EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125724
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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Capítulo 4: CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4

 

— ¿En serio?

Se quedó petrificado: ni sorpresa, ni lloriqueos ni mucho menos abrazos. La joven siguió en su pose insolente.

Renesme lo miró y supo que no mentía. Al verlo recordó a su padre, él sí se parecía mucho, pero no iba a flaquear ahora. Conocía la historia perfectamente y por mucho que fuera su hermano también sabía por qué estaba allí.

—Sí. Así que, si eres tan amable... —Señaló la puerta. Joder, se estaba abrasando, con el sol a sus espaldas.

— ¿Cómo sé que dices la verdad?

—Joder, lo que me faltaba... —murmuró entre dientes.

Pero ella lo oyó.

—No voy a creer al primero que viene por aquí diciendo que es mi hermano sin pedir una prueba, ¿no crees?

—Y ¿podría enseñarte la jodida prueba a la sombra? —replicó él en el mismo tono belicoso.

—No, claro que no. ¿Estás loco? ¿Y si luego resulta que eres un impostor?

—Me cago en la puta...

—Mi tía siempre dice que no deje entrar a desconocidos —le informó en tono fingidamente inocente.

Cabreado a más no poder, buscó su cartera y sacó el permiso de conducir. De malos modos, se lo puso frente a la cara, tan cerca que ella ni siquiera podía leerlo.

Renesme, aguantando la risa, agarró la cartera y curioseó. Vale, no mentía, y vale, como todo el mundo, salía horrible en las fotos de carnet.

Se la devolvió y disfrutó viendo al estirado de su hermano guardársela con gesto impaciente en el bolsillo trasero de sus pantalones de pijo.

Sonrió de manera ingenua.

—Vale, comprobado. Eres el estirado de mi hermano.

El aludido enarcó una ceja ante el apelativo fraternal.

—Me alegro de que sepas quién soy —replicó sarcástico—. ¿Podemos mantener una conversación medianamente seria en el interior? —Preguntó cabreado y añadió con ironía—: Por favor.

—Faltaría más —le respondió ella de igual manera y hasta le hizo una reverencia choteándose aún más de él.

Podía conducirlo a la cocina y estar incómodos en las sillas, pero, si lo hacía, ella también pagaría las consecuencias, así que le hizo un gesto para que entrara en el salón.

Para Edward fue otra bofetada estética contemplar la decoración.

De acuerdo, una señora mayor no iba a amueblar la casa con elementos minimalistas o diseños vanguardistas, pero... ¿era necesario mantener los dos sofás de imitación de piel en marrón?, ¿la mesa de centro llena de adornos baratos? Y lo que era peor, ¿una tele de las de antes?

Un viaje a los años setenta.

A un lado divisó un butacón, más horrendo todavía y de color verde, pero parecía lo más cómodo de la habitación, así que fue a sentarse.

— ¡Ni se te ocurra! —le gritó Renesme.

Edward pensó agradecido que seguramente el mueble era tan viejo que tendría una pata rota o la madera podrida y su hermana pretendía evitarle un disgusto.

— ¡Era el sillón preferido de mi padre! —Colocó bien el cojín y se puso delante evitando que él se acercara más.

Edward se abstuvo de decir que también era su padre, pero ¡qué demonios!, a él le importaba un carajo.

—Tú mandas. —Se acomodó en un extremo del sofá. Y quedó en una postura absurda al hundirse. Se colocó lo mejor que pudo—. ¿Sería posible tomar algo?

— ¿Qué te apetece?

—Una cerveza estaría bien —murmuró distraído mientras buscaba los papeles que quería mostrar.

—No quedan. Sólo agua. Y del grifo.

—Y ¿por qué cojones me preguntas qué quiero, si sólo te queda agua del grifo?

—Soy una chica educada —le respondió levantando la cabeza. « ¡Gilipollas!»

—Está bien, lo que sea. Trae el agua.

—Puedes servírtela tú mismo. —Renesme no se movió ni un milímetro y remató diciendo—: Al fin y al cabo legalmente la mitad de la casa es tuya. Siéntete libre de hacer el gasto que quieras.

—Hay que joderse... —gruñó. Su hermana había dejado clara su postura y el porqué de mostrarse con recelo. Excelente. Ella se había divertido a su costa, así que ahora él iba a devolverle la pelota.

Tranquilamente, se dirigió hacia la cocina y, por si acaso, dejó correr el agua antes de llenar el vaso. Estuvo tentado de abrir el frigorífico, pero al final no lo hizo.

Cuando volvió al horripilante salón, la encontró recostada en el sillón «preferido de papá» con una pierna colgando sobre el reposabrazos, moviendo el pie distraídamente y apuntando con el mando a distancia mientras cambiaba de canal.

En resumen, la actitud propia, despreocupada e indiferente de la adolescencia.

Con la sed aplacada y con más ganas que nunca de acabar con todo, se dispuso a explicarle a su hermana el motivo de su visita.

—Verás, esta situación es tan desagradable para mí como para ti... —Ella ni apartó la vista del televisor—. He tenido que abandonar mi trabajo para solucionar esto —enfatizó sus palabras señalando los papeles—, así que vamos a hacerlo rápidamente. Yo me vuelvo a mi casa, tú sigues con tu vida y todos tan felices.

—Ajá —murmuró fingiendo estar absorta en la pantalla. «¡Será engreído!»

— ¿Podrías prestar un poco de atención?

—Soy menor de edad y por lo tanto no puedo firmar nada sin la supervisión de un adulto.

Tenía razón.

— ¿Cuándo vuelve tu tía?

—Hum, no lo sé. Depende.

— ¿De qué?

—No sé cuántos clientes tiene hoy, pero normalmente trabaja hasta tarde.

A Edward no le dio buena espina ese comentario.

—Está bien. Dame su número de móvil —pidió mostrándose paciente.

—No creo que te conteste —le dijo sin mirarlo.

— ¿Por qué?

—Cuando atiende a sus clientes no responde. Siempre me dice que, a no ser que sea de vital importancia, no la moleste.

—Joder... —Se pasó la mano por el pelo mientras pensaba una solución que no implicara soltar una sarta de improperios y discutir con la niñata—. Toma mi tarjeta. Que me llame nada más venir.

Renesme la cogió y la dejó caer en la mesa abarrotada de baratijas.

—Lo haré —prometió sin mucha convicción.

—Voy a registrarme al hotel. Intentaré estar de vuelta esta tarde y hablar con ella, ¿de acuerdo?

—Sí. Muy bien. Genial.

Edward salió de la casa sabiendo a ciencia cierta que su querida hermanita no iba a hacer nada de lo hablado.

Pero no podía hacer otra cosa. Si la mujer trabajaba (y a saber dónde, ya que el comentario de Renesme implicaba muchas posibilidades) no le quedaba otra alternativa.

La tía solterona tenía un empleo, curioso.

Pensando únicamente en la comodidad de una habitación de lujo, en un hotel de turismo recomendado por todas las guías turísticas, condujo por la carretera mal asfaltada hasta el centro de Cadaqués.

El pueblo tenía su encanto y, si acababa pronto su cometido, como era su intención, buscaría unas horas para visitarlo con detenimiento.

Antes de registrarse decidió que necesitaba algo refrescante, así que pasó por la cafetería y saboreó una buena cerveza fría.

Disfrutó de un ambiente elegante, un servicio impecable y un rato a solas para olvidarse de la maleducada que tenía por hermana.

Entonces, una vez más tranquilo, se acercó al mostrador de recepción para registrarse.

—No me lo puedo creer.

—Discúlpenos, señor Cullen. Ha debido de ser algún tipo de error informático o algún virus. El caso es que su reserva aparece cancelada. —La chica del mostrador le ofreció una sonrisa triste a modo de compensación.

— ¿Cómo es posible? —Mostró los resguardos que Jessica le imprimió—. Mi secretaria hizo la reserva por Internet la semana pasada y se cercioró llamándolos por teléfono. Ustedes no pusieron ninguna traba. —Se tragó un juramento.

—Nosotros tampoco nos lo explicamos, señor Cullen.

—Está bien. No importa. Deme otra habitación.

—Me temo que...

— ¿Qué pasa?

—Verá, estamos en agosto, temporada alta y... bueno, ya se imagina, tenemos todo ocupado.

— ¡Esto es increíble!

—Lo siento muchísimo, señor.

—Supongo que podrán alojarme en otro establecimiento del pueblo. —sugirió mostrándose más comprensivo de lo que debiera.

—Podemos intentarlo —dijo amablemente la recepcionista—. Si quiere, puede esperar en nuestro restaurante. En cuanto tengamos noticias se lo comunicaremos.

—Muy bien —respondió en tono seco.

Edward accedió. Por el momento comería y esperaría a tener un sitio donde pasar la noche. Después reclamaría convenientemente. No iba a pasar por alto ese ejemplo de incompetencia.

Sólo esperaba que no lo alojasen en una pensión de mala muerte.

Disfrutó de la comida, aunque no todo cuanto habría querido, ya que no quitaba ojo de la puerta por si aparecía la señorita con buenas noticias.

Comprobó la hora. Más de las cuatro de la tarde y sin saber dónde pasar la noche.

A las cinco y media, por fin se dignaron a informarlo.

Se podían haber ahorrado la información.

—No sabe cuánto lamentamos todo este malentendido. Hemos buscado pero no hay ninguna cama disponible. Ya sabe, las vacaciones...

—Ya veo. —No iba a perder ni un minuto más aguantando a esa panda de inútiles.

—Queremos que comprenda la situación, en ningún momento ha sido nuestra intención que usted se encontrara algo así.

—Ahórrese las disculpas —la interrumpió de forma tajante—. Está claro que no vamos a arreglar nada perdiendo aquí el tiempo. A estas horas es ya casi imposible encontrar algo disponible. Pienso poner, ahora mismo, la reclamación pertinente.

Dicho esto se dirigió al despacho del encargado, después pensó, no sin cierto reparo, que tendría que volver a cierto a la casa a pasar la noche.

Después de todo, la casa era mitad suya.

Capítulo 3: CAPÍTULO 3 Capítulo 5: CAPÍTULO 5

 


 


 
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