EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125761
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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Capítulo 10: CAPÍTULO 10

 

CAPÍTULO 10

Para reflexionar con calma toda la interesante información obtenida de forma tan particular, Edward decidió pasar todo el día alejado de la casa y demorar hasta la hora de la cena su aparición.

Aparcó su coche a un lado de la verja y agarró el portátil con una mano y una bolsa de plástico con la otra. Unas cervezas de importación eran su insignificante aportación a la cesta de la compra.

No le sorprendió encontrarse a su queridísima hermanita en la cocina con cara de perro, dedicada exclusivamente a lavar cacharros en la pila.

—Buenas noches —murmuró él, a la espera de no recibir contestación.

—Buenas.

— ¿Y tu tía?

—En el pueblo, con su novio.

—Me parece muy bien. —O sea, que el Pichurri seguía jugando con dos barajas. ¿O... no?—. ¿No habían roto?

—Y ¿a ti qué te importa? —preguntó Renesme secándose las manos en un trapo.

—Nada, por supuesto.. —Era una verdad a medias—. Sólo que no me parece del todo bien que estés sola en casa y ella por ahí...

— ¡No te metas donde no te llaman! Tiene derecho a salir con quien quiera.

—Faltaría más —murmuró, pero si algo sabía era cómo obtener información—. Aunque... no sé si es buena influencia para ti —dijo, sembrando la duda.

Ella lo miró entrecerrando los ojos y preparada para la pelea.

—Una cosa te voy a decir, chaval, deja de meterte en la vida de los demás, ¿vale?

—Era un simple comentario... —Lo dejó caer de forma casual—. Como se oyen cosas por ahí...

—En los pueblos la gente es una cotilla de cuidado.

—No me cabe la menor duda.

— ¡Ya estoy en casa!

Bella entró en la cocina, vestida para la ocasión con otra de esas minifaldas de infarto y su imprescindible camiseta ajustada de tirantes marca pezones que lo estaba trayendo por el camino de la amargura. Apartó la vista, porque hay cosas que un hombre no puede disimular y era mejor contemplar las odiosas cortinas, o, como mínimo, era más seguro.

—Pensé que no vendrías.

—No me apetecía escuchar las mismas tonterías de siempre en la taberna, la gente bebe y luego se pone insoportable. —Dicho esto miró a Edward y lo saludó por educación—: ¡Ah!, hola, no te había visto.

—Tengo ese don, me mimetizo con el ambiente —respondió con sarcasmo—. Por cierto, necesito comprar algunas cosas. ¿Dónde hay un centro comercial por aquí cerca?

— ¡Un centro comercial, dice! Nunca entenderé el humor británico —exclamó Renesme.

—No es un chiste, y sí, es lo que he preguntado.

—Mañana es sábado, hay mercadillo. Estoy segura de que allí puedes comprar todo lo que necesites.

— ¿Mercadillo? ¿Estás de broma? —Edward no había pisado un sitio de esos en más de quince años. No se había labrado una carrera y un prestigio para volver a regatear en puestos ambulantes.

—Pues sí. —Bella puso los platos sobre la mesa—. Mañana es sábado, siempre que puedo voy, así que si quieres... —Se encogió de hombros—. Puedes venir con nosotras.

—Yo he quedado con Mónica —se apresuró a decir Renesme, por si acaso.

No se lo podía creer, eso era una pesadilla en toda regla. ¿Cómo iba a encontrar ropa adecuada en un mercadillo? Y peor todavía, ¿cómo iba a ir con ella al lado, que destacaba como un neón?

Pues por lo visto todos sus temores, se hicieron realidad al día siguiente cuando desbloqueaba con el mando las puertas del coche para que una adolescente respondona y una mujer con vestido estampado años sesenta, extracorto y gafas de sol tipo soldador se subieran junto a él.

—Este coche es un bajabragas. ¿Por eso lo has comprado? —preguntó Bella encantada al sentir la tapicería de cuero bajo sus piernas.

— ¿Bajabragas? —preguntó Renesme, adelantándose a los deseos de su hermano por conocer el significado de la expresión.

—Exacto. —Bella se giró en su asiento y miró hacia atrás para responder—: Muchos tipos, incapaces de ligar por sus propios medios recurren a cacharros como éste para impresionar a las chicas.

— ¡Ah!

—Por eso, si un tipo te invita a salir y tiene un coche impresionante, desconfía.

— ¿No es un poco joven para ese tipo de consejos? —preguntó él, mientras maniobraba para salir.

—No, cuanto antes aprenda las verdades universales, mejor —dijo Renesme—. Sigue, ¿qué más?

—De momento por hoy vale —respondió Bella, riéndose—. Estoy segura de que no le hace gracia escuchar estas cosas. —Señaló con un gesto al conductor.

Edward podía estar tentado de corregir los enormes fallos de esa teoría totalmente carente de base, pero eso supondría dar demasiados detalles no aptos para menores de edad.

—Sigue por la carretera hasta el cruce, luego coge el desvío de la derecha.

Él hizo caso a la indicación, más que nada porque ella conocía el terreno.

Cinco minutos más tarde...

— ¡Esto es un puto camino de cabras!

—Lo sé, pero nos ahorramos dar toda la vuelta y conseguiremos aparcar antes.

En el asiento trasero, Renesme se rió disimuladamente, lo cual hizo que se crispara aún más.

—Joder, los bajos se van a quedar hechos una mierda.

— ¿Ves? —Bella se giró de nuevo para dirigirse a su sobrina—. Te lo dije, se preocupa más por sus cuatro ruedas que por sí mismo, eso evidencia mi teoría.

Él gruñó en respuesta, poca cosa más podía hacer. Eso sí, la lección quedaba aprendida: no fiarse del GPS femenino.

Unos minutos más tarde aparcó en una chopera, no muy convencido, aunque, por lo menos, había sombra.

Ése iba a ser un día memorable, pero en el mal sentido de la palabra, claro está. Aún dudaba de sí mismo por haber aceptado acompañarlas al mercadillo.

No entendía la obsesión de la gente por comprar a precios reducidos y de mala calidad, salvo cuando era un caso de necesidad.

Aunque, siendo realista, si uno compara clases sociales... todo el mundo quería ahorrar. Los de clase media-baja con vales descuento y la clase alta evadiendo impuestos.

—Que te sea leve —susurró a su tía alejándose después para ir al encuentro de su amiga Mónica. Bueno, y para ver a Pablo, pero eso no iba a decirlo en voz alta delante de los mayores.

—Tú dirás —dijo Edward con sorna cuando se quedaron a solas. Había perdido completamente la esperanza de que cayera un diluvio y evitar así la tortura. Unir mercadillo con mujer en modo compras era un error de principiante.

Ella se puso las gafas de soldador que tapaban sus ojos, y mucho más, y comenzó a andar por el camino que conducía al centro de la villa. Con cada paso, su ya de por sí corto vestido se meneaba lo suficiente para desvelar más de lo necesario; claro que las zapatillas de tacón en forma de cuña también ayudaban al contoneo de caderas y estilizaban sus piernas.

Momentáneamente privado de la capacidad de raciocinio, la siguió.

No tardaron nada en alcanzar su objetivo.

Bajo un sol de justicia, rodeados por un montón de gente andando de aquí para allá y guiado por una hippy tardía, se rindió a lo inevitable.

— ¡Tres por cinco! ¡Tres por cinco!

Edward se giró al oír la voz gritona de una mujer. ¿Qué demonios era eso de «tres por cinco»?

—Hola, guapa, mira cómo lo tengo hoy.

Él arqueó la ceja ante la sugerencia de la mujer que atendía el puesto donde se había detenido Bella.

—Perdón —murmuró tras empujarla sin querer ser objeto a su vez de otro empujón.

Ella ni le prestó atención. Continuaba a lo suyo.

—Éstas son sin costuras.

La vendedora metió las manos en un minúsculo tanga y abrió los brazos para demostrar las propiedades elásticas de la prenda.

—Y ¿al mismo precio? —preguntó Bella mirando entre la mercancía.

—Sí, bonita, tres por cinco.

Sin dejar su estado de horror permanente, comprendió a qué se refería la mujer con sus gritos. Sin embargo, la verdadera atracción estaba en su acompañante, que revisaba una fila de tangas a cuál más extraño.

—Hum, no sé, creo que ya tengo uno como éste —reflexionó en voz alta dejando a un lado uno con estampado a cuadros escoceses.

— ¡No seas desaborido y ayuda a tu novia a elegir!

El aludido miró por encima de las gafas de sol a la mujer y sonrió de medio lado. Ni muerto.

— ¿Puedo mezclar? —preguntó Bella, señalando el resto de la mercancía.

—Claro, chiquilla, puedes coger alguno de esos para el simpático de tu novio —dijo la mujer con recochineo.

—Nos llevamos estos. —Edward, cansado de no entender muy bien qué le decía la vendedora y por supuesto de esperar a que se decidiera, agarró un puñado de tangas y se los tendió junto con dos billetes de cinco.

— ¡Qué «resalao»!

— ¡Espera un minuto! Tengo que elegir bien.

Para su desesperación separó los tangas y después lo miró; él no supo interpretar esa expresión.

— ¿Qué más da uno que otro? —Se mostraba abiertamente impaciente.

Y, sin poder remediarlo, ella se fue a la fila donde estaban expuestos los bóxers, y eligió tres, a cada cual más hortera. Uno rojo chillón con el dibujo de un interruptor impreso en la parte delantera y con la leyenda «on/off». El segundo, uno negro con topos rosas, y el tercero (para morirse), un bóxer con la bandera a cuadros blancos y negros de la fórmula uno.

—Hala, ya está —dijo toda campechana y reemprendió la marcha.

Las cosas, a partir de ahí fueron de mal en peor. Lo hizo detenerse en un puesto de pantalones vaqueros de imitación.

Iba lista si pensaba que se pondría unos tejanos «Lewis».

—No seas desaborido, tienen un precio increíble y son de buena calidad. ¿No necesitabas comprarte ropa?

—Mira, pase lo de la ropa interior. —Se inclinó sobre ella para que nadie oyese la conversación—. Pero por esto —agarró de malos modos la prenda—, por esto sí que no paso.

—Eres un estirado de tomo y lomo. ¿Qué más da? Son unos pantalones. Y son monos...

—Hay que joderse...

Como estaban siendo el foco de atención, y ya que eran irrisoriamente baratos, decidió que no merecía la pena discutir.

Pero claudicar una vez implicaba perder autoridad, así que hora y media más tarde, vete a saber cuántos tenderetes después, había conseguido un guardarropa casi completo.

— ¡Espera un segundo!

Mosqueado y cargado con las malditas bolsas, hizo la obligatoria parada.

— ¿Qué habrá visto esta mujer ahora? —masculló entre dientes.

Pero podía respirar aliviado, en ese puesto no había nada que pudiera endosarle.

— ¿Cuánto? —preguntó ella señalando un vestido azul intenso.

Edward miró por encima de las gafas el objeto de su interés.

—Treinta —respondió el vendedor.

—Me gusta pero... no sé, lo pensaré —dijo sin dejar de tocarlo, era precioso, pero... este mes iba un poco justa de dinero—. Te doy veinte.

¿Esa mujer estaba loca? Treinta euros ya era poco menos que ridículo, pero veinte...

—Hija mía, ¡contigo siempre pierdo dinero!

—No exageres.

Cansado de la tontería sacó la cartera, buscó el dinero y se lo tendió al comerciante.

—Tu novio es más generoso.

—Pero ¿a ti quién te ha dado vela en este entierro? —le espetó ella. Acto seguido cogió los billetes y se los devolvió. Después volvió a prestar atención al tendero—. Te doy veinte.

—No puedo, de verdad que no.

—Pues otra vez será —dijo ella y, sin dar más explicaciones, abandonó el puesto ambulante.

Distinguir a una mujer que mostraba unas buenas piernas y vestida como si hubiese escapado de una fiesta psicodélica era fácil, pero, por si acaso, prefirió no quedarse solo.

Por algún impulso estúpido y como tenía treinta euros en la mano, agarró el vestido de la discordia, lo guardó junto con sus compras y, sintiéndose el lacayo que sigue a su señora cargado de paquetes, empezó a andar hasta ponerse a su altura.

Capítulo 9: CAPÍTULO 9 Capítulo 11: CAPÍTULO 11

 


 


 
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