EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125754
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

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SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 42: CAPÍTULO 42

 

CAPÍTULO 42

Estaba a gusto, acostada en una cama con todos los muelles en su sitio, unas sábanas suaves. En una especie de agradable duermevela, sabiendo que ya era de día pero que aún podía remolonear un rato más. Hoy el despertador no iba a ponerla de los nervios ni a hacer que se levantara en modo turbo para llegar a tiempo a ningún sitio.

El climatizador de la habitación se ocupaba de que no tuviera ni frío ni calor, que la temperatura fuera agradable, tan agradable como el cuerpo caliente sobre el que descansaba.

El sonido del teléfono terminó por despertarla. Nada es para siempre. Se movió perezosamente, restregando su cabeza por el hombro sobre el que reposaba. Inexplicablemente también su pierna doblada se apoyaba sobre el muslo de él.

Puede que se acostaran ignorándose mutuamente pero alguna especie de fuerza invisible los había hecho «arrejuntarse».

Cuando él estiró el brazo libre para contestar, ella tuvo que apartarse un poco para facilitarle la tarea.

— ¿Diga? —Hizo una pausa para escuchar a su interlocutor—. Sí, gracias. Pero me temo que ha habido un cambio.

Bella agudizó el oído, estando tan cerca podía llegar a entender la conversación.

Y, en efecto, así fue.

Una amable señorita le informaba de que ya estaba todo dispuesto para que «su esposa» bajara a la sala de masajes.

Ella controló su sorpresa, seguía fingiendo que permanecía dormida.

—Tenemos que regresar a casa lo antes posible, una llamada de última hora, ya sabe cómo son estas cosas... —Escuchó a la empleada del Spa—. Sí, muchas gracias, tendré en cuenta estas atenciones. Adiós, buenos días.

Bella, si ya se sentía una estúpida después del encontronazo de anoche, ahora finalmente había obtenido el título oficial de idiota.

Antes de dormirse, había reflexionado sobre todo, empezando por su propia actitud, llegando a la conclusión de que, si bien ella se sentía fuera de juego, podía haber hecho un esfuerzo por hablar con él, por mostrar sus inquietudes e intentar llegar a una especie de entendimiento. Difícil, pero no imposible.

Y ahora, después de pecar por omisión, debía sumar la cagada monumental. Él, pese a su actitud arrogante, había pensado en ella.

Quizá sí tenía en mente la idea de pasar un fin de semana diferente, sin más.

Edward depositó el auricular en su sitio e inspiró profundamente. Pese a estar en una postura de lo más cómoda y dado que podía hacer un esfuerzo por olvidar la nefasta noche anterior, permaneció medio minuto sin moverse.

—Sería mejor que te fueras levantando —dijo él apartándola e incorporándose—. Nos vamos en cuanto me vista. Tú verás cómo quieres volver a casa.

Otro mazazo a sus dudas, a su sentimiento de culpa, el definitivo. Quería expresar en voz alta sus fallos para que él viera que no tenía reparos en reconocerlos. Pero ¿cómo reconocer los errores cometidos cuando él no mostraba ni un ápice de comprensión y, no sólo eso, sino que además aprovechaba la ocasión para hacer leña del árbol caído?

Cuando llegaron a la recepción, él, como siempre, se presentó, pronunciando su nombre con ese aplomo tan característico, y el empleado, amablemente, sacó la factura, interesándose al mismo tiempo, de forma discreta, por los problemas que habían anulado la cita de primera hora de la mañana.

Bella, que no quería saber nada, miró distraídamente a su alrededor hasta que sus ojos se fijaron en la cantidad que aparecía al pie de la factura.

Se quedó helada.

Por educación, no dijo nada delante de él, aunque éste se percató del detalle. Como era de esperar, se quedó en silencio. Caminaron hasta donde estaba aparcado el BMW y mientras cerraba el maletero dijo en tono desaprensivo:

— ¿Qué esperabas? ¿Que me gastase dinero contigo? Vas lista.

—Gilipollas. —Se subió al coche y cerró con un portazo, debía habérselo imaginado. Cero patatero, todo el despliegue no le había costado ni un céntimo.

Él arrancó y maniobró para salir. Estaba claro que las cosas ya no tenían marcha atrás.

El corto viaje de regreso a casa fue, como era de esperar, silencioso y tenso. Ella, sumida en sus pensamientos, empezando por el de «Qué tonta he sido» y él conduciendo, oculto tras sus gafas de sol sin ni tan siquiera mirarla de reojo.

Todos sus planes, todos sus preparativos a la mierda, directamente. Y no sólo eso, también, aunque jodiese reconocerlo, había puesto ciertas dosis de entusiasmo en el fin de semana.

Algo extraño en él, pragmático hasta la médula.

Por enésima vez se recordó cuál era el motivo de estar en ese pueblo, y de nuevo se mentalizó para finiquitar cuanto antes sus asuntos legales y dar carpetazo al tema. Volver a su rutina y olvidarse de una jodida vez de ella.

Las disposiciones testamentarias del viejo le estaban tocando los cojones, y además bien tocados. Complicándole la existencia y comportándose como un estúpido, algo que durante años se había esforzado por no hacer.

Se lo tenía merecido, por incauto, por creer que una mujer como Bella iba a apreciar sus esfuerzos. Compartir con ella el detalle que habían tenido los del hotel había sido una de las peores decisiones tomadas en el último mes, y ya iban unas cuantas.

Al llegar a la casa los esperaba una preocupada Renesme. Edward apenas se dignó en saludarla y Bella, aunque quería estar sola, se acercó a su sobrina.

— ¿Estáis bien? —preguntó confusa. Vaya cara que traían. A cada cual más interesante. ¿Cuál podría ser el motivo? Una avería mecánica seguro que no, pensó.

—Más o menos —respondió su tía.

—Ya sé que para él «su coche» es como su propio hijo, pero no creo que haya que ponerse así. —Renesme tanteó el terreno.

—Dudo mucho que tenga hijos, les causaría un trauma de por vida.

—No lo dudo. Pero ¿se puede saber por qué no buscasteis un taxi para volver? —indagó Renesme con lógica.

—Ya sabes cómo es, se le metió en la cabeza que no, y es que no.

—Y ¿cómo habéis pasado la noche? —Estaba claro que no preguntaba el lugar, sino la situación de ambos.

—En el hotel La Gavina—contestó; mentir no tenía sentido cuando el lunes todo el mundo lo comentase.

—Qué raro... si es un hotel de lujo. —Renesme continuó con sus suspicacias.

—Ya lo sé, pero era tarde y no tenía ganas de montar un escándalo.

—Podías haber llamado a Jacob.

El que faltaba.

—No creo que a su novia le haga mucha gracia que lo moleste de noche, ¿no crees?

— ¿Esa pedorra? Que se jo...robe, no te digo. Él haría cualquier cosa por ti. Ya lo sabes.

Bella no quería entrar de nuevo en esa dinámica tan absurda.

— ¿Por qué no has aprovechado para montar una fiesta, como todos los adolescentes cuando se quedan solos?

—Porque luego me tocaría limpiar todo y paso —respondió inteligentemente su sobrina.

—Buena respuesta, sí señor. En fin, me voy a mi habitación a recoger unas cosas y después a ver si con un poco de suerte puedo leer un rato sin que me molesten.

—Vale, yo intentaré ponerme con el maldito trabajo, que luego viene Don Pongo Pegas a Todo, y me obliga a repetirlo.

—Muy bien.

Renesme abrazó a su tía, no era tan tonta como para no haberse fijado. Todo el tiempo fingía estar alegre, indiferente al canalla de su hermano, pero hay cosas que no pueden ocultarse.

Desgraciadamente estaba perdiendo los papeles por alguien que iba a hacerle mucho daño.

Tenía que encontrar una forma de minimizar riesgos...

El causante de tales sobresaltos apareció en la cocina, duchado y vestido de forma absurda. Por mucho que estuviera en el pueblo, parecía que era tan sumamente estirado que hasta unos pantalones cortos y una camiseta le parecían fuera de contexto.

— ¿Todo bien? —le preguntó como si no hubiera hablado con su tía.

—No —respondió, arisco, para no variar.

—Estupendo. Así pondrás más pegas a lo que he escrito y yo tendré que esforzarme más. Conseguiré una nota más alta y todo gracias a ti. ¡Eres el mejor hermano que una puede tener!

—Cuando mientas, al menos, pon un poco más de énfasis. Si no, te descubrirán a la primera —dijo él, para nada sorprendido. Podía tomárselo con buen humor y así disipar el cabreo que arrastraba desde la noche anterior, pero optó por no hacerlo—. Dame esos papeles y una aspirina, estoy seguro de que me va a doler la cabeza en cuanto empiece a leer.

—Gracias por tu voto de confianza. ¡Es genial sentirse apoyada! ¡Reafirma mi autoestima! —Se guaseó Renesme al darle su trabajo—. Por cierto, ¿el mecánico solucionó la avería?

— ¿Perdón? —replicó algo distraído mientras leía; joder con la hermanita torpe, cómo se afanaba en meter la pata para que él tuviera algo que decir. Tachó sin hacer comentarios todo un párrafo en el que demostraba su desconocimiento de la letra «v».

—Hablaba de tu coche.

— ¿Qué le pasa?

—Ah, no sé, tú sabrás, como anoche os dejó tirados... —Lo dejó caer de forma casual, como si tal cosa.

Qué jodida era, en un momento de despiste había intentado que cayera en su trampa. Si no fuera por el temor a estropear una brillante cabeza adolescente, hasta le diría que estaba orgulloso de ella.

—En perfecto estado. No ha sido tanto como creía al principio. Gracias por preguntar. —Esto último lo dijo esbozando una sonrisa lobuna como queriendo decir: « ¡A mí me vas a pillar tú!».

—Pues qué bien. ¿Una magdalena? —Renesme sabía que su hermano detestaba la bollería industrial—. Están rellenas de cacao.

—No, gracias. Dime una cosa, ¿tu religión te prohíbe el uso de la «v», o simplemente es una especie de protesta juvenil?

—Ya sabes... a veces una va de prisa y no se fija, lo importante es el fondo, no la forma —aseveró, apañando a su conveniencia una frase tan manida como ésa.

—Ya lo veo... supongo entonces que si mañana no tienes nada que ponerte saldrás a la calle con un saco y una cuerda. Como eres una chica estupenda, maravillosa y con buen fondo.... —La aguijoneó él.

—Vale, trae, ahora lo corrijo. ¡Jo! ¡No pasas una! —protestó.

Capítulo 41: CAPÍTULO 41 Capítulo 43: CAPÍTULO 43

 


 


 
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