EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125762
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

Mis otras historias:

El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 19: CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 19

A veces, por mucho que una misma se repita las cosas, eso no hace más fácil el hecho de conseguir mantener una promesa, cosa que la irritaba profundamente. ¿Cómo entender, y de paso explicarse a sí misma, que discutir permanentemente con un tío no hace disminuir el deseo de llevárselo al huerto?

Y así, conteniendo sus impulsos de tirarle el café a la cabeza o de abalanzarse sobre él, a partes iguales, había llegado el sábado.

Y allí estaba de nuevo el cuadro casi familiar, después de la cena, disimulando, matando el rato, con la vigilante al acecho.

Edward, por su parte, no estaba mucho mejor. Su queridísima y preocupada hermana se las había ingeniado durante toda la semana para no dejarlos ni un segundo a solas. Por las noches, en vez de irse con sus amigos a hacer lo que sea que hacen los adolescentes en las noches de verano, se quedaba en casa y se pegaba como una lapa a su tía hasta bastante tarde. En el jardín, en el dormitorio, donde fuera, con tal de que él no pudiera ni arrimarse a su objetivo, al cual, en realidad, no debería acercarse, por mucho que deseara hacerlo. Podía buscar mil excusas, pero en el fondo no era más que un tío, y ante ciertos estímulos respondían todos (al menos el noventa y nueve por ciento) del mismo modo.

Lo cierto era que el mero hecho de desearla ya era bastante desagradable (en verdad, era algo para un Expediente X), y a eso había que añadirle el hecho de observarlas, que aún era peor. Y, por si fuera poco, cuando Renesme dejaba respirar a su tía, había buscado otra curiosa forma de joderle las intenciones: juntarse a él.

Y con un argumento de lo más inocente: que la ayudase con un trabajo escolar. Renesme había intentado hacerle la pelota de la forma menos sutil que hubiese imaginado, es decir proclamar a los cuatro vientos que necesitaba a alguien con estudios, preparado y todo eso para que la ayudase.

Y así, de esa manera tan triste, había acabado leyéndose un insufrible trabajo sobre la Revolución francesa en vez de revolucionar a la tía, que es lo que le pedía el cuerpo.

—Esto es poco menos que una mierda —dijo a su hermana tirando los folios encima de la mesa, bastante hastiado por tener que leerlo. Además, cuando uno hacía un trabajo lo menos que se esperaba es que fuera decente, y éste distaba mucho de serlo.

—No digas bobadas, se ha esforzado mucho —apuntó Isabella.

Y él clavó los ojos en ese trasero mientras hacía quinielas mentales intentando averiguar de qué color llevaba el tanga. Pero, como tenían a la policía de la castidad en casa, lo mejor era pensar en otra cosa, es decir, descargar su frustración en algo concreto.

—Es una mierda y punto —reiteró él—. Mira, si lo que pretendes es hacer un trabajo de calidad no puedes limitarte a copiar palabra por palabra lo que pone en un libro. Estoy seguro de que tu profesor puede comprarse una enciclopedia, no creo que quiera leer lo mismo.

—Te he pedido ayuda, no que me tires por tierra todos mis esfuerzos —replicó su hermana.

—Lleva razón —murmuró Isabella intentando ayudar.

—Tú no te metas en esto —contestó Edward de mala leche.

—Oh, perdón, señor licenciado —se burló ella hablando con acento hispanoamericano al más puro estilo culebrón.

Él no quiso entrar al trapo, quería entrar en otro asunto, pero, como decían ellas, ajo y agua.

—Para hacerlo con un mínimo de calidad, al menos debes ser tú quien redacte, no puedes repetir como un loro lo que otro ha escrito, ¿comprendes?

—Vale, lo capto, pero... ¿cómo lo hago?

—Estoy segura de que el señor licenciado te lo hará saber. —Otra vez Isabella con el tonito de burla.

—Primero lees toda la información con la que vas a trabajar, vas tomando notas de lo que te parece más interesante, de lo que te llama la atención, contrastas los datos y después haces un esquema.

—Eso es mucho pedir. No tengo tiempo —se quejó Renesme.

—Pues te jodes. —Así, sin anestesia ni nada, se lo dijo—. Haberlo hecho bien desde el principio. —Y, para que no tuviera tentaciones de aprovechar nada de lo ya hecho, cogió los papeles desperdigados por la mesa y los rompió delante de sus narices.

— ¡Eh! ¿Qué coño haces? —Renesme intentó arrebatárselos.

—Me has pedido que te ayude, ¿no?

—Oye, no puedes hacer eso —dijo Isabella molesta.

—A mí no me vengáis con estupideces. Si no queríais mi opinión, no habérmela pedido. No me extraña que luego haya tanto mediocre suelto, si para un simple trabajo no se molesta ni en hacerlo bien...

—Mira, eres de lo más pedante que he visto en mi vida —espetó Renesme levantándose de la mesa—. Ahora voy a tener que empezar de nuevo.

—Una excelente oportunidad para hacerlo bien, ¿no crees? —sugirió él con sarcasmo.

Pero su hermana era más lista de lo que dejaba ver. Si pasaba de su colaboración, eso significaba dejarlo sin vigilancia y eso no podía ser. Así que se tragó su orgullo y volvió a sentarse.

—De acuerdo —cogió papel y boli le miró y añadió—: Dime exactamente cómo tengo que hacerlo.

Edward, por un instante se quedó sin saber qué decir, la muy bruja no era tan tonta como uno podía pensar a primera vista, mataba dos pájaros de un tiro: lo mantenía ocupado y además conseguía su propósito de presentar un buen trabajo.

Se sintió orgulloso, opinión que se guardaría muy mucho de expresar en voz alta, pero en el fondo sabía que era así. Aunque le jodiera los planes.

—Ya contesto yo —dijo Isabella al oír el timbre del teléfono—. ¿Quién será a estas horas? —Se dio la vuelta y descolgó el auricular—. ¿Diga?

—Hola, soy Petra. ¿Está Renesme?

—Sí, está aquí, ¿por qué? —preguntó jugando con el cordón del teléfono mientras observaba a esos hermanos, aparentemente tan diferentes.

—Verás, ya sabes que mi hermana estaba a punto de dar a luz, aún le quedaban diez días, pero por lo visto hay alguien que tiene prisa por salir y se ha puesto de parto. Y como ha sido así, tan de repente, pues no tengo a nadie con quien dejar a Carlitos. ¿Puede Renesme venir esta noche a casa?

—Voy a preguntárselo.

—Le estaría muy agradecida.

—Siento interrumpir tan conmovedora estampa —dijo Isabella mirándolos mientras mantenía tapado el auricular—. ¿Puedes ir a hacer de canguro a casa de Petra?

— ¿Hoy? Quiero decir, ¿ahora?

—Por lo visto es una emergencia.

—Dile que le daré una buena propina —apuntó Petra desde el otro lado de la línea.

Edward, que hacía mucho tiempo que se había alejado de la fe (si alguna vez había estado cerca), estaba empezando a reconsiderar su opción, ya que semejante interrupción era una especie de milagro.

—Te pagará bien. —Isabella transmitió el comentario.

Renesme miró a los dos. Maldita sea, estaba entre la espada y la pared. Necesitaba esos eurillos, pero, por otro lado, si los dejaba a solas...

—Bueno —aceptó al final. Ese dinero siempre iría bien, no era justo que sólo su tía se matase a trabajar. Sólo esperaba que el petardo de su hermano arreglara cuanto antes lo del testamento para no depender de su voluntad y vivir más cómodamente—. Dile que voy. —Se puso en pie y recogió los papeles—. ¿Puedes llevarme? —le preguntó a su hermano. Desde luego por el tono no parecía una amable petición, sino más bien una orden.

—Como quieras —respondió él con su tono de perdonavidas.

Isabella se despidió de su amiga por teléfono y no se perdió detalle. ¿Qué tramaba? Porque esa amabilidad no era ni de lejos tan inocua como parecía.

Edward las dejó a solas mientras iba a su habitación a por las llaves del coche. Renesme aprovechó para repetirle a su tía cierto asunto.

—Me lo prometiste. No vas a acostarte con él.

— ¡Claro que no! —exclamó rápidamente—. ¿Tan poca confianza tienes en mí?

—No es de ti de quien desconfío. Al fin y al cabo, es un tío. Ya sabemos en lo que están pensando todo el día.

—Oye, ¿no eres un poco joven para saber de esas cosas?

Renesme resopló.

—Sé lo que hay que saber —dijo toda ufana—. Y no desvíes el tema. Prométemelo.

—Palabra. Prometo no acostarme con él.

—Vale.

Unos minutos después apareció Edward e instó a Renesme a que se diera prisa en recoger sus cosas.

—No tengo toda la noche. —Fue su forma de hacerlo.

Durante el trayecto a casa de Petra, Renesme pensó en el modo de abordar el asunto. Al fin y al cabo, con su tía tenía confianza, pero con su hermano... y conociéndolo...

Cuando él detuvo el coche frente a la casa, repiqueteó impaciente los dedos contra el volante y, a ella, ese gesto no le pasó desapercibido.

—No sé cómo decirte esto...—Renesme se mordió el labio—. Vale, está bien, te lo diré y punto.

Ante el titubeo de la joven, Edward, que intuía por dónde iban los tiros, no se lo puso fácil. Donde las dan las toman.

Petra apareció con Carlitos en brazos y sólo quedaban treinta segundos para transmitir el mensaje.

—Ni se te ocurra acostarte con mi tía, ¿vale?

— ¡Ya habéis llegado! —exclamó la mujer sonriendo y examinando a Edward de arriba abajo, esperando sin duda ser presentada.

—Hola, Carlitos. —Renesme se acercó al niño, obviando los deseos de la madre.

—Mañana vendré a buscarte, dime a qué hora —dijo Edward.

—Oh, no se preocupe por eso, yo me encargaré de llevarla por la mañana.

Ésa no era la idea, pensó él, lo mejor era ajustar un horario para evitar imprevistos.

—Gracias —contestó sonriendo de medio lado. Tampoco era cuestión de permanecer allí más tiempo del necesario.

Quería llegar a casa cuanto antes. Aunque, si lo pensaba bien, si pisaba a fondo el acelerador y ponía a trabajar todos los caballos del motor, daría tal espectáculo en el pueblo que no haría falta anunciar su llegada.

Así que no le quedó más remedio que disfrutar de la calma nocturna mientras regresaba a casa.

Capítulo 18: CAPÍTULO 18 Capítulo 20: CAPÍTULO 20

 


 


 
14445275 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios