EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125734
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

Mis otras historias:

El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 40: CAPÍTULO 40

CAPÍTULO 40

Unos recados, unos recados...

Bella no dejaba de quejarse, en silencio, de haber cedido, otra vez, y acompañarlo.

A veces, una necesita un poco más de fuerza de voluntad. Pero, por desgracia, en la farmacia no dispensaban pastillas para incrementarla.

Ahora, sentada en el coche, regresaban por la carretera comarcal. En aquellos instantes sólo podía pensar en pillar la cama. Dudaba si tendría fuerzas para ducharse antes, pese a tener los pies molidos.

¡Vaya tardecita! Los recados consistieron en visitar todo lo culturalmente interesante que existía en cincuenta kilómetros a la redonda. Y ella, que disfrutaba como la que más, sólo pudo pensar que no llevaba calzado adecuado. Las malditas zapatillas de cuña roja, tan monas, no eran lo más apropiado para andar por las calles de Ampurias o sus ruinas arqueológicas.

Pero, a pesar de las dificultades logísticas, había terminado por disfrutar de la tarde. Acompañada por él había redescubierto muchas cosas. Edward se interesaba por todo y, aunque pareciera extraño, se había comportado de forma correcta, ni una insinuación, ni un toque provocador, nada.

No sabía si estar decepcionada o no. Después del interludio de la cocina era de esperar. Pero no. Edward, de vez en cuando, sabía comportarse.

Y encima iba guapísimo, maldita sea. Cada vez que lo miraba, disimuladamente, con esas gafas de sol, esa camisa blanca... lo encontraba más atractivo.

Hubo momentos que hasta parecía otro, más relajado, no tan estirado; en definitiva, resultaba una agradable compañía.

—Te has pasado el cruce para ir a Cadaqués.

— ¿No me digas...?

—Oye, es tarde, tengo hambre y los pies hechos polvo. Te agradezco la tarde que hemos pasado, pero me muero por pillar la cama.

—Me has leído el pensamiento.

Bella se enderezó en el asiento cuando lo vio entrar en Sagaró y dirigirse hacia el Hotel La Gavina.

 

 

 

—Te he dicho que...

—Calla un poco.

Ella refunfuñó. ¿Qué se había creído?

— ¿A que no sabes por qué el hotel es un conjunto arquitectónico de singular historia y belleza, al más puro estilo mediterráneo, que se alza sobre la línea de costa en un enclave especialmente exclusivo, mirando directamente al mar? —Iba listo si pensaba que se quedaría callada.

Edward arqueó una ceja, eso sí que era un sutil cambio de tema.

—Soy todo oído.

—Según cuenta la leyenda, desde los primeros bocetos realizados por el arquitecto novecentista, Rafael Masó, se aprecia una clara simplificación de su discurso que, después de un brillante pasado modernista, adopta sin reservas la ideología y la manera de hacer novecentista, de la que será un brillante exponente. Sin embargo, dicho estilo arquitectónico fundamental se conjuga con la aparición de otros ingredientes estilísticos que proporcionan al conjunto un elegante equilibrio.

 

— ¿Y? —preguntó él interesado. Escuchar a Bella dar una lección de historia con su particular gracia resultaba mucho más entretenido que leerse una guía para turistas.

—Pues que, como era de esperar, se le concedió el deseo. Equilibrio.

—No veo nada extraño.

—No he terminado la historia.

—No lo entiendo.

—Pues resulta que hay Tapices Flamencos, una espléndida Colección de Bargueños del s. XVII, tallas románicas, muebles de estilo francés del s. XVII, lámparas de Murano y Jarrones de Sèvres del s. XVIII.

—Joder, menuda descripción de sus valores.

Edward aparcó en la zona reservada a los clientes del Hotel y paró el motor. Se bajó del coche, y, como era de esperar, ella no se movió. Abrió la puerta del copiloto y con un gesto rimbombante le indicó que moviera el culo.

Ella se cruzó de brazos y miró al frente.

Él se agachó y le puso los zapatos.

Ella no le facilitó las cosas.

—Deja de perder el tiempo. Levántate.

Tiró de ella y cerró suavemente la puerta. Con ella a remolque abrió el maletero y sacó su trolley. Pulsó el mando y se encaminó hacia la entrada.

—Oye, no corras tanto —se quejó ella intentando no caerse de culo al intentar mantener el equilibrio sobre ese maldito suelo.

Él no hizo caso a su protesta y atravesó las puertas hasta detenerse junto a la recepción.

 

 

La escuchó resoplar y después se apoyó en el mostrador junto a él. Inmediatamente un empleado se acercó.

—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarlos?

—Soy Edward Cullen, tengo una reserva para...

—Ah, sí, señor Cullen.

Bella observó la arrogancia con la que se presentaba y la inmediata aceptación del empleado. Claro que para eso le pagan, se recordó con cierta dosis de cinismo.

Y a todo esto... ¿Qué pintaba ella allí?

Cuando aún no se había respondido, él tiró de nuevo de ella y no paró hasta llegar a la puerta de la habitación.

 

 

 

—Vale, como bromita de mal gusto ya ha durado bastante.

— ¿De qué hablas? —preguntó él distraído mientras colocaba la maleta sobre la banqueta destinada a ello. Empezó a sacar cosas y a desperdigarlas por la cama—. Arréglate, tenemos reserva para cenar.

— ¡¿Qué?!

—Toma, te he traído tu bolsa de aseo. Supongo que podrás apañártelas, no sabía muy bien qué iba a hacerte falta.

— ¿A cenar?

—Sí, eso he dicho. Y empieza ya, las mujeres tardáis una eternidad en el baño.

—Pero ¿tú estás bien de la cabeza? A cenar, dice, ¿con estas pintas? —Señaló su cómoda pero inadecuada falda vaquera. Se sentía como Julia Roberts en Pretty Woman al entrar en un hotel de lujo. Salvando las distancias, claro está.

—Ponte esto. —Sacó de su maleta un vestido que la dejó con la boca abierta, y no sólo porque fuera precioso sino porque ella le había echado el ojo, pero por cuestiones monetarias no lo había comprado.

Ella lo cogió sin saber muy bien qué decir. Podía agradecérselo con un simple gracias, pero el desconcierto le jugó una mala pasada.

— ¿Le pagaste treinta euros?

— ¿Importa? —preguntó él a su vez. La irrisoria cantidad carecía de importancia. Al ver que ella seguía parada, como si fuera un mueble más, añadió—: Llegaremos tarde.

Bella buscó una excusa para no ponérselo.

—No pretenderás que me lo ponga con unas zapatillas rojas.

—Claro que no —respondió y de nuevo, como si fuera el bolso de Mary Poppins, sacó una caja y la dejó sobre la cama—. Mira a ver qué tal con éstos.

Ella, curiosa, abrió la caja y se tuvo que sentar. Eran preciosos. Unos zapatos negros y de corte clásico, tacón alto y abiertos en la puntera.

—Unos letizios...—murmuró, encantada sacándolos de la caja.

—No pierdas el tiempo —recordó impaciente.

Bella se puso en pie y empezó a quitarse su inapropiado atuendo. Seguía sin saber muy bien qué estaba haciendo, actuaba como un robot, sin voluntad propia.

—Joder, con las ganas que tengo de follarte... y tú paseándote con ese tanga pidiendo guerra —murmuró él al verla casi desnuda—. Si no fuera porque tenemos mesa reservada a las diez... te tumbaba ahora mismo e ibas a saber lo que es bueno.

Al escucharlo, caminó hasta el baño y cerró la puerta tras de sí con la intención de cambiarse sin ser observada.

— ¿Qué pinto yo aquí? —murmuró acercándose al enorme lavabo, donde depositó su bolsa de aseo. Se quedó como tonta frente al espejo, tapándose con el vestido. Algo no estaba bien. Pero no sabía lo que era.

Quince minutos más tarde Edward oyó el clic del pestillo y se giró en el momento en que ella abría la puerta y salía del baño.

La sorpresa podía deberse a la rapidez con la que había aparecido, pero, en realidad, la causa era otra. Nunca antes la había visto así, arreglada, vestida elegantemente (aún no entendía cómo un trapo de mercadillo podría sentar tan bien) y maquillada de forma suave, lista para una velada íntima.

—Qué, ¿se te ha comido la lengua el gato?

—Vámonos antes de que esto se desmadre.

Edward caminó velozmente hasta la puerta de la suite y la abrió. Cuanto antes estuvieran rodeados de gente mejor.

Tenía que controlarse, pues no quería que fuera la cena más rápida del mundo, pretendía disfrutar de la noche, hacer algo muy diferente, poder degustar un buen vino, un buen licor, sabiendo que luego tenían toda la noche para retozar, jugar, reír o lo que surgiera.

Se detuvo de repente al acordarse de un detalle de vital importancia.

Bella, tras él, se quedó mosqueada al ver que sacaba su móvil.

Él le hizo un gesto para que no dijera nada.

Ella se cruzó de brazos.

—Hemos tenido una avería con el coche, no vamos a poder ir esta noche a casa. Los del taller, que, como todo en este país, trabajan con el culo, no pueden mirarlo hasta mañana, así que no nos queda más remedio que pasar la noche en un hotel. Mañana, cuando esté arreglado, volvemos.

Todo lo dijo sin hacer pausas, con gran seguridad, haciendo creíble la mentira y sin dar pie a réplica.

—Muy convincente —expresó ella no sin cierto retintín.

Edward, que seguía algo traspuesto con la imagen de ella grabada a fuego, se limitó a apagar el teléfono, no quería interrupciones de ningún tipo.

 

 

Capítulo 39: CAPÍTULO 39 Capítulo 41: CAPÍTULO 41

 


 


 
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