EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125746
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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No me mires así

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Capítulo 17: CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 17

Edward cayó como un peso muerto, aplastándola y jadeando junto a su oreja. El hombre se había esforzado de lo lindo, eso estaba claro. Así que, dejando a un lado que pedirle que se apartara era una grosería, tampoco le importaba el hecho de sentirlo encima.

Ambos, empapados en sudor, estaban demasiado impactados por cómo transcurrían las cosas como para ponerse a hablar. Decir en voz alta lo que ninguno quería admitir: demasiado bueno e intenso para ser verdad era comprometerse.

Al final fue él quien se movió. Le hubiera gustado quedarse más tiempo en aquella postura, pero la seguridad manda y no podía arriesgarse a que se escapara nada del condón así que se deshizo de él y lo dejó junto con las demás pruebas fehacientes de lo ocurrido la noche anterior.

Si unas horas antes alguien le hubiera mencionado que iba a tener un maratón sexual de esa índole se hubiera muerto de la risa. Joder, ya ni se acordaba de lo que era follar así.

La miró de reojo. Ahora vendrían las mentiras, en forma de críticas, pero le daba exactamente igual. Más que nada porque nadie consigue falsificar un orgasmo de forma tan realista. Aunque seguía preocupado por la intrusión de un dedo donde nadie lo había tocado antes. No sabía si sentirse molesto por su atrevimiento, aunque, en realidad, lo más sorprendente del caso había sido su reacción, otra sorpresa más para su lista. Desde luego confirmaba que Isabella tenía un buen bagaje a sus espaldas.

La puerta se abrió sin darles tiempo a nada.

— ¿Se puede saber qué ha pasado para que dejes toda la ropa tirada en...? —La voz de Renesme se desvaneció, abrió los ojos como platos y se aferró a la manilla de la puerta como si quisiera tener un punto de apoyo para no caerse redonda ante lo que estaba viendo.

Pillados in fraganti, cada uno intentó salvar la situación como pudo, sin preocuparse por el otro.

Edward agarró rápidamente una almohada, se sentó y se cubrió con ella.

Isabella, por su parte, saltó de la cama y consiguió taparse de mala manera con la sábana.

Ambos miraron a la inesperada visita, que sostenía en su mano la ropa que ambos habían dejado esparcida en la escalera en su afán mutuo por desnudarse y llegar al dormitorio.

— ¡¿Cómo has podido?! —estalló Renesme mirando a su tía.

—Cariño... verás...

— ¡Con este... gilipollas! —Señaló al interfecto sin mirarlo.

— ¡Oye!

—Yo no... quería... bueno... esto...

— ¡No me lo puedo creer! —La rabia de la adolescente iba en aumento a la par que su voz—. ¡¿Tienes al mejor hombre posible a tus pies y vas y te acuestas con este... idiota?!

—Un momento... —El idiota intentó meter baza.

—Renesme, es complicado, a veces... ocurren cosas que...

—Podría entender que hubieras buscado otro, pero este... este...

—Cuidado con lo que vas a llamarme.

—... Estirado de mierda. —Eso era diplomacia, sí señor—. Es algo incomprensible. ¡Por favor!

—Ya vale.

—Tú, arrogante de mierda, cállate —le espetó a su hermano y miró de nuevo a su tía—. Habíamos quedado en que era un presumido, un relamido, un chulo... ¿Cómo has acabado cayendo tan bajo?

—Se acabó. —A pesar de su desnudez se puso en pie, eso sí, tapado convenientemente con la almohada, dejando la visión de su culo a Isabella. Estaba seguro de que en esos instantes no prestaba atención a esa parte de su cuerpo ni a ninguna otra—. Ahora mismo vas a cerrar esa jodida puerta, la cual, por cierto, podrías haberte molestado en golpear antes de entrar. Claro que es evidente que tu educación hace aguas por todos los lados —dijo Edward serio.

— ¡Imbécil! —le gritó su hermana, colérica.

—Lo que tú digas —respondió con marcada indiferencia—. Vas a dejar que tu tía y yo nos vistamos y después puedes decir todas las estupideces del mundo que quieras, pero a mí me dejas al margen, ¿de acuerdo?

— ¡Cretino! ¡Amarga pepinos!

—Renesme, por favor... —intervino Isabella.

— ¡Como quieras! —Arrojó con rabia la ropa intentando dar en la cara de su hermano, pero su ofuscación era tal que no acertó. Después cerró de un portazo, haciendo vibrar el marco.

— ¡Todo es culpa tuya! —le recriminó Isabella inmediatamente, mientras se agachaba a recoger su ropa y vestirse para salir pitando de allí.

— ¿Cuántos años tienes? Joder, que somos adultos. Por mucho que insistas, ni pienso sentirme culpable ni mucho menos pienso aguantar los insultos de una niñata maleducada y malhablada.

—Mira quién fue a hablar —murmuró sin mirarlo, vistiéndose a toda prisa.

Edward, también hacía lo propio, pero se negaba a dejar pasar ese desagradable asunto por alto.

—Y vas lista si piensas que voy a pedirle perdón o algo semejante. —Con su camisa en la mano abrió la puerta y añadió—: Voy a darme una ducha, espero que al menos una de las dos tenga la decencia de hacer café —dicho lo cual cerró tranquilamente.

Isabella se apresuró y bajó a la cocina, donde su sobrina daba vueltas a un vaso de leche con cacao de forma ruidosa.

Nada más entrar, Renesme volvió a la carga.

—Dime que habías bebido, o que te engañó, o que te drogó...

—Cálmate, por favor. —Se sirvió una taza de café sin molestarse en comprobar si quedaba suficiente para ese majadero. Tras dar el primer sorbo continuó—: No hagas un drama de todo esto. Ha pasado y punto.

— ¿Cómo puedes decirme eso? Estamos hablando de mi hermano, el hombre más desagradable del mundo, al que habíamos acordado hacer el vacío, el que pretende dejarnos en la calle...

—Escucha, hay veces que ocurren las cosas sin explicación.

—No me vengas con ésas. He visto cómo muchos del pueblo te invitaban a salir y siempre les decías que no. He visto cómo Jacob intentaba arreglar las cosas contigo... ¡Cuando se entere! ¡Ay, Dios mío, ahora ya no querrá volver contigo!

Isabella sopesó esa idea, algo positivo de todo ese lío. Pero no podía compartirlo con su sobrina, jamás lo entendería, así que intentó suavizar la situación.

—Yo soy la que no quiero volver con él.

— ¿Por qué? Él te quiere, me lo ha dicho.

Maldito Jacob, sobornando a su sobrina para congraciarse. ¡Otro gilipollas!

—Ésa no es la cuestión. Él y yo... bueno... no nos sentimos bien juntos, cada uno quiere cosas diferentes.

—Ya veo. Y tú has decidido liarte con uno muy distinto, ¿no? Con el más presuntuoso, el más estúpido y el más insoportable. ¡No lo entiendo, de verdad que no!

—Yo tampoco —dijo en voz baja—. Olvidemos este desagradable asunto, por favor.

— ¿Cómo voy a olvidarlo? Llego a casa un domingo por la mañana y me tropiezo con tu ropa tirada en la escalera, lo cual es muy extraño, y cuando llego a tu habitación... ¡Vaya panorama que me encuentro! Los dos desnudos. Y no soy tan tonta para no saber qué ha pasado. No lo entiendo, de verdad que no. Se supone que para hacer «eso» tienes que estar enamorada— aseveró Renesme.

Isabella sonrió ante la ingenuidad de la chica. Ahora no era el momento de desmontar sus teorías románticas, seguramente la vida, dentro de no mucho, se encargaría de ello.

—No siempre, a veces...

— ¿Queda café? —interrumpió Edward.

El destinatario de tales calificativos entró en la cocina, recién duchado, fresco como una lechuga y sin rastro de arrepentimiento, cosa que en la cara de Isabella se reflejaba perfectamente.

—No —respondió su hermana—. Creo recordar haberte dicho que ningún pobre necesita criado.

—No me toques los cojones, bonita. Todavía puedo ejercer mi papel como tutor legal y mandarte interna a un colegio para que te enseñen a ampliar tu singular vocabulario y te metan en vereda.

—¡¡Eres un cabronazo!! —le respondió su hermana a gritos.

—Tú sigue así y verás —replicó él, indiferente. Se dispuso a hacer café.

En la cocina reinaba el silencio, la tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo jamonero. Cada uno de los presentes estaba sumido en sus pensamientos.

Renesme miraba alternativamente a los dos, intentando comprender qué pudo pasar para que ambos acabaran juntos.

Isabella removía su café, nerviosa y sobre todo molesta por la actitud de él. Al menos podía mostrarse un poco más dialogante y no avasallar.

Edward, pasando olímpicamente de ambas, se preparó su desayuno y se sentó a un lado de la mesa, cogió una revista y se dispuso a leerla.

Renesme no podía aguantar por más tiempo.

— ¿Qué pasa, que ese paquete de magdalenas lleva tu nombre? —De esa forma tan abrupta interpeló a su hermano. Buscaba guerra, evidentemente.

Él, sin entrar al trapo, cogió la bolsa y se la pasó educadamente, consiguiendo con ello irritarla aún más.

—Métetelas donde te quepan —respondió rechazando su ofrecimiento.

—Esa actitud tan agresiva no te llevará a ningún lado —murmuró él pasando página como si nada—. A no ser que pretendas ser la más marimacho de tu pandilla.

—Gilipollas...

—Ya está bien —intervino Isabella—. Es tu hermana, lo menos que podrías hacer es mostrarte un poco más comprensivo y menos arrogante. Tiene derecho a estar enfadada.

El interpelado la miró y dijo:

—En general, me importa un pimiento su opinión, así que no veo por qué iba a ser diferente en este caso. Además, viviendo contigo no debería sorprenderse. Lo extraño es que aún no haya aprendido a llamar a las puertas.

— ¡Serás cabrón! —Exclamó Isabella, levantándose para dejar su taza en el fregadero—. No tienes derecho a hablarme así, ¿me entiendes?

—Pues madura, querida, parece que seas tú la adolescente.

—Aquí el único infantil eres tú. No entiendo cómo he podido ser tan estúpida.

—Reconocer los fallos es un comienzo.

Renesme, que contemplaba el rifirrafe verbal de ambos, cada vez entendía menos lo sucedido. Su tía no era así, tan agresiva; normalmente era cariñosa, dialogante y pacífica. Por lo que llegar a comprender cómo habían acabado juntos resultaba cada vez más intrigante.

Normalmente, cuando los adultos quieren estar juntos se lanzan miraditas, se dedican cumplidos... esos dos también lo hacían, pero se lanzaban miradas que matan y adjetivos de lo más destructivos.

Isabella le recriminaba su actitud déspota e insufrible, y él respondía con los supuestos problemas mentales de ella. Edward la acusaba de ser una mujer sin juicio propio y ella le replicaba con un «¡Que te jodan!».

Eso no era lo que se esperaba de dos adultos que supuestamente se atraían hasta el punto de dormir juntos. Pintaba extraño, raro, pero que muy raro.

Cuando él iba por la acusación de «Mira a ver si te buscas un buen psicólogo» y ella estaba en «Te lo buscas tú, don presumido», decidió intervenir.

—Prometedme una cosa —dijo Renesme interrumpiéndolos.

—No —respondió rápidamente él.

Miró a su tía y decidió darle una oportunidad.

—Prometedme que no os vais a volver a acostar juntos.

—Por supuesto. Es una excelente idea —aceptó Isabella.

Edward las miró a ambas, confirmando su teoría: esas dos estaban locas de atar.

Terminó su desayuno, recogió su taza, que fregó educadamente, guardó las magdalenas de la discordia y las dejó allí plantadas.

Capítulo 16: CAPÍTULO 16 Capítulo 18: CAPÍTULO 18

 


 


 
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