EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125740
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

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El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 23: CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 23

Edward se quedó en el sofá completamente desmadejado, cansado. Estiró un brazo para coger el mando a distancia y apagó el televisor.

Entonces, de forma mecánica, recogió su ropa arrugada, ya que no pensaba ni por un segundo dejar pistas para que el enemigo, es decir, su hermana, le tocara la moral por la mañana. Ya de paso, agarró el envase del helado y lo llevó a la cocina. Ahora sabía cuál era el sabor que había compartido.

Tres chocolates. «Bien, apuntado queda», pensó.

Mientras subía la escalera, sin preocuparse por su desnudez, escuchó el ruido del cuarto de baño. Una oferta tentadora... Fue un instante a su alcoba, cogió ropa limpia y se coló en el aseo.

— ¿Qué demonios haces? —preguntó ella, molesta al darse la vuelta dentro de la ducha y ser consciente de que había espías en la casa.

—Esperar mi turno —respondió con cinismo.

—Ya... claro. Y ¿no será que eres un mirón de mucho cuidado?

Él tardó unos odiosos segundos en contestar.

—Puede ser, pero... —Caminó hasta detenerse junto a la mampara de la ducha— .... ¿Por qué no pruebas a ver el lado positivo? —murmuró de forma seductora.

—Sorpréndeme —le pidió en un tono marcadamente escéptico.

—Hazme sitio. —Sin pedir permiso la empujó y se coló dentro.

El plato de ducha no era lo que se dice muy grande, así que compartir espacio, es decir, apretarse el uno contra el otro, era la única forma de hacerlo.

— ¡Eh!

—Decirte que puedo frotarte la espalda es algo tan manido y absurdo... —alegó él como si estuviera haciéndole un gran favor—. Pero si insistes...

Como excusa era ridícula, ambos lo sabían, pero no dijeron nada. Edward alargó la mano y cogió el frasco del gel, vertió un poco en su mano y lo olió.

— ¿Chocolate? —Volvió a inspeccionarlo por si sus facultades olfativas le estaban fallando—. ¿Es alguna especie de fijación?

—Ya que no puedo comer todo el que quisiera, por lo menos disfruto embadurnándome con él. No tiene calorías que van directas a mi culo...

Como era de esperar, él dirigió su mirada a ese punto de su anatomía.

—Tienes un trasero aceptable —dijo en tono desapasionado.

¿Aceptable? ¿Aceptable? Ese tío, cuando quería, es decir, casi siempre, era repelente. Cualquier otro hubiera aprovechado para lanzar un comentario más cercano al piropo, mintiendo si fuera preciso, pero él no, maldita sea. Y encima estaba con ella, bajo el agua, enjabonándola.

Quizá debería ir pidiendo hora en un psiquiatra para hacérselo mirar.

—Pero con infinitas posibilidades —añadió en voz baja, junto a su oído, haciendo que sus intenciones de psicoanálisis se fueran por el retrete.

Él se rió entre dientes y comenzó a extender el gel por sus hombros, sin mucha delicadeza, la verdad. Después se echó otro poco en las manos para enjabonarse él mismo.

Ella lo miró por encima del hombro y, puesto que iba ser una ducha sin más consecuencias, se aclaró el pelo. Una vez hubo acabado la tarea, le pidió que se apartara para salir en busca de una toalla.

—Déjame pasar.

—Ni hablar. Ahora que estamos limpios... podemos jugar un rato, ¿no te parece?

—No, es tarde, estoy cansada y quiero dormir —mintió ella por triplicado.

Y él debió de darse cuenta de la mentira ya que la rodeó con los brazos y la pegó a su cuerpo.

—Creo que aún puedes hacer un esfuerzo —susurró él, pegándose todo lo que pudo a su cuerpo—. Y así podrás dormir mucho mejor.

Ese tipo, en su faceta de seductor, era tan peligroso como en su faceta de tocapelotas; pero saberlo no ayudaba a resistirse.

Ella se dejó llevar. ¿Para qué negar que el contacto resultaba cuando menos agradable? Entonces, le permitió jugar con sus manos, cosa que hizo de manera bastante creativa, la verdad. Lo cual era de agradecer: un hombre que sabía hacer algo más que un simple magreo. Lástima que una vez vestido fuera insoportable.

Edward, aprovechando el espacio reducido, la aparente conformidad de ella y que la humedad y el jabón facilitaran la tarea dejó que sus manos vagasen libremente por el cuerpo de ella, sin prisas, de forma aparentemente inocente y evitando deliberadamente las zonas más recurrentes para cualquier hombre. Ya no era un saco de hormonas revueltas dispuesto a avasallar a toda fémina que se pusiera por delante.

Buscaba algo más... elaborado, más gratificante y, aunque aparentemente simple; un masaje resultaba de lo más excitante, a la par que efectivo, pues ella no dejaba de emitir esos sonidos característicos de aprobación. Incluso se estaba reclinando en él, dándole aún mayor acceso. Pero, como perro viejo que era, no iba a tocarla donde ella quería, sus manos acariciaban la suave piel del estómago, pero cuando caía en la tentación de rozar su pubis inmediatamente corregía la trayectoria, ascendiendo por los costados y apenas rozando con las yemas de los dedos sus pechos.

Una y otra vez, de forma desquiciante y enloquecedora.

Isabella empezaba a desesperarse. ¿A qué venía tanta demora? ¿Qué pretendía? ¿Acabar con el agua caliente? Su piel, hipersensibilizada, reclamaba algo más de acción. Bien podía pincharlo un poco para que él cambiase el ritmo, pero, la verdad, a esas horas no estaba por la labor de entrar en debates dialécticos. Y, siendo objetiva, era de agradecer que un hombre tuviera tanta paciencia y le prestara tales atenciones; otros a eso lo hubieran llamado directamente pérdida de tiempo.

Pero, como él la consideraba una mujer experimentada, no podía permanecer impasible, así que movió su mano hacia atrás buscando esa erección que se pegaba a su trasero.

Él dio un respingo por la brusquedad, pero no se apartó.

Al acariciarlo le vino un pensamiento a la cabeza: quizá debería replantearse la duración y calidad de los hombres mayores respecto al sexo. O, simple y llanamente, que había topado con uno especialmente resistente.

Se inclinaba más por la primera opción. Porque, independientemente de la duración, debía considerar otra variable: la calidad.

Recordó un viejo refrán muy apropiado para esa situación: más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Todas sus elucubraciones la estaban distrayendo, así que apartó de su cabeza todo cuanto no fuera imprescindible para disfrutar. Únicamente se estaban tocando, tanteando, provocando, sin saber hasta dónde iban a llegar, pues tras la escena del sofá no necesariamente iban a acabar follando como locos. Aunque tampoco sería un mal fin de fiesta.

—Supongo que no tendrás condones a mano —murmuró él en su oreja con voz ronca y ella negó con la cabeza—. Entiendo.... —Puso fin a su autoimpuesta censura de sólo toques suaves para bajar una mano hasta su coño y separar sus pliegues— ...Tendremos que apañarnos de forma manual.

—No es el momento de hacer chistes —respondió ella pero sus palabras distaban mucho de ser una crítica.

Él sonrió contra su cuello y arqueándose un poco, para dejarle espacio sin soltarla, comenzó a masturbarla, de forma bastante efectiva, pues ella respondía no sólo con ruiditos propios de la excitación sino también con su mano, que se movía por su polla cada vez con mayor precisión. Y no sólo se limitaba a su pene, buscaba además sus testículos, acariciándolos adecuadamente.

Joder, daba gusto estar con una mujer que sabía lo que hacía. Aguantar sus salidas de tono y su cuestionable gusto en el vestir era un pequeño peaje dispuesto a pagar con tal de pasar un verano entretenido.

De repente le vino a la cabeza otra idea: ¿cómo sería tenerla, no en esa minúscula ducha, sino en su cabina de hidromasaje con chorros de agua apuntando a casi todas las partes del cuerpo? Inspiró profundamente. Si en la versión económica resultaba increíble...

Porque Isabella no se conformaba con ese odioso e irritante movimiento arriba y abajo que tantas mujeres aplican como si eso resultase placentero. Ella no se limitaba a estrujarlo: su mano abarcaba el entorno, alternando presión y roces, haciendo que sus terminaciones nerviosas se activaran por completo. Estaba a punto de correrse.

Y, teniendo en cuenta los antecedentes de aquella noche, era justo pensar que tenía entre sus brazos a una mujer conocedora del cuerpo masculino.

En esa posición estaba haciendo cuanto podía, no era fácil masturbarlo, concentrarse en el propio placer y mantenerse vertical dentro de una ducha de proporciones mínimas, pero lo estaba consiguiendo. Edward no era uno de esos tipos que te penetran creyendo que con meter algo una sube al cielo. Rozaba su clítoris, a veces como de pasada, provocándola, ansiando el próximo contacto, desconociendo si sería tan leve o, por el contrario, contundente.

—Es una pena que seas tan desorganizada y no tengas condones en el cuarto de baño como todo el mundo —gruñó en su oreja.

—Cállate, no lo estropees.

—Follarte bajo el agua tiene que ser la hostia.

—Por supuesto —convino ella con la respiración agitada que anunciaba su inminente orgasmo.

—Pero, por tu culpa... —Ella movió la mano que agarraba su polla de modo poco recomendable—. ¡Joder!

— ¿Decías?

Edward no podía, o no debía, añadir nada, así que se limitó a lo verdaderamente importante en aquel momento.

Iba a correrse de una manera un tanto extraña, poco convencional; quizá el entorno o la situación ayudaban a su libido de una forma hasta ahora desconocida, porque no aguantó más.

En medio de ese estado casi febril al que ella lo había conducido, movió sus manos con más ímpetu, acariciándola donde sabía que necesitaba para que alcanzara el clímax.

Supo el instante exacto en el que ella se corrió al sentir cómo dejaba de sujetarlo por la muñeca.

La sostuvo sin decir nada y, del mismo modo, estiró el brazo libre y consiguió cerrar el grifo, no sin ciertos malabarismos.

Isabella estropeó su euforia poscoital separándose de él sin muchos miramientos. Cada vez estaba más confundida y cabreada consigo misma. Seguía sin entender cómo era posible sucumbir una y otra vez. Cómo podía disfrutar del sexo con un tipo al que no soportaba.

Como deseaba dormir tranquila, lo mejor era aparcar la mala leche, así que agarró una toalla, se envolvió en ella y huyó a su dormitorio.

—Buenas noches, guapa, y gracias por todo —gritó él con evidente recochineo.

Sin preocuparse por recoger el cuarto de baño (ya lo haría ella al día siguiente), se puso unos bóxers limpios y se fue a dormir.

A pesar del calor presentía que iba a caer rendido nada más acostarse.

Capítulo 22: CAPÍTULO 22 Capítulo 24: CAPÍTULO 24

 


 


 
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