EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125757
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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 El juego de Edward

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Capítulo 57: EPÍLOGO

Epílogo

Edward jugueteaba impaciente con su estilográfica sobre su escritorio esperando que la loca con la que iba a casarse apareciera de un momento a otro con su abogada.

Su abogada, ésa era otra. Entendía que buscara a alguien ajeno a los dos. Al principio, creyó que solicitaría los servicios de Manuel López, ya que éste miraría por sus intereses. Pero no, Bella le había dicho que no se preocupara, que había encontrado a una abogada dispuesta a arreglar los papeles.

Lo que lo tenía con la mosca detrás de la oreja.

Habían viajado porque ella insistía en conocer su entorno, su casa y su lugar de trabajo. Al fin y al cabo, tendrían que compaginar sus respectivas ocupaciones y era bueno que ella juzgara por sí misma.

— ¿Se puede? —preguntó Bella, asomándose en el despacho.

— ¿No está mi secretaria? —preguntó él a su vez, levantándose para recibirla.

—No seas pedorro, está trabajando. No voy a molestarla para que me haga pasar —le explicó como si fuera tonto.

—Le pago para eso —replicó él.

— ¡Bobadas!

Era inútil insistir, ella tenía su propia forma de ver las cosas y no iba a cambiar. Ni él quería que lo hiciese.

La abrazó y la besó mientras acariciaba su tripa, que ya se le notaba. Dentro de una semana sabrían el sexo del bebé, aunque ella insistía en que no hacía falta y en que era una niña.

Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus arrumacos.

—Ésa debe de ser mi abogada —comentó ella contenta y se dirigió a la puerta para abrirla.

—Buenos días. ¿Interrumpo algo? —saludó la abogada.

—Joder... —murmuró entre dientes Edward—. No me lo puedo creer.

— ¿Has venido sola? —preguntó Bella, saludándola con dos besos.

—No, Emmett está abajo renegando y aparcando.

—Oh, ¿de verdad? ¿Y va a subir? Lo digo porque me encantaría conocerlo y que me firmara un autógrafo y que...

—Creo que alguien se está poniendo celoso...

—Pongámonos a trabajar —dijo el novio celoso.

—No te pongas así, pichurri —canturreó Bella para molestarlo.

—Empecemos, por favor —insistió Edward señalando los asientos.

—Muy bien. —Rose adoptó su postura más profesional y sacó unos documentos que le entregó.

Edward los cogió de mal humor y se concentró en su lectura, quería acabar con esa farsa del contrato prematrimonial cuanto antes.

A medida que iba leyendo, iba murmurando juramentos por lo que veía. Definitivamente, o le estaba tomando el pelo o es que estaba loca de remate.

Él se esperaba las típicas especificaciones que se incluían en ese tipo de documentos y no una sarta de sandeces a cada cual más estrafalaria.

Cuando finalizó su lectura, levantó la vista y las miró a las dos. A su ex, que se había prestado a esa charada y que parecía tan feliz por ello, y a su prometida, que se lo estaba pasando en grande con aquello.

—No pienso firmar esta lista de despropósitos. Por ejemplo, lo referente a los aniversarios de boda. —Buscó el párrafo al que se refería—. Eso de que ella tendrá libre disposición para elegir mi vestuario ese día.

—No veo el problema —dijo Rose.

—Pues yo sí —replicó mirando a Bella—. Es capaz de vestirme de... de... yo qué sé, de vaquero, o de Elvis.

— ¡Qué buena idea! ¿Lo ves, cariño? Nos compenetramos perfectamente —se guaseó Bella, haciendo reír a su abogada.

—Y la cláusula sobre los nombres de nuestros hijos... por ésta sí que no paso, será una decisión de los dos. Punto. No voy a dejar que elija el nombre ella sola. —Miedo le daba de sólo pensarlo.

—Pues no me caso. Tendré a mi hija yo sola y ya veremos si te dirijo la palabra.

—Sencillamente, no puedo creer que hayamos llegado a esto —se lamentó en voz alta.

La observó, estaba decidida a seguir adelante con semejante tontería, ella era así, y la quería por ello.

—Firma, es lo mejor —le recomendó Rose.

—Te lo estás pasando en grande, ¿no es cierto?

—No lo dudes. Firma —insistió con su voz de abogada.

—Joder, no me puedo creer que vaya a hacerlo. —Estampó su rúbrica de forma brusca y le devolvió los papeles.

—Ya está todo entonces —dijo la abogada cuando su cliente firmó.

Bella sonrió ampliamente al mustio de su futuro marido. Qué poco sentido del humor tenía ese hombre.

— ¿Se puede saber por qué cojones tardáis tanto? —interrumpió una voz.

Edward no se sorprendió al verlo entrar, pero lo que le sentó como una patada en los huevos fue ver a Bella empezar a babear.

— ¡Ay, Dios mío! ¡No me lo puedo creer! ¡Ay, que me da algo!

—Tranquila mujer —murmuró Rose a su lado.

— ¡No sabes la ilusión que me hace conocerte!

—Me parece muy bien —dijo Emmett sorprendido ante su efusividad.

Bella, ni corta ni perezosa, le plantó un par de besos. Y después, para sufrimiento del abogado, se acercó, no para situarse junto a él, no, para pedirle con todo el descaro del mundo su móvil ultramoderno y sacarse fotos.

—Es una oportunidad única —se justificó sonriente, mientras Rose hacía las fotos—. Si no es mucho molestar, ¿me puedes firmar un autógrafo?

—Joder, ver para creer —masculló Edward, cada vez más molesto.

—Por supuesto —accedió Emmett, que parecía más que acostumbrado a esas cosas.

—Aquí. —Apartó el cuello de su camiseta, dejando libre una considerable porción de piel sobre su pecho izquierdo—. Una firmita aquí, ya verás cuando lo cuente. —Y para mayor enfado de Edward agarró un rotulador indeleble y se lo dio.

—Como quieras.

Una vez que acabó el numerito de fan quinceañera, se despidió efusivamente de ellos, aunque más efusivamente de Emmett, por supuesto, y dio las gracias a Rose por todo.

— ¿Te has divertido? —preguntó con sorna Edwad cuando se quedaron a solas.

— ¡Muchísimo!

—Ya veo...

—No te pongas celosón, tonto. Ven aquí.

Bella se subió al escritorio y le hizo un gesto para que él se situara entre sus piernas y poderlo achuchar debidamente.

Escucharon unos grititos procedentes de la entrada y ambos llegaron a la misma conclusión, Renesme había coincidido con Emmet McCarty y estaba montando otro show.

Bella, para compensar su descaro, apartó aún más la camiseta y le mostró un precioso sujetador negro.

— ¿Ves como no tiene sentido que te enfurruñes? Hay cosas que sólo son para ti, tontorrón.

—Menos mal... —Y él se lanzó en picado para juguetear un poco con ella, así su enfado se disiparía— ... que te acuerdas un poco de que existo —murmuró contra su piel.

Lo que ella no dijo es que algunas veces (todas) disfrutaba pinchándolo un poquito y que además venía bien para no aburrirse.

Era un buen condimento para su relación, pues, conociéndolo, él siempre se mostraría demasiado serio y reservado.

Cuando la tenía a punto de caramelo, cuando se estaba desabrochando los pantalones para echar uno de esos polvos rápidos que alegran el día, cuando ella estaba enredando a gusto dentro de sus bóxers se abrió la puerta.

— ¿A que no sabéis con quién acabo de encont... trarme? —Renesme se quedó inmóvil y puso los ojos en blanco—. Oh, joder, no. Otra vez no. ¡Por favor!

— ¿Se puede saber qué tienes en contra de llamar a las puertas antes de entrar? —preguntó su hermano, sabiendo lo inútil que resultaba recordarle una vez más ese gesto.

— ¡Estoy harta! ¿Sabes? Cada vez que me doy la vuelta os encuentro enredados, parecéis monos.

—Ya lo entenderás —dijo Bella, riéndose.

—Pues no, y he tomado una decisión. No voy a poder vivir con vosotros si os dedicáis a meteros manos. Puaj, qué asco. Quita, quita.

—Pero ¿qué dices?

—He decidido que ahora, yo, de forma voluntaria, me voy a un internado de ésos. Con tal de no veros más...

Dicho lo cual salió por la puerta y la cerró tras ella.

—Al final me da la razón —arguyó Edward, contento.

—No te fíes. Desde que hemos llegado está emocionada con todo lo que está viendo aquí: las calles, las tiendas... cualquiera diría que se ha criado en esta ciudad toda la vida.

—Bueno, vale, volvamos a lo nuestro.

—Hum.

Retomaron las posiciones antes de la interrupción y esta vez no se entretuvieron apenas unos segundos en quitarse lo imprescindible.

Apenas dos minutos más tarde la penetraba, gimiendo al unísono y abrazándola para no apoyar todo el peso sobre ella.

Cuando estaba en lo mejor, cuando el ritmo era perfecto, cuando sabía que los dos iban a alcanzar un clímax de esos increíbles, oyó cómo se rasgaban unos papeles. El sonido provino de sus espaldas, lo cual lo desconcertó y tuvo que mirar para ver qué era exactamente.

— ¿Qué has hecho? —preguntó al ver cómo ella tiraba los documentos de su acuerdo partidos por la mitad al suelo.

—Parece mentira que no me conozcas. Yo improviso, querido, jamás se me ocurriría avisarte por adelantado de qué va a pasar el día de tu cumpleaños o de cómo vas a tener que vestirte el día de nuestro aniversario.

Él sonrió; joder, debería habérselo imaginado.

Capítulo 56: CAPÍTULO 56

 


 


 
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