EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125750
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El heredero

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El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 9: CAPÍTULO 9

 

CAPÍTULO 9

Una semana después, a Edward volvieron a cabrearlo pero bien, además.

Dispuesto con todo lo necesario para acudir preparado a la cita prevista, con la maleta cargada en el coche para volverse a casa cuanto antes con la tarea hecha, se personó en la notaría para escuchar estupefacto cómo el ilustre notario había decidido prolongar sus vacaciones durante todo el mes de agosto. Con lo cual le quedaban, al menos, otras tres semanas de insufrible convivencia.

En los últimos días había conseguido una tensa calma, una especie de pacto de no agresión mutua. Era uno contra dos y tenía las de perder si se consideraba la situación desde el punto de vista numérico, pero a persistente no lo ganaba nadie.

Claro que también, aunque le jodiese reconocerlo, había momentos de un surrealismo indescriptible que por grotescos y absurdos resultaban hasta divertidos.

Y luego, esos otros extraños y desconcertantes. Y hasta excitantes. Como por ejemplo, ver colgar la ropa interior, compuesta casi exclusivamente por tangas y sujetadores a juego, eso sí de todos los colores, estampados y dibujos inimaginables.

Sabía a ciencia cierta a quién pertenecían, ya que por casualidad escuchó una conversación de esas a las que muy pocos hombres, sólo unos privilegiados, tienen acceso sobre qué es más cómodo para el día a día en lo que a ropa íntima se refiere.

Según la solterona, un tanga es lo mejor porque no se marca ni con pantalones ni con faldas, por muy ajustados que sean, además de ser mucho más favorecedor, estéticamente hablando. Edward leyó entre líneas y extrajo otra conclusión: que eran mucho más excitantes. Pero, y era de agradecer la prudencia, a una adolescente a punto de sufrir una alteración hormonal no conviene darle demasiada información. Primero para no avivar la imaginación, y segundo para no estropear la sorpresa y la emoción que supone descubrir las cosas por uno mismo.

Así que allí estaba, sentado en la terraza de una cafetería de Cadaqués de la que ya lo podían empezar a considerar un cliente habitual.

Tras tomarse el café sacó el móvil para hablar con su secretaria y que organizara su regreso. Por muy divertido que fuera aquello, prefería cien veces estar en su casa, en su ambiente, con sus comodidades.

Frunció el ceño, normalmente Jessica contestaba, como mucho, al tercer tono.

Comprobó la cobertura, por si acaso, antes de pulsar el botón de rellamada.

Pero siguió sin obtener respuesta.

— ¡Joder!

Tras descargar verbalmente su frustración con palabras malsonantes de variada inspiración, se acordó de que su secretaria estaba de vacaciones, tal y como le había informado hacía más de dos meses.

Ahora tenía que ocuparse personalmente de buscar vuelo, hacer la reserva y organizarse, cosa que no hacía desde tiempos inmemoriales. Para eso estaban las secretarias, ¿no?

Podía ser un poco más cabrón de lo habitual y llamar al teléfono personal de Jessica; ella había insistido en que lo anotara, por si acaso. Pero lo cierto era que, si bien la idea resultaba atractiva, no quería que ella malinterpretara la situación. Conocía los sentimientos de esa mujer y, aunque ella no tardaría ni media hora en arreglar las cosas, prefería resolverlo por su cuenta. Traspasar la barrera de lo profesional no sería adecuado.

Así que utilizó una de esas expresiones tan extrañas que había oído en casa de esas dos, «ajo y agua». Cuando comprobó el significado se rió entre dientes. Esas cosas no se enseñaban en clase.

Pero, a pesar de que recordar las tonterías de sus compañeras de convivencia le podía poner de buen humor, la larga lista de incompetencias desde que había puesto un pie en territorio español y, en concreto, la dificultad para encontrar una jodida plaza en un avión le estaba agriando el día.

Le importaba un comino el importe.

Así que, agradeciendo que esa cafetería dispusiera de wifi, siguió indagando en diferentes webs de compañías aéreas y agencias de viajes.

Edward se encontraba enfrascado en sus cosas, y pidió otro café para que no lo mirasen mal en la cafetería. Sin embargo, hay conversaciones que, por mucho que uno lo intente evitar, llegan a sus oídos. Más que nada por la odiosa manía que tiene la gente de hablar en voz alta y en público de sus asuntos personales.

—No insistas, no puedo.

—Pichurri...

Era imposible concentrarse con ese par de cursis detrás de él, pelando la pava.

Hizo un serio esfuerzo por no escuchar.

— ¿Es por ella? —preguntó la mujer, ocultando con zalamería cuánto le disgustaba hablar de otra mujer.

—No —respondió él, tardando algunos segundos más de lo prudente y evidenciando con ello su falta de veracidad.

—Me han dicho que el otro día fuiste a su casa, pichurri.

—Pasaba por allí.

Edward, más que acostumbrado a oír declaraciones, se percató de que el tipo mentía y que se avecinaban problemas.

— ¿Pasabas por allí? —La incredulidad marcaba la pregunta—. Vive a las afueras del pueblo.

—Tenía que ver unas fincas.

—Ya...

Estaba claro que ella no se tragaba el cuento. Pero, por lo menos, parecía que no insistiría más y así no daría la tabarra.

Claro que algunas mujeres saben molestar sin hablar. Oyó cómo empezaba a hacerle arrumacos.

—Yo te quiero mucho, pichurri.

Edward iba a vomitar el desayuno, lo cual sería una pena, ya que estaba delicioso.

—Y yo a ti, cariño.

—Ella no se merece a un hombre como tú. Ella no puede darte lo que yo. Además... —La conversación se interrumpió porque al parecer necesitaba sobarlo un poco—. Me han dicho... —Más sonidos inconfundibles de besuqueo baboso—... Y quien me lo ha contado sabe muy bien de qué habla... —Otra pausa imprescindible—... Que se ha liado con ese inglés que vive en su casa.

Edward perdió de repente todo su interés en la pantalla del portátil, en su viaje de regreso, en la disponibilidad de plaza en un avión y hasta de la economía global, llegado el caso.

¿De qué cojones hablaba la cursi esa?

— ¿De qué cojones hablas? —preguntó el Pichurri.

Los hombres, cuando los sorprendes de una forma desagradable, suelen ser muy limitados a la hora de elegir vocabulario.

—Gloria, la del bar, oyó por casualidad una conversación de Renesme sobre su tía.

—Gloria no es lo que se dice de fiar —replicó él intentando aclarar ese asunto, cosa que era difícil ya que no dejaba de distraerse con el besuqueo incómodo al que estaba siendo sometido.

—Pero eso no es lo peor.... —La aspirante a mujer oficial del Pichurri hizo un mohín. Si pretendía que fuera seductor, había fracasado.

—Deja los arrumacos para otro momento, dime qué te contaron.

—Bueno... pues que... no es la primera vez que...

— ¡Suéltalo de una puta vez!

«Joder, sí», pensó Edward, uniéndose silenciosamente a la petición.

—Que no es la primera vez.

— ¿Ha estado más veces liada con él?

Pero qué gilipollas es ese tío.

— ¡No! Según he oído en la peluquería, Claudia, la secretaria del notario, viene todas las semanas y me contó, así por encima, ya que había más clientas, que es la primera vez que viene por aquí, al parecer su padre lo nombró en el testamento.

—Me importa una mierda si el inglés le dejó algo. Si es la primera vez que viene, ¿cómo es posible que hayan estado «liados» más veces?

—No te enfades, pichurri... —Otro intento fallido de distraerlo.

—Al grano.

Sí, por favor, pensó el inglés, deseando saber de una jodida vez el final de la historia.

—Según todo el mundo, Bella es un poco ligera de cascos. No es la primera vez que te ha engañado. —La mujer tenía la máxima puntuación como víbora—. Le gusta... bueno... picar aquí y allá... y... —Otra dosis de veneno femenino para su víctima—. Además, como vive en esa casa tan apartada... —Otra vez el tono falso y casual, como si estuviera haciendo un gran favor al cincuenta por ciento de la humanidad, los hombres, al desvelar las aficiones de su compañera de trabajo—. Ya ves cómo viste...

—Joder... —Pichurri, también conocido como Jacob, el hijo del alcalde, se pasó la mano por el pelo. Puede que en los pueblos se hablara de más y muchas veces por simple diversión, pero, de todas las acusaciones, estaba claro que, como dice el refrán, si el río suena... Y él no había sabido interpretar las palabras de Bella cuando le pedía algo diferente, algo nuevo, cuando ella alegaba cansancio para quedarse en casa, o cuando prefería dar un paseo sola, para reflexionar, decía ella—. ¡Me cago en todo lo que se menea!

«Esa gente, en lo que a frases extrañas se refiere, tiene una imaginación portentosa», reflexionó Edward. Vaya, vaya, con la tía solterona, le iba la marcha...

—No te enfades cariño. No he querido decírtelo antes para no enfadarte —sugirió la víbora en estado puro.

—Vamos.

— ¿Adónde?

—A mi casa. Tienes razón, no voy a desperdiciar más tiempo. Esa zorra se va a enterar de lo que vale un peine. Va a llevar unos cuernos como una catedral, todo el pueblo va a enterarse. Así que andando, pienso pasar toda la mañana contigo en la cama.

Una vez libre del interesante interludio protagonizado por un novio infiel, una arpía cachonda y un portátil inservible, Edward cerró su ordenador.

El viaje de regreso a casa ya no representaba ningún asunto de vital importancia.

El sainete que esos dos gilipollas habían escenificado en medio de una cafetería había despertado su curiosidad. La fuente de información parecía fiable, puede que un poco condicionada por las ansias de la mujer al querer cazar a toda costa al Pichurri, pero era información al fin y al cabo.

Ya vería cómo hacer uso de ella...

Una cosa estaba clara, Bella era lo que aparentaba ser. Exponía la mercancía para que nadie tuviera dudas de si estaba disponible o no.

Puede que le importara un pimiento, por lo menos hasta hacía poco, la vida de su hermana, pero... joder, vaya influencia.

Amén de reconocer que le picaba la curiosidad.

Capítulo 8: CAPÍTULO 8 Capítulo 10: CAPÍTULO 10

 


 


 
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