EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125738
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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Capítulo 50: CAPÍTULO 50

 

CAPÍTULO 50

El señor López, inasequible al desaliento, lo había llamado a primera hora de la mañana para recoger unos últimos documentos. Edward dudaba de si con la intención de hacerle variar de opinión, agotando el último cartucho, pero no hubo suerte.

Si esperaba que una especie de conversión milagrosa hiciera efecto en su decisión, iba muy desencaminado.

Tenía todo dispuesto para largarse de Cadaqués. Ya nada ni nadie lo retenían allí. Si se lo repetía hasta la saciedad quizá fuera más fácil creer que era una verdad universal.

Se dirigió por última vez a la cafetería donde había ido a desayunar durante el último mes. Conociendo a los habitantes de aquel pueblo, seguro que todos estaban ya al corriente de lo ocurrido en el despacho del notario, por lo que ni se molestó en despedirse. Únicamente dejó una buena propina.

A media mañana volvió a la casa para recoger su maleta y demás equipaje, sabiendo de sobra que a esas horas no se encontraría con nadie.

Bajó todas sus pertenencias y echó un último vistazo a la casa.

Estaba siendo un jodido sentimental.

—Nunca pensé que fueras un cobarde...

La voz de su hermana desde la cocina lo hizo detenerse. A primera vista, puede que tuviera razón, pero sabía mejor que nadie que era la mejor forma de marcharse: armando el menor ruido posible.

Lo mejor era pasar por alto ese comentario.

—... Pero te vas por la puerta de atrás, sin hacer ruido, como la rata que eres, huyendo, sin dar la cara —continuó Renesme con amargura.

Dejó la maleta junto a la puerta y entró en la cocina.

Y allí estaba su hermana, sentada a la mesa, removiendo un vaso de leche. Para su edad tenía una actitud bastante madura. La respetaba por eso, aunque fuera contraproducente. Pero él se iba, ya no le afectaría nunca más.

—Pensé que te alegrarías —dijo sarcástico. Se apoyó contra la encimera y miró el reloj. Todavía podía perder unos minutos.

—Y no sabes cuánto. —Movió de nuevo su Cola Cao con la cuchara—. La idea de perderte de vista es la mejor noticia del verano. Pero yo no soy tan egoísta como tú, me preocupo por las personas a las que quiero. A mí me importa una mierda si te vas, pero a mi tía, que es la persona que más quiero en el mundo, le has hecho mucho daño y tú no te mereces que ella sufra por ti.

Edward analizó lo que acababa de escuchar desde todos los puntos de vista. Ya carecía de sentido negar lo obvio.

—Joder, ésta sí que es buena. ¿Tú? ¿Precisamente tú me vienes con ésas?

—Sí, yo. ¿Qué pasa? —le espetó con esa actitud tan chulesca de la que hacía gala cuando se enfadaba—. Por ella soy capaz hasta de soportarte, por verla feliz hasta te aguantaría.

—Manda huevos... —exclamó sin poder dar crédito—. Te las has ingeniado para no dejarnos a solas, me has tenido ocupado con un trabajo de mierda para el instituto lleno de errores, cuando tenías otro perfectamente redactado con el único propósito de que no me acercara a Bella. —La miró y se sintió orgulloso, ni siquiera había pestañeado cuando él lo mencionaba—. Te las has apañado para que no me acercase a ella. Me hiciste hacer una promesa de mierda... ¡Y ahora me dices que huyo! ¡Joder, no hay quien te entienda!

—Solamente quería que no la trataras como a un rollo fácil. Si no te hubiese puesto obstáculos no te hubieras ni molestado. Así, por lo menos te has esforzado un poco. Los hombres sois unos imbéciles, siempre perseguís lo que se os resiste.

Eso sí que no se lo esperaba.

— ¡Maldita sea! Pero ¿tú de qué vas?

—Tenía un novio, iba a casarse con él pero no sé por qué se fijó en ti. Tú no me gustas ni un pelo para ella, pero quiero a mi tía. Es la única familia que tengo. —Miró intencionadamente con la vana esperanza de escucharlo decir «Yo también soy tu familia»—. Papá murió con la ilusión de que nos lleváramos bien, pero soy realista. No te molestaste en venir a verlo, a pesar de que él intentó ponerse en contacto contigo mil veces. Sé que te llamó y siempre rechazabas sus llamadas. Él te defendía, presumía de ti y tú lo único que hiciste fue despreciarlo.

—No sabes de lo que estás hablando —arguyó, conteniéndose para no estallar. Estaba claro que sólo conocía una versión, lógicamente la más suave de la historia.

—Sí lo sé, porque hablaba con él, lo escuchaba. Me contaba lo mucho que te echaba de menos y, aunque intentaba disimular, sé que le dolía profundamente tu desprecio. Él no se merecía ese trato.

Edward no quería entrar al trapo, pero ya estaba más que harto de acusaciones infundadas.

— ¿Sabes cuándo lo vi por última vez? ¿No te lo dijo? —Preguntó ya totalmente enfadado, sin medir exactamente las consecuencias de lo que estaba a punto de decir—. Estaba tirado, en una boca de metro, entre basura y cartones, esperando que le cayeran algunas monedas para seguir emborrachándose. —Notó que su hermana estaba a punto de llorar—. Ni siquiera me detuve, hice como si fuera uno de tantos que se ven cada día pidiendo por las calles. —Estaba siendo deliberadamente cruel con una niña de apenas quince años, pero había destapado el frasco de sus emociones. Muchos años de amargura y resentimiento estaban a punto de salir a la superficie—. Seguí mi camino sin importarme nada de lo que le ocurriera. Durante mucho tiempo, mientras leía los diarios, pensé que me encontraría la crónica de un vagabundo muerto con sus iniciales junto al titular. Y no sentía nada. Continué con mi vida como si no existiera. No me importó mentir y decir que no tenía padre. Así que, cuando me enteré de su muerte, me dejó frío. No me afectó.

— ¡¿Cómo puedes ser tan cabrón?! —estalló sin contener las lágrimas por todo lo que había escuchado—. ¡Te odio! ¡Eres un malnacido! ¿Es que no se merecía una segunda oportunidad?

— ¿Segunda oportunidad? —preguntó de forma retórica. Ya no había manera de aplacar sus demonios internos—. ¡No me jodas!

—Sí, una segunda oportunidad —le gritó—. Todo el mundo tiene derecho a rehabilitarse, a cambiar de vida. Él lo hizo.

—Claro, claro —murmuró en plan despectivo—. Y ¿quién le dio una segunda oportunidad a mi madre?

Renesme se quedó mirándolo, en silencio, por la forma en que lo había dicho estaba claro que era un tema muy doloroso. Ella bien sabía lo que era perder a una madre.

— ¿No dices nada? —continuó él con voz afilada—. ¿Eso no te lo contó?

—Sé... sé que murió —murmuró.

—Ya veo. Qué listo, se cuidó muy mucho de esconder sus miserias en ese milagroso proceso de rehabilitación —aseveró cada vez más dolido y sin importarle el daño que su falta de tacto podía causar en Renesme.

—Yo... lo siento...

— ¿Lo sientes? —se burló él—. No tienes ni puta idea de la clase de padre que por desgracia teníamos.

—Sí, lo siento, yo también sé qué se siente.

—Mi madre murió gracias a una combinación de paliza diaria y fármacos para el dolor. Él se encargó de que viviera en la miseria, maltratándola, pegándole cuando no conseguía dinero para beber, denigrándola cuando estaba borracho. Vivíamos gracias a la caridad de las vecinas. ¿No lo sabías? ¿No te lo contaba todo?

—Yo... —Renesme contenía a duras penas las lágrimas.

—Cuando mi madre murió, por fin pudo descansar y entonces fui yo quien soportó todo, quien iba al instituto cuando podía y soportaba las burlas de los demás. —Edward se detuvo un instante y observó a su hermana. Estaba claro que a partir de ese instante ya no podrían volver a intentar reconciliarse. Reconoció para sí que tanto las palabras empleadas como el tono habían estado fuera de lugar. Ella no era culpable de los pecados del viejo—. Cuando cumplí los dieciocho me largué de casa. No volví —añadió ahora en tono más suave—. No quería saber nada de él. Me propuse no volver a aquel agujero y trabajé para pagarme los estudios. —Terminó sentándose en una silla, decían que hablar de lo que a uno le sucede resulta liberador... Pues él se sentía como una auténtica mierda.

Renesme no tenía nada que añadir. Mientras lo escuchaba intentaba conciliar el recuerdo de su padre, cariñoso y trabajador, con el hombre que su hermano describía.

Miró a Edward y lo recordó. Tenían gestos y expresiones muy similares. Sin embargo, eran tan diferentes...

—Así que no tienes ni puta idea de lo que hablas. Puede que fuera un buen padre para ti, aunque no estoy tan seguro. Tenía un montón de dinero en el banco y, sin embargo, vivís aquí con lo justo. ¿Cómo explicas eso? —preguntó. De perdidos, al río...

— ¡Fue por mi madre! —le gritó colérica y dolida—. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, dejó de gastar dinero en la casa y ahorró todo lo que pudo por si era necesario buscar otros médicos —le escupió defendiendo a su padre.

Edward comprendió que, tras ese extraño intercambio de información, el daño era ya irreversible. Todo cuanto se dijera estaría contaminado y sólo causaría más dolor.

—Será mejor que me vaya. —Él se puso en pie. Ya estaba todo dicho.

Cuando Renesme oyó el ruido del motor arrancando murmuró:

—Buena suerte.

Capítulo 49: CAPÍTULO 49 Capítulo 51: CAPÍTULO 51

 


 


 
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