EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125755
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 43: CAPÍTULO 43

 

CAPÍTULO 43

Durante los días posteriores se instauró dentro de la casa lo que podría llamarse una guerra fría. Un pacto mutuo de no agresión, pero que evidenciaba que cada uno estaba enfadado con el otro, y Renesme hacía el papel de Suiza, aunque su neutralidad se veía comprometida constantemente. En la mayoría de los casos, se inclinaba por su tía, pues eran demasiados años juntas como para cambiar de repente.

Si algo estaba aprendiendo durante ese extraño verano era a no dar nada por sentado, a currar como una loca si deseaba algo y que eso de enamorarse no suponía más que perder el tiempo. A esa última conclusión había llegado tanto por su experiencia personal, como fijándose en los dos adultos que se suponía que eran los responsables de su educación.

De nuevo fin de semana, y de nuevo sus dudas acerca de qué hacer con Pablo. Dentro de poco se marcharía, como muchos, al finalizar las vacaciones, así que cada día que pasaba se le escapaba poco a poco la oportunidad de ser algo más que una buena amiga.

—Creo que al final voy a pasar de Pablo —murmuró.

Renesme, que estaba fregando los platos y no veía su expresión, giró la cabeza y la miró frunciendo el cejo.

— ¿Segura?

—Ya no sé qué hacer —aseveró abatida—. Aunque apareciera desnuda frente a su casa ni me miraría.

—Por si acaso, no nos arriesgaremos —arguyó su tía volviendo a su tarea de aclarar los platos.

—Tengo que replantearme todo esto de los chicos —dijo convencida.

Tan convencida, que Renesme, sin apartar la vista de la pila de cacharros, sonrió. ¡Pobre, lo que aún le quedaba por pasar! Sin embargo, es un proceso natural, no podía adelantar acontecimientos contándole lo que seguramente acabaría pasando. Lo mejor es que ella misma descubriera, con sus alegrías y sus amarguras, de qué iba eso del amor.

—Me parece muy bien.

—Tú, por ejemplo. Sólo has tenido un novio lo que se dice formal, con el que hasta hace poco querías casarte y que has dejado que se vaya con otra.

—Jacob ahora es un buen amigo —dijo prudente.

—Lo que tú digas —murmuró escéptica—. Pero yo no voy a ser así. Estoy segura de que no hay que sufrir, no tiene sentido. Si ahora ya lo estoy pasando mal... ¿Cómo va a ser cuando me enamore de verdad?

— ¡Cosas de la vida! —aportó Bella encogiéndose de hombros.

—Pues yo voy a intentar que no me pase como a ti. No voy a tener novio para que después se vaya con otra, ni hablar. Tengo que ser yo quien deje a los chicos, al menos así sufriré menos.

Bella no podía contradecirla. Qué fácil resultarían las cosas de poder ser siempre la parte ofensora, y no la ofendida.

—Si hubieras sido tú quien abandonase a tu novio la gente al menos no pensaría que algo malo has hecho para que te deje.

—Eso no es del todo verdad. Las parejas a veces se rompen.

—Ya, pero estamos en Cadaqués, aquí tienes que «pescar» a un buen hombre, si no, eres una fresca. Y me parece que a este paso a mí me va a pasar lo mismo que a ti. Mato un perro y me llaman mataperros.

—No exageres —dijo Bella conteniendo la risa. Esa chica tenía cada idea...

—No exagero. En el pueblo dicen muchas cosas de ti, y yo sé que son mentiras. No te pasas el día cambiando de novio. ¡Si no tienes tiempo!

—Déjalos, de algo tienen que hablar.

—Pues que hablen de otra. ¡No te digo! Por eso yo me voy a asegurar de hacer bien las cosas. Cuando aparezca un tío que me guste un poco no voy a ir por ahí babeando, como hace la Jenny, voy a concentrarme y a no perder la cabeza.

—Y ¿qué hay de Pablo?

—Lo voy a considerar como la experiencia inicial, el error del que aprender.

Parecía tan convencida, tan segura de sí misma... Era un amor y una bendición tener una sobrina así. Lástima que una teoría tan interesante fuera tan difícil llevar a la práctica.

—Ésa debe de ser Mónica —dijo Renesme al oír el timbre—. Me voy. Vendré tarde a no ser que... bueno... si tú quieres puedo regresar antes y hacemos algo juntas. —Renesme no se arriesgó a decir abiertamente que se preocupaba por ella, para no molestarla, aun sabiendo quién era el culpable.

— ¡No seas tonta! Pásatelo bien con tus amigos. Vuelve cuando quieras e intenta poner en práctica tu bonita teoría.

— ¡Eres la mejor tía del mundo! —exclamó abrazándola y besándola. Después se marchó dejándola sola.

Ya faltaba menos para recoger la cocina y poder tumbarse a la bartola.

Aclarar los vasos, secar los cubiertos y dar una pasadita a la encimera...

—Sigo muy enfadado contigo.

Ella se sobresaltó, pensaba que estaba sola con sus entretenidos quehaceres. No esperaba que una voz ronca, insinuante y acompañada de un cuerpo que la apretujaba contra el mueble, interrumpiera.

—Pero que muy enfadado. —Acompañó sus palabras de un rápido movimiento de manos que acabaron sobre las caderas femeninas.

A ella se le resbalaron un par de cubiertos, salpicando de agua su camiseta de tirantes. Menos mal que llevaba puesto un delantal, si no, hubiera ganado el concurso de Miss Camiseta Mojada y alegrado la vista al inoportuno visitante.

—Aunque... —Sus manos abandonaron las caderas para agarrarla de la cintura y pegarla aún más a él—. Podría dejar de estarlo, al menos durante un espacio de tiempo considerable, si pasas la tarde desnuda y me alegras la vista.

Había conseguido durante unos días, con bastante esfuerzo, mantenerse alejado de Bella. Pero había fuerzas ocultas (a falta de una explicación más coherente, ésa era la mejor manera de decirlo) que lo obligaban a mantener un contacto regular con ella.

Aún con ese resquemor interior que le recordaba a cada minuto lo que no debía hacer para el buen funcionamiento de las cosas, seguía comportándose de forma irracional y terminaba por claudicar ante ella.

Puede que sus palabras enmascararan su atracción, pero no era tan tonto como para mentirse a sí mismo. Como no saliera pronto de ese pueblo, terminaría por caer de rodillas.

—Aparta —le pidió ella con un vaivén de trasero para dar más énfasis a sus palabras. Lo que faltaba, que ahora Edward se animase después de portarse como un gilipollas; más gilipollas de lo normal, para ser exactos.

—Esta escenita doméstica, con esos guantes de goma y ese delantal de chacha cachonda me está volviendo loco.

—Pervertido —lo acusó ella empezando a ponerse nerviosa.

—Por tu culpa, hasta que te conocí no tenía yo estos repentinos ataques de lujuria caseros.

—Pues contrólate, guapo.

—Lo intento, no creas, pero tú te empeñas en mostrarme la mercancía. Eres como un programa de la teletienda a última hora de la noche: siempre acabo por querer comprar algo...

—Pues cambia de canal.

—Lo hago, y entonces aparece el canal porno, donde la chacha se dedica a provocar al señorito y...

—... Y éste, pobrecito, no puede hacer otra cosa que tirársela. —Bella remató la frase como si estuviera de acuerdo con esa tontería—. ¡No me jodas! Aparte de ser una visión bastante distorsionada de la historia, por no decir machista, que lo es, esa tontería está desfasada.

— ¿Desfasada? —preguntó, descolocado por esa definición.

—Pues sí —espetó utilizando el tono petulante característico de él—. Ahora las «chachas», como tú las llamas, tienen en la mesilla de noche un surtido completo de juguetes para no tener que soportar al baboso del señorito.

—Joder, esta película me gusta más que la mía. Vamos, deja eso...

Lo dijo con tal ansia que ella creyó que él sería capaz incluso de terminar la faena para revisar su mesilla de noche.

Lo cierto era que Edward tenía una rara habilidad para dar la vuelta a la tortilla, es decir, para salirse con la suya. Y lo peor del caso, es que ya ni le apetecía negarse. Era un cabronazo, sí, pero qué buenos ratos le hacía pasar. Con tal de luego mantenerse a una prudente distancia de él para que su lengua viperina no la alcanzase...

—Ya lo terminarás luego.

«Qué típico —pensó ella—. Otro de los que, cuando te ven cansada o cuando tienen prisa, te dicen: “Tranquila, déjalo, ya lo harás luego”. Jamás un: “De esto me encargo yo”.»

Como a esas alturas nada que viniera de él podía decepcionarla, se encogió de hombros y se deshizo de los guantes de fregar.

A la par, Edward se encargó del nudo trasero del delantal, con el mismo arte que si fuera la cremallera de un vestido de diseño. Después, se inclinó para besarla en la nuca, uno, dos, tres besos. Suaves pero intensos.

—Vamos —le dijo ella, dejando claro que sabía a lo que iban, ¿para qué negar la evidencia? Levantó los brazos para sacarse por la cabeza la parte superior del mandil. Después lo arrugó y lo dejó de cualquier manera sobre la encimera—. Aunque... si lo prefieres, nos lo llevamos. Estoy segura que no conoces todas las aplicaciones de un delantal... Apuesto que en tu vida te has puesto uno.

Puede que un delantal con pechera no, pero sí un mandil de camarero para ganarse el jornal sirviendo mesas. Claro que no le convenía recordar esa época de su vida. Y menos aún cuando la calurosa tarde se ponía interesante.

Subió tras ella por la escalera, apelando a todo para no babear como un adolescente hipersexuado. Cuando ella abrió la puerta de su cuarto, tuvo una especie de revelación divina.

Ni que decir tiene que incluía a Bella desnuda.

—Espera un segundo. Voy al baño, ahora vuelvo.

Ella se quedó pasmada, esperaba, después de varios días de inactividad, un aquí te pillo aquí te mato. Tenía que decir algo...

—A estas cosas, como decía mi madre, se viene «cagao y meao».

Edward sonrió, estaba más que preparado, pero su «revelación» no podía llevarse a cabo sin ciertos útiles, a los cuales ya había echado el ojo.

Así pues, se metió en el aseo y cogió lo que consideró oportuno.

Capítulo 42: CAPÍTULO 42 Capítulo 44: CAPÍTULO 44

 


 


 
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