EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125721
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

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No me mires así

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Capítulo 30: CAPÍTULO 30

CAPÍTULO 30

Cuando estaba a punto de meterse en la ducha oyó la puerta del baño. No esperaba que nadie la molestara, pero quizá Renesme quería hablar de sus cosas con ella. Aunque, en realidad, no estaba de ánimo para conversaciones sobre problemas ajenos; ya tenía bastante con los suyos, suficientes como para darse de cabezazos contra la pared.

De las dos personas que convivían con ella en la casa apareció el único con el que no quería hablar.

— ¡Sal ahora mismo del baño! —siseó Isabella sorprendida y desnuda. Él no apartó la mirada y ella buscó algo con lo que cubrirse. Mientras se intentaba tapar con una toalla, le dio la espalda. Maldita sea, ¿tenía que entrar justamente cuando acababa de desnudarse?

—Baja la voz —pidió él echando el cerrojo—. Ya sabes cómo se pone si hacemos cualquier cosa que resulte sospechosa. —Esa niñata tenía un oído muy fino, y no tenía ganas de otro numerito.

—Y ¿pretendes que nos encerremos en el baño? —resopló apartándose el pelo de la cara.

—Es un sitio tan bueno como cualquier otro —respondió apoyándose en la puerta. No se perdía un detalle. Si, con un poco de suerte, se cayera la toalla...

—Y ¿para qué, si puede saberse? —lo increpó con chulería; hasta apoyó una mano en la cadera.

—Para hablar. ¿Tenías en mente otra opción?

— ¿Hablar? ¿De qué? —preguntó rápidamente, lo cierto es que sí se le habían pasado por la cabeza otras posibilidades.

—Lo sabes muy bien —respondió. Quizá hacerse el enigmático no era más que otra forma de tocar la moral. Pero lo cierto es que hay vicios difíciles de borrar.

Por supuesto que ella lo sabía. Pero al oírselo decir, con esa maldita actitud de «a mí ni me va ni me viene», prefirió dar un rodeo.

—No, no lo sé. Dímelo tú —dijo con desdén. Si le mostraba cualquier síntoma de que estaba afectada, él podría, y estaba claro que lo haría, aprovecharse.

—Está bien, si quieres hacerte la tonta... —Él se separó de la puerta y caminó hasta situarse frente a ella—. De lo ocurrido esta tarde. Encima de mi coche, para ser exactos. —Se lo estaba poniendo difícil. Bueno, era su especialidad, saber aguantar el chaparrón y capear el temporal.

Ella percibió el tono burlón en la última frase. No debía sorprenderla, pero ella, pecando de ingenuidad, siempre creía que las personas podían mostrar la parte buena en algunas ocasiones.

— ¿Y? —siguió fingiendo desinterés, aunque por dentro estaba hirviendo—. ¿De eso quieres hablar?

—No juegues conmigo —dijo muy serio. No estaba nada satisfecho por cómo se estaba desarrollando la conversación. Esa actitud chulesca, a la par que desafiante, que lo dejaba a él como al tonto de la película, le empezaba a tocar seriamente los huevos—. Simplemente quiero escucharte decir que no hay nada de que preocuparse.

Ella iba a hablar, a decirle que no estaba segura, y, si él era un caballero, se mostraría comprensivo. Diría un «Tranquila, estoy aquí para lo que necesites», pero lo dudaba seriamente.

«Éste es de los que se creen que todo el monte es orégano», pensó, respirando para no gritarle. Pero ella odiaba a las mujeres histéricas que solucionaban sus dudas y crisis a grito pelado. Era partidaria del diálogo, aunque, con Edward, seguramente sería un ejercicio inútil. Explicarle sus dudas era, como poco, tener todas las papeletas para que le tocase aguantar un sermón despectivo. Muy alejado de lo que ella necesitaba en aquel momento. No quería que fuera su paño de lágrimas, pero sí un tipo comprensivo.

Él, ante su silencio, empezó a mosquearse, aunque tras mirarla de nuevo llegó a una más que evidente conclusión. ¿Cómo podía haberse preocupado, aunque fuera durante un minuto? ¿Estaba perdiendo el norte? ¿Perdiendo la capacidad de ser objetivo al catalogar a las personas?

—Supongo que una mujer como tú está más que habituada a estos imprevistos, ¿no?

«¿Una mujer como yo? ¿Una mujer como yo?» ¿Qué insinuaba ese cretino? En aquel instante, ella quiso darle un bofetón de esos bien sonoros y que dejan los cinco dedos marcados. ¿Cómo se atrevía?

Pero no contento con la insinuación añadió:

—Las mujeres como tú no van por ahí sin tener todos los frentes cubiertos. —Y, por si acaso la flecha envenenada erraba en el blanco, remató—: ¿Me equivoco?

« ¡Será hijo de puta! ¡Sí, te equivocas, cabrón insensible!», pensó indignada. En aquel momento, aparte del bofetón, quería decirle cuatro cosas sobre todos sus ascendientes más directos.

Isaella se contuvo, más que nada porque, si le soltaba unas cuantas perlas, Edward se daría cuenta de que su fachada de mujer experimentada se vendría abajo. Ella misma se había puesto la soga al cuello.

Para unas cosas era estupendo eso de ser la que tiene más experiencia, pero para otras era un asco.

Como la mejor defensa es un buen ataque, mantuvo su actitud desafiante. Ese tipo se iría a dormir con las orejas bien calientes.

—Mira, chaval, soy mayorcita para saber lo que hago y cómo lo hago —espetó armándose de valor. Luego, quizá, adivinaría de dónde lo había sacado. Pero es que con ese tipo hasta ella misma se sorprendía de lo que llegaba a hacer y decir.

—Vale —parecía aliviado.

— ¿Contento?

—Hum, no. Si lo tienes todo controlado... ¿Por qué cojones utilizamos condones?

Ella no podía responder, o al menos no podía hacerlo con la verdad.

— ¿No serás uno de esos retrógrados que piensa que los preservativos restan sensibilidad?

—No. Pero has de reconocer que es un coñazo.

—Pues te aguantas.

—Como quieras —aceptó dispuesto a salir del baño—. Aunque... ya que estamos aquí y puesto que tenemos unos cuantos de reserva... ¿Por qué no nos damos un revolcón para dormir mejor?

—Vete a tomar por... —se corrigió en el último instante, no quería que esto la sacara de sus casillas hasta ese punto—... Viento —dijo ella en voz baja—. Déjame ducharme tranquila.

Edward pareció afectado por su respuesta, como si esperara otra diferente. A veces, los silencios eran más elocuentes que las largas disertaciones. Quería ver si ella abandonaba su muestra de chulería rural, si se desarmaba. Por raro que pareciera, echaba de menos a la Isabella que observaba en silencio mientras trasteaba en la cocina, y, por supuesto, a la que sudaba junto a él y le hacía perder el juicio.

Pero ella aguantó.

—Buenas noches —murmuró Edward, y acto seguido quitó el cerrojo y la dejó a solas.

— ¡Gilipollas...! —exclamó mirando la puerta del baño por la que ese... ese... imbécil acababa de salir.

Tardó unos instantes en recomponerse, Edward tenía la capacidad de trastornarla, por desgracia, en más de un sentido. Trastornarla en el sentido bueno y en el malo, y eso es lo que empezaba a preocuparla. Ella no era así.

Mal asunto.

Abrió los grifos de la ducha y ajustó la temperatura. Entró en el agua, cogió su gel con olor a fresas y se enjabonó distraídamente mientras su cabeza hacía de calculadora. Días arriba, días abajo... Seguía sin tenerlo claro, ningún ciclo menstrual es una ciencia exacta y ella se había lanzado de cabeza al método empírico para comprobarlo.

Y, como se decía en el pueblo, los experimentos, con gaseosa.

Acabó la ducha, aunque la relajación que perseguía no fue posible. Demasiadas vueltas en círculo para no llegar a ningún lado.

Se desenredó el pelo con gestos mecánicos, mirándose en el espejo empañado, a excepción del círculo que había hecho con la mano, pero realmente no se veía a sí misma.

Con las prisas había olvidado llevarse unas bragas limpias y un camisón. Así que no quedaba más remedio que envolverse en una toalla y volver a su habitación.

Esperaba no tener que arrepentirse de su arrebato bucólico.

Una vez en su dormitorio, se dispuso a acostarse, pero a pesar de haberse dado una ducha y de tener todavía el pelo húmedo, su cuerpo acusaba el calor. Esperaba que remitiese pronto. Aquel año el refrán de «agosto, frío en el rostro», quedaba inservible.

Cogió el libro que tenía abandonado sobre la mesilla y se sentó junto a la ventana abierta. Con un poco de suerte, quizá entraría algo de aire fresco y la lectura la distraería.

Pero no hubo suerte, en ninguna de las dos cosas.

Tal vez debería poner en práctica el método de Escarlata O´Hara: «Ya lo pensaré mañana».

Capítulo 29: CAPÍTULO 29 Capítulo 31: CAPÍTULO 31

 


 


 
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