Un Cuento de Hadas Moderno (+18)

Autor: caro508
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2010
Fecha Actualización: 02/12/2010
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 29
Visitas: 328518
Capítulos: 53

Bella recibe una beca para estudiar su carrera universitaria en Londres; allí conocerá a un chico de ensueño...¿los príncipes azules existen?, puede que sí.


Hola aquí estoy con otra historia que no es mía, le pertenece Sarah-Crish Cullen,  yo solo la subo con su autorización, es otra de mis favoritas, espero les guste…

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; los que no pertenecen a la saga son de cosecha propia de la autora. Las localizaciones y monumentos de Londres son reales.

 

 

 

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Capítulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja!


EDWARD PVO

Nos despedimos de mis padres y de mi hermana y Jazz después del desayuno. Ellos tenían varios compromisos en Londres, y mi hermana y Jazz debían seguir con sus clases y el proyecto de fin de carrera respectivamente. Quería enseñarle a mi niña otras partes de Escocia que no habíamos podido visitar. La miré con una sonrisa mientras daba un beso a mis padres; la visita oficial fue de perlas, y Bella lo había hecho muy bien. Ayer, en la cena de gala, no podía borrar la sonrisa de mi cara... y todo por tenerla a mi lado. Estaba tan guapa con ese vestido azul, y su pelo suelto... nunca la había visto tan emocionada mientras dábamos la mano a la gente apostada en las calles, que le mostró su apoyo y su cariño. Una vez desaparecieron los coches por la verja de palacio, rodeé a Bella con mis brazos, abrazándola por detrás y apoyando mi barbilla en su hombro.

-Por fin solos- murmuré contra su oreja, dejando un suave beso debajo de ella. Asintió suspirando, mientras se apoyaba en mí.

-Estos días han sido agotadores... pero a la vez han sido increíbles- dijo con una pequeña sonrisa -los escoceses son muy amables y simpáticos-.

-Y te quieren mucho, lo has comprobado- le recordé.

-Me quieren sin conocerme... es apabullante recibir tantas muestras de cariño- confesó con una sonrisa incrédula.

-Cualquiera que te conociera y no te quisiera estaría loco de atar- le contesté. Sentí que negaba con la cabeza.

-No eres objetivo- recalcó con un pequeño resoplido -y ahora- dijo girándose en mis brazos, quedando cara a cara -va siendo hora de qué me des un beso... de esos que Emmet dice que no podemos darnos en público- añadió con voz baja e insinuante, acercando sus labios a los míos... tan suaves y tiernos cómo siempre; tuve que reprimir un gemido al sentir el dulce paso de su lengua por mi labio inferior...pero no pude contenerme.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano me separé de ella, tomándole de la mano y volviendo a nuestro cuarto; una vez allí ataqué su boca sin piedad, pasando mis manos por su costados, a lo largo de todo su cuerpo. Las curvas de su cuerpo eran una rara y explosiva combinación de sensualidad e inocencia, y eso me volvía loco. Sin deshacer el beso, pude sentir cómo bajaba la cremallera de mi sudadera, deslizando sus manos por mis hombros para quitarla de en medio. Me separé de ella lo justo para poder respirar... y aunque nadie, ni ella misma, tenía más ganas que yo de tumbarla en la cama en esos momentos, no pude evitar preguntarle.

-Bella... no quiero hacerte daño- desde antes de su operación no habíamos estado juntos... y aunque ciertas noches, sobre todo esta última semana, el asunto se había caldeado bastante, tenía miedo de hacerle daño.

-Edward, te necesito... necesito sentirte... además, ya he vuelto a tomar la píldora, y todo ha ido normal este último mes- me recordó; la miré a los ojos, y vi reflejado el deseo y la necesidad que ella también tenía.

Sin decir una sola palabra volví a besarla, invadiendo con mi lengua el dulce manantial de su boca, acariciando cada hueco, sin dejar nada por descubrir; mi niña se apartó de mi cuándo sintió necesidad de respirar, agarrando su camiseta y quitándosela de sopetón. Mi boca volvió a su piel, arañando dulcemente con mis dientes la fina y tersa piel de su cuello. Su gemido de aprobación hizo que agarrara su cintura y la alzara en mis brazos. Sus piernas rodearon mis caderas, y sus manos fueron a mi cuello, escondiendo su carita en él y recorriéndolo con sus labios. Con ella en mis brazos caminé hasta la cama, dónde ambos terminamos tumbados y completamente desnudos en cuestión de pocos minutos.

Sus manos se posaron en mis muslos, atrayéndome hacia ella y creando una excitante y a la vez dolorosa fricción de nuestros sexos.

-Eso se siente... ahhh... sí- gimió en voz alta cuándo mi boca se entretuvo con uno de sus pechos, jugando e incitándolo hasta que su pezón se convirtió en una pequeña piedra. Levanté un momento la vista de sus blancas montañas; tenía los ojos cerrados, y los labios entreabiertos; la imagen de éstos, húmedos e hinchados, me llamaba a gritos, de modo que volví a unir los míos con los suyos, bebiendo de ellos, saciando la sed de deseo que se apoderaba de mi.

Noté que ni novia llevaba sus manos a mis nalgas, apretándolas dulcemente para que me acercara más ella, si eso era posible. Bajé despacio mi boca hasta su escote, pecho y estómago, dejando un reguero de caricias suaves con mi boca. Antes de seguir hacia esa parte de su feminidad, mis vista se posó en la pequeña cicatriz de la operación.

-¿Te duele?, ¿te hago daño?- le pregunté en un susurró. Ella no contestó, pero sentí que agarraba mi cabello, empujando mi cabeza para que tocara de nuevo su piel. Dejé un pequeño beso sobre la diminuta franja rosada, y seguí el camino hasta conseguir mi objetivo.

La sentí pegar un respingo cuándo mi lengua tocó esa protuberancia llena de nervios. Volvió a agarrar mis cabellos, y estampó mi cara entre sus piernas, dónde me entretuve hasta que la sentí estremecerse y soltar gemidos de pura satisfacción. Volví a a subir de nuevo por su cuerpo, repitiendo ese camino de besos que había trazado anteriormente, capturando de nuevo sus labios y ahuecando la palma de mi mano contra su carita.

-Tu sabor me vuelve loco, ¿lo sabes, no?- susurré contra su boca. Su aliento me dejó aturdido cuándo me habló.

-Te quiero dentro de mi, ya... por favor- su dulce y a la vez desesperada súplica encendió aún más mi ya acalorado cuerpo. Me situé entre sus piernas, y de mi garganta brotó un gemido al sentir sus estrechas paredes recibirme gustosa.

-Ohhh... dios- echó su cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y arqueando su cuerpo; salí lentamente para volver a entrar, queriendo expandir al máximo esa maravillosa sensación y calidez de su cuerpo.

-Ahhh... Edward... más rápido, por favor- gimió en mi oído.

-¿No te gusta así?- conseguí preguntarle entre roncos jadeos.

-Sabes que sí... pero no aguantaré mucho más... ahhh...- ese dulce gemido de ella hizo que mandara al garete mi plan inicial; agarrando sus manos y entrelazando nuestros dedos empecé a moverme cómo un loco. Sus gritos y jadeos resonaron en la habitación cuándo ella alcanzó el orgasmo, y no tarde demasiado en seguirla. Caí desplomado en su pecho, escuchando los acelerados latidos de su corazón.

Sentí que trazaba círculos en mi espalda, y cerré los ojos, disfrutando de una sensación de paz: poco a poco su corazón fue volviendo a su ritmo normal, y me tumbé de espaldas en la cama, atrayéndola ahora a ella a mis brazos.

-¿Qué piensas?- susurró, con su cara medio escondida en mi pecho. Negué con la cabeza, sonriendo.

-En tus gemidos y en tus caras de placer- contesté -es asombroso verte así de descontrolada... y me pone a mil- murmuré divertido, dejando un pequeño beso en su pelo. Sentí un repentino calor en mi pecho, y supe sin duda alguna que se había sonrojado; con mi mano levanté su barbilla, para que me mirara mientras la hablaba.

-No tienes que tener vergüenza a estas alturas, cariño... aunque he de reconocer que adoro esos brotes de inocencia repentina que te dan en estas situaciones- ella negó con un resoplido, volviéndose a acomodar en mi pecho... hasta que ella tomó la palabra.

-Y a mi me encanta esa voz ronca y pasional que pones... te hace aún más sexy de lo que eres- me confesó mordiéndose ligeramente el labio inferior.

-¿Así que soy sexy?- pregunté con tono pícaro.

-Demasiado para tu propia seguridad... ¿o no oíste los piropos que te gritaban las chicas estos días por las calles?- reí divertido -es verdad... la mayoría de las chicas inglesas entre quince y cuarenta años deben odiarme, voy a casarme con el príncipe de sus sueños- me contestó divertida y resuelta.

-Cuándo llevemos treinta años casados te recordaré tus propias palabras- dije pagado de mi mismo, girando y poniéndome encima suyo de nuevo, recorriendo su cuello con mi nariz, aspirando ese aroma afrutado que siempre tenía su piel.

-Pensaba que ibas a llevarme a conocer el paisaje de Escocia- murmuró con la voz entre cortada.

-Y te voy a llevar... mira- me tumbé a su lado, dejándola poca arriba y deslizando la sábana de su cuerpo, dejando sus pechos y parte de su vientre a la vista -aquí hay dos cimas- ronroneé sobre sus pechos, dejando un suave beso en sus pezones. Ella rió divertida, pero noté que volvía a ponerse nerviosa.

-Y bajando por estas suaves cumbres...- deslicé mis dedos por la parte inferior de sus pechos, llegamos a un prado- hice círculos en su estómago -con un pequeño lago- besé la hendidura de su ombligo...- ella gimió en voz alta, sonriendo complacida.

-Me haces cosquillas...- balbuceó contra mis labios, poniéndose encima mío y enredando nuestras piernas -y ahora... ¿por qué no sigues tu camino hasta el bosque?- su perverso tono de voz me excitó hasta tal extremo, que no pude menos que corresponder a sus deseos.

-Cómo ordene mi princesa- atrape de nuevo sus labios en un demandante beso, volviendo a unir nuestros cuerpos y dejando que la locura y la pasión nos envolviera de nuevo.

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Estaba esperando a Bella en el salón de nuestra habitación. a que terminara de arreglarse. Mi vista se posó en una foto de ambos, abrazados y riendo felices enfrente del lago Ness, con el inigualable paisaje escocés de fondo. Aquellos tres días habían pasado demasiado rápido, y los habíamos disfrutado al máximo, visitando distintas ciudades escocesas y enseñándole a mi niña una parte de la que sería su reino, por decirlo de alguna manera. Le encantaron las Islas Orcadas, así como Perth y Aberdeen... y de nuevo los escoceses volvieron a mostrarnos su apoyo y cariño, parándose a hablar con nosotros y deseándonos lo mejor.

Desde que volvimos de Escocia no habíamos parado; entre empezar con el proyecto de fin de carrera, la organización de la boda y los diferentes compromisos que tuvimos esas semanas apenas nos dejaron tiempo para nada más.

Habíamos ido a Liverpool; a un acto en la universidad de Cambridge, a la inauguración de los nuevos astilleros en Bristol; a visitar el pueblo marítimo de Plymouth y desde allí, la Isla de Wight, dónde estaba Osborne House. En ese palacete vivieron varios antepasados míos, a principios y mitad del siglo XIX; mi abuelo lo donó al gobierno, y ahora es un pequeño museo, aparte de que la casa mantiene los muebles y decoración de la época, y está permanentemente abierta al público.

Hoy íbamos a inaugurar la nueva ala pediátrica del Middelesex Hospital, al norte de Londres. En un principio iban a ir mis padres, pero por problemas de agenda al final íbamos mi niña y yo; y ellos se fueron a otro compromiso, acompañados por mi hermana.

Por fin mi novia salió del baño; llevaba un traje pantalón en tonos marrones; la chaqueta tenía un amplio cuello redondo, y se ajustaba divinamente a su cuerpo con una pequeña lazada. Cogió su bolso, acercándose a mi con una sonrisa.

-¿Voy bien?- dio una graciosa vuelta, tropezando con los tacones y aterrizando en mis brazos; intenté disimular la carcajada, pero no pude contenerla.

-No tiene gracia- se cruzó de brazos, poniendo un gracioso puchero.

-No te enfades cariño... es que ha sido muy gracioso- me excusé, rodeándola con mis brazos.

-Si no me extraña que te rías... todavía no consigo averiguar de quién heredé este pésimo sentido del equilibrio- murmuró entre dientes.

-No te enfades- le volví a repetir- además, ¿sabes una cosa?- me acerqué a su oreja- eres mi patosa favorita- ella negó divertida, dejando un pequeño beso en mi cuello -y contestando a la pregunta del principio, estás muy guapa... me encanta cómo te ves con tacones... es sexy- susurré, esbozando una sonrisa.

-Gracias...y ahora vamos, o llegaremos tarde- me recordó. Tomados de la mano nos dirigimos hacia el coche, dónde ya estaban Embry y Emmet, que sostenía la puerta abierta.

-¿Qué estabais haciendo?; Maguie nos ahorcará por llegar tarde- rodé los ojos, mientras ayudaba a Bella a subir al coche.

-No seas exagerado- le miré arrugando el ceño -¿por qué estás de mal humor?; ¿has discutido con Rose?- negó con la cabeza.

-No, en absoluto... pero que sepas que la pequeña duende me ha vuelto loco esta mañana- bufó.

-¿Y eso?- le pregunté una vez con el coche en marcha.

-Sabes qué se acerca el cumpleaños de tu hermana- Bella y yo asentimos con la cabeza -pues aprovechando que dentro de tres días llegan Ang y Ben con tus padres- miró a Bella -ha decidido que va a celebrar su cumpleaños con todos nosotros- nos explicó.

-¿Y qué tiene eso de malo?- preguntó mi niña, mirándole extrañada.

-Me ha tenido de un lado a otro, recorriendo todos y cada uno de los restaurantes de Londres, porque no encontraba ninguno a su gusto; total, que al final se ha quedado con el primero que visitamos, de modo que hemos tenido que volver- nos explicaba -después he tenido que llamar a las discotecas más exclusivas de Londres, preguntando detalles sobre las salas vips- seguía rezongando -y por último, tres horas largas de tiendas, buscando el modelito apropiado- terminó ante la risa incontrolable de Embry, que negaba divertido con la cabeza.

-Vaya... pues si que has estado atareado- le di la razón, ante la divertida mirada de mi novia.

-Parece que lo vamos a pasar bien- dijo animada -antes de cenar vamos al teatro, ¿no?- me preguntó, girando su vista hacia mi.

-Eso tengo entendido, a no ser que haya cambiado de idea- apostillé con una mueca -vamos a ver "El fantasma de la ópera", en el Her Mayestic´s Theatre- les expliqué -dicen que el musical está muy bien-.

-Eso he leído yo también... por cierto, me debes un ballet- dijo con carita de niña buena. Le prometí que iríamos a ver "Coppelia"... pero con la operación no pudo ser.

-Lo recuerdo perfectamente... pero la temporada es muy larga hasta noviembre; te prometo que iremos a ver alguno- me tomó de la mano, dándole un ligero apretón.

-¿Vendréis al cumpleaños de mi hermana, no?- le pregunté de nuevo a mi amigo.

-Por supuesto... después de darme vueltas cómo un tiovivo lo menos que podía hacer era invitarme- dijo burlón -vamos Ang y Ben, la homenajeada y Jazz, obviamente... y nosotros cuatro-.

-¿No se te hace raro quedarte aquí en vacaciones y no ir a Windsor?- me interrogó mi niña.

-Un poco extraño si es... el año pasado tampoco fui- recordé cómo hace un año, por estas mismas fechas, llevaba más de tres meses sin verla... era increíble cómo pasaba el tiempo.

Este año decidimos quedarnos en Londres; teníamos que decidir muchas cosas acerca de la boda, ir concretando asuntos y detalles; además, Bella y las chicas tenían las pruebas de los vestidos, de modo que mejor estábamos aquí; además, así podríamos enseñarles la cuidad a Ang y Ben. Sólo mi padre y Charlie se irían un par de días o tres a cazar a Windsor, pero ellos dos solos.

Seguimos escuchando las protestas de Emmet hasta que llegamos al hospital. En la puerta nos esperaban el director, gerentes y varios facultativos del área de pediatría. Nos saludaron y pasamos al interior del edificio, llegando a la nueva área en pocos minutos; la zona estaba acordonada, y observé qué había mucha gente, tanto trabajadores cómo pacientes. Nada más aparecer por allí, una niña le dio un pequeño ramo de flores a mi novia, que lo recibió con una sonrisa y charlando con la pequeña unos instantes.

Fui directo al atril que habían instalado a un lado de la placa conmemorativa de la inauguración. Bajo la atenta mirada de los presentes, y la sonrisa de ánimo y apoyo que me dedicaba mi prometida, empecé con el pequeño discurso que había preparado. Justo al terminar la última palabra, la gente aplaudió, y un poco sonrojado de la vergüenza, descubrí la placa, quedando oficialmente inaugurado el edificio.

De la mano de mi niña, y acompañados por el director y los distintos jefes especialistas, recorrimos las instalaciones, escuchando las explicaciones acerca de la funcionalidad del edificio y todos los equipos nuevos que habían incorporado. Llegamos a la planta de neonatos, y la vista de mi novia de posó en los pequeños bebés que dormían en las incubadoras. Me fijé que uno de ellos estaba lleno de vías y tubos.

-¿Qué le ocurre?- Bella se acercó al cristal, mirando a la niña.

-Nació prematura, y sus pulmones todavía no están desarrollados- nos explicó uno de los médicos.

-¿Y todos estos aparatos la ayudan a ello?- inquirí curioso, señalando las máquinas.

-Así es; le ayudan a respirar y a la vez a desarrollar sus pulmones- nos aclaró.

-Qué pequeñita es- me susurró Bella con una sonrisa, tocando su manita a través del cristal.

-Sí, apenas cabe en la palma de la mano- le dí la razón. Un poco apartados había una pareja con un niño en brazos, y nos acercamos a saludarles.

-De modo que mañana se van a casa- le medio preguntó mi niña, después de que nos contaran su historia.

-Así es; nuestro hijo ya está recuperado- afirmó el orgulloso padre con una sonrisa. Bella le acariciaba la manita al bebé, que dormía plácidamente en los brazos de su madre.

-¿Quiere cogerlo?- la madre se lo tendió. Bella la miró asombrada, pero enseguida apareció una sonrisa en su cara.

-¿Puedo?- preguntó ilusionada. La madre afirmó con la cabeza, y Bella me tendió un momento el ramo de flores que le habían dado, tomando al pequeño en sus brazos; se removió un poco, abriendo la boca pero sin despertarse de su sueño.

-Qué cosita... no pesa nada- me dijo acariciando una de las manitas del bebé, que sobresalía por la manta.

Me quedé embobado viendo la imagen de Bella con un bebé en brazos; nunca la había imaginado así, era muy tierna... mi mente voló al día en el que el niño o niña que sostuviera en sus brazos fuera el nuestro.

-Es muy guapo- le dijo Bella mientras se lo devolvía; charlamos unos minutos más con ellos, hasta que tuvimos que seguir con el recorrido.

-Te quedaba muy bien el niño- le dije con una sonrisa.

-Es increíble tener algo tan frágil y chiquitín en brazos- me confesó con complicidad. Llegamos a la planta de oncología pediátrica... y lo que vimos allí nos dejó de piedra; impresionaba mucho ver a niños tan enfermos. Paramos en una sala que tenían habilitada cómo sala de juegos. Bella se agachó entre dos niños que estaban sentados en una pequeña mesa.

-Hola- les saludó con una sonrisa.

-Mamá, la princesa- la niña debía tener unos seis años; llevaba un pañuelo en la cabeza, pero también tenía una gran sonrisa puesta en su cara. Yo me agaché al lado del niño.

-Hola campeón-.

-Hola- el niño tendría unos diez años, y era muy simpático.

-¿Cómo os llamaís?- les pregunté a ambos.

-Yo Anthony; y ella es Mary- señaló a la pequeña, que le sacó graciosamente la lengua.

-Os llamáis cómo nosotros- les explicó Bella -su segundo nombre es Anthony- me señaló -y el mío Marie- le dijo a la niña.

-¿De verdad?- la pequeña abrió los ojos por la sorpresa -no lo sabía-.

-Pues así es... ¿qué estás dibujando?- le pregunté a la niña; Bella y yo nos agachamos a ver el papel.

-Sois vosotros- nos explicó; era una pareja vestidos de novios.

-Qué bonito; ¿me lo regalas?- la niña asintió a la petición de mi novia, y se inclinó para terminarlo, con la ayuda de Bella. De mientras yo hablé con el pequeño.

-La próxima semana me voy a casa- me contó orgulloso.

-Eso es estupendo- le felicité.

-¿Y sabes lo primero que haré nada más salir del hospital?- negué con la cabeza -quiero ir a Anfield Road- dijo ilusionado.

-A ver un partido del Liverpool- terminé la frase por él -a mi también me gusta mucho el fútbol- le confesé en voz baja -pero soy del Chelsea-. Me miró con los ojos cómo platos.

-¿Cómo puedes ser del Chelsea?- me reprochó divertido -la defensa que tiene les falla cada dos por tres... y tenéis que fichar un extremo izquierdo- me dijo. Reí divertido, en verdad el crío entendía de fútbol. Estuvimos un rato más con ellos, hasta que la pequeña terminó el dibujo. Le dimos un beso a la niña, y yo choqué la mano del chaval. Cuándo Bella le dio un beso al niño, se puso rojo como un tomate.

-A Anthony le gustas- le susurró la pequeña a mi novia, riendo divertida.

-¡No es cierto, pequeñaja!- chilló el niño, rojo de la vergüenza. Nos despedimos de sus padres, que nos agradecieron el haber estado unos minutos con los niños, y proseguimos nuestro recorrido. Ya en el coche, noté a Bella triste.

-¿Qué te ocurre, cariño?- interrogué preocupado.

-Me ha impresionado ver a pequeños tan enfermos; el ala de oncología infantil es terrible- meditó en voz alta, y con pena en su voz.

-Sí, es muy duro y muy injusto... un niño enfermo es una de las cosas más tristes que te puedes encontrar- le dí la razón mientras ella se apoyaba en mi, dejando su cabeza en mi hombro.

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Por fin llegaron las vacaciones, y con ella la familia de Bella y nuestros amigos. Ang y Ben estaban muy intimidados por venir a nuestra casa, y muy cortados cuándo conocieron a mis padres. Pero en seguida cogieron confianza y enseguida se les pasó la timidez.

-Nunca pensé que estaría aquí- decía Ben; estábamos en los jardines, dando un paseo. Íbamos los cuatros, junto con mi hermana, Jazz, Emmet y Rose. Las chicas iban delante nuestro.

-No es para tanto- me encogí de hombros, ante la estupefacta mirada de Ben, que me miraba alucinado.

-Créeme... cambiaría el apartamento que compartimos Ang y yo en la facultad de Los Ángeles por una sola se las habitaciones que tienes aquí- me respondió entre dientes, pero a la vez divertido -sobre todo el cuarto de los videojuegos- sonrió malicioso, al igual que yo.

-Deberíamos empezar a alquilar la famosa sala de los videojuegos- dijo Jazz divertido -sacaríamos un pastón-.

Entre risas aparecimos los ocho en el comedor, para la cena. Ya estaban allí nuestros padres y la abuela, esperándonos.

-La casa nunca había estado tan concurrida a no ser que fuera un acto oficial- expresaba contento Carlisle.

-Ahhh... la juventud... que época tan estupenda- decía mi madre con nostalgia.

-Sip... qué tiempos- dijo a su vez mi padre.

-Vamos... todavía somos unos chavales- dijo con una gran sonrisa el padre de mi novia.

-Siento decírtelo Charles... cada día estás más calvo y con más arrugas- soltó la abuela tan pancha, mirándole con una ceja arqueada. Bella y yo nos miramos conteniendo una sonrisa maliciosa... empezaba la batalla dialéctica.

-Tampoco estoy tan mayor- rezongó mi suegro cual niño pequeño -dime qué hombre de cuarenta y tres años tiene una hija de veintiuno y a dos meses de casarse- la retó.

-Conozco a unos cuántos... y si no hubieras dejado a Renne, que en gloria esté, embarazada, no te vas de casa hasta los cuarenta, por lo menos- le apuntó con la cuchara en un gesto amenazante.

-Gracias por airear las intimidades familiares, mamá- le agradeció mosqueado.

-Papá... hasta yo sabía que mamá se casó embarazada, no me pilla de sorpresa- le contestó mi prometida tan tranquila, sirviendo agua en los vasos.

-¿De verdad lo sabías?- inquirió su padre curioso. Mi novia asintió.

-Mamá me lo contó- le explicó cómo si fuera lo más normal del mundo.

-No es ningún pecado, jefe Swan- le dijo Emmet con una ceja alzada.

-¿Lo ves, Charles?- le indicó su madre- eres demasiado quejica y conservador... hasta yo soy más moderna que tú- le dijo con una sonrisa orgullosa. Mi suegro suspiró con paciencia, dando por terminado el tema.

-Y bien, ¿cómo van los preparativos?- interrogó Sue.

-Bien; mañana hablaremos con el joyero, decidiremos la decoración de la iglesia y de las mesas... -empezó a enumerar Bella.

-El ramo de novia- le recordó Rosalie.

-Eso también... y mañana hablaremos con Maguie y Zafrina sobre los actos previos- terminó de explicar mi niña.

-Finalmente, la cena de gala será la noche anterior a la boda- expliqué a mis suegros -el día de mi cumpleaños prefiero pasarlo tranquilo... además creo que tendremos uno de esos actos... y ensayo en la catedral- les dije.

-¿Quién os va a casar?- interrogó Ang con curiosidad.

-El Arzobispo de Canterbury; también estarán en la ceremonia varios obispos y el padre Conelly, el capellán de palacio- le explicó mi novia.

-No puedo esperar a que llegue el día- dijo mi hermana, ante la divertida mirada de todos, a lo que Rose y Ang estuvieron de acuerdo.

-¿Bailarás el vals, verdad?- mi novia miró a la abuela sosteniendo el tenedor en el aire.

-No lo había pensado- le dijo -y no sé bailarlo muy bien- suspiró con paciencia.

-Por eso no hay problema... tenemos al maestro perfecto- le contestó mi hermana, pagada de si misma. Mi novia me miró, pero yo negué con la cabeza.

-Sé bailarlo... pero no se refiere a mi- le aclaré.

-Vaya... de modo que me toca ser profesor- dijo mi padre divertido -tranquila Bella, una sola clase conmigo y saldrás bailando el vals cómo si hubieses nacido para ello-.

-Presumido- mi madre rodó los ojos, negando con la cabeza.

-Yo tampoco se bailarlo... y el padrino debe bailar con la novia- meditó mi suegro en voz alta.

-No me extraña que no sepas... tienes el sentido del ritmo de una lechuza... es decir... ninguno- contestó su madre, sirviéndose más salsa de queso. La mesa explotó en risas, ante el bochorno de mi suegro.

-Gracias por tu apoyo, querida- mi suegro fulminaba a su mujer con la mirada.

-Charlie... siento decírtelo, pero la abuela Swan tiene razón- le explicó entre carcajadas.

-Podrías enseñarle a bailar el vals a él también- apuntó Emmet a mi padre, que lo miraba con ambas cejas alzadas.

-¡Eso, eso!- animó Ben, secándose las lágrimas de la risa.

-La verdad que sería un poema verles- decía Esme divertida.

-Y una imagen única... pagaría por ver ese momentazo gay- resolvió la abuela con una sonrisa satisfecha. Carlisle y mi suegro se miraban sin saber qué decir, mientras que el resto seguíamos riéndonos.

-Parece que ahora también me toca a mi ser el blanco de la abuela- decía mi padre, medio riéndose.

-Bienvenido a la familia Swan, querido Carlisle- objetó la abuela, con una sonrisa satisfecha, ante las carcajadas del resto de los comensales.

La cena transcurrió tranquila y entre momentos divertidísimos, gracias a la querida e inigualable abuela. Al día siguiente fuimos con Ben y Ang a enseñarles un poco la ciudad, y por la tarde estuvimos en casa tranquilos, hasta la hora de arreglarnos para el cumpleaños de mi hermana. Nos había dado órdenes taxativas acerca de la vestimenta, por lo menos a los chicos; según ella, elegantes pero a la vez informales.

Estaba poniéndome la chaqueta del traje, cuándo Bella salió del vestidor, con los zapatos en la mano. Llevaba unos pantalones ajustados negros de raso, con un top de tirantes anchos de seda blanca, y una altísimas sandalias negras en la mano.

-¿Crees que Alice considerará ésto elegante pero a la vez informal?- protesté con una mueca de paciencia. Llevaba un traje negro y camisa azul oscura, sin corbata y con los primeros botones desabrochados. Mi novia sonrió divertida, mientras se acercaba a mi.

-Estás muy bien- me dijo, poniéndome bien el cuello. Observé que llevaba los pendientes que le regalé en Italia, junto con varios brazaletes de plata rígidos, y su ya inseparable anillo de compromiso.

Se puso una chaqueta corta que apenas le cubría los brazos, y salimos al encuentro de nuestros amigos, que ya estaban esperándonos en el hall de entrada. Todos iban más o menos cómo yo, y las chicas iban arregladas pero casuales.

Nos despedimos de nuestros padres y la abuela, y salimos rumbo al teatro. Mi hermana había reservado un palco exclusivamente para los ocho. Llegamos cuándo apagaron las luces, de modo que apenas nos reconocieron. Después de que la función terminara, nos dirigimos al restaurante, dónde nos acomodaron en un pequeño comedor privado. Los comensales se nos quedaron mirando, alertados por el follón de los fotógrafos, que sin saber cómo, nos siguieron.

-¿Os ha gustado el musical?- nos preguntó mi hermana, una vez tuvimos el plato de comida enfrente de la mesa.

-A mi me ha encantado- expresó Rosalie con una sonrisa.

-Y a mi; es la primera vez que veía uno- dijo mi novia.

-Ha estado genial; también está en EEUU; en Broadway ha tenido unas críticas excelentes- añadió Ben, llevándose el tenedor a la boca.

-No ha estado mal- meditó Emmet en voz alta -pero lo mejor viene después de la cena- movió sugestivamente las cejas.

-Está encantado de ir a esa discoteca... verás cuándo se ponga a bailar- le susurré a mi niña, tomándola de la mano.

-Todavía recuerdo la celebración de las bodas de plata de mis padres- sonrió divertida Ángela -nunca había visto a nadie bailar al son de los Beach Boys con tanta pasión-.

-¿No tienes fotos?; debió ser todo un espectáculo- se medio burló Jasper.

-Para tu información, excelencia- le contestó el aludido con retintín -soy muy sexy bailando; lo dice mi novia- miró a Rose esperando un poco de ayuda.

-Eso no incluye tu baile a lo fiebre de sábado noche- le respondió resuelta. Ahogué la carcajada, tapándome con la servilleta.

-Gracias por tu apoyo moral, Eddie- dijo con un puchero y cruzándose de brazos.

La cena siguió su curso, hablando de varios temas y brindado por el veintidós cumpleaños de mi hermana, que incluso apagó las velas de una pequeña tarta. Una vez terminamos, el encargado se despidió de nosotros, agraciéndonos el haber venido. Los coches nos esperaron en la entrada trasera, y salimos rumbo a Ministry of Sound, situado en Gaun Street, una de las discotecas más grandes y exclusivas de Londres. Había una cola tremenda para entrar, pero al tener reservado una de las salas vip del piso superior, entramos por una puerta lateral, dónde estaban apostados varios periodistas. Observé cómo Seth y Jake paraban a Emmet y Jasper, hablando con ellos unos segundos. Parecieron agradecerles algo, y una vez instalados en torno a una mesa, le pregunté a Emmet que sucedía. No le dio tiempo a responder, cuándo escuchamos una chirriante y estruendosa voz que discutía acaloradamente con los guardas del acceso a la zona vip.

-¡Dejadme pasar, idiotas!; ¿acaso no sabéis que soy familia de los príncipes?- Tanya se abrió paso a empujones, tambaleándose por la cantidad de alcohol que llevaba encima.

-Eso era lo que te iba a contar- refunfuñó mi amigo entre dientes.

-Pero mira... hip... quién está aquí- apenas se la entendía nada, y las pintas que llevaba eran todo un show.

-Lárgate ahora mismo- la seria y profunda voz de Emmet resonó por encima de la música.

-El gorila defiende a su jefe- dijo con una sonrisa burlona. Quil y Embry se adentraron el la sala, dispuestos a hacerla salir.

-Por tu culpa- se dirigió a mi novia, que permanecía a mi lado, tomada de mi mano -y la tuya- me señaló -mi tío ha perdido muchos negocios importantes- nos acusó, con la cara roja de la ira. La gente que pasaba por allí nos miraba curiosos; menos mal que con la música no se enteraban de lo que decía.

-Vete a dormir la mona; no dices más que tonterías- contestó Rosalie, encarándola.

-La novia del gorila- dijo ella maliciosa -¿cuánto te paga la Casa real por mantener la boca cerrada?-.

-Más te vale qué te marches ahora mismo de aquí; no estás en condiciones de quejarte, ni tú ni tus tíos- le dije enfadado y molesto.

-Vete y no nos amargues la velada, querida prima- le soltó mi hermana, roja del enfado.

-La pija y esnob princesa Alice se ofende... qué lástima- se burló Tanya, cruzando sus manos sobre su pecho.

-Se acabó- dijo Jasper, acompañado de Quil, Embry y uno de los encargados de seguridad.

-¿Les está molestando?- preguntó el fornido muchacho. Asentí con la cabeza, y Embry y el mismo encargado la tomaron de los brazos, sacándola de allí; más que sacarla, iban empujando de ella, ya que estaba muy borracha y apenas se tenía en pie.

-¡Soltadme brutos!- se revolvía entre los musculosos hombres, de modo que poco podía hacer. Una vez se alejaron con ella, mi niña respiró aliviada, abrazándose a mi.

-Menos mal que la cosa no ha pasado a mayores- dijo con un suspiro satisfecho.

-No sabía lo que decía... sino hubiera estado bebida no se hubiera atrevido a decirnos nada- bufó mi hermana.

-¿Quién era?- preguntó Ben, todavía un poco sorprendido. Mi hermana les contó más o menos la historia, quedándose ambos alucinados.

-No debe salir una palabra de aquí- le suplicó mi novia a su amiga.

-Tranquila por eso Bella- le aseguró ésta. Afortunadamente, la noche transcurrió sin ningún incidente más; las chicas bailaron cómo nunca, mientras nosotros seguíamos en torno a la mesa, conversando animadamente. De reojo miraba a mi niña, bailando con ganas. Puede que no supiera bailar el vals... pero ese movimientos de caderas que se traía provocó que el pequeño principito despertara, estaba tan sexy y guapa...

Giré de nuevo la cara hacia mis amigos, intentando volver un poco a la normalidad, cosa que no fue posible, ya que las chicas se acercaron, y Bella se sentó encima mío.

-¿Lo estás pasando bien?- le pregunté rodeando su cintura.

-Muy bien- replicó contenta -y mi pequeño Eddie parece que también- me susurró con un tono de voz demasiado sensual, pasando los brazos por mi cuello. Sonreí malicioso, acercándola a mi.

-Bailas demasiado bien... - le respondí, sintiendo cómo mi pequeño amigo se apretaba contra sus nalgas.

-Pues tendrás que esperar a llegar a casa- susurró contra mis labios, juntándolos con los suyos y besándome lenta y suavemente.

-Ya estamos- la voz de Emmet nos hizo terminar el beso, y mi prometida puso un dulce puchero de indignación.

-¿Por qué a ellos no les dices nada?- interrogué señalando a mi hermana y a Jazz, que se besaban con ganas. Nuestro amigo se encogió de hombros.

-Es más divertido meterse con el príncipe de Gales- resolvió con una divertida mueca.

-Calla y ven a bailar un rato- su novia tiró de él, haciendo que se levantara... empezaba el espectáculo; no entendía cómo siendo tan grande, podía moverse tan ligero en una pista de baile.

A eso de las cuatro de la mañana, decidimos retirarnos. Nada más pararon los coches en la puerta, tomé a Bella en brazos, subiendo a nuestra habitación. Mi novia rió por mi impaciencia, hasta que la deposité en nuestra cama.

-Alguien está impaciente- dijo con una ceja alzada.

-Y qué lo digas- contesté quitándome la chaqueta y tumbándome encima de ella, besando esa boca que tan loco me traía y perdiéndonos en un mundo dónde sólo estábamos ella y yo.

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A la mañana siguiente, mis pies se resintieron de los altísimos tacones que me puse la noche anterior. Por suerte, sólo estaba cansada, ya que sólo me bebí una copa, al igual que Edward y el resto. Aunque saliéramos de marcha, no me iba a arriesgar a beber nada más, con la prensa encima de nosotros... el único que volvió un poco perjudicado fue Emmet... así que hoy no contábamos con ni siquiera verle un pelo de la cabeza. Estaba en la ducha, dejando el agua correr por mis músculos, cuándo sentí una suaves y conocidas manos rodearme por detrás. Me giré lentamente, encontrándome con una vista estupenda... el fuerte pecho de mi novio.

-¿No me invitas?- murmuró en mi oído y acariciándome la espalda.

-Estabas dormido... por cierto, buenos días- alcé la cabeza, para dejar un pequeño beso en sus labios.

-Buenos días mi niña- contestó, abrazándose a mi y mojándose él también.

-Nunca habíamos probado esto de la ducha compartida... puede estar bien- susurró malicioso.

-¿Todavía quieres más ejercicio?- pregunté haciéndome la niña buena -pensé que anoche tuvimos de sobra-.

-Nunca tengo suficiente de ti- su aliento en mi cara hizo que cerrara los ojos, disfrutando de la sensación. Sus labios atraparon los míos en un beso salvaje y ansioso. Agarró mis nalgas, subiéndome a su cintura y apoyándome en la pared.

-Ayer te movías de una forma... uffsss... ¿dónde has aprendido a bailar así?- preguntó sobre mi cuello.

-Puede que no haya salido mucho de marcha... pero alguna que otra vez sí lo he hecho- le respondí, abrazándome a su cuello y besándolo suavemente. Noté que mi pequeño principito estaba listo para el combate; la fricción que había entre nuestros sexos hizo que arqueara la espalda, exponiendo mis pechos para él. De un rápido movimiento me embistió lentamente, haciéndome bajar en torno a su erección.

-Ahhh... dios... se siente bien- murmuré cerrando los ojos y echando mi cabeza para atrás. Su fuerza hizo que sostenerme pareciera coser y cantar.

-Eres deliciosa- su aliento y saliva chocaron contra mis pechos, a los que dedicaba besos y lamidas por doquier.

-Más Edward... más fuerte- balbuceé con la voz entrecortada y respirando con dificultad. Atendió a mi petición, y sus embestidas pasaron a llevar un ritmo atroz; el sudor que traspasaba nuestra piel se mezclaba con el agua que caía de la ducha, y envueltos en una nube de vapor, hicimos el amor de la forma más salvaje pero a la vez tierna, cómo nunca lo habíamos hecho.

-Bella..- beso- ahhh... sí... -beso – eres tan estrecha- murmuró sobre mis pechos, masajeándolos con su aliento.

-No aguanto Edward- conseguí decirle entre jadeos -me... ¡ohhh dios!, ¡me voy!- mi cuerpo sufrió una fuerte sacudida, y un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies, y sentí a mi novio estremecerse entre mis brazos, soltando un ronco gemido. Aún encima suyo, me desplomé encima de él, abrazando su cuello y cerrando mis ojos. El agua tibia seguía cayendo de la ducha, y ayudó a que mis entumecidos músculos se descontrajesen. Sentí que con delicadeza me posaba en el suelo, pero sin dejar que saliera de la prisión de sus brazos.

-Ha sido increíble- murmuré, todavía jadeante. Sentí que besaba el tope de mi cabeza.

-Demasiado increíble... gracias por hacer realidad una de mis fantasías- susurró en mi oído, dejando un pequeño beso debajo de él. Me aparté un poco para mirarle a la cara.

-Nunca me lo habías contado... que ésto era una de tus fantasías- medité con una pequeña sonrisa -lo tendré presente- resolví satisfecha.

Entre sonrisas cómplices y caricias terminamos nuestra placentera ducha, y nos encaminamos al comedor. Allí estaban Ang y Ben, acompañados de Sue, Esme y la abuela.

-Buenos días- saludaron a coro.

-Buenos días a todos- contesté sentándome al lado de mi amiga.

-Buenos días- saludó también Edward, cogiendo la cafetera y sirviéndose una buena taza de café. Me hizo una seña, y también acerqué mi taza para que me pusiera también.

-¿Alice y Jasper?- pregunté en general.

-Deben estar durmiendo todavía- me explicó Esme.

-Por Emmet y Rosalie ni pregunto- murmuró divertido mi novio, ante la risa de Ben.

-¿Papá y Carlisle ya se han ido a cazar?-.

-Esta mañana temprano; no regresan hasta pasado mañana- contestó Sue; asentí, ahogando un pequeño bostezo.

-Noches alegres, mañanas tristes- observó divertida la abuela.

-¿Cómo fue anoche?- le contamos a Esme lo sucedido en la discoteca con su sobrina; rodaba los ojos, siseando cabreada.

-Menos mal que se la llevaron; estaba como una cuba- expresó mi amiga, con una mueca de enfado. En eso estábamos, cuándo Sam apareció por el comedor, con la prensa en la mano.

-Deduzco que la fiesta fue bien- nos enseñó varios ejemplares, en los que salíamos los ocho a la salida del teatro, a la salida del restaurante... incluso varias en la discoteca; pero estaban demasiado oscuras y borrosas.

Los cuatro nos reímos un poco de las fotos; por suerte, no había ninguna comprometedora. Ang leyó en voz alta la columna semanal que Víctor Zimman escribía para el Daily Thelegraph.

-La realeza se divierte – llevaba por título -parece ser que la monarquía es más moderna de lo que nos imaginábamos; ayer fuimos testigos de cómo ocho jóvenes, varios de ellos vinculados a la Casa real, dejaban de serlo por unas horas, para disfrutar de una velada y celebrar el cumpleaños de su alteza real, la Princesa Alice de Gran Bretaña. Acompañada por su inseparable Duque de Norfolk, su hermano, su futura cuñada y dos parejas amigas, la hija pequeña de los reyes celebró su cumpleaños en la intimidad.

¿Dónde han quedado esas celebraciones palaciegas, grandiosas e impresionantes, dignas del cumpleaños de un miembro de la realeza?; ¿acaso la Casa real sacará toda la artillería para la boda del Príncipe de Gales y la americana de sus desvelos?... ¿estaremos a la altura de otros países europeos en lo que a bodas reales se refiere?... y lo más importante... ¿estamos preparados para tener la primera reina nacida americana...?- terminó de leer mi amiga, con una mueca de desacuerdo.

Edward y yo rodamos los ojos, suspirando con paciencia. Mi abuela fruncía el ceño, al igual que Sue.

-Este hombre... siempre igual- murmuraba resignado Sam.

-Ni caso, no merece la pena- dijo Esme haciendo un gesto despreocupado con la mano.

-Que yo sepa; Alice no quiso celebración oficial por su cumpleaños- medio pregunté a Edward y Esme.

-Así es... si el señor Zimman se informase un poco...- mi novio dejó la frase inconclusa, siseando molesto.

-Payaso- dijo la abuela -espero tenerle delante un día, y poder decirle cuatro cosas bien dichas a ese cantamañanas- rezongaba cabreada.

-Así se habla abuela- la jaleó orgulloso Ben.

-Este tipo todavía no conoce a Margaret Beatrice Swan- seguía refunfuñando mi abuelita. Después del desayuno, Ang y Ben se quedaron un rato con Alice y Jasper, que por fin se habían despegado del colchón; nosotros nos quedamos un rato con Esme Sue y la abuela, estudiando los bocetos que nos había dejado la casa de joyería que trabajaba para la familia real. En uno había varios diseños de anillos, y en otros dos distintos bocetos del nuevo anagrama de los Príncipes de Gales. Era un pequeño broche para las señoras, y para los hombres un alfiler de corbata, que los Príncipes de Gales regalaban personalmente a distintas personalidades y amigos.

-¿Cual te gusta?- le pregunté a Edward, después de un buen rato de estudio.

-Éste- señaló uno de la parte superior de la hoja -y estos dos- añadió, cogiendo el otro folio.

-A mi éste- coincidíamos en uno; no era muy grande, y debajo de la corona del Príncipe de Gales, estaban nuestras iniciales enlazadas.

-Ya era hora de que alguien cambiara- dijo Esme divertida -las tres plumas debajo de la corona son espantosas- protestó divertida. Las letras estaban hechas con pequeños diamantes, al igual que la corona, que además, llevaba pequeños zafiros y rubíes.

-Entonces éste es el elegido- resolvió Edward -ambos coincidimos-. Quería dar algunos justo antes de la boda, para que esas personas se lo pusieran ese día.

Los anillos fue lo siguiente. Había de todos los diseños, de oro amarillo, oro blanco, oro rosa, platino, combinaciones de varios tonos de oro, labrados, lisos... no sabía por dónde tirar.

-¿Qué opinas?- interrogué a mi prometido-

-Pues no lo sé; todos son bonitos- se encogió de hombros. Me fijé en uno de los diseños; era liso, y era combinación de dos oros; amarillo, blanco y de nuevo amarillo, formando bandas.

-Éste está bien- le propuse -no es tan soso cómo el de toda la vida, pero a la vez es discreto y sencillo- se lo enseñé también a Sue y Esme, que dieron su aprobación.

-Es original- dijo Edward, pensativo -entonces no se hable más, este será- Esme llamó a Zafrina, para que llevara los modelos a la joyería y encargarlos. Ayer el propio dueño de la joyería Garrard, con la que habitualmente trabajaba la Casa real desde hace dos siglos, nos trajo personalmente los diseños, y de paso nos midieron el dedo.

Después de comer, dejamos a los chicos en el famoso salón de videojuegos, y en varios coches salimos hacia el estudio de Jane O´Cadagan, en el centro de Londres. Íbamos las chicas, la abuela, Sue y Esme. Por suerte, y aunque la el portal estaba llena de fotógrafos, accedimos al interior del edificio por el garaje. La simpática chica nos recibió con una gran sonrisa, acomodándonos en un salón y sirviéndonos café. Después de charlar un rato con ella, pasamos a la parte interesante. Primero les probaron el vestido a Ang y Rose... estaban muy guapas, y el vestido acentuaba sus curvas. Era de un color que tanto a Ang cómo Rosalie les favorecía. Los únicos cambios que hicieron fueron la chaquetilla y la forma del escote... y llegó mi turno.

Me subí a una especie de pedestal, con ropa interior, y entre Jane y una de sus empleada trajeron mi vestido. Esbocé una sonrisa al ver la seda color perla. Todavía no estaba acabado, pero ya tenía la forma básica.

Al mirarme al espejo, me sentí una princesa de cuento, era increíble... pero Sue, Esme y la abuela no estaban muy convencidas.

-Tiene que ser más ajustado de aquí- la abuela, ayudada por Rose, se levantó, poniéndose a mi lado y llevando sus manos a mi cintura; pequé un respingo por el toque. Estudié un momento lo que decía la buena mujer, y la verdad quedaba mejor cómo ella decía.

-Y las mangas un poco más cortas no estaría mal- propuso la propia Jane. Después de un pequeño debate y de Jane pusiera mil y un alfileres a lo largo del vestido, la prueba concluyó, quedando en vernos dentro de un mes para la próxima.

Cómo terminamos antes de lo previsto, Edward y yo decidimos salir a dar una vuelta con Ang y Ben por Londres. Alice estaba muy cansada, y Rosalie subió a ver cómo estaba Emmet. Fuimos los cuatro en nuestro coche, seguidos en otro por los escoltas.

-Es una ciudad fascinante- decía Ang, mirando admirada la Torre de Londres a través de la ventanilla.

-Pues ya sabes lo que tienes qué hacer; terminar la carrera y mudaros aquí- le contesté con una pequeña sonrisa.

-No creas, en verdad es para pensárselo- decía Ben a su lado. Edward fue explicándoles un poco los monumentos y la historia de ellos... hasta que llegamos a un edificio blanco enorme, con una pequeña escalinata y la puerta franqueada por columnas.

-¿Dónde estamos?- preguntó nuestro amigo.

-En St. Paul- contestó mi novio. Ang nos miró sorprendida.

-Es impresionante- murmuró admirada -¿podemos entrar?-. Miré a Edward, que asintió con la cabeza. Habló por el móvil con Quil, y llevó el coche a una de las calles laterales; al cabo de un cuarto de hora, nos hizo una seña para que bajáramos. El deán de la catedral nos esperaba en una pequeña puerta.

-No sabíamos que vendrían hoy- nos saludó con una sonrisa.

-Espero que no molestemos; sólo queríamos echar un vistazo- se excusó mi novio.

-Al contrario alteza; además, ya hace media hora que cerramos al público, así estarán más tranquilos- nos hizo pasar, y desembocamos en una de las invisibles puertas que se encontraban en medio del pasillo, en la pequeña glorieta que había en medio del pasillo. Las luces todavía estaban encendidas.

-Tienes un recorrido largo- me dijo mi amiga con una sonrisa, estudiando la longitud del pasillo.

-Tenemos- le recordé -tú también lo harás conmigo-.

-Las cúpulas son una maravilla- decía Ben, mirando al techo. Tomé a Edward de la mano, dirigiéndonos al altar mayor, dónde nos casaríamos. Era de mármol blanco, y estaba franqueado por dos columnas doradas.

-¿La familia estará cerca?- le pregunté curiosa.

-Me imagino que a los laterales- me señaló con la mano -hay sitio de sobra para ello- me aclaró -mira, si te das la vuelta, se ve el coro- me señaló. Nada más girarme, alcé la vista, tal y cómo el me explicó.

-Hablando del coro... ¿qué hay de la música?- interrogué.

-Todo hablado y cerrado- me informó -el coro y la orquesta de la catedral son los que tocarán y cantarán- me explicó -dirigidos por el director de orquesta de Covent Garden-.

-¿De verdad?; ¿y el de aquí?- pregunté extrañada.

-Ese día justamente no está en Londres- me aclaró -sino sería él, por supuesto-.

-Vaya, qué casualidad- medité en voz alta. Avanzamos un poco por el pasillo, viendo las capillas laterales y las reformas que se estaban haciendo, para el día de nuestra boda.

-¿Sabes que no te esperaré en el altar?- me preguntó malicioso mi novio; fruncí el ceño, extrañada por su pregunta.

-¿No?- mi prometido negó con la cabeza, explicándome.

-El protocolo manda que te espere ahí- me señaló dónde empezaba la primera fila de los bancos -y que hagamos juntos el pequeño trozo de recorrido que queda- me aclaró -en los ensayos nos enteraremos mejor- me tranquilizó. Asentí pensativa; haría la mayor parte del recorrido con mi padre, y los últimos metro junto a él. Acompañados del deán, visitamos la cripta, dónde había enterrados varios personajes históricos ingleses, cómo el Duque de Wellintong o el almirante Nelson.

Después de despedirnos de él, y de que nos acompañara a la puerta, salimos de nuevo rumbo al palacio.

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La semana pasó deprisa, y sin darnos cuenta ya despedíamos a mi familia y a Ang y Ben, que debían volver a clases.

-La próxima vez que te vea será ya para las celebraciones de la boda- me dijo cómplice mientras me abrazaba. Asentí contenta... ya quedaba menos. Después de despedirnos de todos, abracé a mi padre.

-En un mes estaremos de regreso, y ya no nos iremos- me recordó.

-Lo sé... os estaremos esperando- le dije con una pequeña sonrisa. Edward me rodeó con sus brazos, mientras observábamos a los coches salir por la verja de seguridad. Suspiré, apoyando mi cabeza en su pecho.

-Se acabaron las vacaciones- medité con un pequeño suspiro -y apenas hemos parado quietos-.

-Han sido un poco ajetreadas- me dio la razón, dejando un beso en mi sien. Asentí en silencio... ¿alguien dijo que tendríamos unas vacaciones tranquilas?... ¡ja!.

 

Capítulo 40: ¿Qué llevas debajo? Capítulo 42: Encajando en el puzzle

 


Capítulos

Capitulo 1: Prólogo Capitulo 2: Dulces y Dolorosos Recuerdos Capitulo 3: Adiós Forks...hola Londres Capitulo 4: Regreso al hogar Capitulo 5: Primer día de clases Capitulo 6: Los principes azules si existen Capitulo 7: Largo verano de incertidumbre Capitulo 8: Entre sedas y terciopelo Capitulo 9: Volverte a ver Capitulo 10: Reacciones Capitulo 11: Besos furtivos Capitulo 12: Norfolk Park Capitulo 13: Simplemente amor Capitulo 14: Desahogo Capitulo 15: Confesiones suegra- nuera Capitulo 16: Un americano en Londres I Capitulo 17: Un americano en Londres II Capitulo 18: Un verano inolvibable I Capitulo 19: Un verano inolvibable II Capitulo 20: Chantajes Capitulo 21: Descubrimientos Capitulo 22: Un país sorprendido Capitulo 23: Acoso y derribo Capitulo 24: No hay final feliz Capitulo 25: Soledad Capitulo 26: Anhelo Capitulo 27: Quiero y no puedo Capitulo 28: Sospechas Capitulo 29: Hallazgos asombrosos Capitulo 30: Abriendo los ojos Capitulo 31: Y sin ti no puedo vivir Capitulo 32: Volviendo a vivir Capitulo 33: La Prometida del Príncipe Capitulo 34: Una pareja más o menos normal Capitulo 35: Salida al mundo Capitulo 36: Anochecer bajo el puente de los suspiros Capitulo 37: London Fashion Week Capitulo 38: California Dreamin Capitulo 39: Entre leyes y bisturíes Capitulo 40: ¿Qué llevas debajo? Capitulo 41: ¿Vacaciones tranquilas? ¡Ja! Capitulo 42: Encajando en el puzzle Capitulo 43: Víspera de boda Capitulo 44: Gran Bretaña ya tiene a su princesa Capitulo 45: Perdidos Capitulo 46: Cumpliendo un papel Capitulo 47: Primeras navidades de casados Capitulo 48: Apuestas Capitulo 49: Nueva vida en palacio Capitulo 50: Epilogo Capitulo 51: Outtake 1: Verano real en Forks Capitulo 52: Outtake 2: Obligaciones reales Capitulo 53: Outtake 3: ¡Qué alguien atrape a ese ratón!

 


 
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