EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125772
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 15: CAPÍTULO 15

 

CAPÍTULO 15

Puede que fuera domingo y que, en un día así, una tenga la oportunidad de dormir hasta tarde, pero el despertador interno no se detiene. Se sentía algo cansada, pero no de esa forma tan agotadora; muy al contrario, era un cansancio agradable, porque sabía el motivo. Y extrañamente, deseaba más.

Estiró las piernas y escuchó un pequeño quejido. Era evidente que el colchón estaba en las últimas. Ya lo sabía, en cuanto ahorrara un poco, compraría uno de esos viscoelásticos.

Repitió sus movimientos, ahora moviendo también los brazos, y de nuevo ese quejido. Sólo que un colchón, por muy viejo que estuviera, no emitía tales sonidos.

Su mano tanteó a un lado y se impuso la realidad.

— ¿Qué haces tú aquí? —le preguntó casi chillando, totalmente molesta. Se supone que había abandonado la habitación... y allí estaba, tumbado boca arriba, con una mano sobre el regazo y la otra agarrando la almohada—. ¿Qué coño haces aquí? —repitió ella tapándose con la sábana arrugada, en un tardío arranque de pudor.

—Dormir no, desde luego —gruñó él y se dio la vuelta.

— ¡Eh! —No sabía si estaba más molesta por haber compartido cama o porque la obviaba. Por si acaso, lo empujó de un modo más bien poco considerado.

—Joder, ¿qué quieres? —Se aferró a la almohada y se tapó con ella.

—Que te largues de aquí —espetó bruscamente. No iba a permitirle quedarse ni un segundo más. Ahora que había probado eso de los rollos de una noche, no iba a compartir cama con nadie, se duerme mejor sola.

— ¿Estás loca? —Él seguía sin levantarse.

—Ésta es mi cama, mi habitación, mi sábana... —Tiró de ella con furia para destaparlo—. Así que te largas.

—Pero ¿a ti qué mosca te ha picado? —preguntó, resignado a perder la oportunidad de dormir hasta tarde. Se incorporó y la miró. Sí que estaba enfadada, sí. Pero le traía sin cuidado—. Oye, después de exprimirme como lo hiciste anoche lo mínimo que podrías hacer es dejarme dormir tranquilo y, si te aburres, baja a la cocina y hazme un desayuno decente, ¿vale?

— ¡Será posible! —Se ajustó aún mejor la sábana bajo las axilas—. Ni harta de vino voy a prepararte ni una maldita taza de café, ¿vaaaaale?

Él se pasó una mano por el pelo. Joder, puede que lo de la noche anterior fuera increíble pero empezaba a dudar muy seriamente si compensaba el inexplicable arrebato mañanero tocapelotas de Isabella.

Ella, por su parte, no sabía qué más decirle para echarlo. Se sentía fuera de lugar al verlo allí, tan provocadoramente desnudo. La culpa era suya por quitarle la sábana. Así que buscó munición para pincharlo.

—Y otra cosita, guapo, yo no exprimo a nadie.

—Ah, ¿no? —replicó él dejando a un lado su cabreo. Isabella lo miraba altivamente pero sospechaba que estaba ocultando algo. Démosle cuerda para que se ahorque ella sola, pensó con malicia—. Follar cinco veces, según tú, es lo más normal del mundo, por lo que veo.

Ella parpadeó, vaya, sí que se acordaba. No debía sonrojarse, se suponía que ella era una mujer experimentada, acostumbrada a lidiar con hombres problemáticos el día después, ¿no?

—No fue para tanto, ¡por favor! Ahora los hombres sois de mantequilla —dijo ella con desdén disimulando su creciente excitación. Al menos se podría tapar un poco, ¿no? «Eres una femme fatale, acostúmbrate», se recordó.

—Perdona, bonita, puede que tú te dediques a follar todas las noches de esta forma, pero no es lo normal.

Pues claro que no, ella bien lo sabía. Aunque jamás lo admitiría.

—Si tuvimos que hacerlo cinco veces fue por tu culpa.

— ¡¿Cómo?!

—Pues sí, lo que oyes.

Edward parpadeó, algo se le estaba escapando.

—Argumenta esa afirmación, si eres tan amable. —No iba a desayunar, eso estaba claro, pero se moría de ganas por escuchar esa explicación. Si de algo podía presumir es de saber escuchar las historias que la gente cuenta con tal de justificarse y de ser un experto en analizar el lenguaje corporal.

—No hiciste las cosas bien.

— ¿Que no hice bien las cosas? —Casi se atraganta al aguantarse la risa. Oh, sí, iba a ser tremendamente divertido.

—El primero fue...

—Jodidamente bueno —él concluyó la frase, poniéndose de lado en la cama para no perderse detalle. En una postura relajada.

—Breve —lo contradijo y añadió con regocijo—: Muy breve. Ya sabes... —Se encogió de hombros como si estuviera acostumbrada a esa rutina—. Las prisas, aquí te pillo, aquí te mato... Ibas bien, no lo niego. —Una de cal y otra de arena, por chulo—. Pero yo me quedé a las puertas.

—Ya veo —murmuró, conteniendo las ganas de un comentario mordaz.

—Así que era casi una obligación que, tras recuperarte, volviéramos a intentarlo. —Se examinó las uñas, manteniendo su pose de indiferencia.

— ¿Y? —Hizo un gesto animándola a seguir con su estrafalaria explicación.

—Pues que tampoco hubo suerte.

Hizo una mueca y él supo inmediatamente que le estaba tomando el pelo. Pero aún faltaban tres polvos más y por nada del mundo quería perderse tan interesante descripción.

—No sé qué decir.

—Por eso nos pusimos otra vez a ello. Yo pensé que no ibas a poder, ya me entiendes, tienes una edad.

Él se limitó a arquear una ceja ante la crítica, para nada constructiva, sobre sus habilidades sexuales y sobre su capacidad para satisfacerla, amén de su supuesta edad.

—Así que... —continuó ella—, repetimos. Y como se dice en estos casos, a la tercera va la vencida.

—Sinceramente, me alegro —dijo con sarcasmo.

—Y yo. Es frustrante estar ahí sudando, jadeando para nada, ¿no crees?

—Desde luego. Pero... ¿cuál fue el factor determinante? Es decir, ¿por qué esa vez sí y las dos anteriores no? —demandó él, en tono prosaico.

—Hum... pues supongo que estaba muy excitada y quizá otra decepción... pues como que no —respondió ella en el mismo tono, como si analizaran los índices bursátiles.

—De acuerdo, entonces, ¿puedes explicarme qué nos llevó al cuarto? —Utilizando el tono habitual de un interrogatorio podía controlar mejor sus ganas de reírse. A la par que le daba a toda esa historia tan surrealista un matiz de seriedad.

—Por igualar un poco el marcador, ¿no te parece? Es injusto que yo, esforzándome al máximo, salga en desventaja. Además tu capacidad de recarga va disminuyendo, por lo que se alarga el proceso. Las mujeres no somos coches de carreras, ¿sabes? No pasamos de cero a cien en tres segundos: somos grandes berlinas, cogemos la misma velocidad pero tardamos un poco más.

—Una original comparación —murmuró él y, como las cosas se estaban poniendo interesantes, a pesar del tono con el que ambos impregnaban sus palabras, echó un vistazo a la mesilla de noche y comprobó que quedaba un último condón. También quedaba una última apreciación sobre sus técnicas amatorias—. De acuerdo, estábamos igualando el marcador, tú estás satisfecha... Sin embargo te animas y nos metemos de lleno en el quinto, ¿por alguna razón en particular?

—Lo reconozco. —Sonrió de forma traviesa y él sufrió una repentina revolución interna—. Fue por vicio.

— ¿Perdón?

—No te hagas el tonto. Podíamos haberlo dejado ahí, pero ya que estábamos... pues como que nos perdió el ansia. Ya sabes, es como comer pipas y rascar, todo es empezar.

—Pero... ¿te corriste? Lo pregunto más que nada por amor propio, ya me entiendes. —Llegado el caso como que le importaba ya más bien poco. Isabella estaba siendo un soplo de aire fresco, un entretenimiento agradable, no sólo por el sexo, sino por la conversación, imposible de analizar, pues era surrealista de principio a fin.

—Pues sí —admitió.

Y a él le encantó la forma de sus labios, la forma en la que intentaba cubrirse y no dejaba de pensar en cómo, utilizando los menos movimientos posibles, tumbarla, desnudarla, abrirle las piernas, ponerse el condón y darle un poco de acción a aquella mañana tan extraña.

—Me alegro.

Como es mejor pedir perdón que pedir permiso, sin darle tiempo a reaccionar hizo lo que tiene que hacer un hombre a primera hora de la mañana de un domingo cualquiera con una provocadora a su lado. Se acercó ladinamente hacia ella y tiró de la maldita sábana para encontrarse con un cuerpo desnudo que, si bien no era la primera vez que lo veía, sí era la primera ocasión que lo contemplaba con luz natural, para después inmovilizarla bajo su peso y, sin perder la posición, estirarse para coger el último preservativo disponible.

Como la noche anterior se había enfundado en varios colores ahora hasta se mostraba interesado en saber qué le depararía el destino de los profilácticos.

—Fresa... mi favorito.

—Aparta, ni se te ocurra intentarlo, ¿me oyes? No vamos a hacerlo de nuevo. ¡Ni hablar! Quítate de encima.

—Después de tu... interesante explicación, me siento en deuda contigo, no sé, no puedo dejarte así, sabiendo que estás en desventaja. —De vez en cuando utilizar un tono falsamente comprensivo tenía sus ventajas.

—Tienes una edad, no cometas excesos. El centro de salud abierto más próximo está a más de media hora.

—Muy graciosa y muy amable por preocuparte, pero, a pesar de mi edad, puedo follarte sin problemas. Y eso a pesar de que, si hubiera dormido razonablemente bien, estaría en mejor forma. Te mueves, das patadas y roncas.

— ¿Yo? —Se señaló incrédula ante sus acusaciones—. ¡Gilipollas! Si no has dormido bien a mí no me eches la culpa, haberte ido a tu habitación.

—Dejando a un lado que la cama, en general, y el colchón, en particular, son una mierda, contigo, que te mueves como si te estuvieras peleando con alguien y das patadas —insistió él—, es imposible pegar ojo. Además, ¿cómo iba a saber yo que de vez en cuando ibas a despertarme para montarme como una amazona? —bromeó, aunque lo cierto es que no le había disgustado para nada.

—Eso fue en el tercero y gracias a eso no me quedé otra vez a medias. —Se defendió ella—. Y si no querías, ¡haberlo dicho!

—No me estoy quejando, sólo exponiendo los hechos. Y ahora, dejémonos de cháchara.

No sin cierta dificultad, pues ella hizo todo lo posible para desanimarlo, se puso el condón y, para que no le criticara también la postura elegida, se tumbó sobre ella, le separó las piernas y cuando acarició sus labios vaginales antes de penetrarla comprobó satisfecho que estaba húmeda.

Por supuesto, para evitar más demoras, se guardó el ácido comentario sobre si quería o no, y se entretuvo un par de minutos antes de entrar en ella.

Capítulo 14: CAPÍTULO 14 Capítulo 16: CAPÍTULO 16

 


 


 
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