EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125743
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 2: CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2

La cosa se complicaba por momentos. Y no porque fueran tres a repartir, eso le traía al fresco, sino porque se estaba temiendo lo peor.

Su viejo, en ese tardío afán por compensarle una infancia y adolescencia trágicas, quería que aceptara un dinero que ni necesitaba ni deseaba.

—Arregle lo que tenga que arreglar. Renuncio a cualquier cosa que me haya legado. —Y añadió petulante—: Ni lo quiero ni lo necesito.

—Me temo que no es tan sencillo.

—Estoy seguro de que mi hermana y esa tal Isabella estarán muy contentas al saber que todo es para ellas. Yo mismo prepararé los documentos para hacer efectiva mi renuncia. Déjeme su dirección y se los enviaré lo antes posible —le explicó, pensando en trabajar todo el fin de semana para que el lunes a primera hora salieran por mensajería urgente.

—No es posible tal circunstancia.

— ¿Cómo que no? —preguntó arrogante. Se puso en pie, cansado de aparentar una calma que no sentía y dispuesto a acabar con aquella conversación lo antes posible—. Ambos sabemos que no estoy obligado a aceptar una herencia.

—Eso es cierto, pero me temo que hay otro punto que se debe tener en cuenta.

— ¿Cuál?

—Es usted, por designio de su padre, el tutor legal de Renesme hasta que su hermana alcance la mayoría de edad.

— ¡¿Qué?!

—Así está estipulado en el testamento. —Le tendió los papeles—. Hasta que no haga acto de presencia ante el notario, ella no podrá tocar ni un solo euro del capital, ni poner la vivienda a su nombre. Nada. Depende por completo de usted.

— ¡Joder!

—Tiene que reunirse con el notario ante el que Carlisle firmó su testamento. Si desea renunciar a su parte legítima, está usted en su derecho, pero antes deberá solucionar el asunto de la tutoría.

Edward se pasó la mano por el pelo dos veces. Dio la espalda al señor López, no quería que éste viera la expresión de mala hostia que tenía.

¡Joder y mil veces joder!

¿Cómo era posible que el viejo le volviera a amargar la vida?

Por lo visto, el muy cabrón lo había hecho de primera. Ahora estaba obligado a manejar el asunto y viajar a ese puto pueblo perdido de la mano de Dios para quitarse el problema de encima.

Entonces cayó en la cuenta de algo muy importante.

— ¿No pretendería el viejo que me trajera a Renesme a vivir conmigo?

—No, si ella no lo desea.

—Es menor de edad, no puede vivir sola. —No era sincera preocupación por lo que pudiera ocurrirle a su hermanastra, sino por las implicaciones legales que tendría él como responsable.

—Vive con su tía.

—Y ¿por qué cojones no es ella la tutora legal?

Manuel se encogió de hombros.

—Ella se encargó de cuidar a su hermana durante los meses que estuvo enferma.

— ¡Un momento! ¿Qué hermana?

—Si me hubiese dejado... En fin. Eran hermanas. Cuando la madre de Renesme enfermó, Isabella se trasladó al pueblo para cuidarla y ayudar a su padre. Después siguió viviendo con ellos hasta el fallecimiento de Carlisle, y ahora se ocupa de su hermana hasta que usted decida qué hacer.

— ¡No me lo puedo creer! —exclamó Edward, cada vez más mosqueado.

—Isabella es una buena chica pero... después de todo lo que ha hecho por su padre y por su familia, se merece un descanso.

«La jodida buena samaritana», pensó Edward. Una tía solterona, jugando a los médicos y que al final tiene su recompensa.

— ¿No me ha dicho que también tiene derecho a una parte?

—Es lo justo.

—Pues que lo considere el pago por sus servicios. Además, puede seguir ocupándose de su sobrina como hasta ahora.

—Eso no sería justo, ella es...

— ¡Me da exactamente igual!

—Como quiera, pero antes tendrá que personarse y realizar los trámites burocráticos precisos para dejar las cosas solucionadas —contestó Manuel, visiblemente de mal humor.

—Tengo que organizar el viaje. ¿No pretenderá que mañana coja un avión y deje todo plantado?

—Lo entiendo. Aquí tiene una copia del testamento, para que lo estudie convenientemente. También incluye el certificado de defunción de su padre y otros documentos relevantes.

—Lo estudiaré, no lo dude —dijo de malos modos.

—Bien. Le dejo mi tarjeta, llámeme si necesita cualquier aclaración. —El abogado español se puso en pie y le tendió la mano—. Le ruego que recapacite. Todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad.

¿Recapacitar? ¡Y un cuerno!

—El lunes tendrá noticias mías. En cuanto mi secretaria organice mis compromisos, le comunicaré qué día llegaré.

—Muy bien. Buenas tardes.

Edward hizo un gesto para despedirlo y se dejó caer en su sillón. No podía dar crédito a lo que se le venía encima.

Pero negarlo no conducía a ninguna parte. Los documentos estaban allí, en su mesa, riéndose de él.

El señor López no iba a ser tan estúpido como para incluir algún documento que no fuera estrictamente legal, de eso estaba seguro. Así que no podía dudar de ninguna de sus palabras. Por muy jodidas que éstas fueran.

— ¿Señor Cullen?

¡La que faltaba! Su secretaria era tan malditamente eficiente que a veces lo sacaba de quicio. Como trabajadora no tenía ni una sola queja de ella, pero lo cierto es que en algunas ocasiones habría preferido que metiera la pata. Nadie puede ser tan perfecto.

Él intuía que esa dedicación a su trabajo iba más allá del mero papel de empleada modelo. No era tonto. Y Rose, su socia (ahora ex socia) se lo había comentado. Jessica estaba colada por él. De ahí que a él lo tratase como a un marqués y a Rose como a una cualquiera.

— ¿Qué haces todavía en el bufete? —le preguntó con más brusquedad de la necesaria.

—Pensé que... bueno... quizá me necesitaba para algo.

—No, gracias, Jessica. Ya puedes irte. Yo me encargo de cerrar.

Cuando oyó el suave clic del pestillo de la cerradura principal pudo relajarse. Mandó a paseo la asfixiante corbata de diseño, fue al mueble bar y buscó algo de alcohol. No era su estilo, pero si bebía una copa no era más que por el simple hecho de disfrutar de una bebida de exquisita elaboración. Con todo, en aquella ocasión, la calidad del licor no iba a ser tenida en cuenta.

Hacía años que no pillaba una borrachera. Desde la universidad, para ser exactos. En aquella época, las fiestas a las que podía permitirse ir, cuando tenía un hueco entre el trabajo y los estudios, eran meras excusas etílicas para desmadrarse y follar sin mucha conversación previa.

Aquellos días de locura, de cansancio y de horas robadas al sueño habían quedado muy atrás. Días en los que no había horas suficientes para poder realizar todo lo previsto. Jornadas en las que salía de lavar platos para ir corriendo a clase y aguantar de mala manera la tentación de dormir. Interminables noches repasando temarios una y otra vez, mientras muchos de sus compañeros de la residencia de estudiantes se marchaban de juerga. Él no tenía un papá que aflojara las mensualidades.

Ahora estaba donde siempre quiso estar: tenía una buena reputación y el riñón bien cubierto. Pese a haberse quedado recientemente compuesto y sin novia...

Tampoco estaba tan afectado como cabría esperar. Al fin y al cabo, de haberse llegado a celebrar la boda con su ex socia, entonces sí se habría sorprendido.

En el fondo sabía que el compromiso era simplemente una buena excusa para hacer la pelota a su jefe, ya retirado, por darle la oportunidad de su vida al ficharlo para trabajar en el bufete.

El problema no era que la mujer en cuestión fuese desagradable a la vista, o rematadamente idiota. No, el problema era que tanto él como ella sólo se respetaban, ni siquiera había un mínimo de cariño.

Habían estado un año juntos, un año en el que incluso consiguió llevársela a la cama, pero había resultado una decepción tal que hasta él mismo buscaba excusas para no cumplir. Y cuando ya no podía espaciar más el encuentro, la faena acababa convirtiéndose en algo mediocre y deprimente. Ella no era lo que se dice muy fogosa, y él se reprimía pensando que había ciertas cosas que no se debían hacer con la futura esposa.

Ella callaba y él... tres cuartos de lo mismo. Los dos fingían.

Lo curioso del caso es que ella, la recatada, la mujer más fría del planeta, había acabado por ligarse a un ex futbolista famoso Emmett McCarty, conocido, entre otras cosas, por sus capacidades amatorias aireadas en la prensa.

Cómo había sido eso posible era algo que quedaba fuera de su capacidad de razonamiento.

Ver para creer.

Pero lo que le dolía de esa ruptura no era quedarse sin novia, o decepcionar a su antiguo mentor, sino la cagada monumental que tuvo con uno de sus últimos casos. Por defender al más impresentable de los delincuentes por dinero, había puesto en peligro la vida de su socia.

Y ella, aunque no se lo recriminó jamás, parecía haber pasado página.

El problema viene cuando no te perdonas a ti mismo.

Acabó su whisky, cogió la corbata, se la guardó en el bolsillo de la chaqueta y, tras recoger los documentos que le estaban jodiendo la vida, abandonó su despacho.

En casa no lo esperaba nadie, pero al menos podía tumbarse en el sofá sin quitarse los zapatos y no preocuparse por mantener una imagen.

Capítulo 1: CAPÍTULO 1 Capítulo 3: CAPÍTULO 3

 


 


 
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