EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125767
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 55: CAPÍTULO 55

CAPÍTULO 55

El café con leche y el bollo seguían en su sitio. Había conseguido mantenerlo en su estómago y no echarlo. No entendía cómo algunas engordaban durante el embarazo, ella, desde luego, lo vomitaba todo.

Era una suerte que aún pudiera ocultarlo, especialmente a Martina. Aunque ésta, con ese sexto sentido que tenía para los cotilleos, no iba a tardar mucho en darse cuenta.

Pero, de momento, ella se limitaría a hacer lo de siempre, hasta que fuera inevitable admitir la evidencia.

—Tienes un cliente esperando —anunció Martina nada más cruzar la puerta.

— ¿Ahora? —preguntó intentando hacer memoria. Por si acaso revisó el libro de citas. Que, por cierto, era un galimatías.

—Pues sí. —Apartó el libro sin ninguna clase de sutileza—. No pierdas el tiempo. —La apremió empujándola hacia la puerta.

—Vale, vale. Ya voy. ¡Qué impaciente!

—Y trátalo bien —gritó su jefa a su espalda.

Bella, que siempre trataba bien a sus clientes, no hizo menor caso del consejo y entró en el cuarto.

—Buenos días —dijo ella al entrar con su amabilidad característica.

Y el cliente la observó de reojo, disimulando como pudo las ganas que tenía de dejarse de esa charada. Murmuró una respuesta, confiando en que ella no se diera cuenta.

Ella encendió una varita de incienso y después destapó un par de frascos hasta decidirse por el aceite de lavanda.

—En seguida empezamos —murmuró ella distraída mientras se abotonaba la bata blanca.

Con las manos bien impregnadas de aceite se acercó y comenzó por los hombros, presionando de dentro hacia afuera y extendiendo bien el producto.

Hizo una pausa, qué cliente más callado. Normalmente todos, nada más comenzar, murmuraban o decían algo como qué bueno, o qué bien.

Pero no iba a detenerse por eso. Continuó el masaje bajando las manos y concentrándose en los omóplatos y en la zona lumbar.

Él se movió y tuvo que preguntar.

— ¿Le he hecho daño? —Era una profesional, pero nunca se sabe.

Él negó con la cabeza y ella se metió de nuevo en faena.

Cuando llegó al límite que marcaba la toalla la movió un poco hacia abajo, ya que, seguramente, él se la habría colocado sin saber muy bien cuál era la posición adecuada.

Frunció el ceño, había algo que...

«No, no puede ser, estoy más tonta de lo habitual», pensó desterrando sus absurdas ideas.

De nuevo puso las manos a trabajar y al minuto se detuvo. Iba a hacer algo que seguramente le costaría caro. Si el cliente se quejaba a Martina, ésta le montaría una buena bronca. Pero...

Apartó la toalla más allá de lo prudente y...

—No puede ser... —murmuró intentando convencerse de que lo más probable es que más de un hombre tuviera unos bóxers negros con topos rosas.

Él se giró un instante para ver qué pasaba, ya que había abandonado de repente el masaje, y cayó en la cuenta.

—Joder... —dijo entre dientes.

— ¡Serás cabrón! —le espetó ella a pleno pulmón.

Pero no iba a quedarse para escuchar lo que fuera que iba a decir, se movió con rapidez hasta la puerta para escapar de allí.

—Espera un jodido minuto. —Él, que se había levantado de la camilla, la detuvo justo a tiempo, colocando una mano contra la puerta por encima de su cabeza.

—Aparta o te doy una patada en los huevos —lo amenazó ella.

—Deja de decir estupideces y escucha, ¡joder!

— ¡Encima no me levantes la voz!

—Pues compórtate como Dios manda y deja de revolverte.

—Vale. Habla chucho que no te escucho —espetó tapándose las orejas con las manos.

— ¡Será posible! —exclamó él, mirando hacia arriba como si pidiera paciencia. Qué difícil era esto de declararse.

La agarró de las muñecas para que lo escuchara. Para una vez que iba a hacerlo quería hacerlo bien. De haber podido, él estaría vestido y ella más receptiva, pero le tocaba lidiar con todo en su contra. No imaginaba nada más ridículo que pedirle a una mujer matrimonio vestido, o mejor dicho, desvestido de esa guisa.

—Hagamos una cosa. Me visto y nos vamos fuera de aquí.

—Yo contigo no voy ni a la esquina.

—Bella, por favor. No he venido para discutir. —La rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí. Menos mal, algo agradable. Por lo menos la había podido tocar de nuevo.

—Ni por favor ni nada.

—Escucha y no me interrumpas —exigió él—. No he vuelto para discutir contigo, ni para pelearme, ni para...

— ¿Follar conmigo? Vas listo si lo has pensado.

—... he dicho que no me interrumpas. He venido porque te echo de menos...

— ¡Ja! ¡Qué chiste más bueno!

—... Y porque quiero estar contigo.

— ¡No me hagas reír!

—Cariño, pretendo hacerte muchas cosas.

Ella entrecerró los ojos, ese tono zalamero...

— ¡Ja y ja! Mira cómo me río. Y aparta de una jodida vez. —Maldita sea su estampa. Tenía que aparecer y machacarla de nuevo y ahora, encima, se comportaba como si de verdad le importara algo.

—Vamos a dejarnos de tonterías. He vuelvo por una sola razón. Y tan lista que eres ya deberías saber cuál.

—Tu razón te la metes por donde te quepa. ¿Estamos?

—Mira que eres testaruda. He vuelvo por ti. Sólo por ti.

—Permíteme que me ría. Ja, ja, ja. Qué gracioso eres. Me parto y me mondo.

—Así no hay manera —se quejó él.

Como por las buenas no entraba en razón, cambió de estrategia. No quería dominarla por la fuerza, pero no le quedó más remedio que ponerla bruscamente frente a él para poder mirarla a la cara y para poder acercarse y besarla, con un poco de suerte ella se relajaría y...

Unos golpes en la puerta frustraron sus avances.

— ¿Quién coño llama? —vociferó enfadado.

—Abre la maldita puerta. —Las palabras en voz alta fueron acompañadas de más golpes.

— ¿Qué haces tú aquí? —preguntó a la metomentodo de su hermana.

—Velar por mi tía, gilipollas. ¡Abre!

—No me da la gana —respondió a gritos para hacerse oír.

—Oye, imbécil, abre inmediatamente o la tiro abajo.

Edward reconoció esa voz. Al igual que Bella.

— ¿Jacob? —preguntó ella.

— ¿Estás bien, cariño? —gritó su ex al otro lado.

—Marchaos de una puta vez —insistió Edward.

— ¡Ni hartos de vino! —señaló su querida hermana.

Y para que no le quedara más remedio, golpearon la puerta insistentemente.

Era abrir o un dolor de cabeza.

Decidido a mandar a paseo a todos, entornó la puerta.

— ¿Esto es lo que tú llamas privacidad? —le espetó a Martina, que también se había unido al coro.

—He intentado convencerlos... —Se encogió de hombros—... pero no ha habido manera.

— ¿Bella? Sal, venga nos vamos a casa —dijo Renesme preocupada.

—Ella se queda aquí conmigo —aseveró Edward vehementemente, impidiendo que saliera.

—Todavía termino por partirte la cara —espetó Jacob, dando un paso adelante—. Siempre me has parecido un gilipollas.

—Mira, Pichurri, tengamos la fiesta en paz —le replicó—. Vete a tomar viento.

— ¡Oye, tú no hablas así a mi novio!

—La que faltaba... —murmuró entre dientes —. Mira, bonita, haz el favor de agarrar a tu Pichurri y llevártelo.

— ¿Sabes? Una bandada de hostias está sobrevolando tu cabeza y tienes nombre de aeropuerto —saltó Jacob.

— ¡Vale ya! —pidió Bella, pero, en medio del griterío, nadie le hizo caso.

—Deja salir a mi tía —insistió Renesme—. No quiero que te acerques a ella.

—Quizá debería empezar por buscarte un internado donde enviarte el próximo curso para que aprendas a no meterte en las conversaciones de los mayores, entre otras cosas.

—Y quizá debería darte una patada en los huevos, para que nos dejes tranquilas.

—Mira, id todos a tomar por el culo.

—Me la llevo a casa, te pongas como te pongas. —Renesme le plantó cara.

—Vaya numerito que estás montando —dijo a su hermana acusándola de ser la instigadora.

—Numerito el tuyo, guapo. Que nadie te quiere por aquí. Y suéltala ya, que ella se viene conmigo. No sé para qué has venido pero ya puedes ir dando la vuelta.

—He venido para pedirle que se case conmigo, pero sois todos unos entrometidos.

— ¡No! —exclamó Renesme, sorprendida.

— ¿Casarse? —murmuró Leah molesta.

— ¡Sí! —aplaudió Martina, contenta.

—Por encima de mi cadáver —arguyó Jacob.

—Así que, si sois tan amables, marchaos de aquí, dejadme en paz y volved dentro de una hora. —Tardó medio segundo en darse cuenta de su error—. No, mejor no volváis. Que dais bastante por el culo.

Dicho esto les dio con la puerta en las narices y se giró hacia Bella, que había permanecido inusualmente callada.

Ahora le tocaba lidiar con lo más difícil. Y encima, por culpa de esos imbéciles, había descubierto su juego.

Capítulo 54: CAPÍTULO 54 Capítulo 56: CAPÍTULO 56

 


 


 
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