EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125763
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 3: CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

Si pensaba que las cosas iban hasta el momento más o menos bien... podía ir cambiando de opinión. Puede que su vuelo llegase sin contratiempos, que su maleta apareciera sin percances en la cinta transportadora, pero pedir que el coche de alquiler estuviera preparado cuando se acercó al mostrador... era pedir un imposible.

Jessica, la eficiente, le había reservado, junto con el billete y el alojamiento, un coche de alquiler. Por supuesto, nada de un utilitario, ni una berlina de gama media. Había solicitado expresamente un coche de gama alta, descapotable, completamente equipado, incluyendo GPS y, cómo no, automático.

Ya iba a ser complicado conducir por el otro lado, como para encima preocuparse por el cambio de marchas.

Pues resultaba que la señorita de la empresa de coches de alquiler, muy mona por cierto, de esas que hacen realidad el dicho de «rubia de bote, tonta de serie», no acertaba a explicar por qué su coche no estaba disponible.

Tras cuarenta y cinco minutos de infructuosa discusión con la rubia, apareció el encargado. Revisó los documentos de la reserva y se deshizo en disculpas por haberlo hecho esperar, así como por no tener su vehículo dispuesto, tal como se especificaba en el contrato de alquiler.

Al final consiguió que le trajeran un BMW 650, pero no en gris plata como él especificaba en la hoja de pedido. Tuvo que conformarse con uno de color rojo.

Si el coche ya de por sí llamaba la atención, en rojo iba a resultar del todo imposible pasar desapercibido.

Pero Edward no iba a conformarse con menos. Los años en que se resignaba con cualquier cosa que tuviera cuatro ruedas para desplazarse quedaban muy lejos. Además, tenía por delante unos doscientos kilómetros, así que viajar cómodamente no era ninguna petición extravagante.

Una vez programado el GPS, y dudando de que el maldito pueblucho apareciera registrado, salió del  aeropuerto del Prat guiado por la voz mecánica del navegador.

Mientras conducía, repasó mentalmente los pasos que debía seguir. Según sus cálculos, en tres días quedaría todo zanjado. Él regresaría tranquilamente a su casa con la conciencia más o menos tranquila (aunque tampoco estaba muy preocupado) y así podría olvidarse de una vez para siempre de que tenía familia.

Joder, qué ironía.

Ciento setenta y un  kilómetros más tarde, la vocecita le indicó que abandonara la autovía. Él no puso en duda la recomendación y pulsó el intermitente para entrar en una carretera secundaria bastante parcheada y con numerosas curvas.

No vio  ningún cartel indicando si la dirección era correcta, pero supuso que el sistema de navegación no iba a fallar.

Cuando la vocecita le indicó que había llegado a su destino, no se lo podía creer.

Un cartel, bastante nuevo, por cierto, indicaba que estaba en Cadaqués.

No obstante, aquello era como un decorado de película. De una película marinera, donde el tiempo se hubiera detenido claro.

Edward no era muy aficionado al mundo rural, pero lo que ocasionalmente  vio eran casas bajas, blancas y piedra, con bonitas callejuelas, con el mar al fondo. Todo muy de postal.

Unos golpes en la ventanilla lo sobresaltaron.

Se volvió y vio a un hombre mayor, con sombrero de paja y un palillo en la boca. Apoyado sobre la cachava, esperaba que le dijese algo.

Apretó el botón y bajó la ventanilla.

—Es usted forastero, ¿no?

A Edward le costó un poco entenderlo. Su español lo había aprendido en la facultad y practicado en los viajes que todo hijo de la Gran Bretaña hacía cuando iba a España: Ibiza y alrededores.

Decidió aprovechar las circunstancias para averiguar dónde se ubicaba la casa que buscaba.

—Si es tan amable... ¿Podría indicarme cuál es la casa de los Cullen?

— ¿La del inglés?

—Sí, ese mismo. —Menos mal, una buena noticia. No creía que en el pueblo hubiera una colonia británica instalada.

—La casa del inglés está al final del pueblo. Gire por esta calle y coja un camino a la derecha. Luego siga todo recto. Al final está la casa que busca.

—Gracias. —Por lo menos el anciano había sido amable.

— ¿Por qué busca la casa? —preguntó el hombre cuando intentaba subir la ventanilla.

—Es un asunto personal.

— ¿Es de la familia?

—No. Ahora, si me disculpa...

—Pues tiene un cierto parecido con el inglés.

«¡Joder con el anciano y sus dotes de observación!», maldijo en silencio. Debería haber preguntado con las gafas de sol puestas. A ese paso terminarían por reconocerlo.

—Le aseguro que no —mintió queriendo dar por zanjado el tema.

—No sé... en fin. ¿Cuánto tiempo va a quedarse?

—Sólo vengo de visita —le informó. No quería perder la paciencia—. Y voy mal de tiempo así que...

—Vaya joven, vaya —murmuró el anciano señalando el camino con el bastón.

Una vez a salvo del calor arrancó el coche y siguió las instrucciones.

 

 

CASA CARLISLE CULLEN

No tardó mucho en llegar hasta la casa. Buscó un espacio conveniente donde aparcar, aunque en realidad eso daba igual. Finalmente, optó por dejarlo a un lado de la valla metálica a medio pintar que rodeaba la propiedad.

Bajó del coche y gruñó al notar cómo picaba el sol. Añoró en el acto el aire acondicionado de su BMW.

Sacó del maletero su cartera con los documentos originales que el señor López le había dejado junto con los que él mismo había redactado minuciosamente, con el fin de quitarse de encima ese problema y volver a su rutina habitual.

No pasó por alto el estado de la vivienda, saltaba a la vista que estaba sin terminar. Lo que suponía que sería un jardín en la parte delantera estaba lleno de hierbajos, desnivelado y seco. La fachada principal de ladrillo se encontraba sin enfoscar, y en las ventanas se apreciaba la falta del remate que tapa la junta entre el marco y el muro, y lo mismo podría decirse de la puerta principal.

Bueno, para un amante del orden y las cosas bien hechas como él, resultaba todo un atentado además de contra la estética, contra toda lógica.

¿Cómo era posible vivir así día tras día?

—Me importa una mierda —dijo, cerrando el coche con el mando a distancia.

Por fortuna, la puertecita metálica que daba acceso a la casa no estaba cerrada con llave y pudo acceder fácilmente. Subió los tres escalones, en los que faltaba el alicatado, y llamó a la puerta con los nudillos ante la falta de timbre.

Se quitó las gafas de sol y maldijo otra vez el calor que le quemaba la espalda. No había quien aguantase ese calor.

Esperaba que hubiera alguien y poder entrar, sólo le faltaba tener que esperar a saber cuánto tiempo a que apareciera su hermanastra.

Tenía reserva en el Hotel Rocamar y, aunque la tentación de ir hacia allá, registrarse y darse una ducha era realmente atractiva, había preferido solucionar cuanto antes el espinoso tema de las presentaciones. Algo práctico, carente de sentimentalismos, para llegar en seguida a la parte realmente importante, es decir, salir cuanto antes de allí con los deberes hechos.

Volvió a llamar, por si acaso no lo habían oído la primera vez, impacientándose cada vez más.

¿Dónde se supone que se mete una tía solterona en un pueblo de pescadores a media mañana? De compras seguro que si, con la cantidad de turistas que parecía haber sueltos, igual estaba ligando.

Se movió a un lado para comprobar a través de la ventana si había alguien. Pero cuando estaba a punto de pegar la nariz al cristal se abrió la puerta principal, quedando como el mirón que no era.

Se incorporó y frente a la puerta observó a una quinceañera, vestida con pantalón vaquero cortado de cualquier manera, una camisera de Hello Kitty y el pelo castaño cobrizo, como el suyo, recogido en una coleta. Iba descalza y Edward se horrorizó aún más al ver las uñas de los pies pintadas cada una de un color.

—Ejem, ejem...

—Perdón, buenos días —dijo como un tonto. Estaba claro quién era la terrorista de la moda, pero quiso verificarlo de todos modos. Nunca se sabe—. Estoy buscando a Renesme Cullen.

La chica lo miró del mismo modo que él lo había hecho. Bueno, exactamente igual, no, fue más descarada. El mirón cotilla iba vestido con unos pantalones chinos color camel y una camisa azul claro. Vamos, como los típicos pijos; sólo le faltaba el jersey de rombos encima de los hombros. Todo era de marca. Hizo una mueca. ¿Qué estaría buscando Don Pijo? Al ver un destello rojo aparcado frente a la verja de casa cambió su expresión y se quedó con la vista fija.

Él se dio cuenta y giró la cabeza. Iba a llamar la atención donde quiera que fuese.

La chica pareció recuperarse y volvió a su pose descarada, con una mano en la cadera y sin tener la cortesía de apartarse para dejar que el visitante se pusiera debajo del tejadillo que protegía la puerta principal, donde daba la sombra. Finalmente le preguntó:

— ¿Por qué la buscas?

Ante el tono marcadamente chulesco, Edward entrecerró los ojos. Vaya educación tenía la chica. Bueno, eso no era asunto suyo.

Se fijó en los rasgos de la adolescente, lo cierto es que no guardaban mucho parecido. Sin embargo, al mirarla a los ojos salió completamente de dudas. Tenía la misma mirada que el viejo: ojos claros y expresión serena.

—Dejémonos de tonterías, ¿de acuerdo?

Ella entrecerró los ojos, ese acento...

—Muy bien, yo soy Renesme. ¿Qué quieres? —le respondió en el mismo tonito y actitud bravucona.

Él había pensado en decir unas palabras, algo para ir preparando el terreno y no soltar a bocajarro quién era. Quizá sería demasiada mierda sentimentaloide, pero podría funcionar. Los reencuentros en las películas y en los realities eran así. Primero desconcierto, luego sonrisa, unas pocas lágrimas, abrazos efusivos y todo resuelto.

Edward actuó en consecuencia:

—Soy tu hermano.

Capítulo 2: CAPÍTULO 2 Capítulo 4: CAPÍTULO 4

 


 


 
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