una camiseta y unos zapatos planos.

-El coche ya está listo, altezas- nos indicó Preston -cuándo quieran-. Tomé a mi mujer de la mano, escabulléndonos por una puerta de servicio y montando en el enorme BMW, con las lunas tintadas. Bella soltó un suspiro satisfecho, acurrucándose contra mi mientras el coche atravesaba la verja de palacio.

-Por fin solos- murmuré, mirando a mi niña con una sonrisa.

-Es increíble... tantos meses preparando cada detalle, y se ha pasado volando- murmuró en voz alta.

-Si, parece mentira- le di la razón, acomodándome contra el asiento -por lo menos, dentro de unas horas descansaremos a nuestras anchas- le recordé.

-Las Maldivas nos esperan- exclamó con una sonrisa -y ahora que ya nos hemos casado ¿tendrías la amabilidad de contarme el resto del viaje?- sonreí con fingida inocencia, negando con la cabeza.

-Te dije que eso era una sorpresa- le indiqué; después de mucho rogarle, Bella me había dejado que me ocupara del tour que vendría después de la semana en las Maldivas. Al ver mi negativa, y aprovechando que la luna interior del coche impedía al chófer ver que hacíamos, se puso a horcajadas sobre mi, rodeándome el cuello con los brazos y apretándose contra mi.

-¿Sabes que tengo mis maneras para sonsacarte, verdad?- su tono de voz, bajo y con un toque perverso, hizo que mi pequeño amigo despertara en todo su esplendor. Mi niña se percató de ello, e intencionadamente, empezó a mover sus caderas, provocando que nuestros sexos se rozaran; a pesar de la tela vaquera que los separaba, esa placentera fricción mandó descargas enloquecedoras por todo mi cuerpo, haciendo que mis manos apretaran las caderas de Bella, acercándola más a mi cuerpo y recorriendo su cuello con mis labios.

-Edward- jadeó, agitada y con la respiración irregular -bésame de una vez- demandó ansiosa. Mis labios atacaron los suyos sin tregua alguna, saboreando el dulce néctar que emanaba de su boca, con su toque afrutado, al igual que su característico aroma. El gemido que se escapó de sus labios murió en mi garganta, y eso tuvo para mi unas consecuencias nefastas; deseaba hacerle el amor aquí mismo, en el asiento trasero del coche. Mis manos agarraron el dobladillo de su camiseta, levantándola un poco; la suavidad de su piel me seguía asombrando día tras día. Cuándo estaba a punto de rozar sus pechos, ella se apartó de mi, esbozando una sonrisa traviesa.

-No, no, no- canturreó maliciosa, apartándose de mi -¿qué pensarán el chófer... y los escoltas?- me recordó, haciendo un movimiento con su cabeza a las personas que iban en la parte delantera, y al coche que nos seguía, con la seguridad.

-Bella... no creo que pueda aguantar- siseé con voz ronca -te aseguro que seremos lo más silenciosos posible- puse cara de pena e inocencia... pero no funcionó, ya que se bajó de encima mío, volviéndose a sentar en el asiento.

-Ten un poco de paciencia- me dijo, reprimiendo una risa al ver mi cara de súplica -además... tengo un regalo para ti- susurró con voz insinuante.

-¿Un regalo?- arqué las cejas, sorprendido -¿y de qué se trata?- le pregunté, mientras rozaba con mis labios el lóbulo de su oreja.

-Cuándo estemos solos, lo averiguarás- susurró contra mis labios, dejando ahí un pequeño beso.

-¿Ni una pista?- interrogué curioso. Mi niña meneó la cabeza, sonriendo.

-Eres mala- susurré de nuevo contra su oreja, lamiéndola con suavidad; ella se estremeció ante ese pequeño contacto, pero por más que la incité y piqué para que hablara, no soltó prensa.

El viaje hasta Norfolk Park se me hizo interminable; eran casi las seis de la mañana cuándo llegamos allí. Jasper nos cedió su casa, ya que por supuesto, no, podíamos ir a un hotel sin que la gente se revolucionara por reconocernos. El coche se metió por una de las entradas de servicio, y accedimos a la casa por dónde entraban los empleados. La mansión estaba vacía, pero la señora Bronw, el ama de llaves, había dejado todo preparado, incluso comida para el desayuno y el almuerzo.

Una vez despedimos al chófer, y los escoltas nos indicaron que estarían alojados en una de las casas de servicio, dentro de la propia finca, tomé a mi mujer en brazos, subiendo las escaleras hacia el dormitorio.

-¿Y la maleta?- preguntó Bella, imprimiendo dulces besos en mi cuello y mandíbula.

-No creo que vayamos a necesitar ropa- murmuré malicioso, pero ella se quedó mirándome con el ceño fruncido.

-Pues mi regalo está ahí dentro- me informó con un tierno puchero -anda, por favor...- me suplicó, pasando un dedo por mi pecho. Resoplando un poco, la dejé encima de la cama, y bajé a buscar la ropa, y de paso a asegurarme de que la puerta estaba bien cerrada. Al volver allí, mi niña había apagado casi todas las luces, dejando apenas dos lámparas pequeñas, que daban al sitio un aire íntimo. Se volvió hacia mi con una pequeña sonrisa, tomando la maleta y empujándome para que me sentara en el borde de la cama.

-Esperame aquí, y cuándo yo te lo pida, enciende la música- la miré sin entender, pero hice lo que me ordenó.

Al cabo de unos pocos minutos, oí su voz.

-¿Preparado?- me gritó desde el baño; al conectar el equipo, una suave e insinuante música resonó en las paredes. La puerta se abrió lentamente, pero en vez de aparecer mi mujer de cuerpo entero, simplemente asomó una de sus piernas, doblándola lentamente, una y otra vez... esbocé una sonrisa, negando con la cabeza... ¿sería posible que Bella me fuera a hacer un streptease?

Mis sospechas se confirmaron al instante, cuándo la imagen de mi esposa, enfundada en un salto de cama de raso azul oscuro, que no dejaba absolutamente nada a la imaginación, apareció ante mis narices. Se había desecho el recogido, y su pelo le caía por los hombros y la espalda, enmarcando su precioso rostro. Se quedó apoyada en el marco de la puerta, con la espalda descansando en éste; su mirada provocativa e insinuante hacía que sus ojos brillaran de una forma que pocas veces había visto.

Lentamente se fue acercando a mi, quedando parada a menos de un metro de mi posición;me la comía con la mirada mientras me deleitaba con sus estilizadas piernas, blancas y suaves, que el pequeño salto de cama apenas cubría mas allá de sus muslos. Mi pequeño amigo despertó de nuevo en todo su esplendor, y en un impulso la atraje hacia mí, quedando de pie entre mis piernas.

-¿Qué te parece?- me susurró, llevando las manos a mi pelo y enredando sus dedos en él.

-Estás... ufffsss... demasiado sexy- acerté a decir, subiendo mis manos una y otra vez por sus muslos y nalgas -¿vas a hacer lo que yo creo que vas a hacer?- le pregunté, dejando un pequeño beso en medio de la hendidura de sus senos, por encima del pequeño camisón.

-Um hum...- dijo en un suspiro, levantando mi cabeza de su cuerpo y acercándose a mi boca -ya qué tu no quieres hacerme un streptease con la faldita escocesa...- dejó la frase inconclusa, separándose de mi lentamente y alejándose unos pasos.

-Ponte cómodo, cariño- nada más decir eso, empezó a mover su cuerpo. Me quedé patidifuso, observando cómo sus caderas empezaban a moverse con un suave y erótico baile, haciendo que mi amigo ya despertarse en todo su esplendor.

Bella se movía al son de la música, marcando el ritmo con el vaivén de sus caderas, pasando sus manos una y otra vez a lo largo de su cuerpo, en una caricia ardiente. Moviendo su dedo índice, me invitó a unirme a ella, cosa que me alegró sobremanera. Se posicionó de espaldas a mi, tomando mis manos y haciendo que éstas repitieran lo que las suyas habían hecho anteriormente. Al principio ellas misma las guiaba a lo largo de sus costados, pero pronto tomaron vida propia, acariciando por encima del salto de cama sus pechos y su estómago.

No pude ahogar el jadeo que salió de mi garganta cuándo mis manos agarraron sus pezones, que se marcaban a través de la fina tela. Los retorcí y pellizqué sin piedad, y eso hizo que sus caderas se aplastasen en torno a mi miembro, completamente ya erguido y listo para atacar. Bella, todavía de espaldas, giró su cabeza hacia mi, al igual que sus manos volaron a mi cuello, bajando mi cabeza y plantándome un beso que me dejó sin aliento.

-¿Sabes que me encanta cómo te mueves?- ronroneé sobre su hombro, mordiéndolo con delicadeza. Ella esbozó una lánguida y sensual sonrisa, sin dejar de moverse.

-Eso me dijiste una vez, cuándo me atacaste en la ducha- recordó con una sonrisa traviesa. Se giró, todavía en mis brazos, y lentamente fue desabrochándome la camisa, que enseguida reposó en el suelo. Sin dejar de moverse un instante, sus manos pasaron a mi pecho, recorriéndolo de arriba abajo, produciéndome un abrasador cosquilleo por la parte dónde pasaban; mis jadeos no aguantaron más en mi garganta cuándo éstas bajaron hacia mi ombligo, y más aun cuándo siguieron bajando, despacio y torturándome. Hice ademán de encerrar a mi mujer entre mis brazos, para que no se apartara de mi, pero ella los esquivó fácilmente, y siguiendo el ritmo de la música, se fue agachando, hasta quedar a la altura del cierre de mis vaqueros.

-Bella.. -solté en un jadeo impaciente cuándo sentí sus pequeños deditos jugar con los botones, sin acabar de soltarlos.

-Tranquilo pequeño- murmuró en voz baja -¿acaso tienes prisa?- preguntó maliciosa... dios mío, claro que tenía prisa.

-No creo que pueda resistir por más tiempo ese baile de caderas... me has puesto a mil, señorita- siseé en voz baja, mordiendo suavemente su cuello, una vez vez estuvo de nuevo de pie y se había desecho de toda mi ropa.

-Señora- corrigió con una sonrisa -señora Cullen-. Reí encantado por la corrección, mientras sentí sus manitas en mi pecho, invitándome a que me sentara de nuevo en el borde de la cama.

Me mordí el labio de impaciencia mientras ella agarraba uno de los tirantes de su minúsculo camisón, pero decidió torturarme un poco más, ya que hacía amagos de quitárselo, pero lo volvía a subir mientras posaba su mirada en mi.

-Bella... te lo voy a terminar arrancando yo mismo- siseé frustrado e impaciente. Ella se dio la vuelta, y poco a poco fue bajándose los tirantes.

El salto de cama aterrizó en el suelo, dejando a mi esposa completamente desnuda. Mientras me levantaba y acercaba a ella lentamente, mis ojos engulleron cada centímetro de su pálida y perfecta piel. La rodeé con mis brazos, acercándola a mi, pegándola a mi pecho. Mis manos recorrieron su vientre, subiendo lentamente hacia sus senos.

-Mi pequeño príncipe está muy despierto- murmuró, pegando sus nalgas a mis caderas, y mi excitación quedó reflejada en todo sus esplendor.

-¿Has acabado ya?- ella rió divertida, pero el jueguecito de marras me había sacado de mis casillas, y no podía esperar para empezar yo el mío. Mis manos rodearon sus pechos, apretándolos dulcemente. Ella gimió por respuesta, de modo que en un rápido movimiento la giré, alzándola en brazos y encaminándome a la cama.

-Ahora me toca jugar a mi- susurré, tumbándome encima de ella y atrapando sus labios en un beso desenfrenado, que ella correspondió con ganas, arqueándose y ofreciéndome su cuerpo. Aprisioné sus manos por encima de su cabeza, y mi boca empezó su exquisito recorrido por su cuerpo. Al llegar a sus pechos, mis labios y mi lengua se detuvieron ahí un buen rato. Succioné sus dulces pezones con ansia, dejando que mi lengua recorriese la punta una y otra vez y escuchando los gemidos de mi mujer, que se retorcía de placer debajo de mi, cerrando sus ojos y echando la cabeza hacia atrás una y otra vez.

-Me... me estás... ahhhh- se revolvió de nuevo -me estás matando- dijo con un jadeo desesperado. Sentí que rodeaba mis caderas con sus piernas, pero ignoré el gesto y seguí acariciando cada parte de su cuerpo, marcando cada trozo de piel que mis labios o mis manos descubrían. Después de torturarla un buen rato, volví a ponerme a su altura, besando sus labios.

-¿Te ha gustado mi juego?- murmuré contra su cuello.

-Demasiado- dijo con una sonrisa traviesa -me has torturado de placer-. Sonreí malicioso... esto no se había acabado en absoluto.

Me levanté, quedando de rodillas y le hice un gesto para que se incorporara ella también. La hice ponerse de espaldas a mi, apoyando sus manos en el cabecero de la cama; me miró con un gran interrogante mientras dirigía mi mimbro a su entrada.

-Pues no ha terminado- susurré en su oreja, mordiéndola suavemente y adentrándome en ella despacio. Dio un pequeño respingo, debido a la sorpresa.

-Edward...- susurró con voz entrecortada.

-Sshhhh- la silencié mientras acariciaba sus caderas y empezaba a entrar y salir de su cuerpo.

-Dios- jadeé mientras apretaba los dientes, era una postura que nunca habíamos probado, y me gustaba. Pude oír un pequeño gemido que provenía de la garganta de mi mujer, a la vez que observé sus manos, que se agarraban al inmenso cabezal de la cama cómo si quisiera partirlo en dos.

-Ed... Edward- mi nombre salió de sus labios, cómo si estuviera implorando algo.

-¿No te gusta?- le pregunté con voz sensual.

-Si... ohh... si... - echó la cabeza para atrás, soltando pequeños jadeos. La incorporé para que, aun íntimamente unidos, su espalda quedara pegada en mi pecho. Sin dejar ese frenético vaivén de nuestros cuerpos, mis manos comenzaron a acariciarla por todo el cuerpo, deteniéndose largo rato de nuevo en sus pechos. Echó sus brazos por encima de su cabeza, agarrando el cabello de mi nuca y guiándome hacia sus labios, introduciendo su lengua en mi boca sin tregua alguna. Noté que se estremecía cuándo mis dedos tiraron de uno de sus pezones.

-¿Así te gusta más?- le pregunté al sentir el intenso gemido que se escapó de sus labios.

-Ahhh... sí... si así...- su angustiosa súplica me aminó a incrementar el ritmo, entrando y saliendo de su dulce y cálida estrechez cada vez más deprisa, mientras sentía en mis manos la firmeza de su pezones, que ya retorcía y estiraba con mis dedos sin piedad alguna.

Sentí que una espiral de placer empezaba a arremolinarse en mi vientre, y mis brazos se tensaron el torno al cuerpo de mi mujer, enterrando mi cara en su cuello. Noté que las partes íntimas de mi mujer cada vez se contraían cada vez con más fuerza en torno a mi miembro, pero decidí alargar la tortura un tiempo más. Con un movimiento repentino, salí de su interior, y sin darle tiempo a rechistar, nos tumbé a ambos en la cama, agarrando una de sus piernas, dejándola encima de mis hombro. Lentamente volví a introducirme en ella, y pude ver cómo cerraba los ojos y echaba la cabeza para atrás.

-Ahhh... Bella- sentí que explotaba; la postura hacia que me hundiera más en ella, si eso era ya posible, y que el placer fuera aún más intenso. Mis caderas encontraron un ritmo enloquecedor para ambos, y cuándo Bella levantó un poco su cabeza, mis labios volvieron a estrellarse en los suyos, todavía hambrientos del dulce sabor de mi mujer.

-Ed... Edward... me voy a correr... ¡me voy a correr!- sus jadeos se mezclaron con esos últimos gritos, y sacando fuerzas de dónde no las tenía, empujé más fuerte todavía, arqueando mi espalda. Bella echó su cabeza para atrás, empezando a convulsionarse.

-Bella...- su nombre abandonó mis labios a la vez que cientos de escalofríos sacudieron mi cuerpo de arriba abajo.

Caí desplomado sobre el cuerpo de mi mujer, que todavía tenía la respiración entrecortada. Intenté recomponerme, cerrando los ojos. Al de pocos minutos pude sentir cómo Bella pasaba sus manos por mi sudoroso pelo, peinándolo suavemente con los dedos. Sin decir una sola palabra, me tumbé en la cama, llevándome a mi mujer conmigo, quedando apoyada en mi pecho. Cuándo conseguí recuperar un poco el aliento, giré mi cabeza para decirle algo a ni niña, pero su respiración ya era acompasada y suave, y sus ojitos se habían cerrado. Esbozando una pequeña sonrisa, besé el tope de su cabeza, cerrando los ojos... y también cerrando un día inolvidable.

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Me giré, buscando la cintura de mi mujer para acurrucarme contra ella y seguir durmiendo, pero después de tantear la cama, descubrí que no estaba. Abrí los ojos lentamente, estirándome en ella e intentando despejar mi mente. Al mirar el reloj descubrí que era casi la una del mediodía. No era de extrañar, ya que llegamos a Norfolk Park casi a las seis de la mañana... y después de nuestra particular celebración del matrimonio, debimos dormirnos pasadas las ocho de la mañana.

Me levanté buscando mi ropa, y sólo encontré mis boxers y mis vaqueros, así que de esa guisa bajé las escaleras. Encontré a mi esposa en la cocina, descalza y con mi camisa puesta; me quedé apoyado en el marco de la puerta, oyéndola caturrear alegremente mientras trasteaba con la comida.

-Buenos días- le dije en una de la pausa de su peculiar canción. Se giró para mirarme, mientras su preciosa sonrisa aparecía en su cara.

-Buenos días- se acercó a mi lentamente -¿has descansado?- me preguntó cuándo llegó a mi altura.

-Algo sí- le informé mientras me agachaba y le daba un pequeño beso -¿y su alteza ha descansado?- interrogué malicioso, estrechándola entre mis brazos. Sentí un pequeño golpe en mi nuca.

-No me llames alteza- me reprochó divertida -o te haré llamármelo de verdad- reí mientras la apretaba contra mi, sintiendo su pequeño y cálido cuerpo.

-Era una broma- susurré contra su pelo -es que me gusta ver tu cara cuándo te lo recuerdan-.

-Me imagino- respondió cómo si fuera obvio, pero pude entrever su sonrisa, mezclada con sus palabras -estaba haciendo unos sadwiches para comer, y un poco de café para después- me dijo.

-¿Quieres qué te ayude?- le ofrecí. Me señaló la bandeja, con las bebidas preparadas. La llevé al salón, y diez minutos después ambos estábamos en el sillón, devorando la comida y comentando las anécdotas del día anterior.

-¿Crees que Chris y Emmet se habrán podido levantar de la cama?- me preguntó, conteniendo la risa.

-Pues no lo sé... cuándo se pusieron a bailar la conga ya iban bastante perjudicados- repliqué, evitando soltar la carcajada al recordar la imagen -Chris y Madde volvían hoy a Coppenhague, así que se habrá tenido que levantar- le informé. Cuándo terminamos de comer y Bella fue a por el café, me levanté del sillón y puse la tele. Las imágenes de la boda estaban en todos los canales. Miré atentamente la que estaban pasando en esos instantes; estábamos dando el sí quiero. Yo miraba obnubilado a mi niña, y ella me devolvía una mirada emocionada, agarrando fuertemente mis manos.

Cuándo Bella entró por la puerta, cambiaba de canal, y en ese mismo instante estaban poniendo el momento en el que salíamos al balcón, a saludar a los ingleses. Mi mujer se sentó a mi lado, acurrucándose contra mi. Mirábamos las imágenes con una sonrisa, pero en el momento del beso, Bella escondió su cara en mi pecho, roja de la vergüenza.

-Increíble- decía una periodista -nunca pensé que se atreverían... ha sido precioso-.

-Evidentemente, se han saltado el protocolo... pero bien por ellos- decía Masthide Umman, la experta en protocolo, que colaboraba en el programa Sociedad Inglesa -a pesar de lo que diga el señor Zimman, ha sido una boda magnífica-.

-Y romántica hasta la médula -se oyó la voz de la presentadora -definitivamente, vamos a recordar este enlace durante mucho tiempo-.

-¿Qué opináis de la princesa?; ¿qué os ha parecido el vestido, la tiara...?- interrogó la presentadora.

-Por una vez, reconozco que he juzgado a Jane O´Cadagan antes de tiempo- la voz del señor Zimman apareció en el aparato, mientras que mostraban un primer plano de mi mujer -un vestido digno de una princesa; discreto y elegante. Me ha sorprendido la elección de la tiara, y en mi modesta opinión, debería haber llevado la que llevó la reina Esme en su boda- mi novia rodó los ojos, mientras yo fruncía el ceño.

-La tiara que llevaba la princesa es una de las tiaras más valiosas de la Casa real- acotó otra periodista -y en mi opinión, no la veo con el aderezo de esmeraldas; es muy grande-.

-Vaya, alguien me da la razón- murmuró mi mujer entre dientes, mientras yo sonreía divertido.

-¿Qué creéis que estarán haciendo los príncipes en estos instantes?; ¿estarán ya perdidos en su luna de miel?- preguntó la presentadora, con una sonrisa divertida.

-Cualquier cosa menos escucharnos a nosotros, eso seguro- murmuró el señor Zimman, resoplando y mirando sus apuntes. Mi esposa y yo nos miramos, sin poder contener las carcajadas... si ellos supieran. Seguimos viendo imágenes de los distintos momentos de la boda y de los invitados un buen rato, riendo con algunos comentarios.

-Ahí tenías cara de terror- le dije a Bella.

-El carruaje se tambaleaba- me aclaró burlona, mientras ella misma observaba cómo se subió al coche de caballos, para volver a palacio -mira la cara de Carlos y Chris- me volví al televisor, dónde aparecía la imagen de la foto que nos sacamos con los representantes de las Casas reales. Chris le murmuraba algo a Carlos, y éste contenía la risa, ante la severa mirada de Valeria y Madde -no quiero ni pensar qué le estaría diciendo- dije con una graciosa mueca. Por suerte, no mencionaron nada malo de la familia de Bella, y suspiré internamente. Mi niña sobrellevaba bien las críticas hacia su persona, pero le dolía cuándo mencionaban a su familia.

-Bueno- dijo Bella, apagando el televisor y volviéndose hacia mi -¿Vas a decirme a dónde nos vamos de luna de miel?-.

-No sé, no sé...- me hice un poco el interesante, y ella se sentó en mi regazo, poniendo cara de pena.

-¿Ayer no me lo gané?- susurró contra mis labios; mi mente evocó las ardientes imágenes de mi esposa, con ese camisón tan sexy y ese meneo de caderas, que me volvió loco.

-Puede... definitivamente, bailas demasiado bien... ayer me sacaste de mis casillas- le dije, antes de besarla suavemente.

-Y lo que vino después... fue increíble- al decir ésto último, se puso roja como una amapola, mordiéndose el labio inferior. Volví a darle un pequeño beso, y por fin le revelé el secreto.

-Pues... primero vamos a Forks, para que le lleves el ramo a tu madre- ella asintió con la cabeza -después nos vamos una semana a las Maldivas, para descansar a nuestras anchas- me miró, arqueando una ceja.

-Esa parte ya me la sé- dijo con un gracioso puchero.

-Y después... vamos a ir a recorrer varios países europeos- le informé. En su cara apareció una inmensa sonrisa de felicidad.

-¿De verdad?- inquirió ansiosa. Asentí, mientras ella se acomodaba en mis brazos, dispuesta a escucharme.

-Primera escala... Dubrovnik- empecé a explicarle -seguiremos a Praga, después Budapest- sus ojos se abrían, encantados y felices -Viena... y terminamos en París-.

-¿En serio?- ¿cuántos días estaremos en cada ciudad?- me preguntó.

-Seis días en cada una- le desvelé- y contando la semana en las Maldivas...- ella terminó la frase por mi.

-Casi dos meses de luna de miel- susurró incrédula. Asentí con la cabeza.

-No volvemos a Londres hasta mediados-finales de agosto- concluí -a partir de que regresemos, a trabajar-.

-Cierto- afirmó mi niña- el treinta de agosto tenemos que estar en la ceremonia de entrega de doctorados en la universidad de Oxford- recordó con un suspiro -y el cuatro de septiembre, en Woolwich, en un acto de la Escuela de infantería civil- recordó, frunciendo el ceño.

-¿Ya te sabes la agenda?- interrogué divertido.

-Zafrina me la estuvo comentando por encima hace una semana... pero no quise escuchar más- rió divertida -ayer fue el día más emocionante de toda mi vida... y el más feliz- susurró emocionada.

-También el mío, mi vida- le respondí, pasando una mano por su espalda -por fin eres mi mujer- ella me miró emocionada, acercándose a mi y besándome en los labios.

-Te quiero- murmuró en voz baja.

-Y yo a ti cariño, y yo a ti- permanecimos abrazados, en uno de nuestros acostumbrados y gratificantes silencios, hasta que me dio por mirar el reloj de la pared. Debíamos volver a palacio, ya que esa misma noche, a las nueve, cogíamos el avión para nuestro viaje. Cómo primero parábamos en Forks, sus padres y la abuela venían con nosotros.

-Cariño, tenemos que empezar a movernos- susurré. Asintió con un suspiro, levantándose y recogiendo los platos.

Una hora después salíamos rumbo a Londres, después de cambiarnos y de recoger la habitación y la cocina. Al llegar a palacio, ya teníamos las maletas preparadas, de modo que apenas nos despedimos de mis padres, mi hermana y Jasper, y por supuesto de Casper e Isolda. Rose y Emmet estaban en su apartamento, sin duda descansando, de modo que también subimos, ya que Emmet no nos acompañaba al viaje, viajarían con nosotros Quil y Embry.

Por fin, a las nueve y diez minutos, salía el avión privado que habíamos alquilado, rumbo a su primera parada, el aeropuerto de Seattle. La abuela se acostó en el pequeño dormitorio que tenía el avión, una vez que cenamos. Bella y Sue charlaban y comentaban todo lo acontecido el día anterior, y yo me enfrasqué con Charlie en un juego de cartas, hasta que me dí por vencido; a este hombre no se le podía ganar a ese tipo de juegos. M suegro fue a sentarse con Sue, que ya dormía plácidamente en uno de los anchos sillones, y Bella se acercó a mi, acurrucándose a mi lado y tapándonos con una manta.

Mildred nos despertó cuándo llegó la hora de abrocharnos los cinturones, para tomar tierra. Mientras estábamos en Forks, repostarían el avión para las largas horas de vuelo hasta las Maldivas.

Con el cambio de horario, eran las nueve y media de la noche cuándo desembarcamos en una de las pistas privadas, y casi una hora después llegábamos a Forks. Por suerte, el pueblo estaba bastante tranquilo, ya que la mayoría de la gente no había vuelto todavía de Londres. Nos dirigimos directamente al cementerio, incluidos Charlie, Sue y la abuela. Al ser de noche, nuestra presencia pasó desapercibida, y dejé que Bella se acercara ella sola ante la tumba de su madre. Me sorprendí de que el cementerio estuviera iluminado con bastantes farolas; en Londres no era habitual.

-Mamá- murmuró mi mujer mientras se agachaba y dejaba con cuidado su ramo de novia -te dije qué te lo traería- susurró, levantando su vista y mirando la lápida.

Charlie se acercó a ella, pasándole un brazo por los hombros. Sue, la abuela y yo permanecimos en nuestras posiciones, sin querer interrumpir esa pequeña e íntima reunión familiar. Nunca había visto a mi suegro acudir al cementerio, pero Bella me había contado que lo hacía, solo y durante los crepúsculos de Forks, ya que a su madre le gustaba pasear a esa hora del día.

Observé los espasmos de Bella, provocados por el llanto. Su padre la intentaba consolar, y por el tono de su voz, supe que también estaba llorando. Charlie se giró y se acercó a nosotros; me fijé en sus ojos brillantes e hinchados. Me hizo un gesto para que me acercara, e inmediatamente rodeé a mi niña, que se abrazó a mi, hipando desconsolada.

-No llores, cariño- besé su frente con cuidado, y ella esbozó una imperceptible sonrisa, a través de las lágrimas.

-Sé que ella estuvo conmigo- musitó en voz baja -sobre todo cuándo escuché el Canon... a ella le encantaba esa pieza musical- me explicó entre sollozos -pero no puedo evitar apenarme...- su voz se ahogó en un pequeño gemido de dolor.

-Ya sé que no es lo mismo, cariño- la consolé -pero no podemos luchar contra el destino- me mataba verla así, y no sabía que podía decirle para poder mitigar su dolor; yo mismo no podría imaginarme qué habría sido si alguien muy querido, o de mi propia familia, no hubiese podido estar presente ayer. Unos minutos después, Bella se giró hacia su familia, esbozando una pequeña sonrisa de ánimo; por lo menos estaba más tranquila.

-¿Preparada?- la sondeé, tomando su mano -tenemos que volver al avión. Asintió, y nos dirigimos hacia su padre, Sue y la abuela para despedirnos de ellos en la puerta, al lado de los coches.

-Parecemos fugitivos, huyendo en mitad de la noche- dijo, ya más animada -nos da pena no poder pasar por casa- siseó con fastidio, a lo que yo asentí.

-Es mejor que os vayáis ahora mismo- nos recordó mi suegro- si os quedáis, los periodistas os encontrarán; y cuándo vayáis a Europa tendréis que lidiar con ellos-.

-Cierto- le di la razón-.

-Por lo menos, que os dejen tranquilos esta semana en las Maldivas- dijo Sue -necesitáis un descanso con urgencia-. Abrazamos a Sue y a la abuela, dejando a Charlie el último.

-Pasadlo muy bien y cuidaos- me dijo mi suegro, una vez lo abracé.

-Tranquilos; si todo va bien, cuándo lleguemos a Dubrovnik os llamaremos- le recordé. Asintió, y se volvió hacia Bella.

-Hija, disfruta de tu luna de miel- mi mujer se abrazó a mi padre.

-Gracias por todo papá- susurró.

-Vais a ser muy felices, estoy seguro de ello; espero que podáis venir en Acción de Gracias- nos recordó -pero si no podéis, no pasa nada. No quiero que descuidéis vuestro trabajo- nos reprochó entre risas afectuosas.

-Eso seguro- afirmé, rodeando a Bella por los hombros.

-Altezas, debemos irnos- nos recordó Quil amablemente; ambos se habían quedado en el coche. Nos despedimos de ellos una vez más, y nos pusimos en camino, rumbo al aeropuerto de nuevo.

-Por fin de camino a las Maldivas- suspiró mi niña, acomodándose en el asiento del avión.

-Sí- suspiré satisfecho -señora Cullen, bienvenida a su luna de miel- ella rió, negando con la cabeza, quitándose las converse y poniéndose cómoda.

-¿Cuántas horas de vuelo tenemos desde aquí?- me interrogó -me imagino qué más de veinticuatro horas- adivinó.

-Más o menos unas treinta y cinco horas- le aclaré -de modo que ponte cómoda-.

-Eso está hecho- se acurrucó contra mi pecho, cerrando los ojos y suspirando satisfecha.

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La semana en Maldivas pasó relajada y tranquila. El hotel elegido, el One and Only, preparó la pequeña y coqueta villa privada dónde nos alojamos. Teníamos hasta una pequeña cocina, pero apenas hicimos uso de ella, ya que desayunábamos, comíamos y cenábamos en la terraza de la villa, gracias al impecable servicio de habitaciones. Nos hubiera gustado acercarnos a uno de los numerosos restaurantes que tenía el complejo hotelero, pero no queríamos levantar revuelo y que nos reconocieran. No vimos a Quil y Embry más que un momento por las mañanas, pero sabíamos que siempre estaban alrededor de la villa, que por suerte, tenía una pequeña piscina y una cala privada, similar a cuándo estuvimos en la Sheychelles.

Esa semana no hicimos otra cosa que dormir y descansar a nuestra anchas, disfrutar del agua y el sol, sin prisas y sin agobios. Las últimas semanas habían sido una locura; en realidad todo este año había sido una locura en si. Hacer dos cursos en uno, los compromisos y los viajes había sido agotador... pero había valido la pena. Sonreí mientras desde mi tumbona miraba a Bella, que nadaba en la piscina, bajo el atardecer de la isla de Male.

-¿En qué piensas?- me preguntó, apoyando los brazos en el borde de la piscina e incorporándose un poco. Llevaba un biquini negro con el borde dorado; parecía una sirena.

-En nada en particular- contesté, poniéndome de pie y acercándome a la orilla. Me senté, sumergiendo los pies, y bella se apoyó en una de mis piernas, mirándome con una pequeña sonrisa.

-Esta semana se ha pasado muy rápido- dijo con un suspiro, mirando hacia el horizonte. Mañana a la tarde nos íbamos a Dubrovnik, la capital de Croacia, para empezar nuestro periplo por Europa.

-Es verdad- le di la razón -ahora nos toca hacer turismo, de forma relajada- ella asintió contenta, tirando de mi pierna para que me metiera con ella en el agua.

-Si no te metes, te tiraré- me amenazó divertida. Reí mientras ella tiraba de mi pierna; apenas me dio tiempo a quitarme la camiseta, ya que consiguió que me metiera de golpe.

-Eso ha sido una jugarreta- le reproché, conteniendo la carcajada y atrapándola entre mis brazos.

-¿Ah sí?; pues que sepas que no te tengo miedo- susurró divertida, mientras me sacaba graciosamente la lengua, cómo una niña pequeña y qué sepas qu...- no le di tiempo a terminar la frase, ya que aprovechando que estaba abrazada a mi, nos hundí a ambos en el agua. Cuándo salí a la superficie, Bella intentaba echarse para atrás el pelo, que se le había venido a la cara. Tosía un poco, y se acercó a mi, con gesto amenazador, mientras yo ahogaba las carcajadas.

-Eso es juego sucio- me reprochó, pero al soltar yo la carcajada, se le pasó en enfado, acompañándome en mis risas. Volví a abrazarla, y ella pasó sus piernas por mis caderas y los brazos por mi cuello, quedándose relajada. Miró el atardecer, esbozando una pequeña sonrisa.

-¿Es cierto que la puesta de sol de Dubrovnik es una de las más hermosas de Europa?- me preguntó en voz baja.

-Eso dicen- me encogí levemente de hombros -a mi me gustó mucho- recordé la última vez que estuve allí, con mi madre y mi hermana, antes de conocer a Bella -desde la muralla antigua que rodea la ciudad, la vista con el atardecer impresiona-.

-Es un sueño- dijo mi niña, volviendo su cara y juntando su frente con la mía -nunca pensé que podría visitar todos esos lugares- me explicó -y menos aun, que pudiera hacerlo contigo- se abrazó a mi con fuerza, enterrando su cara en mi cuello.

-¿Sabes una cosa?-.

-¿Qué?- le pregunté en voz baja, pasando las manos por su espalda.

-Me da igual que nos reconozcan los periodistas- me confesó divertida -en Roma y en Venecia intentamos pasar desapercibidos, y aun así nos reconoció la gente y la prensa-.

-Eso es verdad- le di la razón -por eso, si los periodistas nos acosan mucho, y espero que no sea así, es preferible pararse con ellos unos minutos, y después ya nos dejan en paz- Sam nos lo había advertido, y en el fondo tanto Bella cómo yo pensábamos que era la mejor solución.

-Si... pero no puedo esperar a ver Dubrovnik, Praga, Budapest, París... y Viena- dijo con aire soñador -me muero por sacarme una foto en las escalinatas del palacio de Shönbrunn- expresó contenta.

-¿En el palacio de Sissí?- ella afirmó enérgica con la cabeza.

-Cómo un auténtica princesa- resolvió, pagada de si misma. Acaricié su carita, y ella la apoyó en la palma de mi mano.

-Pues... te recuerdo que eres una princesa- dije en voz baja, mirando sus rosados labios, húmedos al igual que el resto de su cuerpo.

-Tú princesa- murmuró emocionada, recordando las palabras que le dediqué en la celebración de nuestra boda.

-Mi princesa- asentí, mientras acercaba mi boca a la suya, dándole un beso, que desembocó en una noche de pasión, cariño... y amor.

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Abrí la puerta de la habitación con la chaqueta en la mano, y con mi mujer quitándose los tacones según entraba por ella. Habíamos ido a cenar a uno de los restaurantes más exclusivos de París. Llevábamos un mes de turné por distintos países europeos, y pasado mañana regresábamos a Londres. Estaba siendo un viaje inolvidable, y disfrutaba observando las caras y expresiones de mi niña, maravillada y fascinada, recorriendo de mi mano ciudades de ensueño, y disfrutando de nuestros primeras semanas de casados. Recorrimos Dubrovnik de cabo a rabo, y Bella pudo comprobar de primera mano su maravilloso anochecer; también hubo un par de días que alquilamos un coche y recorrimos los alrededores, llegando a visitar diversos pueblos pasando la frontera de Bosnia. Lo mismo hicimos en Budapest, y en Praga, dónde unos turistas ingleses nos reconocieron y se sacaron una foto con nosotros, en el puente Carlos; en la plaza dónde estaba la famosa Catedral de San Vito y la famosa torre del reloj, todavía recordaba con una risa cómo alguien se dirigió a Bella por su título, y le tuve que decir que la estaban hablando a ella; mi mujer por fin se giró hacia el matrimonio escocés, roja de la vergüenza.

En Viena nos topamos de bruces con Jake y Seth, que nos iban siguiendo ciudad por ciudad con infinita paciencia. Definitivamente, ya parecían personal de palacio, y habían hecho muy buenas migas con Quil y Embry, que ya tenían ganas de volver a casa, los pobres. Nosotros habíamos estado de vacaciones, por así decirlo, pero ellos estaban trabajando, y se merecían unas buenas vacaciones, según ellos, en su casa con su familia, y en verdad era así.

Bella cumplió su sueño, y se sacó la foto en la escalinata de palacio austriaco, y disfrutó cómo nunca recorriendo el Práter y comiendo tarta Sacher todos los días de postre.

Oí que que estaba hablando con mis padres, ya que su móvil había sonado cuándo estaba cambiándose. Me asomé a la ventana de nuestra suite del hotel Ritz, en plena Plaza Vendome de París; todavía hacía calor, y el cielo estaba despejado. Habíamos recorrido la cuidad francesa con ahínco estos días, al igual que hicimos con las otras. Mañana sería un día tranquilo, para realizar las últimas compras y por la noche, ir a ver una función de ballet, cómo colofón de nuestro largo viaje. La sentí acercarse a mi, y me giré, abriéndola los brazos.

-¿Todo bien por Windsor?- interrogué. Asintió con un suspiro, apoyándose en mi.

-Ya nos están esperando- me informó divertida -tu hermana está ansiosa por ver las fotos-.

-Pues tenéis para tres días, por lo menos- objeté con una risa, ya que aparte de Quil y Embry, la cámara de fotos había trabajado sin descanso este mes y medio... y también el servicio de paquetería especial, ya que según íbamos haciendo compras, las mandábamos a Londres. Compramos regalos para todo el mundo, familia y amigos, y muchos recuerdos y objetos de decoración para nuestra casa.

-¿Te da pena que se acabe?- me preguntó en voz baja.

-Sí- dije sin dudarlo -pensar qué tenemos que volver al trabajo enseguida... me da pereza... pero tengo ganas de ver a mis padres, a Rose y Emmet, a Casper e Isolda- enumeré.

-Piensa que en un mes sólo tenemos compromisos cerca, de modo que no habrá que viajar en avión- me consoló divertida. Reí divertido, cogiéndola en brazos y encaminándome con ella a la cama.

-Todavía no te he visto usar aquí ese salto de cama que te pusiste en nuestra noche de bodas- murmuré malicioso, tumbándome a su lado y atraiéndola hacia mi cuerpo.

-Te estás aficionando a que te haga un bailecito cada vez que hacemos el amor- dijo con una ceja arqueada -¿para cuándo un streptease tuyo con la faldita escocesa... y sin nada debajo?- me preguntó con voz sensual, mientras yo me acercaba a besar sus dulces labios. Rodé los ojos mentalmente... no se le olvidaba el tema.

-Algún día... te lo prometo-.

-Eso espero... y ahora... cállate y ven aquí- entrelazó sus brazos en torno a mi cuello; sonreí para mis adentros... esta sería una buena y estupenda noche.

 

Capítulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa Capítulo 46: Cumpliendo un papel

 


Capítulos

Capitulo 1: Prólogo Capitulo 2: Dulces y Dolorosos Recuerdos Capitulo 3: Adiós Forks...hola Londres Capitulo 4: Regreso al hogar Capitulo 5: Primer día de clases Capitulo 6: Los principes azules si existen Capitulo 7: Largo verano de incertidumbre Capitulo 8: Entre sedas y terciopelo Capitulo 9: Volverte a ver Capitulo 10: Reacciones Capitulo 11: Besos furtivos Capitulo 12: Norfolk Park Capitulo 13: Simplemente amor Capitulo 14: Desahogo Capitulo 15: Confesiones suegra- nuera Capitulo 16: Un americano en Londres I Capitulo 17: Un americano en Londres II Capitulo 18: Un verano inolvibable I Capitulo 19: Un verano inolvibable II Capitulo 20: Chantajes Capitulo 21: Descubrimientos Capitulo 22: Un país sorprendido Capitulo 23: Acoso y derribo Capitulo 24: No hay final feliz Capitulo 25: Soledad Capitulo 26: Anhelo Capitulo 27: Quiero y no puedo Capitulo 28: Sospechas Capitulo 29: Hallazgos asombrosos Capitulo 30: Abriendo los ojos Capitulo 31: Y sin ti no puedo vivir Capitulo 32: Volviendo a vivir Capitulo 33: La Prometida del Príncipe Capitulo 34: Una pareja más o menos normal Capitulo 35: Salida al mundo Capitulo 36: Anochecer bajo el puente de los suspiros Capitulo 37: London Fashion Week Capitulo 38: California Dreamin Capitulo 39: Entre leyes y bisturíes Capitulo 40: ¿Qué llevas debajo? Capitulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja! Capitulo 42: Encajando en el puzzle Capitulo 43: Víspera de boda Capitulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa Capitulo 45: Perdidos Capitulo 46: Cumpliendo un papel Capitulo 47: Primeras navidades de casados Capitulo 48: Apuestas Capitulo 49: Nueva vida en palacio Capitulo 50: Epilogo Capitulo 51: Outtake 1: Verano real en Forks Capitulo 52: Outtake 2: Obligaciones reales Capitulo 53: Outtake 3: ¡Qué alguien atrape a ese ratón!

 


 
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