EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125769
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

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El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 26: CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 26

¿Cómo algo tan simple, tan aparentemente inocente, podía causar tanto placer?

Era una penetración suave, lenta, pero segura.

Su cuerpo se arqueó, una respuesta natural a aquel placer. Todas sus terminaciones nerviosas se pusieron completamente alerta, esperando el siguiente paso, la siguiente sensación.

No tuvo que esperar mucho. Un segundo dedo se unió al primero, para, una vez curvados, pulsar todas las teclas necesarias y acrecentar la excitación.

—Estás húmeda.

«Dime algo que no sepa», pensó ella.

Ella cerró los ojos y se los tapó con el brazo, no porque le molestara la luz del sol, sino porque hay cosas que son más intensas si cierras los ojos.

Si se paraba a analizar la situación... estaba en medio de la playa, abierta de piernas, dejando que un hombre, prácticamente un desconocido, lamiera su coño, como la mayor de las desvergonzadas.

Y qué bien sonaba eso. Desvergonzada, por fin lo era por méritos propios y no por las habladurías.

Incluso aunque alguien pasara en aquel momento por el camino que llevaba a la playa y observara aquella estampa, ella ya no podría dar marcha atrás. De hecho, era probable que la posibilidad de ser descubierta, y por tanto de que el chisme llegara a oídos del pueblo, confirmando así su hasta ahora inmerecida fama, aumentara el placer.

—Pero no lo suficiente —murmuró siguiendo a lo suyo, ajeno a los ocurrentes y desvergonzados pensamientos femeninos.

Ella, en respuesta, arqueó aún más su ya de por sí tenso cuerpo. Él no se limitaba a explorar y ella no tenía, menos mal, que darle instrucciones. La cosa se estaba poniendo cada vez más interesante.

No contento con penetrarla buscó con su boca su necesitado clítoris, succionándolo y creando la combinación perfecta entre manos y boca.

Isabella se mordió el labio, no porque quisiera contenerse, sino porque el placer que estaba sintiendo era tan, tan bueno que no podía evitar morderse. Casi perfecto, y ella no estaba haciendo nada.

Quizá eso era el componente fundamental, no preocuparse por nada. Al fin y al cabo, él no era más que un entretenimiento, un rollo de verano, alguien que se largará y así se evitarán situaciones incómodas cuando todo eso deje ser bueno, porque el tiempo todo lo desgasta y nada es para siempre.

—Más... —jadeó perdiendo completamente la compostura.

—Joder, esto se pone cada vez mejor —dijo él, levantándose un instante para admirar la vista.

Él volvió a su trabajo, a lamerla, a degustarla. En definitiva, a volverla loca.

Y Isabella, a experimentar lo que tantas veces soñaba, a sentirse libre para gozar, para disfrutar sin presiones.

Estaba claro que Edward sabía manejar la lengua con maestría, buscando, indagando, recorriendo cada milímetro de piel, estimulando cada terminación nerviosa y sin indicaciones, ni rozaduras de barba, todo sincronizado para conducirla a...

Pero no todo es perfecto.

— ¡¿Qué?! —exclamó ella al sentir de golpe y porrazo cómo el aire era lo único que acariciaba la unión de sus muslos.

—Date la vuelta.

¿Una orden? ¿Había sonado como una orden?

¿Y si así fuera?

Él no esperó, maniobró para colocarla boca abajo, con el culo en pompa, a su entera disposición.

Isabella, por su parte, asumió la orden como una parte más del juego.

Otro día podía replicarle, pero hoy acataría el mandato. Si hasta ahora todo había ido bien...

—Buena chica. —Acarició su trasero con admiración, como si fuera el primero que veía en la vida. Después, consumido por la impaciencia, sacó del bolsillo trasero de su pantalón seis condones que dejó caer junto a su rostro—. Es, simplemente, una muestra de cariño.

Ella puso los ojos en blanco, aquel hombre no tenía remedio.

Edward agarró uno y rápidamente maniobró para, y por este orden, quitarse los pantalones, los bóxers, enfundarse un condón y agarrarla de las caderas.

Tres segundos más tarde entraba en ella.

Consiguiendo que ella, de nuevo, volviera a aquel estado de tensión, de excitación y de desesperación.

—Joder, esto de follar en la playa tiene un no sé qué... —acertó a decir Edward entre arremetida y arremetida.

Ella quería responder, pero se limitó a inspirar profundamente, como si todo el oxígeno disponible no fuera suficiente.

Con cada empujón, su cuerpo se movía al compás. Sus rodillas, no sabía cómo, soportaban su peso al tiempo que cada fibra de la áspera esterilla dejaba marcas en la piel.

Del mismo modo, estaba casi segura de que él, por la forma en que la agarraba de las caderas, marcaría su piel.

Edward no podía creer que aquello estuviera sucediendo, que fuera él el cabrón afortunado que se lo montaba con Isabella. Y de esa forma... joder, era como hacer realidad una fantasía, y, lo mejor de todo, sin haberlo planeado, todo de forma espontánea.

Quizá debería replantearse sus férreas ideas, en lo que al sexo se refiere. Hay ciertos parámetros que no se pueden delimitar, o, como dirían en esos lares: no se pueden poner puertas al campo.

Sentía cómo sus testículos, cada vez más tensos y pesados, se preparaban para la gran final; cómo ella, con sus músculos internos, creaba la presión idónea para correrse de un minuto a otro.

Por cómo gemía y se movía ella también estaba cerca de llegar al clímax, pero no quería comportarse de manera egoísta ni correr riesgos, así que deslizó su mano desde la cadera hasta su coño, buscando entre sus labios vaginales y encontrando un hinchado clítoris, que a buen seguro, con un poco de estimulación, haría que ella lo acompañase en el orgasmo.

Al mismo tiempo pensó en lo tentador que resultaba su trasero, tan expuesto y tan provocativo en aquella posición.

¿Qué pasaría si la tocaba ahí?

Un leve tanteo, una simple aproximación, ver cómo reacciona, obtener información para saber si en un futuro, a ser posible no muy lejano, ella accedería al coito anal.

Sólo de pensarlo, su pulso se disparó aún más, embistió con más fuerza, casi desestabilizándola, temiendo ser excesivamente brusco, aunque, al parecer, a ella no parecía disgustarla. No pudo comprobar su teoría, ella lo estaba exprimiendo.

—¡Oh, Diosssssssss! —Ella, a punto de correrse, llevó una de sus manos junto a la de él, para indicarle que necesitaba un poquito más de presión, sólo un poquito más y se correría.

La sensación de los dedos entrelazados acariciando sus sensibles labios vaginales hizo el resto.

—Lo... mismo... digo —gruñó él, sintiendo la presión sobre su polla, síntoma inequívoco de que ya no podría dar marcha atrás. Esperaba que ella lo acompañara, porque, sin poder ni querer evitarlo, eyaculó con fuerza.

Como si se le hubiera escapado toda la fuerza al correrse cayó sobre ella, sin pararse a pensar si ésta necesitaba oxígeno, la aplastó con su cuerpo y, representando un hecho insólito de ternura en él, la besó en la nuca de forma suave, sincera, nada de juegos, de provocaciones, un beso tierno, extraño, sí, pero sin rastro del cinismo tan habitual en él.

Por desgracia, ese momento no podía perpetuarse indefinidamente, como hubiese querido. Se apartó de ella de mala gana y se deshizo del preservativo, junto con su carga líquida.

Después se subió los pantalones, y al tiempo que se abrochaba el cinturón recuperó su sarcasmo característico.

—Debo decirte que nunca pensé que algo tan primitivo a la par que rústico fuera tan agradable.

Ella estaba más pendiente de buscar la braguita del biquini con la mirada que de hacerle caso, pues corría el riesgo de irritarse y estropear la satisfacción poscoital.

—Ya sabes... vida sana —contestó ella indiferente subiéndose los pantalones cortos.

—Espero que te hayas esmerado en preparar algo decente para comer —murmuró distraídamente. Ella le pasó unas toallitas y después abrió la nevera portátil. Sacó dos tápers y quitó las tapas.

—No me vengas con exigencias —le advirtió mientras iba metiendo en una bolsa las «pruebas del delito». De ningún modo iba a ensuciar el entorno, odiaba a quienes iban a la playa y lo dejaban todo hecho una mierda.

— ¿Sobras? —preguntó él, ceñudo, señalando el primer envase.

— ¿Qué esperabas? —Replicó ella poniendo los ojos en blanco—. Trae para acá, al hambre no hay pan duro.

—Ya veo —murmuró resignado. Sacó uno de los filetes empanados y empezó a comérselo.

Ella, por su parte, primero necesitaba calmar su sed, así que destapó un botellín de agua y casi se lo bebió de un trago. Tanto ejercicio deshidrata.

¿Había sido sólo ejercicio?

Mientras comían, ella no dejaba de darle vueltas al asunto. ¿De verdad pretendía que aquello fuera únicamente un rollo sin más? ¿Cómo afrontaría su siguiente relación? Porque, después de un sexo tan estupendo, quizá él, sin proponérselo, había puesto el listón demasiado alto para que otros pudieran competir, y, la verdad, en el pueblo y sus alrededores no vivían demasiados aspirantes.

Pero, dejando a un lado las bromas, ¿qué clase de extraña conexión se establecía con Edward para llegar a tal punto?

¿Se estaba colgando de él?

¿Tanta estupidez y gilipollez era sólo una fachada?

—Un poco secos —aseveró él y buscó una cerveza—. La próxima vez deja que me encargue yo de las provisiones. Está claro que ir de picnic no es lo tuyo.

Duda resuelta, no finge, es gilipollas.

Capítulo 25: CAPÍTULO 25 Capítulo 27: CAPÍTULO 27

 


 


 
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