EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125731
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 12: CAPÍTULO 12

 

CAPÍTULO 12

Los sábados por la noche en un pueblo que contaba  con tanto bullicio como turistas  no resultaban lo que se dice un planazo. Como tampoco tenía ganas de moverse o de quedar con alguna amiga para repasar los chismorreos semanales (ya tenía suficiente día a día en su trabajo), Bella decidió que, después de cenar, saldría con Renesme a la fresca en el jardín trasero, para charlar de sus cosas. A veces se sorprendía gratamente de la madurez de su sobrina para algunos temas. Y, de paso, de ese modo no tenía que conversar de forma forzada con el esnob que por desgracia vivía con ellas.

Cuando estaba fregando los platos de la cena mientras Renesme recogía la cocina, sonó el teléfono. Se imaginaba quién podía ser.

—Cógelo, seguro que es él. Ha dejado a esa guarra de Lesh porque sabe que tú vales cien veces más.

Nada mejor que el amor incondicional de la familia para subir los ánimos.

— ¿Sí?

—Hola, Bella, soy Mónica, ¿está Renesme?

—Te la paso.

Terminó de fregar mientras se esforzaba por escucharla hablar por teléfono, intentando unir, sin éxito, los retazos de la conversación. Por lo visto su amiga llamaba porque varios chicos y chicas habían quedado en la plaza para pasar el rato juntos y, lo más importante, Pablo iba a estar. Y, si no quería que se fijase en otra, tenía que estar allí, sí o sí, porque el Romeo de Cadaqués tenía, por lo visto, más de una lagarta a su alrededor, y si Renesme no se andaba con cuidado...

—Voy a preguntar —dijo al auricular y luego miró a su tía—. ¿Puedo ir? Luego me quedaré en casa de Moni.

—No sé... —murmuró para picarla un poquito.

—Porfa...

—Vaaaale. Pero no hagas mucho el tonto con ese chico.

— ¡Lo intentaré! —respondió saliendo de la cocina a la carrera para subir a cambiarse y salir escopetada.

—Dando consejos eres de lo mejorcito —dijo una voz irritante que, por desgracia, empezaba a ser habitual en la casa.

—Se dice: consejos vendo, pero para mí no tengo —le replicó agarrando el trapo de cocina para limpiar la encimera. Y tras dejarla como los chorros del oro, lo dejó plantado.

Edward se quedó solo en la cocina sin nada que hacer. Otra vez. Había comprobado un par de días atrás lo emocionante que era ir a la taberna del pueblo y tomarse una cerveza. Jodidamente emocionante, para ser exactos. Aparte de aguantar a todos los parroquianos preguntándole por todo sin ningún tipo de vergüenza, tenía que aguantar también a algunas que decían ser amigas de Isabella narrándole, en vivo y en directo, las cosas buenas y poniendo, faltaría más, énfasis en las malas. Pero, no contentos con eso, intentaban, cuando consideraban que ya sabían todo lo que había que saber sobre el hijo del inglés, congraciarse con él, hablándole de lo buena persona que fue su padre, de lo que se lo echaba de menos, del buen padre, marido y vecino que era...

Así que, tras su primera y última excursión a la cantina del pueblo, y para evitar posibles consecuencias estomacales, conocidas comúnmente como úlceras, compró unas cervezas para tomárselas en casa tranquilamente, sin nadie que le tocara la moral. Bueno, sí había posibilidades de que se la tocaran, pero sabía capear el temporal y hasta podía divertirse.

Abrió el frigorífico y sacó la bebida. Después se acercó al cajón para buscar el abridor, dio el primer trago y miró por la ventana de la cocina que daba al patio trasero. Esperaba ver el cielo estrellado de agosto, pero no fue eso lo que le llamó poderosamente la atención.

—Pero ¿qué coño...?

Isabella estaba tumbada boca arriba, en una esterilla, sobre el césped, aún húmedo, con las rodillas dobladas, las manos cruzadas en el regazo y los ojos cerrados. Mantenía una expresión relajada, como si estuviera en su mundo, ajena a cuanto la rodeaba.

Intrigado, decidió salir y averiguar qué demonios hacía esa pirada.

Con el botellín en la mano salió por la puerta trasera y caminó hasta ella.

Joder, se estaba infinitamente mejor allí, a la fresca, que en casa.

Sin pedir permiso, se sentó a un lado, ocupando una pequeña porción de esterilla.

—Estás molestando —dijo ella sin abrir los ojos.

— ¿Puedo preguntar?

—Sí.

— ¿Qué estás...?

—Pero no tengo por qué responderte —lo interrumpió—. Podrías, al menos, tener el detalle de haberme traído una. —Señaló la cerveza.

Como le daba lo mismo, se la pasó. Por un instante pensó que la rechazaría, pero no, bebió a morro, como él, y se la devolvió.

—Qué fresquita.

—Se dice gracias.

—De nada.

Durante unos minutos no dijeron ni una sola palabra. Claro que él tampoco compartió de nuevo la bebida con ella. Si quería refrescarse, debería darle información.

—Me estás tapando —murmuró ella.

Edward se giró para mirarla y tratar de comprender qué cojones estaba diciendo. Al ver la cara que puso, ella decidió explicárselo.

—La luna, me estás tapando los rayos de luna.

Si eso era una explicación, él seguía en la inopia.

— ¿Qué coño dices?

—Estoy tomando baños de luna —dijo como si él fuera la única persona del planeta que no lo hacía.

— ¿Me estás vacilando?

—Pásame la cerveza.

—No queda —informó él bebiéndose rápidamente lo que quedaba.

—Sé útil. Ve a por otra —pidió ella dándole toquecitos con el pie.

Podía haberse negado, pero le suponía más esfuerzo hacerlo, que dar un corto paseo hasta la nevera.

También podía haber llevado dos, pero la idea de beber los dos de la misma botella tenía su morbo, y, puesto que era lo más emocionante que iba a hacer durante todo el mes (el mercadillo no contaba como emocionante, ya que aún tenía que analizarlo desde todos los puntos de vista)...

Volviendo a su posición, le entregó la botella fría y ella, antes de dar un sorbo, recogió con la mano las gotas propias de la condensación, humedeciéndose la palma de la mano para frotarse la frente y el cuello, sin la más mínima consideración.

Y también en silencio le devolvió el botellín.

Él observó cómo se colocaba de nuevo en posición para su... ¿cómo había dicho? Ah, sí, baños de luna, o lo que carajo hiciera.

La curiosidad por saber si le estaba tomando el pelo o era cierto lo empujó a preguntar, no sin antes dar cuenta de la cerveza:

—Esto... lo que has dicho sobre... —Levantó su bebida señalando la luna, más que nada porque se sentía ridículo a no poder más, pero no había otra forma de plantearlo—. Los baños esos de luz de luna, ¿es alguna tradición de por aquí?

Ella abrió un ojo antes de contestar, pero no la estaba mirando, permanecía sentado en una esquina de la esterilla (claro, el señor pedorro no se iba a manchar de verdín sus carísimos pantalones). Le estaba dando la espalda y, la verdad, aunque su pregunta tenía cierto retintín podía, por una vez, explicarle las cosas sin pagarle con la misma moneda.

—Es buenísimo para relajarse. Mucha gente no lo sabe, pero la luna influye en nuestros estados de ánimo.

—No veo la conexión por ningún lado —murmuró en ese tono de «si me dices que los cerdos vuelan, respondo lo mismo».

«Tú qué vas a ver, pedazo de burro.»

—El simple hecho de estar aquí, sin pensar, sin hacer nada, de perder el tiempo porque puedes... de no hacer ni siquiera planes para mañana —suspiró—, hace que eches fuera de tu cuerpo las malas vibraciones.

—Pues vale.

A ella no le sorprendió esa indiferencia que implicaba, además de lo obvio, que no la creía y que la consideraba poco menos que una lunática, nunca mejor dicho.

Podía dejarlo pasar, es más, debía dejarlo pasar, pero, por alguna extraña razón (ya pensaría después si había sido cosa de la influencia de la luna), le contestó:

—Estoy segura de que no sabes relajarte.

Él la miró por encima del hombro, manteniendo una expresión neutra, como si nada.

—También creo —continuó ella—, que eres uno de esos tipos taaaan organizados y taaaan maniáticos que no dejas nada al azar. Que organizas hasta el último detalle, que no haces nada impulsivamente.

— ¿Y? ¿Qué tiene eso de malo? —preguntó a la defensiva.

—Que es aburrido, estresante... decepcionante. Todo el día pensando, organizando... ¡Uf, qué agotador! Ya hay demasiadas normas de obligado cumplimiento. Por eso, cuando puedo, hago lo que se me pasa por la cabeza, sin pensarlo.

«Así te va», reflexionó él.

Como sólo tenían una cerveza, continuaron compartiéndola en silencio. A él no le interesaba lo más mínimo escuchar tonterías y ella quería relajarse.

Pero no podía. No con él ahí, ocupando espacio, cosa que podía soportar. Lo que no aguantaba era esa pose de superioridad, como si ella estuviera mal de la azotea.

— ¿Alguna vez has hecho algo sin planificarlo antes cuidadosamente? —preguntó ella.

Edward, que no estaba por la labor de entablar una conversación sobre temas personales, se limitó a encogerse de hombros.

Así que ella se respondió:

—No, claro que no. Tienes que organizar minuto a minuto tus cosas, no dejas nada al azar. —Suspiró desdeñosamente—. No me extraña que seas un estirado de cuidado. Yo acabaría con dolor de cabeza si tuviera que estar todo el santo el día así.

Él mantenía su actitud silenciosa. Y eso a Isabella no le gustaba, ya que se supone que podían mantener una conversación mínimamente educada. Aunque siendo honesta, ella lo estaba aguijoneando un poco.

—Por ejemplo... ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo sin pensar?

Esta vez sí debió de llamar su atención, pues al menos se giró para mirarla por encima del hombro. Pero volvió a recuperar su postura y a seguir con su mutismo.

Ella, que empezaba a parlotear sin mucha consideración, puede que influenciada mínimamente por la ingesta de alcohol, no quería dejar pasar el tema.

Así que volvió a la carga.

—Apuesto a que nunca has hecho nada llevado por un impulso, movido por...

De repente no pudo seguir hablando pues algo, o mejor dicho alguien, se ocupó de cerrarle la boca.

Y no como ella hubiese esperado, con un «Cállate y deja de joder» de toda la vida, sino besándola de forma brusca, pillándola por sorpresa y dejándola clavada en el sitio.

«No debería estar disfrutando esto», pensó enfadada consigo misma, sorprendida no sólo por cómo besaba el estirado, sino por su reacción... ¡Maldita sea!, besaba jodidamente bien, y ella lo correspondía.

No hubo ningún contacto más, sólo unieron sus labios.

Tan de repente como vino se fue y se encontró de nuevo libre. Con temor a abrir los ojos y verle la cara de estúpido que seguramente tendría.

«Esto no puede quedar así», se dijo. Ni hablar.

Contó hasta diez y habló:

—Estoy segura de que llevas un buen rato pensando en ello —espetó con desdén, como si no estuviera afectada—. Que te has tirado tus buenos cinco minutos pensando en los pros y los contras. Que has sopesado detenidamente si te convenía o no. —Se movió disimulando su inquietud—. Así que te informo de que no me va...

Capítulo 11: CAPÍTULO 11 Capítulo 13: CAPÍTULO 13

 


 


 
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