EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125730
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El affaire Cullen

No me mires así

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Capítulo 11: CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 11

Por una vez, y sin que sirviera de precedente, ella aceptó la sugerencia de ir a una cafetería, en concreto, a la misma en la que últimamente pasaba casi tantas horas como en la casa.

Él dejó las bolsas de cualquier manera en una silla libre y acto seguido apareció la camarera preguntándole si quería lo mismo de todos los días.

Bella arqueó una ceja pero se cuidó de expresar su opinión e indicó a la chica qué quería tomar.

Una vez servidos y, como tampoco tenían nada de que hablar, se dedicaron a observar a la gente que pasaba.

Algunos la saludaban y la miraban con cara de curiosidad al verla sentada con él. El rumor que corría por el pueblo hacía que muchos sacaran conclusiones erróneas por el simple hecho de estar juntos en una terraza.

Pero no todos iban a conformarse con mirar y especular.

—Vaya, vaya, la parejita feliz.

Bella, que lo había visto venir, ni se inmutó ante la aparición de su ex.

—Buenos días, Jacob. ¿Te apetece tomar algo? —Le indicó la silla libre, sabiendo de antemano que no era tan tonto como para aceptar. ¿O sí?

—Lo que dicen de ti es cierto, ¿verdad? Estás con él. —Señaló a su acompañante como si fuera un escarabajo pelotero destrozando un patatal.

—Eso es evidente —replicó ella—. ¿De verdad que con este calor no te apetece nada? —le preguntó ella de nuevo mientras bebía su granizado de limón presionando la pajita con los labios de una forma poco convencional.

Tan poco convencional que cierto inglés que hasta ahora no había abierto la boca se removió en su asiento.

—Qué poco has tardado en liarte con éste.

El aludido se limpió tranquilamente con una servilleta y cogió la carta de helados, no tenía intención de pedir ninguno, pero así tenía algo entre las manos para distraerse.

— ¿Y?

Edward tosió. ¿De qué iba ésta ahora?

—Debería haberlo adivinado y no perder el tiempo contigo. —Jacob utilizó un tono claramente recriminatorio—. Según dicen... no es el único.

— ¿Y?

— ¿No lo niegas?

— ¿El qué?

—Hacía tiempo que no escuchaba una conversación tan aburrida. Si queréis os dejo solos —interrumpió Edward molesto.

—Tú te callas. Esto es entre ella y yo, ¿entendido?

—El que te vas a callar eres tú. Además deberías prestar más atención a Leah, se está poniendo nerviosa, se nota desde aquí. No la hagas esperar. —Bella señaló a la chica, que esperaba impaciente y muy atenta desde la puerta de la cafetería.

—No te metas con ella. Por lo menos no me la lía en cuanto le doy la espalda, como has hecho tú. No me extraña que tantos clientes pidan hora contigo en el salón.

—Soy una buena profesional —se defendió ella, manteniendo la calma—. Y no voy contando las intimidades de la gente al primero que pasa. —No estaba de más devolver la pelota. Aunque, bien pensado, era hombre, así que seguramente no pillaría el reproche que escondían sus palabras.

—No lo dudo—aseveró con segundas—. Sé lo buena que puedes llegar a ser con las manos.

Edward sacó la cartera, pagó la cuenta y se levantó.

—Me voy. Tú verás cómo quieres volver a casa —dijo a Bella como si le importara un carajo.

—No, tranquilo, inglés, el que se marcha soy yo. Toda para ti.

—Gilipollas —murmuró ella cuando su ex se dio la vuelta y se encaminó hacia Leah.

—No podría estar más de acuerdo —aseveró, sentándose de nuevo.

—Me refería a ti —mintió ella. Pero es que estaba molesta, al menos podía haberse mostrado un poco más colaborador, ¿no?

—No entiendo cómo has estado con él. No te respeta, te pone los cuernos con tu mejor amiga y encima te llama poco menos que guarra.

—No es asunto tuyo —espetó mosqueada.

—Pues no, la verdad, pero es que tu ex, el Pichurri, tiene un morro que se lo pisa.

—Y ¿tú cómo sabes...?

—Es uno de esos imbéciles a los que les gusta pavonearse delante de todo el gallinero para que lo vean. Hay que ser tonto de remate... Si le pones los cuernos a una mujer, cállate y así, aparte de conservar a las dos, podrás evitar que te abran la cabeza en un ataque de celos.

—Interesante teoría —murmuró todavía enfurruñada.

—Igual que la tuya.

— ¿La mía?

—Sí, esa del coche bajabragas.

—Para que lo sepas, es cien por cien fiable. Te lo digo yo.

— ¿Con cuántos tipos has tenido que salir para establecer tu teoría? —preguntó él. Utilizar el verbo «salir» era una forma de camuflar la verdadera cuestión: «¿Con cuántos has follado?».

—Los suficientes —respondió rápidamente picada en su orgullo. ¿Qué estaba insinuando? ¿Que era poco menos que una cateta que sólo había tenido un novio? Aunque fuera cierto él no podía saberlo, además, ¿importaba acaso?

—Me alegro por ti —replicó él importándole bien poco con cuántos se había acostado la tía ligerita de cascos. Lo que lo jodía era que lo metiese a él en esa categoría de los bajabragas.

Ella acabó su bebida y preguntó:

— ¿Te soportas a ti mismo?

— ¿Perdón?

—Eres lo más pedante que he conocido, estirado e insoportable. Te comportas con un aire de superioridad insufrible y, además, eres un esnob de manual.

—Vamos a llevarnos bien, ¿de acuerdo? Yo no opino sobre tu curiosa forma de vestir, ni sobre lo que haces para ganarte la vida, y tú te abstienes de expresar en voz alta tus comentarios sobre mi persona. Y, en todo caso, viniendo de ti, los consideraré un elogio.

—Oye, pedante presumido y relamido, me gano la vida honradamente en un salón de belleza y visto como quiero. Estoy segura de que eres tan estirado que tienes una chacha que te plancha y almidona los calzoncillos para ir bien tieso por el mundo, pero olvídate de mí, ¿me entiendes?

— ¿En un salón de belleza? —preguntó él, pasando por alto la sarta de estupideces que acababa de escuchar.

—Pues sí.

—Pero si en el pueblo no hay ninguno. Por no haber, no hay ni un bar decente.

— ¿Me lo dices o me lo cuentas? —le espetó con chulería.

— ¿Entonces...?

—Aquí, trabajo aquí, en Figueres —le respondió en tono de burla.

— ¿Y cómo...? Quiero decir, no tienes coche, ¿vienen a buscarte todos los días?

—Pero ¿qué bobadas dices? Anda, levanta, que el sol te está destrozando la neurona que te queda. —Negó con la cabeza. ¡Qué tío más tonto!—. ¿Para qué te crees que es la motocicleta que hay en casa? ¿Para preparar el Tour o qué?

— ¿Vas todos los días a trabajar... en motocicleta?

—Sí, ¿y?

—Joder, no me extraña que... —«... tengas esas piernas tan impresionantes.» Tuvo la sensatez de callarse a tiempo.

—No te extraña, ¿qué? —le preguntó molesta.

—Que algunos días llegues cansada.

Ella arqueó una ceja ante el repentino cambio de tono. Aquel hombre era, además de lo expuesto anteriormente, bastante desconcertante.

Prefirió no pensar más en el asunto, miró la hora y dijo:

—Espero que Renesme aparezca pronto. Es tarde y tengo que hacer la comida.

—Ya sabes cómo son las adolescentes, estarán contándose secretitos y esas cosas.

—O intentando que el chico que le gusta hable con ella y la invite a salir. ¿Secretitos? Eres un cursi de cuidado —lo acusó y era evidente que se reía de él—. Nadie habla así, ¡por favor! ¿Cuántos años dices que tienes?

Edward, que no iba a dejar pasar por alto más críticas, se puso las gafas de sol, más que nada para observarla tranquilamente sin ser a su vez observado, se cruzó de brazos y dijo:

—Entonces, si no están con secretitos... —utilizó ese tonito de abogado profesional que tantos éxitos le había dado—. ¿Qué está haciendo? —Y antes de que ella respondiera remató—: ¿Recoger el testigo?

Ella sonrió de forma provocadora desluciendo un poco su fugaz victoria verbal, se inclinó hacia adelante y lo dejó a cuadros.

—Por supuesto.

Él, que esperaba una defensa a ultranza, o que se mostrara ofendida por lo que había insinuado, no tuvo más remedio que cerrar el pico.

Le gustase o no, su hermana vivía con ella y, si quería resolver sus asuntos y no saber nada más de la vida de ambas, mejor no preguntar más sobre sus costumbres.

Capítulo 10: CAPÍTULO 10 Capítulo 12: CAPÍTULO 12

 


 


 
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