EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125723
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

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No me mires así

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Capítulo 37: CAPÍTULO 37

CAPÍTULO 37

— ¿Qué tal anoche?

Bella disimuló al escuchar la pregunta de su sobrina y fue directa a la cafetera. Necesitaba una excusa, cafeína y pensar en cualquier otra cosa que no fuera la noche anterior.

— ¿Por qué no hablamos de ti? —replicó suavemente. Las adolescentes suelen preocuparse mucho más por sus cosas, aunque sean problemas insignificantes, y en aquel momento prefería ocuparse de asuntos ajenos en vez de los propios. Su salud mental se lo agradecería eternamente—. ¿Qué tal te fue?

Se sentó a la mesa, enfrente de su sobrina que daba vueltas y vueltas a su leche con Cola Cao de forma monótona, como si en el fondo del vaso se encontrara la solución a todos sus problemas.

La respuesta era obvia.

— ¿Tú que crees? —adujo Julia con evidente malestar. Dio un sorbo al vaso y después lo apartó a un lado. Ya ni el desayuno tenía gracia.

—Deduzco que las cosas no salieron bien —murmuró expresando en voz alta la cruda realidad que tanto afectaba a la adolescente.

«Pues estamos listas —pensó—. Las dos con mal de amores... ¡Un momento! Yo no tengo mal de amores», se recordó por si acaso.

Renesme resopló.

—Todo iba más o menos bien. —Hizo una mueca como queriéndose convencer a sí misma—. Hasta que apareció la Jenny. Grrr, ¡es que no la soporto! Nada más aparecer, Pablo sólo tuvo ojos para ella.

—Mal asunto...

—Y tanto. La muy... guarra no paró de hacerle mimos, que si te traigo algo de beber, que si mira qué tatuaje más chulo... ¡eso no es juego limpio!

— ¿Tiene un tatuaje? —preguntó Bella sorprendida. Por lo visto, cada vez empezaban más jóvenes.

— ¡Qué va! Ya te he dicho que es una guarra. Se ha hecho uno de esos de henna que duran un mes. Pero claro, te apartas un poco la camiseta para enseñarle el tatuaje a un tío y se vuelve loco.

«¿Qué me vas a contar que no sepa?»

—Eso es cierto. —Era una verdad incontestable. Pero tampoco iba a empezar con eso ahora, su sobrina necesitaba apoyo y sobre todo ideas—. Tenemos que darle a ese Pablo donde más le duele... —reflexionó en voz alta, quizá estaba proyectando su propia frustración.

— ¿Cómo? —Renesme dejó caer la cabeza sobre la mesa, totalmente abatida.

—Los hombres, aunque parezca lo contrario, tienen dos puntos débiles. Y ese chico no va a ser la excepción. —Otra verdad universal.

—Ah, ¿sí?

—Por supuesto está su centro de gravedad... ya... me entiendes, pero para este caso no nos sirve... iremos directas a su orgullo.

—Vale. —Hizo una mueca, la teoría estaba muy bien, pero necesitaba algo más tangible—. ¿Entonces...?

—Esta tarde, en la merienda que da el alcalde —explicó. A la par que hablaba, iba organizando su plan—. Tienes que buscar el momento apropiado...

—Ajá...

—Cuando esté toda la pandilla, incluida la Jenny y, ni qué decir tiene, Pablo. Te presentas delante de todos, muy digna, que no se note que por dentro te está escociendo, y le dices, ¡ojo! a ella: «Gracias por quedarte con él».

— ¿Estás segura? Si le digo eso, habrá ganado.

—Psicología inversa. Eso no es todo, no interrumpas. Cuando ella se quede a cuadros, porque se va a quedar, no lo dudes, rematas y dices: «Te acompaño en el sentimiento, porque lo hace de pena».

Renesme abrió los ojos como platos.

¿Su tía había perdido la cabeza? ¿Cómo iba a tener el valor de soltar esa frase?

Y no fue la única.

—Deja las drogas, por favor —dijo Edward entrando en la cocina. No podía haberse imaginado una conversación más desatinada para comenzar el día ni soñando.

—Como te iba diciendo... —Bella obvió esas palabras. Ni tan siquiera lo miró—. Eso lo dejará totalmente descolocado.

— ¿Así piensas tú arreglar las cosas? ¿Ofendiendo al chico? —Edward negó con la cabeza—. No le hagas ni puto caso. —Esto último lo dijo mirando a su hermana.

—Está claro que Pablo no va a bajarse del burro —continuó Bella como si él no hubiera entrado en la cocina—. Así que hay que jugar duro.

—Vaya consejos que le das. Así no va a llegar a ninguna parte.

«Ya empezamos...», pensó Renesme, observándolos alternativamente.

—No necesito otra pelea entre vosotros, me da dolor de cabeza —se quejó la adolescente.

—Pues déjate aconsejar por quien sabe. De los tres aquí presentes, sólo yo conozco el punto de vista masculino —arguyó retando con la mirada a que Bella rebatiese eso.

—Tú ni caso. Mira lo que pasó anoche por seguir el punto de vista masculino —argumentó ella destilando sarcasmo.

Edward, tras servirse un café, se sentó junto a ella, aunque manteniendo las distancias con esa «jodesentimientos».

—Escucha, ¿te has planteado que, a lo mejor, ese chico simplemente no te ve como a una posible novia? ¿Qué sólo quiere tenerte como amiga?

—El problema es que no me dejo... quizá debería...

— ¡No! —exclamaron los dos adultos al mismo tiempo.

—No es cuestión de dejarse —Bella se adelantó—. No puedes hacer algo porque él quiera y tú sólo pretendas agradarle. Tiene que ser porque tú lo deseas.

— ¡Joder! ¿Y luego pretendes que le diga esa chorrada de «lo haces de pena»? ¿Qué te crees que van a pensar los demás?

—Hum... —Renesme se mostró indecisa.

—Siempre será mejor pecar por exceso que por defecto.

—Ésa no es la cuestión.

—Entonces, ¿voy y se lo suelto o no?

—Sí.

—No.

—Y cuanta más gente haya delante, mejor.

—Claro, así en el pueblo todos sabrán que la tradición familiar no se pierde.

Bella quería darle con la mano abierta. ¿Es que ya no iba ni a respetarla delante de Renesme?

—Pero ¿qué bobadas de tradición dices? —le espetó Renesme.

—No te calientes —intervino Bella—. A palabras necias, oídos sordos.

—Vamos a pensar las cosas un poco antes de actuar a lo tonto. —Edward adoptó su postura favorita, la de abogado sopesando los pros y los contras—. En esa merienda popular, ¿cuánta gente va a haber?

— ¡Pues todo el pueblo! —le espetó su hermana como si fuera tonto.

—Bien. Y, si no me equivoco, quieres arriesgarte a decir algo así y que te escuche quien no debe. ¿Voy bien?

—Es que tiene que buscar el momento oportuno —contraatacó Bella.

— ¿Delante de tanta gente? Tú estás loca. Eso no será posible, cualquiera puede pasar sin que se dé cuenta y después todo el pueblo, con lo que les gusta, la tildará de fresca. Eso es lo que vas a conseguir. Por no mencionar que el tipo ese, Pablo, no volverá a dirigirle la palabra.

—Visto así...

—El tipo en cuestión ni la mira, ya no tiene nada que perder.

— ¡Tiene quince putos años! ¿Qué pretendes? ¿Joderle la vida?

—Hasta ahora nos las hemos apañado muy bien solas —se defendió Bella.

—Eso es cierto, deja de meterte con ella.

—Sólo estoy siendo objetivo y exponiendo los hechos. —Si no se mantenía firme, esa loca arrastraría a su hermana a un suicidio social.

—Pues hazlo sin insultarla —le recriminó su hermana.

—No es un insulto, es simplemente una disparidad de opiniones.

— ¡Vaya! Ya salió el abogado liando las cosas. ¡Cómo os gusta hacer juegos de palabras para saliros con la vuestra al final!

—Dejémonos de bobadas —Edward dio por zanjado el tema—. Lo importante aquí es que ella no haga el imbécil esta noche, con todo el pueblo presente.

Renesme empezaba a acostumbrarse a estos rifirrafes que no aportaban nada a sus problemas. Si acaso los enturbiaban más, ya que, al tener más variables que considerar, se hacía más difícil tomar una decisión.

Se levantó de la mesa, tenía mucho en que pensar. Los dos tenían su parte de razón. Desde luego, esto del primer amor era un asco.

—Tengo una pregunta más —dijo, interrumpiendo la retirada de su hermana.

— ¿Cuál?

—Esa merienda, o lo que sea, ¿dónde se hace? No he visto por aquí ningún restaurante ni local adecuado.

Las dos se echaron a reír.

— ¡No digas tonterías! Un local, dice. ¿Estás tonto?

— ¿Entonces?

—En la plaza del pueblo.

Thomas, no sin cierto temor, se acordó de la barra de bar improvisada de la fiesta nocturna.

—Se colocan una serie de mesas y allí se pone la comida y la bebida que la gente aporta de forma desinteresada —le informó su hermana como si fuera tonto.

Capítulo 36: CAPÍTULO 36 Capítulo 38: CAPÍTULO 38

 


 


 
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