EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125764
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 36: CAPÍTULO 36

CAPÍTULO 36

Él, ya en vías de recuperación, la besó primero, porque le apetecía y porque llevaba un buen rato sin hacerlo. Después, de forma expeditiva la hizo girar y que ella se doblara sobre el respaldo del sofá.

Esa noche no podía limitarse a lo básico.

Empezó a acariciar su columna vertebral, de forma hipnótica, incluso asexual.

Pero a Bella, en aquel momento, cualquier leve toque la encendía como nunca. Su cuerpo hipersensibilizado respondía aumentando aún más su excitación.

La postura no le favorecía, pues eso de tener su culo expuesto no era lo que se dice atractivo. Además estaba subida en sus zapatillas de cuña y, debido a la presión que él ejercía sobre su espalda, sus pies prácticamente se apoyaban en la punta, como una bailarina.

— ¿Sabes? En la universidad podías tirarte cada día a una distinta.

Ella giró la cabeza, ¿a santo de qué salía ahora con eso?

—Me alegro por ti —murmuró intentando no dar pie a más conversación.

—En aquellos días sólo importaba la cantidad, no la calidad.

—La teoría esa de esparcir todo el ADN posible... Ya, la conozco —alegó molesta. No quería cháchara precisamente.

Él amplió su masaje, no sólo por sus vértebras, sino que también empezó a bajar la mano, de tal forma que la separación entre sus nalgas recibía su toque.

—Veo que de vez en cuando sí prestas atención a lo que digo.

«Más de lo que me gustaría», pensó, pero simplemente se encogió de hombros.

Cuando sus caricias pasaron de ser distraídas pasadas a intencionados toques, comenzó a inquietarse.

—En aquella época podías hacer casi de todo. El alcohol y otras sustancias hacían difícil negarse. Podías, en una misma noche, tirarte a varias, por separado o en grupo.

«Eso es precisamente lo que no quiero escuchar», pensó Bella. Pero ella era una mujer de mundo.

—Vamos, que te hartaste de follar.

—Sí. —Él sonrió aunque no pudiera verlo, resultaba agradable poder hablar de ello sin que se ofendiera—. Supongo que a esa edad no miras mucho lo que haces.

—Eres de los que piensan que, en caso de guerra, cualquier agujero es trinchera, ¿no?

Eso lo hizo reír abiertamente. Sólo Bella era capaz de lograrlo.

—Pero, visto con la perspectiva de los años, aquello no era sexo.

—Ah —dijo simplemente para que él pensara que estaba interesada en esa disertación tan extraña. A saber adónde quería llegar.

—Por eso creo que esta noche me gustaría probar algo... diferente... algo que pude haber hecho pero que, por las prisas, pasé por alto.

El primer atisbo de inquietud la atravesó, sus palabras daban a entender algo que ya había intuido cuando él empezó a tocarla en el culo.

—No quiero jorobar el momento pero... —comenzó ella intentando incorporarse.

—Quienes lo han probado dicen que es diferente. A la excitación evidente del sexo se le suma lo prohibido.

—No es para tanto —mintió ella como una bellaca. Había leído mucho y variado sobre sexo anal, y, cómo no, siempre le entraba curiosidad, pero no pasaba de ahí.

—Pues ha llegado el momento de comprobarlo por mí mismo, ¿no te parece?

—Preferiría dejarlo para otro día —intentó despistarlo.

—Ni hablar. Te tengo en la postura ideal y me he preocupado de comprar condones con extra de lubricación. Así no tendremos problemas.

Ella inspiró, tenía que negarse, decirle abiertamente que no estaba por la labor. Si algo tenía claro era hasta dónde quería llegar.

—No creo que... —De nuevo su intento de negarse quedó en agua de borrajas. Él seguía acariciándola de tal forma que su cuerpo iba aceptando la intrusión.

Respiró un instante cuando él se apartó para buscar la cartera en su pantalón y sacar los preservativos.

—Otro día me lo tienes que poner con la boca —murmuró él concentrado un instante en desenrollar el látex sobre su erección.

—No se me da bien. —Y era cierto.

Ella, que estaba húmeda y preparada desde hacía un buen rato (desde que regresaron de la verbena, para ser exactos), no quería experimentar ni nada parecido.

—Ya aprenderás —comentó distraídamente con esa típica indolencia suya—. Ahora concentrémonos en lo importante.

—No —se negó de nuevo ella, aunque no con la vehemencia que debiera.

Él se limitó a seguir con su tarea, preparándola. Puede que para ella esas cosas no fueran nuevas, pero de ningún modo pretendía causarle daño. Al menos físico.

A pesar de sus deseos de ser enfundado por la boca de ella se colocó el condón eficazmente, y acto seguido la penetró.

Aliviada que eligiera el método «tradicional», respiró profundamente, agradecida por partida doble. Por fin se ponía a ello y olvidaba sus fantasías anales.

—Esto no es más que un aperitivo —gruñó él sin dejar de embestir—. El plato fuerte viene después.

Ella, que continuaba de puntillas, manteniendo el equilibrio como podía, doblada sobre el respaldo del sofá, cerró los ojos con fuerza, como queriendo olvidar las palabras que acababa de oír y que todo siguiese igual.

Edward, que se controlaba a duras penas, no podía dejar de admirarla, de acariciarla y de besarla en la nuca.

Sabía que estaba muy cerca. Ella conseguía ejercer una presión diabólica sobre su polla, así que debía abandonar su cálido coño para poder llevar a cabo sus intenciones hasta el final.

Lo mejor en esos casos es hacer las cosas sin más, así que sacó su erección y prestó oídos sordos a las protestas de ella.

—No hay nada como el lubricante natural —murmuró él. Después sujetó su pene con una mano y lo guió hasta la entrada trasera. Iba a follarla por el culo, de esa noche no pasaba.

Presionó, quizá con un poco más de brusquedad de la necesaria, y ella instintivamente se apartó. Inspiró e intentó no desbocarse, estaba excitado al límite, como nunca antes y eso podía jugar en su contra. Hay que pensar también en ella.

—No... —musitó ella sabiendo que iba a pasar lo inevitable. Su negativa encerraba un sí, pero bastante dudoso.

—Mientes... —dijo él en voz baja, inclinándose junto a su oído a la vez que empezaba de nuevo las maniobras precisas.

Restregó su polla, ahora bien lubricada y presionó. En aquel instante deseó que no hubiera látex de por medio.

Ella gimió con fuerza y clavó las manos en el cuero sintético del sofá. De nuevo otro empujón y sintió cómo él iba abriéndose paso en su interior.

—Ya falta menos —gruñó conteniéndose para no entrar a saco.

Estaba pasando, no podía dar marcha atrás ni negar la evidencia. Lo que al principio la atemorizaba, ahora empezaba a gustarle. Del extraño dolor inicial, estaba pasando a otro tipo de dolor, más extraño, desconocido e imposible de describir. Pero de ningún modo desagradable.

Edward no podía articular una palabra, una frase coherente ante lo que estaba sintiendo, era mil veces mejor de lo que había imaginado. La presión era mayor, su polla estaba en la gloria, como poco, y él... joder... no sabía cómo cojones, después de esa experiencia, cuando regresara a su vida cotidiana, se iba a conformar con polvos mediocres con estiradas de su círculo social, ávidas de destacar y de ser el centro de atención.

Iba a desencadenarse algo muy grande, muy poderoso, para ambos. En ese instante no eran capaces de darse cuenta.

Bella empujó hacia atrás, como si no fuera suficiente, como si quisiera aún más contacto. Y él lo entendió porque ya no se contuvo. Ya no hubo más miramientos ni consideraciones.

Ella explotó primero, alcanzó un clímax tan extraño... tan complicado de definir.

Apenas unos segundos después, él se unió, gruñendo, gimiendo sin control, corriéndose con fuerza, sin ser capaz de nada más.

Ella notó cómo él sacaba su pene y la dejaba libre. Tenía que salir de allí inmediatamente, no podía permitirse el lujo de seguir bajando la guardia.

Se incorporó y se revolvió para despegarse pero él hizo lo que menos esperaba. La rodeó con los brazos, por la cintura, fuerte, casi asfixiándola.

Eso no era un abrazo sexual, era desesperación pura y dura. No quería soltarla, separarse de ella. La besó en la nuca sin saber muy bien qué esperar.

Ella, en ese instante, empezó a odiarlo. Y se asustó; odiarlo era el primer paso para abandonar la indiferencia con la que hasta ahora lo había tratado. Del odio al amor hay un solo paso y ella no podía permitirse ese lujo.

Se movió dispuesta a liberarse y él se lo permitió, apartándose apenas unos centímetros. Él mismo estaba sorprendido de su reacción.

Ella se agachó y cogió su ropa arrugada, se dio la vuelta dispuesta a encerrarse en su habitación pero, de nuevo, él se lo impidió. Otra vez con un gesto inesperado.

Edward la retuvo acunando su rostro con ambas manos y, acercando sus labios a los de ella, la besó. Nada de un beso impaciente, o provocador. Fue un beso suave, cargado de sensibilidad, de sentimientos que él creía no tener.

Bella contuvo las lágrimas, maldito hijo de puta. Cuando tenía en sus manos las armas para ser insensible él se las arreglaba para tirar por tierra sus principios.

—Déjame dormir contigo esta noche —pidió con voz suave, desconocida para ella, acariciándola en las mejillas con los pulgares.

Ella negó con la cabeza antes de murmurar un «no» que debería haber sido mucho más firme.

Y él utilizó las dos palabras que raramente pronunciaba, excepto en ciertos momentos, por cortesía, como cuando se recibe a un cliente y se le ofrece asiento.

—Por favor.... —Volvió a besarla, volcando los mismos sentimientos, la misma ternura y la misma devoción—. Aunque des patadas, te muevas y cambies cien veces la almohada de posición quiero pasar la noche contigo.

Pero obtuvo la misma respuesta.

—No.

Se apartó bruscamente y, sin mirarlo a la cara, emprendió la retirada. Mientras subía la escalera fue consciente que a su trasero desnudo le seguía un hombre al que ya odiaba con toda su alma.

Cuando llegó a la puerta observó por el rabillo del ojo que él hacía lo propio. Vaya cuadro, los dos desnudos con la ropa en los brazos.

— ¿Sabes? No sé si darte las buenas noches o cien euros.

Eso a ella la encendió, estaba claro que no se podía mostrar ni un segundo vulnerable porque él siempre iba a ir a machete.

—Cabrón —murmuró entre dientes.

—Tienes razón —sonrió de medio lado—. Lo de los cien euros ha estado fuera de lugar.

Ella respiró. Bueno, una brizna de dignidad sí tenía, no estaba todo perdido.

—Doscientos euros sería lo correcto —remató él disimulando su cabreo por el rechazo—. Buenas noches. —Tras decirlo, abrió la puerta de su alcoba y ni siquiera la miró antes de cerrar y dejarla en el pasillo, estupefacta ante sus ofensivas palabras.

Una vez en su habitación dejó los pantalones sobre el respaldo de la silla que hacía las veces de galán de noche e inspiró profundamente para no dar rienda suelta a su mala hostia.

¿Cómo se atrevía a mostrarse tan indiferente? ¿Qué se había creído?

Ahora comprendía al Pichurri. No quería sentir ni un ápice de simpatía por ese tipo, pero empezaba a entenderlo.

—Nunca más —se dijo apoyándose en el alféizar de la ventana, esperando que el escaso viento fresco le aclarase las ideas.

Durante un breve episodio de enajenación mental (no existía otra explicación) había sido sincero, vulnerable, jodidamente sensible, tal y como se supone que las mujeres quieren ver a los hombres y todo, ¿para qué? Para que la muy hija de puta lo rechazara. Como si lo que acababan de vivir ambos no supusiera nada.

Se rió sin ganas. ¡Qué imbécil! Pues claro que para ella no era nada.

Regresó a la cama, quizá debería aprovechar las oportunidades que le ofrecía el Pichurri, al que comenzaba a ver con mejores ojos. Volver al plan original, dejar de distraerse follando con Bella y regresar a su vida sin chamuscarse. Porque, si no se andaba con cuidado, iba a terminar escaldado, pero bien, además.

Capítulo 35: CAPÍTULO 35 Capítulo 37: CAPÍTULO 37

 


 


 
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