EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125735
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

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No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 31: CAPÍTULO 31

CAPÍTULO 31

Edward bajó a la cocina a primera hora de la mañana. Poco a poco había ido acostumbrándose a la rutina diaria: llevar a Isabella al trabajo, desayunar en su cafetería habitual, pasar la mañana conectado a Internet para ponerse al día de sus asuntos y trabajar un rato junto a su hermana.

Le venía bien, ya que estar sin hacer nada no era lo suyo.

La hostilidad inicial de Renesme había ido pasando a una especie de status quo muy curioso: «Te soporto porque me convienes». Así que, por lo menos, no tenía que aguantar un enfrentamiento directo.

—A tu tía se le han pegado las sábanas —murmuró al servirse una taza de café.

—No lo creo, la he visto salir hace un buen rato —le desmintió rápidamente ella.

— ¿Perdón?

—A ver si mejoramos la limpieza de las orejas... —se guaseó su hermana.

Discutir sobre su falta de higiene personal no era necesario, tenía claro que ése no era uno de sus defectos. Le interesaba más otra cosa.

— ¿Cuánto hace que se ha marchado?

Como era de esperar, Renesme no contestó inmediatamente. Se encogió de hombros y fingió meditarlo.

—Yo que sé... Diez, quince minutos. No me paso el día controlando el tiempo, ¿sabes?

—Hay que joderse...

—Para no caerse —Renesme remató la frase, pero, por su cara, estaba claro que mucha gracia no le había hecho.

Edward se sentó de nuevo. Ya no tenía remedio y ni muerto iba a salir en su búsqueda.

Siendo objetivo, era lógico que ella intentara distanciarse de alguna manera después de la conversación de la noche anterior en el cuarto de baño, pero esperaba que fuese un poco más... consecuente. Sí, ésa era la palabra, «consecuente».

No entendía el motivo de su comportamiento. Era como si estuviera molesta, no hacía falta ser ningún lumbreras para llegar a esa conclusión.

Así que adiós a su desayuno de cinco estrellas, se conformaría con la bollería industrial en forma de magdalenas y una mañana plagada de controversias sobre cómo debe hacerse un trabajo para el instituto.

A treinta y seis kilómetros de distancia, en el centro de belleza, Isabella terminaba de peinar a una de sus clientas habituales. No estaba lo que se dice muy concentrada pero, por suerte, Martina y la clienta no lo advirtieron.

Cuando el salón se quedó vacío, Isabella aprovechó para escaparse y poder tomar un café.

No había terminado de pedir su consumición, cuando notó la presencia de alguien conocido tras ella.

—Por fin te encuentro.

Ella resopló. El que faltaba.

— ¿Qué haces aquí?

—Intentar hablar contigo. Ayer por la tarde pasé ¡dos veces! por tu casa y allí no había ni Dios. ¿Dónde estabas?

« ¡Este hombre es tonto de remate!», pensó ella mirándolo. ¿A santo de qué venía tal recriminación?

Como lo conocía y sabía que decirle abiertamente que ella no tenía por qué dar explicaciones supondría dar vueltas y más vueltas, prefirió la mentira piadosa.

—Me fui de paseo.

—Con el inglés, ¿no?

—Sola. —Era un riesgo aseverar tal cosa.

—Ya, ¿tú me estás tomando por idiota, o qué?

«Sí.»

—No, claro que no. —Le dio unos toques en el brazo.

—Pues no lo parece. Te vieron, ¿sabes?

— ¿Perdón? Esto... ¿qué? —se corrigió automáticamente. Ya empezaba a hablar como ese otro imbécil.

—Ayer, te vieron en el coche del inglés, no ibas sola y ¡conducías tú!

— ¡Vaya por Dios! —murmuró. Parecía más afectado por el último hecho que por otra cosa.

Jacob frunció el ceño y, como la conversación iba para largo, se pidió un desayuno.

Ella lo observó mientras desenvolvía su madalena. ¿Y si volvía con él?

Al fin y al cabo, todo resultaría infinitamente más fácil. Incluso, si era lista, podría rentabilizar los cuernos, como hacían algunas.

Evitaría controvertidos diálogos, su ex era un hombre sencillo, aspiraba a sustituir a su padre algún día como alcalde y a crear una familia y poder vivir en el pueblo. Una situación un tanto tradicional que incluía a una esposa menos propensa a experimentos y, por supuesto, menos exigente, es decir, alguien como Leah. Ella se moría por un gran bodorrio y con poder dejar de trabajar una vez que fuera la «señora de».

Con Jacob, probablemente, jamás tendría problemas financieros: era hijo único y con las barcas de pesca, el hotel y el restaurante daba más que de sobra para vivir desahogadamente.

Visto desde la vertiente económica tenía las alubias garantizadas. Desde la vertiente emocional Jacob era un hombre poco dado a las exageraciones y a los dramas, fácil de complacer y, si le había puesto los cuernos con Leah, era porque más o menos ella lo había empujado a ello.

Ya, pero por muy rentable que fuera, terminaría de nuevo en el callejón sin salida llamado aburrimiento.

No, de ninguna manera iba a volver con él.

La independencia tiene un precio, jornadas largas de trabajo y mal pagadas. Pero si algo tenía claro, era que para exigir hay que contribuir.

—Jacob, acepta de una vez las cosas. Estás con Leah, ella está loca por ti, estáis hechos el uno para el otro. Se ve a la legua que hacéis una pareja estupenda. —Isabella pensó que con esta serie de topicazos, tan simples como absurdos, y que la mente masculina de su ex entendería a la primera, terminaría por rendirse y dejarla en paz.

—No estoy seguro.

Bien, está dudando, eso ya es un gran paso.

—Yo sí, lo sé al noventa y nueve por ciento. Acuérdate del instituto, siempre querías salir con ella. —Venga, venga... casi está.

— ¿Y tú? ¿Qué pasa contigo?

— ¿Conmigo?

—En el fondo me siento mal. Te quedarás sola. Porque estoy seguro de que ese inglés te la va a jugar.

«Qué mono, primero se preocupa por mí y luego siembra la duda. Muy al estilo de Leah.»

—No te preocupes por eso. Estaré bien, de verdad —dijo con voz suave, como si fuera una tonta resignada, como si él fuera el mejor hombre del mundo y ella, pobrecita, fuera a sufrir su abandono en silencio y soledad para que él lograra ser feliz.

—Deja que al menos te invite a desayunar.

Fingió una sonrisa de agradecimiento, él era el hombre, sabía proveer de alimentos a las mujeres. Decirle que no era una cosa muy parecida a herir su orgullo como representante masculino.

—Excelente... digo... ¡Vale! —Otra vez, otra jodida vez hablando como ese relamido.

Isabella desayunó rápidamente, no porque le apeteciera, sino porque los chismosos del pueblo pondrían la máquina del cotilleo en marcha si pasaba demasiado tiempo junto a su ex. Leah se acabaría enterando, seguramente a primera hora de la tarde, y no tenía ganas de enfrentarse a su cara de perros.

Cuando pensaba escapar, Jacob volvió a la carga.

—Deberías echar a ese inglés de casa. Te va a causar problemas, lo presiento.

«Dime algo que no sepa.»

—Legalmente es el dueño del cincuenta por ciento, no puedo echarlo —argumentó con toda lógica.

—Pues entonces vete tú.

Isabella puso los ojos en blanco. No había manera, cuando se le metía una cosa entre ceja y ceja...

—Estoy bien, de verdad. Además, no puedo separar a mi sobrina de su única familia, su padre así lo deseaba —«Perdóname, Renesme, por lo que acabo de decir.»

—Hum, pero...

—Eres un amor preocupándote por mí. —«Un poco de mierda sentimentaloide para salirme con la mía»—. Ahora sé que tengo un buen amigo para toda la vida. —Sonrisa humilde a juego para rematar la jugada.

—Eso no lo dudes. —Jacob se inclinó para besarla.

Ella no supo si, por la fuerza de la costumbre o por un simple descuido, iba a besarla en los labios. No quería correr riesgos y giró la cabeza.

—Gracias por todo. Ahora tengo que volver, ya sabes cómo se pone Martina.

Salió escopeteada de la cafetería y volvió al salón de belleza donde, por lo visto, Leah ya había sido informada de su encuentro.

—Zorra avariciosa —siseó la ofendida en voz baja cuando la ofensora pasó a su lado para ponerse la bata de trabajo.

—Envidia cochina —respondió en el mismo tono. Estaba claro que luego, es decir, en cinco minutos, llamaría a Jacob y le contaría todo.

—No me extraña que la gente diga que eres ligera de cascos.

«Uy, lo que ha dicho...»

Isabella quería reírse en su cara, por ser rematadamente cursi e infantil. Pero creyó más conveniente evitar que su ex volviera a replantearse si Leah le convenía o no.

—Escucha un momento y deja de jugar a la novia celosa. Jacob te quiere, siempre te ha querido, salió conmigo porque tú no le hacías caso y ha esperado una oportunidad para estar contigo. En cuanto pudo me engañó, así que no la jodas montándole numeritos. Dedícate a planear una boda con él y olvídate de mí.

La ofendida la miró, no estaba del todo convencida, pero las palabras de Isabella inflaban el ego y la autoestima de cualquiera. Si lo pensaba en frío, todo lo que había dicho era cierto...

Isabella se fue al almacén a por más cartuchos de cera, ya que en diez minutos tenía una cita con otra de las habituales.

Esperaba que el tema quedase zanjado y no tener que volver a soltar jamás discursitos tan cursis. Dos en un día sobrepasaban su aguante.

Capítulo 30: CAPÍTULO 30 Capítulo 32: CAPÍTULO 32

 


 


 
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