EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125717
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

Mis otras historias:

El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 24: CAPÍTULO 24

 

CAPÍTULO 24

Acababa de sentarse con una taza de café recién hecho, cuando alguien entró en casa. No hacía falta ser un detective para saber quién era. Estaba claro que su queridísima hermana prefería llegar sin avisar con el objetivo de pillarlos in fragantti.

Pues iba a llevarse una gran decepción. Con su habitual pragmatismo e indiferencia cogió la prensa, sin importarle mucho si se trataba de ese horrible periódico gratuito al que parecían tener en tanta estima en aquella casa, y se puso a leerlo por encima. Si hacía buen tiempo para una feria o si el precio del cereal ese año iba a ser ligeramente inferior al del año anterior eran noticias que le resbalaban, pero siempre resultaban una buena excusa para no dar pie a ninguna controversia.

—Buenos días —saludó a Renesme cuando entró en la cocina—. Si hubieses llamado no me habría importado ir a recogerte.

—No quería molestar —le respondió con sorna—. ¿Y mi tía?

Él se encogió de hombros.

—Supongo que se le han pegado las sábanas.

Su hermana no hizo ningún comentario; ambos sabían que, en aquel caso, la prudencia no estaba de más.

Ella se preparó el desayuno e intentó averiguar por los gestos de él si se sentía culpable por algo o terminaba delatándose, pero no hubo suerte. Su hermano permanecía ajeno, en perfecto estado de revista, como si nada, cosa que la molestaba.

Mientras intentaba diluir su mosqueo a la vez que los grumos del cacao, Isabella entró en la cocina, con el pelo revuelto y bostezando.

—No te he oído llegar —dijo sin mirarla. Sabía que no tenía el mejor aspecto.

Se sirvió una taza de café, agradeciendo en silencio a Don Estirado que se hubiera ocupado de ello y se abstuvo de sentarse a la mesa con ellos dos. Prefirió tomárselo de pie, apoyada en la encimera. Mantener las distancias físicas para salvaguardar las emocionales era una idea tan buena como cualquier otra.

— ¿Qué planes tenemos hoy? —preguntó Renesme dirigiéndose a su tía y dejando muy claro a quién no incluía en los mismos.

—Nada especial. Había pensado en quedarme en casa, tomar el sol y leer un rato. —El impasible parecía ajeno a la conversación, lo cual era más que irritante—. Podrías aprovechar y ponerte al día con tu trabajo —dijo más que nada esperando la reacción de él.

Pero, para irritación de ambas, él pasó una página del diario y siguió a lo suyo. Ignorándolas deliberadamente, como si fueran un mueble más de la cocina.

—Pues sí, buena idea —aceptó Renesme, agradeciendo en silencio la ayuda de su tía—. Además, como alguien se ocupó de destruir mi trabajo, ahora tengo que empezar de cero.

—Haberte esforzado desde el principio —murmuró su hermano.

—En fin, yo os dejo. Me voy a ligar bronce.

Ese comentario hizo que Edward levantara la vista. ¿De qué hablaba ésa ahora?

—Tú que tantos estudios tienes, tú que tanto sabes y tú que tanto presumes, dime por dónde empiezo.

El comentario sarcástico de su hermana lo hizo olvidarse, sólo por un instante, de la sugerencia de Isabella.

—Como quieras —respondió sin muchas ganas. Si a uno le daban a elegir entre pasarse la mañana con una adolescente problemática con tendencia a meterse donde no la llamaban o con una mujer con tendencia a discutir, pero con un cuerpo increíble que, con un poco de suerte, puede estar disponible...—. Trae los papeles y empecemos.

Renesme abandonó la cocina, confiada, ya que todo parecía estar bajo control, aunque, por si las moscas, tardó bien poco en buscar lo necesario para meterse en faena. No era su ideal de domingo, pero, si quería hacer un trabajo de sobresaliente, tenía que admitir que el estirado de su hermano era la mejor opción. Había quedado con su grupo de amigos, en el que por supuesto estaba Pablo, para pasar el día por ahí.

Isabella, por su parte, pensó que su mejor opción era salir de allí sin más, retirarse a tiempo. Un poco cobarde, siendo objetiva, pero ahora no quería entrar en ese tipo de consideraciones.

Edward, abandonado, pero no triste, se quedó en la cocina y sonrió de medio lado. ¡Vaya dos!

— ¿Empezamos? —murmuró Renesme dejando sobre la mesa su carpeta de apuntes, con más brusquedad de la necesaria.

Él abandonó su postura relajada, se ahorró un comentario sobre los modales e intentó concentrarse, es decir, olvidarse de Isabella.

Media hora y cuatro folios arrugados más tarde, Renesme estaba desquiciada, y no sólo porque él insistiera una y otra vez que era una (palabras textuales) «mierda lo que escribía», sino porque se mostraba tan impasible que daban ganas de soltarle un sopapo. Pero, por supuesto, no se le dan sopapos a quien puede conseguir que saques un sobresaliente.

Edward, que estaba siendo más cabrón de lo normal, se puso en pie. No iba a reconocerlo ni muerto, pero se sentía orgulloso de su hermana, era jodidamente lista y perspicaz. Evidentemente, como a muchos adolescentes, no se les sabía sacar partido y se conformaban con la ley del mínimo esfuerzo.

Caminó hasta el frigorífico y sacó una cerveza bien fría. Se apoyó en la encimera y miró por la ventana.

No pudo evitarlo, se atragantó con la cerveza.

Renesme levantó la vista un segundo de sus papeles y lo miró como si fuera un leproso, pero por suerte se quedó sentada en su sitio escribiendo.

« ¡La madre que la parió!», pensó, controlando su creciente irritabilidad. Esa loca no se limitaba a tomar el sol como todo el mundo, no, ésa tenía que dar el espectáculo.

Dejó la bebida sobre la encimera, para evitar riesgos, y observó de nuevo a través de la ventana, sin quitar ojo a su aprendiz, ¡cualquiera la aguantaba después!

Sí, allí seguía, tumbada en la maldita esterilla, en medio del jardín, con las piernas dobladas, unas gafas de sol y mostrando ese par de tetas que parecía no haber tocado suficientemente la noche anterior, ya que en aquel momento sentía de nuevo la necesidad de manosearlas.

«Contrólate —se dijo—. Ya encontrarás una nueva oportunidad de llevarla a tu terreno. No son más que un par de tetas, muy apetecibles eso sí, pero nada nuevo.»

Pero todo parecía ir en su contra, la vio extender la mano, coger un frasco y tras verter un poco en ella empezar a restregárselo enérgicamente, primero en los brazos, después en el cuello, y claro, esas dos preciosidades también tuvieron su dosis.

— ¿Tú qué opinas?

Se volvió al oír la voz ¿acusadora? de su hermana y se valió de la cerveza para refrescar no sólo su garganta, sino sus ideas.

—Déjame ver.

—Estás muy raro. —Él arqueó una ceja mientras leía—. Más raro de lo habitual, quiero decir —apostilló ella.

—Es el calor. —Podía ser hasta verdad.

Siguió leyendo, era lo más sensato que se podía hacer, dadas las circunstancias. Pero su cabeza no prestaba la atención suficiente a las palabras escritas, ya que una y otra vez su mente reproducía la imagen de ella al sol, como si fuera un canto de sirena llamándolo, pidiéndole que actuara. Sin embargo, no cabía duda que primero tenía que quitarse de encima a su querida hermana.

—Puede valer —dijo sin mucha convicción.

—¡Vaya, si he conseguido hacer algo decente bajo tus estrictas normas!

—No hace falta ese tono. Si quieres destacar en algo no puedes conformarte con lo básico. —Le devolvió los papeles—. Por cierto, ¿qué hacéis en este pueblo para divertiros los fines de semana? Y, por favor, no me digas ir a la playa esa donde encendéis hogueras.

Renesme resopló. A éste no se le iban nunca los aires de estirado.

—Depende, a veces nos vamos a bañar a otras calas, otras a Figueres a pasar el día, al mercadillo... Pero ya sé que te da un mal si vuelves a uno... ¡Yo que sé lo que hacen los de tu edad!

Por la entonación quedaba claro que le estaba lanzando una buena pulla.

Edward no iba a caer en la provocación y responder que los de su edad podían pasárselo muy bien si se los dejaba a solas en casa y las adolescentes incómodas se perdían mientras tanto por ahí.

— ¿Bañarse en la playa? ¿Eso no es muy divertido?

— ¿Divertido? —repitió ella con voz burlona—. No seas idiota, ¿ves alguna piscina olímpica por aquí? —Él se cruzó de brazos, con esa típica actitud de «no me tomes el pelo»—. Pues sí, nos vamos a una piscina que hay a las afueras, es lo bastante grande para darte un buen chapuzón. ¿Quieres venir? —le preguntó guasona.

—Mejor no.

—Ya, claro, no vaya a ser que te dé mucho el sol y te deje tonto o algo peor... —Fingió horrorizarse, se lo estaba pasando en grande—. O que el agua te desgaste y te quedes aún más deslavado.

—Muy graciosa... —Miró por la ventana para comprobar el bronceado actual de ese par de tetas que lo traían por el camino de la amargura y se tragó un resoplido. No sabía si disgustarse porque ya no estaban a la vista o alegrarse porque ahora tenía un primer plano de un culo bien apetecible. ¡Lástima del horrible estampado del minúsculo biquini!

—Pero ¿se puede saber qué te pasa? Estás muuuuuuy raro. —Renesme entrecerró los ojos al formular la pregunta.

—Es el maldito calor. —Era una forma de decirlo—. Entonces, os vais a bañar a la playa o la piscina, cotilleáis en el pueblo... no sé si podré resistir tanta emoción.

—Pues tú te lo pierdes —espetó muy digna mientras se levantaba, cogía sus cosas y se las ponía bajo el brazo—. Ahí te quedas.

—Mira qué bien —murmuró sin importarle ni lo más mínimo. Es más, agradecía poder quedarse solo con sus pensamientos.

Y, siendo honestos, sus pensamientos se reducían a uno solo: mirar por la ventana.

Para su desgracia, ella ya no estaba, ni del derecho ni del revés. Así que se acabó la cerveza, ya vería cómo mataba el tiempo durante todo el día.

Isabella entró en la cocina, con el biquini al completo y un pareo (por supuesto de estampado imposible) anudado a las caderas. Abrió la nevera, cogió un botellín de agua y de nuevo se dirigió a la puerta.

— ¿Tú no vas a bañarte a la playa? —preguntó con sorna. Ella se detuvo en el umbral de la puerta y lo miró.

—Pues no. —Quitó el tapón y dio un buen trago de agua.

— ¿Se puede saber el motivo?

—Muy simple, son adolescentes, quieren estar solos, tontear y esas cosas. Si aparezco por allí, les corto el rollo.

—Y ¿cómo combates este calor?

Ella arqueó la ceja. ¿A santo de qué tanto interés? Así que se encogió de hombros.

—Te dejo, me vuelvo al jardín.

Pero no dio ni un paso cuando él la agarró desde atrás, pegándola a su cuerpo e inclinándose para hablarle en la oreja.

—Estoy seguro que conoces bien este pueblo —susurró él.

— ¿Y? —Estaba más tonto de lo normal.

—Así que me imagino que habrá un rinconcito, discreto, no muy lejos, pero sí lo suficientemente apartado para que tú y yo podamos pasar el día, no pasar excesivo calor y entretenernos un rato. —Movió las caderas tras ella—. ¿Qué me dices?

Ella quiso buscar una réplica contundente. Aquel hombre daba muchas cosas por sentado. La primera, que ella estaba dispuesta a pasar el día con él, cosa que por otro lado era una idea excelente, sólo que admitirlo iba en contra de su propósito de enmienda.

Pero cuando se dio la vuelta él se había apartado. Cuando vio a Renesme bajar la escalera entendió el motivo.

—No vengo a comer, ¿vale? —dijo su sobrina. Miró tras ella para señalar a su hermano. Antes de hablar se acercó a ella y susurró—: Pero si quieres, me quedo.

—No seas boba. ¿Y si alguna lagarta le tira los tejos a Pablito? —Isabella se sintió mal por tocar esa fibra tan sensible, pero quería, aunque no debía, ir de excursión con Edward.

—Tranquila. —Y de nuevo bajó la voz para continuar—: Ten cuidado, hoy está de un raro...

—No te preocupes, estoy enganchada al libro que empecé ayer, así que paso de él. Ni siquiera voy a hacer comida. Que se busque la vida —aseveró con convicción. Quizá, si lo decía en voz alta, hasta ella misma acabaría por creérselo.

—Vale. Entonces me voy.

Edward esperó prudentemente a que Renesme se alejara de la casa antes de acercarse de nuevo. Inexplicablemente se había arriesgado unos instantes antes, cosa bastante inusual en él, pero había sido así y ya no quedaba lugar para lamentaciones.

—Entonces... ¿nos vamos de excursión o no? —quiso saber manteniéndose distante. Si volvía a ponerle las manos encima, teniendo en cuenta los escasos treinta segundos que iba a tardar en desnudarla, no salían de casa.

—Y ¿pretendes que nos alimentemos del aire? —replicó ella poniéndose una mano en las caderas en actitud chulesca.

—Estoy seguro de que eres tan apañada que en quince minutos preparas unos bocadillos. —Pasó a su lado y dijo—: Voy a por las llaves del coche. No te olvides de la bebida.

Ella se quedó como un pasmarote, en la cocina, debatiéndose entre mandarle a hacer puñetas o preparar algo rápido de comer.

—Pero ¿cómo puedo estar ni tan siquiera planteándomelo? —se dijo a sí misma.

Enfurruñada (y no era para menos) salió de la cocina y subió tras él. Sin llamar a la puerta entró en su habitación y lo pilló cambiándose de ropa. Por un segundo, se olvidó de que pretendía decirle cuatro cositas. En cuanto se abrochó el cinturón habló:

—Mira, guapito de cara, es domingo, y no pienso hacer de criada, para ti ni para nadie. Si quieres bocadillos te los haces tú.

Él la miró de esa forma tan indolente que la enervaba.

— ¿Has acabado? —preguntó guardándose la cartera en el bolsillo trasero del pantalón y cogiendo las gafas de sol.

Ella se cruzó de brazos. Encima tenía el descaro de tratarla así.

—Sí. —Se dio la vuelta, ni excursión, ni nada.

—No me montes una escena, ¿de acuerdo? —Dijo él a sus espaldas—. Si no te apetece preparar algo, simplemente puedes decírmelo y compramos cualquier cosa.

— ¡Gilipollas!

—Oye, que no te he pedido que sacrifiques a tu primogénito, sólo que hagas unos simples bocadillos. Ni que fuera un sacrificio.

Y encima tenía el descaro de sentirse ofendido.

—Y ¿por qué no los haces tú, señorito? Ay, perdona, lo olvidaba, en la facultad de Derecho no tenéis esa asignatura.

Edward, que había trabajado de camarero para poderse pagar los estudios, no le respondió. No merecía la pena y, además, él no daba explicaciones ni hablaba de su pasado.

—Porque está demostrado científicamente que las manos femeninas han evolucionado mejor para sujetar utensilios de cocina.

Ella, ante la seriedad con la que dijo aquello, se echó a reír a carcajadas. Cuando controló su ataque de risa dijo:

—Es la excusa más absurda que he oído en mi vida. —Y también más original, pero se calló esto último—. Sólo por eso, prepararé algo, pero luego no me seas tiquismiquis.

—Déjalo. Paramos y compramos cualquier cosa en el bar.

— ¿Vas a arriesgarte a comer algo de cualquier restaurante para turistas, como tú los llamas?

Ella no esperó la respuesta, la cara de él lo decía todo, así que se encargó de lo necesario.

Capítulo 23: CAPÍTULO 23 Capítulo 25: CAPÍTULO 25

 


 


 
14444847 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios