EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125737
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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No me mires así

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Capítulo 44: CAPÍTULO 44

 

CAPÍTULO 44

Cuando lo vio aparecer medio minuto más tarde quedó claro que estaba más que preparado. Lo que no le cuadraba era el pequeño frasco que llevaba en la mano.

Edward lo movió delante de sus narices y, con un gesto de la mano, indicó que pasaran al interior de la habitación.

— ¿Alguna perversión que incluya el aceite de romero? —quiso saber ella, cerrando la puerta con un sutil empujoncito de su trasero.

—Quiero averiguar cómo te ganas la vida. Desnúdate.

— ¡¿Qué?! —exclamó sin saber si echarse a reír o a llorar—. Estás de guasa —aseveró sin dejar de mirarlo.

—No. Venga, quítate la ropa, túmbate en la cama y empecemos. —Destapó el pequeño frasco y lo olió.

Bella hizo una mueca, exigirle que se dejara de tonterías era perder el tiempo. Además... ¿qué podía perder?

—Como quieras.

Apoyando una mano en la pared se inclinó para descalzarse y luego se sacó la camiseta por la cabeza. Después dejó caer su falda y esperó.

— ¿Podrías colaborar un poquito? —preguntó él con cinismo.

—No pretenderás darme un masaje en la cama sin poner una toalla debajo —dijo como si fuera tonto, que lo era.

Edward resopló y salió en busca de la maldita toalla. En medio minuto estaba de vuelta. La extendió sobre la cama y dijo:

—Ese tanga, fuera.

—No es profesional. Y por si no lo sabes te has olvidado de algo para taparme el trasero.

—Creo que a estas alturas no voy a ver nada que no haya visto, tocado y disfrutado antes —respondió con arrogancia.

—La toalla.... o no me dejo —lo amenazó, intentando no reírse.

—Te ibas a dejar de todas formas... Pero me has pillado benévolo, ahora vuelvo.

Demostrando mucha más paciencia de lo que suele ser habitual en él hizo de nuevo un viaje al aseo.

Su obediencia se vio recompensada al entrar y encontrársela tumbada, boca abajo, esperándolo sin un solo centímetro de tela sobre su cuerpo.

Excelente, fue el pensamiento que prefirió no expresar en voz alta para no delatarlo.

—Seré sincero. No sé por dónde empezar —murmuró mientras se desabrochaba la camisa.

—No hace falta que te quites nada —dijo con tonito de guasa.

—Ni loco me voy a arriesgar a mancharme.

Oh, pero qué hombre.

—Nos van a dar las uvas —lo apremió ella con choteo.

Edward le puso la toalla en el culo de cualquier manera.

Ella se recogió el pelo con una pinza.

Él leyó la composición del aceite.

Ella pensó en echarse una siesta.

Él se sentó en un lado dispuesto a meterse en faena.

—Pero ¡qué coño haces! —chilló ella incorporándose sobre los codos.

Tenía la espalda empapada y, si no se andaba con cuidado, iba a acabar pringada por más sitios.

—Pues echarte el aceite —respondió como si fuera tonta.

Resopló antes de responderle.

—Nunca, repito, nunca se echa directamente sobre la piel. Primero lo pones en tus manos, por dos razones, principalmente: porque calientas el producto y porque suavizas tu piel y así evitas rozar la del cliente.

—Pues haberlo dicho antes —refunfuñó recriminándola por obviar tal cuestión.

Vale, podía hacerlo. Así que se embadurnó convenientemente y puso las manos sobre su espalda. Frotándosela enérgicamente.

Tan enérgicamente que ella protestó.

— ¡Eh, cuidado! Que me despellejas viva.

—Cállate y déjame hacer.

Bella resopló, vaya masajista que estaba hecho. Sus manos subían y bajaban por la espalda en sucesivos y rápidos golpes dados con el canto. Cuando se cansaba empezaba otro sufrimiento pues apretaba con los pulgares de una forma que terminaría por causarle alguna lesión.

Así no había modo de relajarse ni de disfrutar ni de nada.

—Vale ya. —Se apartó para evitar así un más que posible dolor permanente de espalda.

—Así no hay manera. —Negó con la cabeza.

Ella se levantó, se puso una camiseta de ésas tan deformadas que sólo sirven para dormir y lo miró antes de decidir qué hacer...

—Quítate los pantalones.

— ¡Joder, qué ímpetu!

—Y túmbate antes de que me arrepienta.

Edward hizo lo que le pedía y se colocó sobre la toalla, boca abajo. Al minuto le llegó el olor de algo extraño y miró a su alrededor para identificarlo.

— ¿Esa mierda?

—No seas obtuso. —Sopló levemente para que se apagara la llama de la barrita de incienso y dejar que se fuera consumiendo poco a poco—. Hay que crear ambiente.

—Como se te ocurra poner un disco de sonidos del mar o similar...

—Tú te lo pierdes. Ahora calladito, estira los brazos, cierra los ojos y relájate.

— ¿Por qué no te quitas esa camiseta? Aparte de horrenda tiene más gracia si me masajeas con las tetas bailando.

Ella le dio un cachete en la nalga, por gilipollas.

—Empecemos.

Colocó la toalla, tal y como hacía con todos sus clientes, y después se puso de forma que pudiera abarcar toda su espalda. Al no tenerlo sobre la camilla no le quedó otra opción que subirse encima, sobre su trasero.

—Esto me gusta, aunque mejoraría sin la camiseta, claro.

Ella puso los ojos en blanco, era de esperar tal reacción, los hombres son tan previsibles...

Pasando por alto ese y los demás comentarios que estaban por venir, se puso a trabajar. Inclinándose hacia adelante comenzó en los hombros, presionando lo justo, extendiendo los dedos para rozar en cada pasada el máximo de piel, impregnando de aceite y suavizando la zona, al tiempo que los músculos se relajaban.

Eran pasadas lentas, medidas, justas, certeras, para lograr su propósito.

Repitió el proceso varias veces desde el exterior al interior, hasta juntar sus pulgares sobre la nuca y acariciar el nacimiento del pelo.

—Hum.

Ella, que conocía sus cualidades como masajista, no se sorprendió ante su reacción. Iba por buen camino, lo sabía.

—Al final te quedarás dormido —murmuró ella en voz baja. Parecía como si ése fuera el objetivo.

—Hum. Intentaré no hacerlo.

Y ella continuó con el masaje. Abandonó los hombros para concentrarse ahora en la columna, vértebra por vértebra. Eliminando todo rastro de tensión y sumiéndolo aún más en una especie de trance.

Edward estaba tan sumamente relajado... no recordaba haber alcanzado ese punto nunca antes. Acudía periódicamente a un fisioterapeuta, pero no había punto de comparación. Aquello era aséptico, esto era sublime.

Bella tenía unas manos prodigiosas. Sabía dónde y cómo tocar y esa mierda del incienso... ¡Joder, si hasta le estaba gustando! A partir de entonces, cada vez que oliera a lavanda, iba a empalmarse.

—Qué gusto...

Ella no respondió a lo obvio y siguió a lo suyo.

Bajó las manos hasta la zona lumbar y presionó con los dedos. Él se deshizo de nuevo bajo su toque maestro.

Ahora podía entender por qué tenía una buena clientela: era la mejor, sin duda alguna. Sus manos estaban dejándolo fuera de combate. Era realmente un privilegio. Quizá tendría que replantarse su opinión sobre volver al pueblucho. Sólo por esas manos, podría merecer la pena. Bueno, las manos y el resto, porque había que reconocerlo, Bella era, con mucho, la mujer más interesante que había llegado a conocer. Y, teniendo en cuenta los hechos, conocerla, lo que se dice conocerla, la conocía muy bien.

Pero, a ese pensamiento inicial basado únicamente en el sexo, le seguía otro más importante. Ella no sólo era buena en la cama, era buena en general. Puede que con un gusto peculiar en el vestir, pero en todo lo demás su forma de ser era irreprochable.

Cuando dejó de sentir esas manos sobre su espalda abrió lentamente los ojos y giró la cabeza para comprobar si estaba sumido en un sueño.

Se volvió para mirarla. Allí estaba, limpiándose las manos en la toalla, ajena a lo que acababa de hacer.

Se incorporó hasta quedar sentado y a su altura. Estiró un brazo para acariciarle la nuca y atraerla hacia sí.

Notó su sorpresa por ese gesto tan inusual como tierno en él, e incluso él mismo se quedó sorprendido. Pero hay veces en que los gestos instintivos delatan todo cuanto uno quiere esconder.

Y Edward, en ese instante, no deseaba esconder nada.

Acercó sus labios a los de ella con la intención de saborearla pero, y sin saber por qué, sintió la necesidad de mostrarse diferente, así que primero se los acarició con el pulgar, dibujando su contorno para después, sin más dilación, besarla.

No lo hizo como ella esperaba, de forma expeditiva y agresiva, sino suave, delicadamente, como si ella fuera lo más importante del mundo para él.

Bella se dejó llevar, sintiendo cómo su odio crecía cada vez más, sintiendo cómo ese odio iba a traerle problemas, porque se conocía muy bien. Y él había logrado hacerle creer que era posible, que podía sentir y experimentar lo que tanto anhelaba para después, con toda posibilidad, hacerla despertar bruscamente de su sueño.

Edward se dejó caer hacia atrás, arrastrándola consigo, hasta que ella quedó tumbada sobre él.

Capítulo 43: CAPÍTULO 43 Capítulo 45: CAPÍTULO 45

 


 


 
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