EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125727
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

Mis otras historias:

El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 29: CAPÍTULO 29

CAPÍTULO 29

Afortunadamente, Renesme aún no había regresado, lo que evitó buscar una excusa medianamente convincente que justificara la llegada de ambos en el coche.

Isabella entró en la cocina y se puso a preparar la cena, no quería seguir comiéndose el coco, quería pegar a alguien, a ser posible con la mano abierta. Empezando por ella misma, por ser tan rematadamente tonta y descuidada.

A él también deseaba darle con la mano abierta, aunque echarle la culpa de todo no serviría de nada.

Renesme entró en la cocina poco después, con la cara algo mustia.

—Traes una cara... —murmuró Isabella mirándola.

Su sobrina miró a Edward un instante antes de hablar, allí estaba, como siempre, ajeno a todo, a lo suyo.

—Esa idiota de Jenny —dijo poniendo cara de asco—. Se cree la más guay. Ha llegado la última a la pandilla y organiza todo...

—Incluyendo a Pablo —Isabella acabó la frase. Estaba claro cuál era el origen del enfado de su sobrina.

—Pues sí —aseveró. Después empezó a poner la mesa—. Y él... ¡Será bobo! Se le cae la baba...

—No te esfuerces, los tíos son así.

Edward arqueó una ceja y continuó como si fuera el convidado de piedra.

—Ya lo sé —musitó, no muy convencida.

Isabella sonrió comprensivamente, estaba claro que aún tenía mucho que aprender. En primer lugar, a sobreponerse tras un desengaño.

—De momento vamos a cenar. Llenemos el estómago, por lo menos —bromeó Isabella y miró de reojo a Edward, que ahí seguía, a lo suyo.

¡Qué hombre!

Durante la cena, él tuvo que soportar las tonterías de su hermana y lo que le pareció un catálogo de malos consejos por parte de la tía.

Y no pudo aguantar más.

—Ese chico, ¿desde cuándo lo conoces?

Las dos lo miraron extrañadas de que se metiera en la conversación.

—Nos conocemos desde niños, viene todos los veranos.

— ¿Y hasta este año no te has interesado por él? —preguntó, siguiendo una lógica que ninguna de ellas alcanzaba a comprender.

—Y ¿eso que importa? —replicó Isabella.

—Bastante. Si se conocen desde hace años y ella... —Hizo un gesto con la cabeza señalándola, pero sin apartar la vista de Isabella —... Nunca se ha interesado por él, lo más lógico es que el chaval la vea como una más.

Renesme, al oír la explicación, empezó a pensar que tal vez, y aunque le jorobase reconocerlo, su hermano tenía un punto de razón.

—Eso no tiene ni pies ni cabeza —aseveró su tía con vehemencia, obviando la presencia de la menor—. Hasta hace poco eran niños.

Eso también es verdad, pensó la interesada.

—No seas ingenua. Ese chaval, a su edad, ya ha notado la diferencia y la sigue viendo como su amiga.

Maldita sea, Renesme también debía considerar ese factor.

—Y si encima llega una loba...

—Ésa es la excusa más tonta que he oído en mi vida —argumentó él—. Las mujeres siempre echáis la culpa a otra en vez de ver vuestros propios fallos.

—Y los tíos siempre tenéis que estar picoteando aquí y allá.

Renesme frunció el ceño, ¿qué tenía eso que ver con su problema? Pero, claro, su tía debía de tener más idea.

—Eso es una simple cuestión evolutiva. Para perpetuar la especie debemos... —Se detuvo a buscar una expresión para menores de edad—... Inseminar a la mayor cantidad posible de hembras. —Evidentemente, no la encontró—. Si limitamos nuestras opciones... ya me dirás.

— ¡No digas chorradas! Simplemente os gusta eso de tener siempre a alguien en la reserva, para no fallar.

¿Era eso? Se preguntó Renesme. ¿Pablo quería ampliar sus posibilidades, y la consideraba una especie de puerto seguro?

—La que dice bobadas eres tú. Puede que nuestro ADN nos incite, pero si encontramos a una que nos interesa, hasta podemos hacer un esfuerzo.

—Ya —murmuró Isabella incrédula. Como la conversación la estaba poniendo de mal humor se concentró en su sobrina—. Lo que tienes que hacer es demostrarle que eres la mejor, que se está perdiendo la oportunidad de su vida y que vales más que nadie.

—Claro, y mientras ella lo mira desde su trono de princesa intocable, el otro se lo pasa en grande con la criada.

— ¿Y qué pretendes que haga? ¿Que lo persiga como una tonta? ¿Que se arrastre? Joder, así nunca cambiarán las cosas. Si siempre tenemos que hacer méritos para que venga el puñetero príncipe azul a salvarnos la vida, siempre estaremos bajo su dominio.

—Pero ¿tú te estás oyendo? —Preguntó tras oír el encendido, y ridículo, discurso de Isabella—. Puede que, simplemente, el chico no se atreva a acercarse a ella, porque cree que no está interesada.

«Eso es verdad», aceptó Renesme en silencio.

—Vale, mañana te pones monísima de la muerte y te presentas a primera hora de la mañana en su casa pidiéndole, por favor, no vaya a ser que te diga que no por maleducada, que te invite a salir. Por supuesto, no puedes ser tú quien decidas, eso hay que dejárselo a ellos.

Edward negó con la cabeza. Esa mujer estaba peor de lo que creía.

—No me estás entendiendo. Lo que quiero decir es que si a ella le gusta ese tal Pablo lo que tiene que hacer es mostrarse mínimamente interesada; escucha bien, mínimamente interesada, darle una pista, algo que le indique que tiene posibilidades. No todos los hombres vamos de superhéroes, algunos tienen su corazoncito.

—Uy, qué tierno —se burló ella. Pero la burla era más por seguir en su papel de oponente dialéctico que otra cosa.

—Que yo me aclare —intervino Renesme—. ¿Hablo con él y le digo que me gusta? ¿Me paso el día mirándolo y espero a que él se entere? ¿O me tiro por un puente para ver si me rescata? ¡Porque no me estáis ayudando ninguno de los dos!

Dicho esto, se levantó y salió de la cocina enfadada y confusa.

—Para ser una mujer que presume de inteligente y liberada eres de lo más obtusa dando consejos.

—Vaya, ya estábamos tardando en decir la frasecita retorcida.

—Simplemente soy sincero. Estás confundiéndola.

—Soy mujer, sé mejor de lo que hablo.

—Pero te falta el punto de vista masculino que, y corrígeme si me equivoco, en esta casa sólo yo puedo aportar.

—Permíteme que lo dude —dijo ella sonando bastante pedante.

— ¿El qué? ¿Qué soy un hombre o mi punto de vista?

Ella sonrió de medio lado, el jodido era rápido respondiendo. Claro, se ganaba la vida así.

— ¿De verdad quieres oír la respuesta? —Ella no era abogado, pero nada mejor que marear la perdiz para no pillarse los dedos.

Edward le devolvió la sonrisa. Estaba jugando, bien, a él le encantaba jugar.

—Me muero por oír la respuesta —aseveró teatralmente.

—Siguiendo con tu teoría de la evolución, te diré que dicha evolución os ha dejado un resquicio prehistórico.

—Ah, ¿sí?

—La bicefalia.

— ¿La bicefalia? —repitió como un tonto.

—Tenéis dos cabezas. —Sin querer, su mirada se dirigió a su entrepierna y así se ahorró una parte de la explicación—. No siempre pensáis con la adecuada.

—Muy buena —se echó a reír a carcajadas.

— ¿Café? —preguntó ella con la cafetera en la mano. Quedaba patente su intención de dar por zanjado el temita.

Él la miró con una expresión curiosa. Parecía que aquella mujer pretendiera darle lecciones de escapismo. Bueno, podía dejarlo pasar.

Se tomaron el café en silencio y, cuando acabaron de recoger la cocina, ella se limitó a murmurar un buenas noches, bastante cínico, por cierto, y lo dejó sin más.

Edward, a esas alturas de su vida, no iba a inmutarse por una mujer que no admitía una crítica, bastante acertada, por otro lado.

Su idea inicial de irse a su cuarto cambió a medida que subía la escalera.

Aún quedaba un asunto pendiente y él no era hombre de dejar las cosas sin hacer antes de acostarse.

 

 

Capítulo 28: CAPÍTULO 28 Capítulo 30: CAPÍTULO 30

 


 


 
14444931 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios