EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125732
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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No me mires así

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Capítulo 28: CAPÍTULO 28

CAPÍTULO 28

No sólo la aprisionaba contra el coche, sino que sus manos empezaron a moldear su cuerpo, sin un criterio concreto. Parecía querer abarcar mucho más de lo que sus dos extremidades le permitían.

Ella, sorprendida al principio, quiso apartarlo. No era amiga de esas demostraciones tan repentinas de efusividad. La mayoría de las veces eran un reflejo del hombre primitivo, casi machista, que no de otra cosa. Pero, sin saber por qué, no lo percibió de esa forma.

Puede que Edward fuera un ejemplo más de ese espécimen que tanto detestaba, pero todo lo relacionado con él era imposible de racionalizar.

Como no estaba por la labor de dejarse llevar, en seguida se metió en faena. Él se apretaba contra ella y no tuvo reparos en buscar un punto donde poder posar las manos y de paso provocarlo, tentarlo, hacerle saber que sus avances no iban a ser rechazados, que ella podía jugar a ese juego del «aquí te pillo, aquí te mato» tan bien o mejor que él, y, por lo tanto, la opción más rentable era acariciarlo por encima del pantalón.

—Déjate de manoseos y desabróchame los pantalones —gruñó él, mientras le subía la camiseta hasta las axilas y apartaba el biquini para descubrir sus pezones. Como era de esperar, se lanzó a por uno, sin lamerlo primero, como cabría pensar. Lo atrapó entre los dientes y tiro de él. Era una reacción justa, ya que la mano de ella le estaba agarrando la polla sin consideración alguna.

—Parecemos adolescentes cachondos —bromeó ella, sin detenerse.

—Si quieres, follamos en el asiento trasero.

Ella iba a responder que, conociéndolo, dudaba que quisiera arriesgarse a manchar el cuero. Pero cuando atrapó su boca, cualquier pensamiento quedó relegado a un segundo plano.

No era un beso amable, ni siquiera posesivo, era uno de esos que rozaban la desesperación.

Isabella siguió su ritmo, incluso en algunos momentos era ella quien llevaba la voz cantante.

Cuando no le devoraba la boca aprovechaba para mordisquearle la oreja, incitándolo, excitándolo, indicándole que ella ni se quedaba de brazos cruzados ni iba a dejarse magrear sin hacer lo mismo.

—Espera... —pidió él separándose a regañadientes.

Con celeridad, tiró de ella con una mano y con la otra se sujetó los pantalones, para arrastrarla hasta la parte delantera del vehículo y le indicó que se tumbara sobre el capó delantero.

Maniobrando con rapidez, le quitó los dichosos pantalones cortos y, como él ya estaba casi libre, sólo apartó a un lado la braguita del biquini para introducirse en ella de una sola arremetida.

—Joder, qué bueno... —siseó él deteniéndose sólo un instante, para inspirar, para creérselo, para comprobar si estaba soñando.

Ella, la verdad, no tenía por qué poner pega alguna, pero la postura no favorecía su estabilidad. No sabía dónde sujetarse, la aerodinámica del coche la empujaba hacia abajo. Él sólo la sujetaba por un punto, muy bueno, pero insuficiente, y si seguía así no iba a disfrutar nada, pues no podía centrarse.

Edward empezó a moverse, apoyando las manos sobre la chapa, una a cada lado de su cabeza, ella se agarró a sus hombros, pero tampoco conseguía la postura idónea para moverse con él. Y, por supuesto, no iba a quedarse tumbada boca arriba, abierta de piernas esperando una intervención divina que la llevara al orgasmo. Nadie mejor que ella para saber que, si no buscaba más puntos de estimulación, llegar a correrse sería un acto de fe.

— ¿Qué coño te pasa? —Él se detuvo, bastante mosca con la actitud de ella. De repente no era más que una muñeca hinchable, muy lejos de la apasionada mujer que lo volvía loco.

—Esto de follar sobre un deportivo queda muy bien en las pelis, pero en la práctica... —Negó con la cabeza—... Me falla la logística.

Era la última explicación que esperaba.

—Pues agárrate a mí, o, yo qué sé, dobla las rodillas y apoya los talones en el coche —arguyó de la mala gana. Estaba echando un polvo, cualquier cosa no relacionada con el asunto no interesaba.

— ¿Con estos taconazos? —Estiró una pierna para que él prestara atención a su explicación—. Y sin mencionar los posibles daños a la pintura, cualquiera te aguanta después.

Él no se perdió detalle de su pierna mientras ella hablaba.

— ¿Te estás quedando conmigo? —Preguntó, entrecerrando los ojos—. ¿Tú te crees que me importa una mierda la pintura en mitad de un polvo?

—Ah, bueno, si es así... —Ella se colocó en la posición sugerida, pero se deslizaba igualmente—. ¿Ves? Me parece que después de todo vamos a terminar en el asiento trasero.

—Hay que joderse... Enrosca las piernas en mi cintura. Y vamos a dejarnos de tonterías.

—Vale —aceptó ella regalándole una sonrisa.

Y así, sin más, se olvidó de todo, de si ella le estaba tomando el pelo, de si estaba allí por una serie de circunstancias adversas o de si tenían los días contados.

A partir de ese momento encontraron el punto exacto de equilibro, él podía moverse sobre ella, y Isabella podía salir al encuentro de sus arremetidas sin preocuparse por su integridad física. Y no sólo eso, con aquel acoplamiento la cosa iba por buen camino.

Ella giró la cara y observó el entorno, la noche no tardaría en caer, y ella estaba allí, montándoselo con él, de una forma bastante primitiva y desvergonzada.

Y estaba encantada.

Él no desaprovechó ese cuello tan expuesto y empezó a lamer la piel, desde el hombro hasta poder chuparle el lóbulo de la oreja.

Inmediatamente escuchó sus jadeos y cómo lo atenazaba aún más con sus piernas. Y no sólo eso, sus músculos internos ejercían una presión muy localizada, en su polla, para ser más exactos.

—Deja de hacer eso si quieres que esto dure lo suficiente —ordenó él hablándole junto a su oreja.

— ¿El qué? —quiso saber ella sin comprender. En aquel momento, todo parecía ir más o menos bien.

Empujó con más brío antes de hablar.

—Lo que haces, joder —dijo como si eso lo explicara todo.

Ella seguía sin entender y como tampoco estaba por la labor de alargar la conversación, que a buen seguro acabaría en discusión, se mantuvo callada. Además, después de los problemas técnicos iniciales, ya solventados, habían conseguido una buena sintonía.

No tenía por qué hacerle caso y se concentró de nuevo en lo que tenía entre las piernas. En ese vaivén, en cada penetración, en la fricción que recibía su clítoris... Todo ello resultaba increíble y como podía poner en práctica la teoría... ahora veía el resultado de hacer sus ejercicios Kegel.

Al principio de hacer dichos ejercicios se reía ella sola, o incluso pensó en dejarse de tonterías, al fin y al cabo, no notaba ninguna mejoría, ya que no se atrevía llevar a la práctica la teoría. Pero puede que sencillamente necesitara un cambio de pareja, alguien que fuera una simple estación de paso, sin compromisos, que le permitiera mostrarse sin máscaras, alguien con el que luego no fuera a tener ningún tipo de compromiso, que tarde o temprano se iría.

Quizá esa falta absoluta de compromiso era el factor determinante y no pensaba desaprovecharlo.

Él, desconocedor de todos esos tejemanejes, resoplaba e intentaba retrasar lo inevitable, pero ella no estaba colaborando, lo estrujaba sin compasión.

—Estoy a punto de correrme... —gruñó él. Por supuesto, en la frase iba explícita la advertencia de que, si seguía así, uno de los dos iba a quedarse a medias, y ella tenía todas las papeletas.

Ella giró la cabeza y lo miró, estaba tan cerca de sus labios, con esa cara de concentración y con una expresión tensa previa al orgasmo, que quiso torturarlo un poco más.

Se concentró, apretó sus músculos internos y le mordió el labio inferior.

Todo con tal de desconcertarlo. No hay nada mejor en el sexo que la improvisación, la sorpresa, partir de un clásico misionero y disfrutarlo como si fuera la mayor proeza sexual de la historia.

Edward, espoleado por ella, respondió a su reclamo, la besó, la embistió con fuerza y no dejó de moverse, quería que ella alcanzara primero el clímax para poder unirse después sin remordimientos.

—Vamos... —la animó él—. Quiero sentirlo, quiero verlo.

—Estoy en ello —intentó bromear, pero para conseguirlo primero necesitaba oxígeno.

—Pues por cómo me aprietas la polla yo diría que estás a punto.

Isabella lo besó de nuevo, porque le apetecía y porque él siempre aprovechaba para mostrarse altivo. Aunque, siendo sincera consigo misma, empezaba a no molestarse tanto con esa actitud y como además había encontrado la manera de controlarlo un poquito...

Apretó por última vez sus músculos internos de tal modo que alcanzó el orgasmo. Sus piernas dejaron de aprisionarlo; ya poco importaba si acababa en el suelo, sólo necesitaba aire.

—Joder... —exclamó él acompañándola encantado. Le estaba suponiendo todo un ejercicio de autocontrol no correrse.

Dejó de apoyarse sobre sus brazos para quedar tranquilamente instalado sobre ella, normalizando su respiración y sin preocuparse de nada más.

Ahora, todo el esfuerzo había obtenido su recompensa. Lástima que el capó delantero del coche no fuera el mejor sitio para descansar.

Como en ocasiones anteriores, no pudo dejar pasar por alto la enorme contradicción que suponía mantener excelentes relaciones en lo que al sexo se refiere y pésimas en todo lo demás.

Siempre esa extraña dicotomía que no terminaba por aclarar.

Pensando por una vez en el bien ajeno y no en el propio se incorporó, pues ella iba a acabar con la espalda manchada. Pero se estaba tan bien así, que salió de ella de mala gana.

Y en el acto se dio cuenta de que esta vez había sido muy diferente de las anteriores.

Ella, apoyándose en los codos, se incorporó y puso los pies en el suelo. Se bajó la camiseta y recolocó el biquini.

Al hacer esto último cayó en la cuenta de que entre sus piernas había excesiva humedad.

Automáticamente su mente empezó a calcular posibilidades, contar días y demás.

Él parecía ajeno al hecho de que, con las prisas, se habían olvidado de la excelente colección de condones que tenían a su disposición.

Al abrocharse los pantalones cortos los sintió en el bolsillo trasero. Sí, ¡ahí estaban de puta madre!

—Date prisa. Estoy seguro de que cierta adolescente metomentodo habrá llegado a casa y no quiero escuchar estupideces —arguyó indiferente al hecho de que ella se mostrara algo distraída mientras se acomodaba en el asiento del copiloto.

Isabella se abrochó el cinturón de seguridad. Mientras el coche empezaba a rodar, ella seguía haciendo cuentas.

 

 

Capítulo 27: CAPÍTULO 27 Capítulo 29: CAPÍTULO 29

 


 


 
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