EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125733
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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SÁLVAME

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No me mires así

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Capítulo 34: CAPÍTULO 34

CAPÍTULO 34

Edward intentó hacerse el sueco, pero no hubo suerte.

— ¿Estás sordo?

«Que más quisiera», pensó molesto.

—Tú dirás —resopló resignado.

—No eres santo de mi devoción y te tengo calado desde el primer minuto, pero por deferencia hacia tu padre, que era un hombre extraordinario, voy a ser razonable contigo.

« ¡Vaya por Dios!, ya salió otra vez el tema del viejo. Hasta a Pichurri le caía bien.»

—Qué bien —soltó con desdén.

—Te he visto con ella.

No hacía falta añadir que no era tan simple, los había visto en una actitud que inducía a pensar que no sólo habían salido a pasear como dos conocidos.

— ¿Y?

—Me preocupo por ella, es una mujer increíble. No quiero verla sufrir y estoy seguro de que tú no eres trigo limpio.

—Ajá —murmuró con desinterés. ¿Éste era tonto o muy tonto?

—Sé perfectamente por qué estás aquí y que sólo la ves como un pasatiempo de verano.

—Lo que tú digas.

—Conozco al notario que lleva el testamento de tu padre, le llevo las tierras. Puedo llamarlo y decirle que haga un alto en sus vacaciones para que resuelvas tus asuntos y te largues de aquí.

—Me parece muy bien. —Edward continuó con su actitud indiferente. Puede que fuera una noticia estupenda eso de poder arreglar el jodido testamento y largarse, pero por otro lado...

—No voy a consentir que juegues con ella. ¡De ninguna manera!

Había que reconocer que el Pichurri hablaba con vehemencia y convencido de que él era un cabrón. Claro que, en realidad, lo era, así que no suponía ninguna novedad.

—Y ¿tú qué ganas con este ímpetu defensor? —Su tono fue marcadamente receloso.

—Quiero que le vaya bien y tú no eres bueno para ella.

—Y por eso le pones los cuernos —le replicó entrando por primera vez al trapo.

—No es asunto tuyo, pero te lo diré de todos modos. Lo hemos hablado y me ha perdonado. Nos ha deseado lo mejor a mí y a Leah.

Joder con la cornuda. ¡Qué detalle! Pero sólo era un ejemplo más de que Bella  era más lista que el hambre. ¿Cómo no iba a perdonarlo?

De acuerdo, ella llevaba unos buenos cuernos, pero Pichurri podía presumir de una cornamenta que ni el ciervo más atractivo de la manada podía envidiar.

—Me alegro por ti —dijo de modo inexpresivo. Mejor no sacarlo de su error. Si el hombre era feliz así...

—Conozco bien a Bella, es una buena chica. A veces puede ser un poco rara, pero...

Joder, pues vaya una descripción. Para haber sido novios «rara» resultaba, como poco, una paupérrima descripción. Aunque tampoco debía sorprenderse, ella sabía dar una de cal y otra de arena, y al pobre hombre lo tenía engañado. Hasta terminaría por compadecerlo...

—Si tú lo dices... —Se encogió de hombros. ¿Qué otra cosa podía hacer? No quería caer en una especie de absurda solidaridad masculina y decirle la verdad, especialmente porque sería contraproducente para él; esa noche esperaba un fin de fiesta memorable.

—Así que ándate con ojo, pienso tenerte controlado.

Edward ni se inmutó ante ese Vito Corleone playero, que, por cierto, no intimidaba ni queriendo.

Le hizo un gesto con la mano como diciéndole: «Sí, sí, majete, lo que tú digas» para que desapareciera de su vista.

De nuevo a solas, con su cerveza y la Coca-Cola en la que los cubitos de hielo eran historia, siguió contemplando, para no salir de su asombro, cómo los lugareños bailaban o hacían corrillos; por supuesto, sin dejar de controlarla, pues esperaba que regresara lo antes posible para salir escopeteado de allí.

En uno de esos barridos visuales vio a su hermana, con su grupo de amigos. Estaba claro que las cosas no le habían ido muy bien, ya que su cara lo decía todo. Pero ese asunto podía tratarlo más tarde, primero quería llevarse a la tía Bella al huerto. Para eso estaban en la fiesta.

— ¿Te importa que me quede aquí un rato? —preguntó una voz a su derecha.

Edward no quería ser maleducado, pero tener de acompañante temporal a la futura señora de Pichurri era lo menos acertado, por no decir aburrido.

—No —mintió.

—Te he visto hablar con Jacob.

«No te insinúes, guapa, que vas a caerte con todo el equipo.»

— ¿Y?

—Nada, simple curiosidad. ¿De qué habéis hablado?

—Pregúntaselo a él.

—No quiero aburrirlo —ronroneó Leah, arrimándose más de lo necesario.

Edward, con disimulo, se iba apartando poco a poco de ella, pero si se seguía acercando así, se acabaría la plaza del pueblo.

—Y ¿a mí sí? —preguntó, perdiendo un poco el tono amable. Para que ella no se mosqueara mucho, esbozó una sonrisa de lo más falsa.

—Bueno... tampoco quiero aburrirte. Podemos hablar de otra cosa si quieres.

—No creo que haya temas que nos interesen a los dos como para mantener una conversación medianamente aceptable.

—Eso... depende. ¿No crees?

A Edward, esa horrible y falsa demostración de interés lo estaba sacando de sus casillas. Intentó obviarla, y en uno de sus barridos visuales cruzó la mirada con Bella. Esperaba que ésta viniera a salvarlo o le frunciera el cejo molesta, pero no, la muy pícara arqueó una ceja y sonrió. Estaba claro que aguantar a Leah era un buen castigo.

—Supongo. —Leah le sonrió. Estaba claro lo que pensaba, pero, a esas alturas, sólo existía una mujer con dudosos gustos estéticos que le interesara, y no estaba a su lado, precisamente.

— ¿De qué? —preguntó encantada de ser el centro de atención. Muchos de los presentes los miraban con curiosidad.

—De si tengo ganas de aguantar estupideces o no —espetó en tono engreído. Esperaba que, con un poco de suerte, se sintiera ofendida y lo dejara en paz, no sólo esa noche, sino para el resto de los días que iba a estar en el pueblo.

Por suerte, su coeficiente intelectual comprendió la frase y se apartó.

—Bueno, me tengo que ir.

—Buenas noches —dijo encantado.

Se acercó con cuidado a la barra, o lo que fuera, del bar a dejar su botellín de cerveza vacío y la Coca-Cola aguada. A punto estuvieron de mancharle la camisa, pero, afortunadamente, sus reflejos lo ayudaron a apartarse a tiempo.

Empezaba a mostrarse inquieto porque ni quería estar allí, ni soportaba la música, y mucho menos el bullicio de la gente. Y por supuesto quería su fin de fiesta ya.

Cuando se percató de que ella caminaba hacia donde se encontraba respiró tranquilo, pero no dio muestras de ello.

—Ya veo que te estás integrando con la gente del pueblo —le soltó ella con recochineo cuando se puso junto a él.

—Si te dijera que lo he evitado con todas mis fuerzas... ¿me creerías?

—No hace falta que lo jures.

Él le sonrió de manera indulgente, para que abandonara el tema.

—Pero aun así has tenido éxito, ¿Me equivoco? —insistió ella.

—Si te refieres al Pichurri y a su futura esposa, yo no lo llamaría éxito. Más bien fracaso, los dos se han empeñado en darme la lata.

—Vaya por Dios, al niño no le gusta que le den coba.

— ¿Coba? ¿Qué bobadas dices? —replicó confundido.

—Leah se te ha arrimado mucho —dijo, para picarlo un poco. La conocía muy bien y sabía que su intención era aplicar la ley del ojo por ojo. «Si tú tonteas con mi novio, yo tonteo con el tuyo.» Sólo que en ese caso había una gran diferencia: Edward no era su novio. Durante un instante, le molestó que su compañera se mostrara tan abiertamente comunicativa con él, pero se convenció de que eso no era bueno para su paz mental y decidió que lo mejor era relegarlo al fondo del desordenado armario de los sentimientos contradictorios.

— ¿Celosa? —No lo parecía, pero en esas cosas las mujeres, como en muchas otras, dicen una cosa y piensan otra.

— ¡Uf!, no te haces idea de cuánto. Si no le tiro de los pelos es porque lleva tanta laca encima que me quedaría ahí pegada.

Edward se echó a reír.

—No sufras. He sido desagradable con ella.

—O sea, has sido tú mismo.

Responder a tal afirmación no llevaba a ninguna parte.

—Por cierto... —Se arrimó a ella y le rodeó la cintura con el brazo; al cuerno con los mirones y sus especulaciones—. ¿No es hora ya de retirarse? —preguntó con voz ronca, disimulando su impaciencia.

—Hum, voy a ver cómo le va a Renesme.

Inmediatamente él la sujetó de la muñeca para que no se separarse ni un milímetro.

—Déjala, no interrumpas. Estoy seguro de que prefiere estar con sus amigas.

Bella miró en la dirección en la que había visto por última vez a su sobrina y no la vio.

—No estoy tranquila...

—Olvídate de ella y concéntrate en lo importante. —Ella lo miró con desconfianza—. Y, por si no lo sabes, te diré que lo importante ahora es que tú y yo encontremos un lugar cómodo y apartado para distraernos un poco. —Acompañó sus palabras con un movimiento ascendente-descendente de la mano por su cadera y una voz sugerente.

Bella se aclaró la voz. Se estaba insinuando allí, delante de todo el mundo.

¿Qué haría una mujer experimentada?

¿Pisarlo con el tacón?

¿Pensar en ese sitio ideal?

—No me enjabones, que te corto el agua —respondió al final. Ni aceptaba ni negaba. Una respuesta elocuente, propia de alguien como ella.

Aunque, siendo sincera, continuar allí en la plaza del pueblo había perdido toda su gracia. Había que reconocer el mérito de él, o la debilidad de ella, según se mire. Porque, aun sin abandonar el tono pedante, conseguía resistirse.

Y entonces se dio cuenta de algo... ¿Para qué posponer lo inevitable? ¿Para qué negar que disfrutaba con él? ¿Para qué perder el tiempo analizando los pros y los contras? ¿Por qué, a pesar de ser tan malditamente pedante, me pone tan cachonda?

Las respuestas a esas preguntas podían ser infinitas, pero ¿no era más lógico aceptar la explicación más sencilla?

«Disfruto con él porque no tengo ataduras, es temporal y su arrogancia me excita. Cosas más raras se han visto.»

Lo agarró de la mano y él no opuso resistencia. Salieron de la plaza tranquilamente, saludando con la cabeza a quienes se cruzaban con ellos. En cinco minutos ya caminaban por las calles menos transitadas del pueblo en dirección a su casa.

Capítulo 33: CAPÍTULO 33 Capítulo 35: CAPÍTULO 35

 


 


 
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