EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125725
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 49: CAPÍTULO 49

CAPÍTULO 49

Se las había ingeniado para pasar todo el día fuera de casa. El problema no era enfrentarse a esas dos, sino que, al ser el último día, prefería despedirse sin más. Un «Hasta la vista» sabiendo de sobra que mentía, pero con buena educación y sin ninguna promesa implícita en sus palabras.

Por eso había pasado todo el día deambulando por los alrededores, visitando lugares que amablemente le habían recomendado o simplemente pasando el rato.

Comprobó la hora. Ya era medianoche y debería ir pensando en dormir para estar descansado al día siguiente.

Pero no podía.

Por más que intentaba racionalizar las cosas y auto convencerse de que estaba haciendo lo correcto, sentía por primera vez eso que los demás llamaban, y que, hasta el momento él desconocía, remordimientos.

Estaba abriendo la puerta a los «Y si...», lo que no debía permitirse bajo ningún concepto.

Pero una cosa es saberlo y otra bien distinta llevarlo a cabo. Seguramente, hasta que no estuviese cómodamente instalado de nuevo en su casa y viera pasar los días, no dejaría de pensar en el verano que había vivido. Era lógico, al fin y al cabo había supuesto todo un cambio respecto a lo que hacía habitualmente.

Como sabía que le iba a costar conciliar el sueño (y no sólo debido a ese pegajoso calor y al incómodo colchón), agarró una revista y se dispuso a pasar el rato, convencido de que, tras una lectura aburrida, caería rendido.

Media hora después estaba tan despierto o más que al principio. Ese malestar interior advirtiéndolo de que había dejado un cabo suelto, pero no sabía exactamente cuál, iba a terminar por provocarle un ardor de estómago.

Escuchó un suave clic. La puerta se abrió y entró quien menos esperaba.

Y por supuesto vestida o, mejor dicho, desvestida, de una forma hasta ahora desconocida. Aunque en su imaginación hubiera construido aquella imagen, lo cierto era que ver a Bella  ataviada con un minúsculo camisón negro superaba cualquier idea preconcebida.

Ella cerró la puerta apoyándose en la misma y lo miró un instante antes de apagar la luz, dejando la habitación sumida en la penumbra. Un entorno de lo más íntimo, pero que aguaba sus ganas de recrearse la vista.

Sin decir una palabra, caminó hasta detenerse a los pies de la cama y se quitó las zapatillas. Las pupilas de ambos ya se estaban acostumbrando a la semioscuridad, con lo cual podían distinguirse los movimientos de los dos.

Bella, por su parte, no quería ni pensar en los motivos para haber llegado hasta allí. Tal vez porque la esperanza es lo último que se pierde, o quizá ya había perdido la chaveta para siempre y el daño era irreversible.

Pero, cuando se dirigía a su cuarto para acostarse, se dio cuenta de que la noche la iba a pasar en blanco, dando vueltas en su cabeza a lo que no podía ser, hasta caer probablemente rendida de agotamiento.

Al menos, escapándose a la habitación de Edward dejaría de pensar durante un buen rato. Se sentía como si estuviera borracha, cuando una olvida todo temporalmente, sabe que va a tener resaca al día siguiente y que los problemas estarán ahí esperándola, pero cuando también se agradece ese breve espacio de tiempo en el que no se piensa.

Además, analizando la situación frívolamente (cosa que a veces ayuda, ya que entretenerte en la superficie es otra forma de no pensar), tenía un camisón sin estrenar de esos diseñados para que los hombres se pongan cardíacos y podía funcionar como el broche final.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó, sospechando; algo pasaba.

—En esta habitación hace menos calor —respondió, mintiendo.

Apartó la sábana y comprobó que estaba desnudo y en proceso de excitación. El camisón no fallaba.

Sacó un preservativo de su escote mientras se sentaba a horcajadas sobre él, convenientemente apartada para colocárselo.

Como era de esperar, él no hizo ningún movimiento.

— ¿Vas a quedarte a dormir? —preguntó irónico, sabiendo la respuesta.

—Ya está —fue su contestación, eludiendo la cuestión.

Bella no estaba allí para dar conversación, aquél no era momento de palabreo. Todo cuanto se podría haber dicho, ahora ya carecía de importancia.

Él la sujetó un instante de la muñeca para que dejara de acariciarle la polla, quería sexo, evidentemente, pero también respuestas.

—Espera... joder, espera un poco.

Pero ella tenía una meta fijada y no iba a permitir que él desviara su rumbo. Se acomodó encima de él e inmediatamente notó cómo ponía las manos en su culo.

Él no dijo nada sobre su ausencia de ropa interior.

Lo tenía como quería, así que le acunó el rostro y se inclinó para besarlo, profundamente, para que no dudara de sus intenciones. Para robarle el aliento, ya que era imposible robarle algo más.

Abandonó su boca, pero no el contacto. Presionó sus labios contra la sensible piel de su cuello, haciéndolo gemir y además consiguiendo que se retorciera impaciente bajo ella.

Ella no iba a dejarle tomar ni una sola decisión, así que también se encargó de posicionarse para que, dejándose caer lentamente, él pudiera penetrarla sin ningún esfuerzo.

No fue la única que gimió con fuerza contenida, pues a esas horas de la noche el mínimo ruido se escucharía en la casa y ambos eran conscientes de que no estaban solos.

Él la apretó con más brío, dejando, con toda probabilidad, los dedos marcados en su culo. Pero eso no importaba, en aquella cama ya no cabían las recriminaciones.

Bella se volvió aún más exigente, cabalgándolo sin tregua, sin opciones. Notaba cómo él pretendía alargar aquel instante, como si pretendiera que durase eternamente, pero ella tenía las ideas muy claras.

Continuó sin descanso, sin importar que los muelles protestaran, sin hacer caso de las súplicas silenciosas de él, que la agarró del pelo obligándola a que lo mirase, a que le dijese qué cojones estaba pasando allí.

Pero no hubo manera, ella obviaba todos sus requerimientos.

Y no sólo eso, sino que encima empezó con sus condenados movimientos pélvicos, de tal forma que él no pudiera controlarse, obligándolo a dejarse ir, como si tuviese prisa por acabar.

— ¿Qué pretendes? —exigió en voz baja.

Ella no quería palabras, necesitaba descargar toda su rabia y frustración interior en aquel acto. Como si follando a lo loco consiguiera sacar de su interior las malas vibraciones y las lágrimas que más tarde la acompañarían.

Puestos a elegir, prefería ser la parte ofensora que la ofendida y, aun sabiendo lo inútil de esa empresa, prefería también intentar salvar un poco de su orgullo, ya que no había sido capaz de ser fuerte para decir por lo menos la última palabra.

Edward no sabía qué hacer para que aquella insensata bajara el ritmo. Era como conducir a toda velocidad y de repente darse cuenta de que te has quedado sin frenos. Así se sentía, totalmente descolocado.

En otras circunstancias, follar así, descontroladamente, supondría una fantasía más hecha realidad, pero intuía que no era sólo sexo desenfrenado.

La conocía, y admiraba la pasión que demostraba, especialmente cuando estaban juntos, pero hoy no era pasión el motivo por el que se comportaba así.

—Bella... —jadeó sintiendo la presión previa al orgasmo. Y sin saber por qué añadió—: Por favor...

Pero, de nuevo, su súplica cayó en saco roto y, a pesar de todos sus intentos de retrasar lo inevitable, terminó por correrse, de forma casi violenta, de forma casi dolorosa.

Carente de la satisfacción propia de esos casos. Su cuerpo había reaccionado a la estimulación pero su mente sabía la verdad.

A pesar de la confusión, se percató de que ella pretendía huir y lo impidió agarrándola y atrayéndola hacia sí. Obligándola a que descansara sobre su pecho y abrazándola.

Notó que ella se resistía, pero no cedería.

De ninguna manera.

La abrazó con fuerza, como no se debe abrazar a la mujer que vas a abandonar.

La acarició con ternura, con la ternura que no se debe tener con la mujer a la que vas a hacer daño deliberadamente.

Y terminó besándola, acunando su rostro. Primero en los párpados cerrados, después en las mejillas y, por último, saboreando sus labios, con el cariño que uno no debe demostrar a la mujer que pretendes olvidar a corto plazo.

Ella lo odió por todo. Su odio iba en aumento y aquel comportamiento fue la gota que colmó el vaso.

Era cruel y ella no quería derrumbarse, así que se zafó, se levantó y tuvo suerte de no caerse pues se tambaleó levemente. Sin mirar atrás, abrió la puerta con suavidad y la cerró del mismo modo.

Era toda una despedida.

Edward se deshizo del condón murmurando unos cuantos juramentos. Después, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana.

Se asomó y contempló la noche. Volvió a jurar, esta vez de forma más creativa.

Ella había fingido su orgasmo.

Al día siguiente a aquellas horas estaría de nuevo en su casa.

Eso era lo único que importaba.

 

 

Capítulo 48: CAPÍTULO 48 Capítulo 50: CAPÍTULO 50

 


 


 
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