EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125759
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 27: CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 27

Isabella pasó por alto su último comentario, igual que el resto, ya que no le apetecía enfadarse ni estropear el día. Bien podía dedicarse a reposar la comida, tranquilamente, apoyada en uno de los troncos o, simplemente, tumbarse, aunque ello implicara compartir esterilla.

Resultaba cuando menos curioso el estar allí acompañada y no hablar.

Él no quería comunicarse, perfecto; lástima que con las prisas olvidara su libro, así podía entretenerse mejor.

Escondida detrás de sus enormes gafas de sol, que para casos como ése resultaban una bendición, no sólo observaba el entorno (se lo conocía de memoria) sino a Edward. No hacía falta disimular.

Indiferente a todo, sentado tan pancho, dándole la espalda, como si no existiera, como si fuera un ser superior.

¿En qué estaría pensando?

Claro que ni muerta iba a preguntar.

—No entiendo cómo alguien quiere ser peluquera. Por lo que he visto, te pagan una mierda.

—Vaya... estabas tardando en decir alguna de tus rimbombantes frases —arguyó molesta.

—Lo digo en serio. —Se giró y la miró—. Cuando uno elige una profesión es para vivir cómodamente, no para matarse trabajando por el salario mínimo.

—Gracias por decírmelo, hasta ahora no me había dado cuenta. —Hizo una mueca. Ella lo sabía mejor que nadie.

—Entonces, ¿por qué?

—No todos tenemos la oportunidad de estudiar una carrera. Además, me gusta mi trabajo. Y algún día montaré mi propio centro de belleza —aseveró con convicción.

Edward reflexionó unos instantes antes de hablar.

—Sigo sin entenderlo. Lavar cabezas y hacer tintes no es lo que se dice muy gratificante.

—Y ¿dar discursitos sí lo es?

—Tampoco, pero te aseguro que se gana bastante más.

—No todo es cuestión de dinero.

—Ahórrame las tonterías. Lo es, claro que lo es. Y, si no, ¿de qué vas a vivir? ¿Del aire?

—Me gusta mi trabajo, disfruto ayudando a la gente a sentirse mejor. Puede que nunca sea millonaria, pero no me falta para comer.

Ella se defendía con tal vehemencia que hasta podía convencerlo.

Pero llevaba muchos años, demasiados, escuchando a todo tipo de gente y no se iba a dejar convencer.

Si ella era feliz trabajando en una peluquería, no era de su incumbencia.

—Supongo que tú eres un picapleitos de esos que sólo miran el dinero. Te importa un comino si a quien defiendes es culpable o no —lo acusó ella.

— ¿Y? ¿A quién le importa?

—Pues a mí.

—Déjame decirte una cosa, si andas por la vida con tanto idealismo, te va ir de culo —sentenció él sin ningún remordimiento.

Ella quería dar el tema por zanjado. Con Edward era imposible mantener un diálogo, siempre tan radical... tan inamovible... y para rematar subestimando su profesión.

—Supongo que tú eres de los que no pierden nunca. —Ella tanteó el terreno.

—Lo intento —replicó sin ofenderse.

—Pero alguna vez habrás metido la pata, ¿no? —insistió. Nadie es perfecto.

—Sí —respondió tras un silencio prolongado.

— ¿Podrías desarrollar más la respuesta?

Él sonrió, esa fórmula la utilizaba muy a menudo, que ella le intentara sonsacar de la misma forma resultaba gracioso. Podía dejarla con la duda, pero... ¡qué coño!

—Mi primer cliente. La jodí con mi primer cliente.

—La falta de experiencia. —Ella se mostró comprensiva.

—Pues no. Más bien mis hormonas.

— ¿Cómo es eso? —preguntó con curiosidad. No esperaba para nada esa contestación.

—Mi primer caso fue un divorcio. Aparentemente muy simple. Uno de los clientes del bufete de toda la vida, íntimo amigo de mi jefe. Me pidieron que llevara los trámites legales. Sólo eran eso, simples trámites.

— ¿Cómo la jodiste?

Él sonrió de medio lado.

—Ella no quería divorciarse por razones obvias. Según el acuerdo prematrimonial, sus ingresos mermaban considerablemente. Legalmente no tenía ninguna posibilidad de recurrir, así que buscó otra alternativa.

— ¿Cuál?

—Follarse al incauto que llevaba los papeles.

—Jodeeeer...

—Se presentó en mi despacho. La tía estaba bien buena y, claro, yo caí como un tonto.

—La carne es débil. —Se rió ella.

—Pensé con la cabeza equivocada, desde luego —convino él, no tenía sentido echar balones fuera—. No calculé el riesgo y pensé que no era más que el capricho de una mujer despechada.

— ¿Y? ¿Qué pasó?

—Una semana antes de ir al juzgado se presentó de nuevo en mi despacho. Yo esperaba otro revolcón, pero no. Me sacó una cinta donde se nos veía follando encima de mi mesa.

— ¡Qué fuerte!

—Por supuesto su intención era chantajearme. Que convenciera a su ex marido para que fuera más generoso.

—Vaya lío. Te tuviste que bajar de nuevo los pantalones, ¿no? Y esta vez, no por gusto.

Él negó con la cabeza.

—No. Pensé que si accedía, mi carrera como abogado tenía los días contados. Nadie te da una segunda oportunidad, como mucho acabaría como un abogado de tercera en algún bufete de mierda. Así que me fui con la copia de la cinta a hablar con mi jefe y con el cliente.

—Eso sí que es echarle huevos.

—Para mi sorpresa, cuando acabé de contarles el desafortunado incidente el cliente únicamente se limitó a preguntarme si tenía pruebas de lo ocurrido. Evidentemente eso me desconcertó aún más, esperaba una severa reprimenda o el despido inmediato.

—Esto se pone cada vez más interesante.

—El cornudo me chocó la mano y me dio la enhorabuena por mi trabajo.

— ¿Cómo?

—Por lo visto, en el contrato prematrimonial se especificaba que, en caso de infidelidad, ella no recibiría absolutamente nada.

— ¿Bromeas?

— ¿Tengo cara de hacerlo?

—O sea, eres un novato, te tiras a la mujer de tu cliente en tu despacho y encima te dan la enhorabuena. Joder, a lo mejor sí debería cambiar de profesión. —Esto último era más un pensamiento en voz alta.

A él le hizo gracia la exposición resumida de la historia.

—Ya ves. Pensé que iban a joderme, pero a base de bien, y al final...

—Increíble...

—Pero cierto —sentenció él—. A partir de aquel instante, por supuesto, no volví a jugármela. Me había librado por los pelos y, si quería llegar lejos, no podía dedicarme a follar en los despachos.

—Pero, cuando os lo proponéis, sí jodéis a la gente —apuntó ella.

—Puede ser. Pero todo bajo el amparo de las leyes.

—Lo has dicho tan serio que hasta me lo creo.

Dicho esto se echó a reír a carcajadas. Al final, él se contagió.

Cuando el ataque de risa fue remitiendo ella se dio cuenta de que por primera vez habían mantenido una conversación amistosa, sin dobles sentidos, sin ataques directos.

Él había compartido una anécdota y ella lo había escuchado.

La tarde fue avanzando y, sin querer proponérselo, fueron surgiendo nuevos temas de conversación. Si bien en algunos aspectos no compartían opinión, lo cierto era que la mala leche o las malas contestaciones quedaron al margen.

Isabella le puso al día sobre los cotilleos que a diario escuchaba mientras trabajaba. Él no entendía algunos de los motes que se les ponía a los del pueblo; ella trataba de explicárselo, pero, al final, tenía que admitir que la imaginación popular la superaba.

Él empezó a sentir curiosidad sobre la relación de ella con el Pichurri, pero se abstuvo de preguntar. Habían logrado una especie de pacto de no agresión y no quería romperlo.

También le hubiera gustado averiguar más cosas sobre la vida y milagros de su padre. Al fin y al cabo, Isabella había convivido con él, pero tocar ese tema era abrir una puerta que prefería mantener cerrada a cal y canto. Si se le ocurría preguntar, daría pie a que ella contraatacara con sus propias preguntas, y eso sí que no.

La luz iba disminuyendo y era hora de ir recogiendo. Así que ella fue la primera en ponerse en pie. Metió los tápers vacíos en la nevera. Al final, entre una cosa y otra habían acabado con todas las provisiones y él no había vuelto a criticar, cosa que ella agradeció.

Cuando se acercó para enrollar la esterilla vio el resto de los condones allí esparcidos. Podía hacer un ácido comentario sobre «las muestras de cariño», pero, siendo honesta, hasta ella había relegado el tema del sexo durante la tarde.

Lo cual no dejaba de ser curioso, al fin y al cabo era, hasta ahora, el único punto en común.

Sin decir ni pío los agarró y se los guardó en el bolsillo trasero del pantalón.

Lo que no sabía es que él no se estaba perdiendo ni un detalle, estaba pendiente de cada uno de sus movimientos.

Cada vez que se agachaba, su trasero, enfundado en esos minipantalones, le provocaba serios problemas de autocontrol.

Si ella se daba la vuelta iba a tener la prueba evidente de que estaba empalmado.

Pasó por delante de él, cargada con todos los bártulos. Aunque lo cierto es que podía ser un caballero y echarle una mano, en realidad resultaba más gracioso contemplar cómo se las apañaba. No podía negar que la mujer sabía defenderse.

Al final decidió colaborar, abrió el maletero con el mando a distancia para que ella no tuviera que dejar los trastos en el suelo.

Ella resopló y, tras dejarlos en el maletero, cerró con fuerza. Se movió hasta llegar al asiento del copiloto pero antes de ni siquiera dar medio paso se encontró aplastada contra el lateral del vehículo. Su espalda sintió en el acto el frío de la carrocería.

—No puedo más.

Capítulo 26: CAPÍTULO 26 Capítulo 28: CAPÍTULO 28

 


 


 
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