EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125736
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 39: CAPÍTULO 39

CAPÍTULO 39

Tras dejarla en su trabajo, y a pesar de las mil y una pobres y absurdas excusas que ella le dio para que no lo hiciera y que él pasó por alto, se fue a desayunar a su cafetería de siempre.

Allí recibió una llamada de teléfono, le daban una noticia que no sabía si tomar como buena o mala.

Si aceptaba la oferta, sus planes de abandonar el pueblucho a la mayor brevedad posible se iban a la mierda. Pero, por otro lado, rechazarla suponía perder la oportunidad de un fin de semana increíble y merecido. Una justa compensación.

Sacó su móvil y devolvió la llamada, tal y como había prometido.

Después empezó a idear cómo atar todos los cabos. Para salirse con la suya lo primero que tenía que hacer es llamar a la jefa de Bella.

Tres cuartos de hora más tarde, con la oreja bien caliente de haberla tenido pegada al móvil, conocía más detalles de los que necesitaba sobre la vida y milagros de Bella. Incluyendo el número de pie que calzaba; un dato, al principio inservible, que luego consideró importante.

Llamó a la camarera, que acudió, como siempre, solícita y atenta, y le abonó la cuenta, también preguntó sobre dónde podía adquirir ciertos artículos que consideraba imprescindibles para que su plan saliera adelante.

La segunda fase incluía deshacerse de su hermana, lo cual implicaba andar con mucho tiento, ya que la jodida era muy lista.

Y para que todo saliera perfecto debía pasarse por casa y recoger lo necesario para que una mujer no protestara. Claro que ¿quién era el afortunado que sabe discriminar entre lo que una fémina considera necesario o no?

Por el momento, se dirigió a la casa. A esas horas, con un poco de suerte, estaría vacía; cosa que resultó ser finalmente así. Lo más seguro era que Renesme anduviese por ahí con alguna amiga contándole sus penas sobre amor no correspondido.

Excelente.

Cuando tuvo todo recogido lo guardó a buen recaudo en el maletero del coche y se puso cómodo, o al menos eso intentó. Se sentó en el sofá del salón y comenzó a leer uno de los periódicos que había comprado por la mañana.

A la hora de comer, como era de esperar, apareció Renesme, que se sorprendió bastante al encontrarlo allí. Rara vez iba a comer, a no ser que Bella fuera también.

La menor sospechaba que esos dos comían en algún restaurante y así podían estar a solas, porque ella se encargaba de vigilarlos. Pero en un lugar público era difícil hacer ciertas cosas, así que no le importaba.

— ¿Cómo es que estás por aquí? —preguntó en un tono de falsa cordialidad, ya que no convenía enfadarlo—. No hay nada preparado para comer, pero si quieres preparo algo.

— ¿Mundo latilla? —Ella no respondió—. No, gracias, no me gusta comer enlatados.

—Como quieras.

Edward cerró su periódico y adoptó una actitud indiferente antes de hablar.

— ¿Qué planes tienes hoy? —preguntó como si únicamente pretendiera mantener una conversación.

—Esta tarde he quedado con Mónica para ir a bañarnos a la playa.

— ¿Y después?

—Pues no sé, quizá vayamos a tomar algo, o a ver la tele, o yo qué sé...

No quería levantar sospechas, así que no insistió. Renesme se percataría de que sus preguntas no eran inocentes.

Quizá, por una vez en la vida, tenía que dejar algo a la improvisación.

— ¿Qué haces tú aquí?

Fue el saludo que dedicó a su tía al verla entrar.

— ¿No hay primero un buenos días? —replicó ante tan extraño recibimiento. Si la mañana había sido rara, lo menos que una pedía al llegar a casa era un poco de normalidad.

—Oh, claro, buenos días. ¿Qué haces aquí? —repitió la pregunta, ya que era muy extraño que un viernes, el día en que más clientela acudía a la peluquería, su tía apareciera por casa.

—Yo tampoco me lo creo. ¿Pues no va Martina y me dice que me tome un par de días libres? —lo dijo aún sin poder creérselo.

Edward se cuidó muy mucho de no decir ni pío mientras la escuchaba. Es increíble lo que las palabras «inspección de trabajo» o «demanda laboral» pueden hacer. Pero no se sentía mal por ello, el remordimiento de conciencia no aparecía ni de lejos.

— ¡No jo... robes! —Exclamó la menor tan sorprendida como su tía—. Si esa mujer pilla a quien inventó los festivos lo cuelga. ¿Estará enferma?

—Pues no lo sé, la verdad —arguyó Bella en el mismo tono—. Pero a caballo regalado... En fin, no le voy a dar más vueltas.

—Yo no me fío. ¿Y si luego te pide hacer más horas para compensar?

—No sería la primera vez.

Al decir esto último, Edward advirtió que a ambas les cambiaba el semblante. Bueno, puede que recuperar los días libres no fuera de su agrado, pero no comprendía tal reacción.

—Lo sé —dijo Renesme en tono resignado—. Cuando lo de papá, apenas te dejó libre.

En aquel momento comprendió lo que en un principio le había parecido una desproporcionada reacción, aunque lo mejor era no tocar ese tema. Además de ser la opción más prudente, también era la más acertada para no acabar discutiendo.

Estando Bella en casa se pudo comer decentemente, ya que debía reconocer que en menos de media hora y con cuatro cosas sabía ingeniárselas para preparar una comida aceptable sin recurrir a las odiosas conservas.

Después le tocó a Renesme recoger la cocina y él, como siempre, se limitó a acercar su vaso al fregadero. Ambas podían ser unas piradas, pero lo cierto es que no movía un dedo en casa. A veces se preguntaba cómo se las apañaba para mantener su casa en un estado aceptable.

Las mujeres que él conocía tan sólo sabían hablar de las labores domésticas para quejarse sobre el servicio. Por eso, tras observar a Bella, dudaba que alguna de ellas supiera ni siquiera lo que era un estropajo... a no ser que teclearan la palabra en algún buscador.

Atento a cuanto sucedía a su alrededor, esperó a que su hermana se fuera a su habitación antes de abordar a Bella.

—Necesito que me acompañes a hacer unos recados.

Ella lo miró y pensó: «Vaya tonito...».

Él, faltaría más, ni se inmutó ante la mirada asesina de ella.

Ella empezó a repiquetear con los dedos sobre la encimera.

—Yo no conozco la zona, así que vienes conmigo.

—Un «por favor» nunca está de más.

Ahora le tocó a él poner su cara de póquer. Iba lista si esperaba que repitiera esas palabras. Se levantó y caminó hasta donde estaba ella, aprisionándola contra los muebles de la cocina, y le ordenó, con una voz incontestable a la par que insinuante, lo que debería hacer ella en los próximos cinco minutos:

—Coge tu bolso. Nos vamos.

—Oye, guapito de cara, para un día que tengo libre no me lo voy a pasar yendo de aquí para allá haciendo de recadera para el señorito. —Lo empujó con esa chulería innata de la que hacía gala siempre que podía—. Esta tarde me voy a tirar a la bartola y no voy a mover ni un dedo.

Edward no retrocedió, todo lo contrario, se pegó más a ella.

—Creo que no me he expresado con claridad. Te vienes conmigo. Punto. Final.

«Te odio», quiso gritarle y, en el proceso, causarle un fuerte dolor de tímpanos, porque la opción de levantar la rodilla y darle en el centro de gravedad tenía dos puntos muy negativos. El primero: que un posible aunque remoto revolcón (porque nunca se sabe y, como se dice en el pueblo, no hay que cerrar todas las puertas) se iría al traste si lo desgraciaba; y segundo: estaban tan apretados que su rodilla no tenía radio de acción.

—Nanay.

—Coge tu bolso —insistió él con esa voz de ordeno y mando tan sensual.

— ¿Te has empalmado? —Era una pregunta retórica, estaba lo suficientemente cerca como para saberlo.

—Te doy permiso para que hagas las oportunas comprobaciones.

— ¡Qué más quisieras!

—Se nos hace tarde, pero, si insistes, podemos montárnoslo aquí, en la cocina, a plena luz del día, corriendo el riesgo de ser sorprendidos y tener que dar explicaciones de anatomía, aguantar el sermón correspondiente... Pero, por satisfacer tu curiosidad, cualquier cosa.

« ¡Oh! Pero mira que es engreído este tipo. Si encima resulta que me está haciendo un favor.»

— ¿De verdad? —«Aquí, o todos moros o todos cristianos», pensó mientras movía sus caderas y sonrió al oírlo inspirar profundamente.

—Decidido, bájate las bragas; además, me muero por saber de qué color las llevas hoy.

Ella arqueó una ceja, vaya inquietudes que tenía este hombre.

—A juego con la camiseta —le informó tentadora.

— ¡No jodas! —Exclamó separándose lo imprescindible para comprobar que no lo engañaban sus ojos—. ¿Estampado militar?

— ¿Qué pasa? Si no recuerdo mal, tú tienes unos bóxers de lunares.

—No me lo recuerdes.

Ella sonrió al escucharlo, no hacía falta hacérselo jurar.

—Deja de ser tan estirado —lo provocó, jugando con el cuello de su impoluta camisa blanca.

Todo eso se le iba a escapar de las manos, pero ¿quién puede resistirse?

Colocó una mano en su cadera y la movió a su antojo hasta que la falda fue subiendo. La cuestión no era si se fiaba o no de sus palabras, sino que quería ver ese tanga.

—Tú súbete en la encimera y verás lo estirado que puedo llegar a ser.

Ella aceptó el reto y de un salto se plantó en la encimera... dispuesta a no dar ni un paso atrás.

Pero él se apartó de repente, dejándola desconcertada y cachonda.

Tardó quince segundos en comprender el motivo.

— ¿Ocurre algo? —preguntó Renesme mirándolos sin entender nada. «De mayor no quiero ser así», pensó.

—Nada, me llevo a tu tía a hacer unos recados —afirmó tan ufano—. ¿Quieres venir? —Tentarla no era aparentemente inteligente, pero, aparte de dar a Bella la impresión de ser algo inocente, podía poner la mano en el fuego que su hermana prefería pasar la tarde en el pueblo suspirando por Pablo.

—No, he quedado con Mónica.

Excelente.

Capítulo 38: CAPÍTULO 38 Capítulo 40: CAPÍTULO 40

 


 


 
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