EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125771
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 47: CAPÍTULO 47

47

Él quiso hacer exactamente lo mismo para no mirarla, para seguir fingiendo que esa mujer no era nada, para no continuar almacenando en su memoria instantes como aquél, no sólo de placer básicamente sexual, sino de auténtica conexión.

Pero no lo hizo. Mientras continuaba penetrándola a su ritmo, con embestidas profundas y lentas, no apartó la vista de ella.

Bella pareció rendirse y abandonar su actitud peleona cuando echó los brazos hacia atrás y arqueó la pelvis para que él no encontrara ninguna barrera y dejó que él fuera quien llevara las riendas.

La vibración continua le marcaba el ritmo y, cada vez que se enterraba hasta el fondo, ella lo notaba en la zona del perineo y se alzaba en busca de aquel contacto, moviéndose contra él de una forma increíblemente satisfactoria.

¿Cómo olvidarla?

¿Cómo volver a su rutina habitual?

Ella gimió, de esa manera natural que tanto le gustaba, sin fingimientos, y se aplicó aún más. Metió la mano entre los dos cuerpos hasta poder girar la bala vibradora para que ésta diera de pleno sobre su clítoris.

Nada más hacerlo, ella empezó a jadear con más fuerza, a morderse el labio inferior, a tensar todas las articulaciones... Estaba a un paso de correrse.

Él aumentó el ritmo, se movió como nunca, dando cuanto tenía sin preocuparse de sí mismo.

Y ella se corrió en poco más de dos minutos arrastrándolo a él también al orgasmo.

Él lo supo en aquel instante.

Se apartó de ella y se quitó los abalorios de forma brusca, como si le molestara haber pensado durante un segundo que las cosas no siempre salen como uno planea.

Bella no se sorprendió ante su actitud, estaba más que acostumbrada a sus salidas de tono, así que se encogió de hombros. A saber qué era esa vez.

Desmadejada en la cama, se planteó la opción de dejarlo plantado, por arrogante. Pero su cuerpo necesitaba unos minutos de descanso, igual que su mente, aunque, en realidad, ése era otro cantar. La mejor opción para no hacer ninguna lectura de lo que había ocurrido no sólo hoy, era optar por entablar una conversación banal.

Podía dejarlo tranquilo pero había una duda...

— ¿Cómo es que no estás casado?

Él la miró de reojo.

— ¿A qué viene esa pregunta? —demandó con voz anodina.

—Bueno, a tu edad es lo más normal, ¿no?

—Ya estamos otra vez con mi edad —murmuró sin importarle. Estaba acostumbrado y hasta le hacía gracia.

—Contéstame.

—Estuve a punto, pero ella me dejó —respondió con voz monótona, como si le aburriese el tema.

—No me extraña.

—Sabía que ibas a decir eso.

—Y ¿por qué te dejó?

Podía mentir, podía cambiar de tema o podía hablar de ello.

—Bueno, en primer lugar supongo que uno no se compromete con la hija del jefe sólo por quedar bien —reflexionó en voz alta. Quizá contarle a Bella lo sucedido era una forma de analizar sus errores—. Ni ella me quería ni yo la quería a ella. Fue algo que nos convenía... estaba todo más o menos organizado.

— ¿Te dejó por otro? —preguntó ella. Cambió de postura en la cama y se puso boca abajo.

— ¿Por qué siempre pensáis eso? —Ella lo miró como diciendo: «A mí no me la das»—. Sí, está con otro. —Se pasó una mano por el pelo antes de continuar, ahora venía la parte más extraña y difícil de entender—. Cosa que no entiendo. Siempre fue una estirada y una estrecha. —Permaneció sumido en sus propios pensamientos, hablaba como si ella no estuviera a su lado en la cama—. Joder, conmigo fingía siempre, para llevármela a la cama tenía que hacer una instancia... y luego resulta que va y se liga a un jugador de fútbol conocido por tirarse a todo tipo de modelos y mujeres experimentadas. Rose conmigo lo hacía a oscuras, de prisa y sin decir una palabra y luego... termina con un...

Bella, al oír ese nombre, se quedó callada. ¿De qué le sonaba?

— ¿Has dicho Rose? —Preguntó de repente, más interesada—. ¿Un jugador de fútbol?

—Sí, ¿por qué?

— ¿Cómo se apellida ella?

Él dejó su actitud despreocupada y se giró para mirarla. ¿A qué venía tanta pregunta?

—Hale—pronunció el apellido con cautela, preparándose para lo peor.

— ¡No jodas! ¡No puede ser! —Ella se incorporó sobre sus rodillas y su expresión, a medio camino entre la incredulidad y la diversión, lo molestó.

— ¿Por qué no puede ser? Y, a todo esto, ¿la conoces? —preguntó, contemplando esa remota posibilidad.

— ¡Todo el mundo la conoce! ¡Cielo santo! ¿Era tu novia? ¿Seguro? —Él asintió—. Cada vez que la veo en las revistas con ese tipo. Hum. ¡Qué envidia! Sale con un hombre que está para comérselo. Todas nos quedamos de piedra cuando nos enteramos de que McCarty se había liado con una desconocida y que por lo visto van en serio. ¡La envidia me corroe! Ese tío está que cruje. ¿Tú lo has visto? ¡Qué cuerpo! ¡Lo que yo haría con él!

Ante tal entusiasmo, él se enfadó.

—Oye, por si no lo sabes, es de mal gusto mostrar ese fervor por un hombre estando con otro en la cama. —Aunque le faltó añadir: «Con el que acabas de follar».

—Pero es que McCarty es... ¡No tengo palabras! Por cierto, ¿lo conoces?

—Lo he visto un par de veces —respondió sin abandonar su enfado.

— ¿Sí? ¿De verdad? —Y lanzó uno de esos gritos que dan las mujeres cuando están extrañamente emocionadas por una tontería—. ¿Podrías presentármelo?

Edward tuvo que contar hasta diez para no responder de forma grosera.

—Ahora mismo lo llamo —respondió con sorna.

—Ay, hijo, ¡cómo te pones! Entiende que a una, cuando ve a un hombre así en las revistas, se le dispare... ¡Todo!

— ¿Sabes? Tu actitud me está empezando a tocar los huevos —dijo él, incorporándose para demostrar a esa entusiasta de los novios ajenos quién era él y lo feo que estaba emocionarse con otros.

—Oye, oye... que te veo venir —le advirtió ella, intentando pararle los pies.

—No te hagas la difícil, hasta el momento nunca te has resistido...

—Deja las zalamerías para otro momento. Es tarde, será mejor que nos levantemos y...

—Como quieras —abandonó su tono meloso para ordenar—: Ábrete de piernas.

—Sólo te falta decir: «Vamos a follar como locos» —apuntó ella, imitando su voz.

— ¿Cómo puedo negarme?

Esbozó una sonrisa y ella perdió de nuevo la capacidad de decir que no. Si, siendo un pedante, caía rendida, ¿cómo iba a resistirse cuando le sonreía?

Así, unos veinte minutos más tarde, estaba de nuevo desmadejada en la cama, más cansada y con menos ganas de levantarse y vestirse.

Pero de nuevo satisfecha, al menos sexualmente hablando, porque en lo que a carácter y voluntad se refería tenía serias dudas sobre sí misma.

Edward, por su parte, también permanecía tumbado y completamente relajado. Es lo que tiene follar tres veces en una tarde, te deja calmado y sin fuerzas para discutir. Más propenso a la negociación.

—Tengo una duda —planteó la cuestión al acordarse de cierta conversación que había escuchado.

—Ya estamos otra vez... —protestó ella—. Tú y tus dudas. ¿Qué mosca te ha picado ahora?

Él se arrimó a ella, no porque pensara que así conseguiría mejor información, sino porque se estaba como Dios y, ya que ella siempre se mostraba tan reacia a esos momentos, cualquier excusa resultaba buena.

—Me pregunto... —Se pegó a ella todo lo físicamente posible—. ¿Cómo te lo montas, en el pueblo, quiero decir, para ligar? Aquí no hay mucho donde elegir, salvo en verano con los turistas, pero estos van y vienen, nunca se quedan.

A ella le sorprendió que sacara ese tema, no entendía el propósito y tampoco sabía muy bien cómo responder sin delatarse.

—Te recuerdo que trabajo fuera del pueblo.

—Ya, pero aun así... —Edward sabía muy bien cómo sembrar la duda, en eso jugaba con mucha ventaja—... Todo se sabe y, bueno... no hay mucho donde elegir.

—Oye, eso no es asunto tuyo —espetó molesta.

—No estoy de acuerdo. Mi hermana vive contigo, no creo que sea una influencia recomendable ver cómo traes hombres a casa —argumentó siendo deliberadamente dañino.

— ¡Yo no traigo hombres a casa! —aseveró en actitud defensiva.

Intentó soltarse, pero él la tenía bien amarrada.

—Eso ya lo sé —apuntó conciliador—. Por eso te pregunto, ¿dónde te lo montas? ¿En los asientos traseros? ¿En algún hotelito cutre?

— ¡Cabrón!

Se levantó furibunda y agarró su ropa. Se vistió apresuradamente pero cuando iba a abrir la puerta dispuesta a salir de allí, él la sujetó por la cintura. Como era lógico se revolvió para liberarse pero no lo logró.

Edward consiguió apaciguarla. Ya sabía todo lo que necesitaba saber.

—Lo siento —murmuró, besándola en la nuca—. No es asunto mío —añadió, no siendo del todo sincero. Por extraño que pareciera, le molestaba que la gente creyera que Bella era algo que distaba mucho de ser, aunque seguía sin entender por qué ella jugaba al parchís y se comía una pero no contaba veinte.

Ella se quedó allí, parada, sin fuerzas para luchar, sin ganas de responderle pero con el firme propósito de salir cuanto antes de esa habitación y no volver a dejarse engatusar.

Era una promesa hecha a sí misma que debía cumplir, costase lo que costase.

 

 

Capítulo 46: CAPÍTULO 46 Capítulo 48: CAPÍTULO 48

 


 


 
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