EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125753
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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Capítulo 38: CAPÍTULO 38

CAPÍTULO 38

Sus peores temores fueron confirmados.

Ir a una merienda, o lo que fuera, que organizaban en Cadaqués no era precisamente el plan ideal que tenía para pasar un día festivo. Pero no quería arriesgarse a que esa pirada convenciera a su hermana de hacer algo que luego, aunque se arrepintiera, no pudiera rectificar.

Así que allí se encontraba, rodeado otra vez de la gente del pueblo, a punto de comprobar por sí mismo qué clase de extraño ritual gastronómico hacía esa gente.

Aunque no estaba el horno para bollos, agarró a Bella de la mano, ni muerto iba a permanecer allí solo ante el peligro. Se arriesgaba a ser abordado por los habitantes, a cada cual más pintoresco, y aguantar el chaparrón de jodidas alabanzas sobre su padre. Y eso sí que no.

Ella se mostraba distante, lo cual era de esperar, y con ganas de soltarlo a los leones, pero esta vez no iba a dejarla escapar.

Siguió su mirada y vio a Renesme, junto con sus amigos. Él no era religioso ni de lejos, pero rezó para que la pequeña aprendiz de arpía mantuviera la boca cerrada.

—Me vas a dejar marcas —protestó Bella intentando recuperar su mano.

—En el trasero es donde te las voy a dejar si no paras quieta. Todo esto es culpa tuya. —Edward se lo dijo en tono recriminatorio. No estaba para ejercer la diplomacia precisamente.

—Vete a tomar por el...

—Sonríe —interrumpió él dándole un tironcito de aviso—. No queremos que en el pueblo piensen que eres una maleducada.

Ella apretó con fuerza la mano que él sostenía clavándole las uñas, que se enterara que nadie iba a controlarla y muchos menos dejarla en mal lugar. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Muchos de los presentes empezaron la romería de saludos y buenas intenciones; Edward optó por no pasar un mal rato. Al fin y al cabo, esa gente ignoraba toda la verdad, no iba a lograr nada intentando sacarlos de su error. Jodía bastante volver a escuchar lo mismo, pero en cuanto se asegurara de que Renesme, instigada y confundida por la tía sabelotodo, no cometía ninguna barbaridad se llevaría a la susodicha fuera de allí para tener cuatro palabras en privado.

Porque le tenía ganas. La muy ladina, durante toda la jornada, se las había apañado para no estar ni un segundo a solas para poder recriminarle sin ambages sus consejos.

Bella, que no quería quedarse allí mirando como las vacas al tren, tiró de su captor y caminó hasta una de las mesas para poder comer algo. Al fin y al cabo, para eso estaban allí.

— ¿Qué es eso? —preguntó él señalando uno de los platos.

—Morcilla. ¡Qué rica! —exclamó cogiendo un pinchito con intención de disfrutarlo.

— ¿Y lo rojo?

Ella lo miró cabreada, iba a sabotear hasta la merienda.

—Pimiento asado. Le da un sabor increíble a la morcilla. ¿Alguna pregunta más?

—Sí, unas cuantas, pero mejor me callo.

—Mira, si no quieres probar nada, allá tú. Tú te lo pierdes. Eres, como dice tu hermana, un «amargapepinos». —Se llevó su ración a la boca.

—Nunca rechazo nuevos manjares, pero es que todo lo que veo aquí me parece muy raro.

— ¿Raro? Tú sí que eres raro. Es lo típico, la fiesta del «chorimorci». Anda. Sírvete un vaso de vino y déjame disfrutar.

— ¿De plástico?

—Uy, perdón, si quieres llamamos al camarero y le pedimos copas de cristal de Bohemia para Don Estirado. ¡No te digo! —Cogió uno de los vasos del montón y lo llenó de vino—. Bebe y calla.

Edward aceptó el vaso con desconfianza. Beber en vaso de plástico ya era de por sí desquiciante, si encima le añadías un vino peleón... la cosa no tenía remedio.

Dio un sorbo, más que nada por disimular y para poder protestar luego con pruebas sólidas sus teorías; pero, joder, el vino estaba bueno. Él no era enólogo, pero sabía diferenciar un vino decente.

Así que fue pasando la tarde con su vaso de plástico en la mano, escuchando mil y un trucos para que la tortilla de patatas, al parecer tan popular, saliera lo mejor posible. Desde echar un poco de leche en la mezcla, pasando por añadir levadura, hasta, para quienes no quieren engordar, cocer y no freír la patata.

Y las explicaciones no se limitaban a esa especialidad. Luego tuvo que escuchar un sinfín de recetas para las morcillas, a cada cual más curiosa, como echar anís o canela, cosa que luego, visto el resultado, no comprendía.

También hubo una larga disertación de una señora sobre la conveniencia de cocinar previamente el arroz antes de rellenar la tripa y así evitar que se queden duras antes de tiempo. Pero lo que le hizo abrir los ojos como platos fue el método de elaboración. Cuando algunas de las paisanas allí presentes discutieron sobre qué tripa era mejor para embutir... ahí sí que ya empezó a sentir el estómago revuelto.

— ¿Nos disculpa? —Interrumpió Edward con educación a la mujer como si se encontraran en una recepción—. Tenemos que saludar a unos conocidos.

Bella lo miró extrañada. ¿A qué venía esa repentina educación?

Como al parecer él tenía un serio problema para liberar su mano, lo siguió hasta el final de la mesa, donde no había tanta gente reunida.

—Vámonos, donde sea, pero vámonos de aquí. No aguanto ni un minuto más.

Pese a su tono suplicante, bastante alejado de su habitual tonito imperativo, ella no estaba dispuesta a obedecer. Como se suele decir: al enemigo, ni agua.

—No. —Dio un tirón con la esperanza de recuperar su mano, pero no hubo manera.

—Joder...

—Escúchame bien, aquí están mis amigos, la gente con la que me cruzo todos los días por la calle, también clientes que atiendo en la peluquería... No voy a darles plantón porque al señorito no le guste. Si te aburres, eres libre de irte a casa. No sufras, podré soportarlo. —Esto último lo dijo con recochineo.

—Y ¿estar aquí incluye aguantar conversaciones absurdas? ¿A petardas insufribles? Porque lo de la Maruja esa contándote lo de su hijo con la nueva barca tiene miga.

—Maruja es una de las mejores clientas del salón, ni se me ocurre contrariarla. Además la mujer, desde que se quedó viuda, necesita hablar con la gente para no sentirse sola.

— ¿Tu sueldo incluye esas tonterías?

—No, pero no me importa.

Edward reflexionó esto último. Él también aguantaba los monólogos de sus clientes, pero con una importante diferencia, y es que ese interminable momento luego se traducía en una sustanciosa minuta que lo compensaba.

—Pues deberías pedir aumento de sueldo. Al menos te compensaría.

— ¡Qué materialista!

—No te digo que no, pero debes aprender a valorar tu trabajo, a que se te reconozca y no sólo con buenas palabras.

A Bella, que estaba a la que saltaba, no le disgustaron del todo sus palabras. Puede que de forma retorcida, como era él, valorase su forma de ganarse la vida.

—Vaya... si al final te tendré como cliente. —Ella también podía ser correcta con un toque de cinismo.

—Si lo que me estás proponiendo es que me desnude y puedas frotarme de arriba abajo con alguno de esos aceites perfumados que tienes por casa no hace falta que te andes con rodeos, sólo dime cuándo y allí estaré.

—Qué gracioso —dijo ella a la vez que su imaginación desarrollaba la imagen que él había descrito.

«Para chica, no te calientes, que te pierdes, que este tipo es muy listo y se gana la vida manipulando a la gente con sus palabras.»

— ¿Te lo estás pensando? —La provocó él, al ver que su respuesta no había sido tan inmediata como era tan habitual en ella.

— ¿Quieres un servicio estándar o uno especial?

—El especial, por supuesto. ¿Incluye final feliz?

—Pues pide hora —le replicó con chulería. Se puso la mano en la cadera para darle más énfasis.

—Que yo sepa hoy estás libre. Vamos a casa y desarrolla tu creatividad conmigo. —Edward no se achicó.

—Hoy es un día festivo. No hay servicio.

—Y ¿si pago la tarifa especial?

—Y ¿si mejor nos dedicamos a pasar la tarde, picotear y beber buen vino?

—Cobarde —la desafió él—. Tienes miedo de no poder resistirte.

—Habla chucho que no te escucho —le recitó como una niña de primaria.

Edward se echó a reír a carcajadas, Bella recurría a frases pueriles cuando se quedaba sin argumentos, lo que le resultaba muy divertido.

—Cobarde —repitió él, ahora con una voz mucho más profunda, provocándola aún más.

Ella disimuló como pudo, mirando a su alrededor como si el inglés que llevaba adosado como un llavero no estuviera allí.

Si era lista, obviaría la tentación que suponía tenerlo bajo sus manos, a su disposición...

¿Debería perdonar las palabras ofensivas de la noche anterior?

¿Debería tirarse por un puente para saber que iba a doler?

Capítulo 37: CAPÍTULO 37 Capítulo 39: CAPÍTULO 39

 


 


 
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