EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125729
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

Mis otras historias:

El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 32: CAPÍTULO 32

CAPÍTULO 32

Renesme estaba nerviosa. Aquella noche, en la fiesta del pueblo, se jugaba mucho. Quería estar increíble para que Pablo se fijara de una vez por todas en ella y se olvidara de la Jenny.

—Así no vamos a ninguna parte.

Una odiosa voz, perteneciente a su hermano, la sacó de su ensimismamiento, que era donde estaba en ese instante. No dejaba de mirar por la ventana, su tía tenía que estar a punto de llegar y quería que le dejase algún vestido mono, la peinase y la maquillase.

—Creo que por hoy hemos avanzado bastante —le contradijo distraídamente.

—Mira, debes aprender una verdad fundamental: nadie, ¿me entiendes?, nadie te va a regalar nada si no te esfuerzas y si no dedicas las horas necesarias a trabajar por lo que quieres.

—Eso ya lo sé —replicó molesta.

—Pues entonces deja de mirar por la ventana, como si esperaras la llegada del Espíritu Santo y ponte a ello. Hoy es un simple trabajo de instituto, pero si no coges el hábito, no lograrás nada en esta vida.

— ¡Caray! ¡Qué aguafiestas estamos hoy! —Puede que tuviera razón, pero podía al menos buscar una forma menos agresiva de decir las cosas.

—Vale. —Hizo una mueca. Estaba empezando a hablar como ellas, por lo que se corrigió—: De acuerdo, como quieras, es a ti a quien van a poner una nota de mierda. —Cerró el ordenador, recogió los papeles y se levantó de la mesa.

Tenía otras cosas mucho más agradables en las que pensar. Pero, para poder llevarlas a la práctica, primero tenía que convencer a cierta cabezota con tendencia a pedalear a primera hora de la mañana para que dejara de hacerse la distante. Porque vaya semanita que llevaba. Sólo había faltado que le dieran de comer comida pasada de fecha o requemada, porque lo que se dice amabilidad, ninguna.

Paradójicamente quien le daba conversación era su hermana, pero no era tan tonto como para no saber el motivo.

Isabella llegó a casa y Renesme pareció ponerse aún más nerviosa e impaciente. Edward no comprendía el motivo de tal inquietud, pero conociendo a esas dos pronto iba a estar al corriente.

—Vaya día que llevo —se quejó Isabella dejando una mochila sobre la encimera. La abrió y empezó a sacar provisiones.

—Si tenías que hacer la compra te podría haber ido a buscar con el coche.

Ella lo ignoró.

—Deja eso. —Para sorpresa de los presentes, Renesme empezó a ordenar las cosas velozmente, como si fuera un concurso—. Venga, vamos a tu habitación, necesito que me prestes uno de tus vestidos.

Su tía la miró desconcertada y su hermano entrecerró los ojos. ¿Qué se estaba cociendo allí?

— ¿Para qué? —preguntó Isabella, sirviéndose un vaso de agua. Venía muerta...

—Esta noche, en la fiesta, quiero estar alucinante.

—Hum...

Estaba claro que iba a tener que ser más explícita si quería la colaboración de su tía.

—Van todos y yo no quiero perdérmelo.

—Supongo que Pablo también estará.

—Pues sí —dijo, intentando parecer despreocupada.

—Vaaaale, venga, vamos a mi cuarto. Seguro que encontramos algo que te quede guay. ¿Todavía se sigue diciendo guay?

—No mucho —respondió Renesme.

—No seas insensata. —Las interrumpió él. Imaginar a su hermana vestida con cualquiera de los modelitos de la tía era para echarse a temblar. Y no sólo desde el punto de vista estético, si no que no quería que se vistiera para provocar un infarto en los chicos del pueblo. Y, cosa rara en él, le preocupaba lo que pudieran llegar a decir de ella; no debería, pero era así.

—Nadie te ha dado vela en este entierro.

Edward arqueó una ceja. Vaya, las primeras palabras en todo el día, todo un adelanto.

—Pues yo opino lo contrario. —Se cruzó de brazos.

«Qué tipo más arrogante», pensó ella.

—No os pongáis a discutir ahora, que tengo prisa.

—Si quieres que ese tal Pablo se fije en ti lo que no debes hacer es disfrazarte.

—Pero ¡¿qué dices?! —exclamó Isabella, molesta por la crítica que implicaba ese comentario.

Edward no se molestó en contestarle.

—Vístete tal y como tú eres. Hazme caso, si él te ve con ropa que ha llevado tu tía puede que no le guste. Se dará cuenta de que no es tuyo.

—Los tíos no se fijan en esas cosas —se quejó Renesme.

¿Cómo decirle a su hermana, sin ser excesivamente grosero y realista, que lo más probable es que el adolescente en cuestión sí se hubiera fijado, y bastante, además, en una mujer como Isabella y sus microvestidos de mercadillo?

—Tiene razón, son bastante limitados a no ser que se trate de ropa interior, en eso toooooodos son expertos —alegó con cinismo Isabella.

—Él ya te ha visto, sabe cuál es tu estilo. Hazme caso, busca ropa con la que te sientas a gusto, cómoda. Si te disfrazas te pasarás toda la noche más pendiente de tu vestido que de pasártelo bien. Supongo que no quieres parecer una de esas mujeres que van tan tiesas, tan pendientes de que no se mueva un pelo que amargan a todo el mundo...

Las dos lo miraron fijamente. Por sus palabras, dedujeron que sabía muy bien de qué hablaba. Pero a Renesme, en aquel momento, las experiencias de su hermano en lo que a féminas se refiere sólo le interesaban para sacar provecho.

Por el contrario, para Isabella, resultaron muy reveladoras.

—Puede que hasta tengas razón —reflexionó Renesme en voz alta.

—Por supuesto que tengo razón —aseveró con tono pedante.

— ¿Estás segura? —quiso saber su tía. Puede que la teoría del relamido no estuviera tan desencaminada, pero ese pensamiento no iba a compartirlo ni loca.

—No lo sé... ¡Jo! ¿Por qué nunca me dais consejos sencillos? Siempre tengo que elegir la mejor opción. Por una vez podríais estar de acuerdo en algo, ¿no?

—No tienes por qué elegir. De las dos opciones, sólo una es razonable —argumentó Edward, ganándose una mirada asesina de Isabella. Bueno, ya vería luego cómo calmarla.

—No sé qué hacer... —Renesme se mordió el labio indecisa. A ese paso no estaría a la hora en la fiesta con sus amigas.

Miró alternativamente a uno y a otro. Quería a su tía por encima de cualquier otra persona en el mundo y, hasta entonces, sus consejos habían servido, pero también estaba su hasta hace poco desconocido hermano, que tenía estudios y no daba puntada sin hilo...

—Vale, voy a hacerte caso. —Señaló a su hermano—. Pero como te equivoques, pienso echarte azúcar entre las sábanas para que no duermas ni una sola noche.

A Edward le hubiera gustado decir en voz alta que adelante, así se podría ir a dormir con Isabella.

—No es una ciencia exacta —se defendió él—. Pero sí bastante aproximada.

—Vale, me voy a vestir. Mónica aparecerá en cualquier momento y me va a pillar en bragas.

Salió de la cocina y subió los escalones de dos en dos para prepararse.

Cuando él consideró que no existía peligro de que lo pillaran acosando a la tía de los microvestidos de mercadillo, se acercó a ella y la aprisionó entre su cuerpo y la encimera.

— ¿Tú no necesitas algún consejo para ir a la fiesta? —se guaseó descaradamente sonriendo de medio lado.

— ¡Aparta! —le espetó seca. Lo que faltaba, ahora no tenía ganas de lidiar con él—. No tengo el cuerpo para rumbas.

—Excelente, nos quedamos en casa solos y ya veremos cómo pasamos el rato. —Se pegó aún más a ella, joder, si hasta la había echado de menos.

Isabella rechazó el acercamiento, ya que se conocía, o al menos eso creía, porque en lo concerniente a sus reacciones físicas cuando él se ponía delante no podía garantizar que esas reacciones fueran razonables.

—He cambiado de idea, me voy a la fiesta. —Quiso apartarse pero, como era de esperar, él no se lo puso fácil—. Así que mueve el culo, tengo que arreglarme.

Edward, que en ese caso tenía los dos posibles flancos cubiertos, le sonrió antes de comunicarle:

—Estupendo, te acompaño.

Se apartó, no porque quisiera, sino porque llamaron a la puerta. Era la amiga de Renesme que sí que había pasado por la tienda de disfraces. Cuando apareció Renesme dijo:

— ¿Aún estás sin arreglar?

La aludida negó con la cabeza.

—Estás estupenda —apuntó Edward y era cierto. Ataviada con un vestido camisero, con el pelo suelto y unas sandalias romanas iba cómoda a la par que elegante.

Renesme no sabía qué pensar del piropo lanzado por su hermano.

—Claro que sí. —Isabella se unió a ella—. Pásatelo bien. ¿Vale? Luego me cuentas. —Le guiñó un ojo cómplice.

— ¿Y qué vas a hacer tú? ¿Por qué no te vienes con nosotras?

Ni a Mónica ni a Edward les hizo mucha gracia.

—Después me paso. Primero voy a recoger un par de cosas.

Cuando las chicas se fueron, Isabella intentó ignorarlo descaradamente. Subió a su cuarto y le dio con la puerta en las narices, pero, al no tener cerrojo interior, entró sin ser invitado.

— ¿Dónde has dejado hoy tu exquisita educación británica?

—Querida, siempre va conmigo.

—Permíteme que lo dude. —Le señaló la puerta—. ¡Fuera!

— ¿Sabes? Siempre me ha fascinado ver la transformación que algunas experimentáis. El antes y el después.

—Pero ¿qué chorradas dices?

—Tenéis cierta tendencia en poneros todo tipo de accesorios encima, de tal modo que uno no puede fiarse de si lo que ve es artificial o no. Por eso me gustaría observarte mientras te arreglas —dijo en tono calmado y muy pero que muy educado.

—Tú lo que eres es un puto mirón.

—No, simplemente es curiosidad. —Miró el reloj—. ¿A qué hora empieza el baile?

Ella se calló. Ya se vengaría más tarde, en el pueblo, delante de todos, presentándolo y dejándolo solo ante el peligro.

 

 

Capítulo 31: CAPÍTULO 31 Capítulo 33: CAPÍTULO 33

 


 


 
14444933 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios