EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125756
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El heredero

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El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 54: CAPÍTULO 54

 

CAPÍTULO 54

— ¿Dónde se habrán metido ese par de insensatas? —murmuró mientras conducía por la jodida y estrecha carretera de acceso al pueblo.

Y no era la primera vez que ese pensamiento le rondaba la cabeza. Empezaba a obsesionarse, e incluso comenzaba a plantearse distintas hipótesis sobre lo que podía haberles ocurrido.

Y es que, desde hacía cuatro días, estaba que se subía por las paredes. Tras su conversación con el señor López, averiguó que su querida pero irresponsable hermana, junto con la no menos imprudente tía Bella habían estado de viaje.

Él, desesperado por localizarlas, y ellas, tan panchas por ahí, sin ninguna preocupación.

Entendía que necesitaran un respiro y salir de ese pueblucho. Pero eso de no decir a nadie adónde iban no era de recibo. Además se supone que las clases estaban a punto de comenzar.

Sin embargo, dejando a un lado todo tipo de argumentos por los cuales esas dos debían estar localizables, el principal y el que más miedo le daba admitir era su propia preocupación. Porque, y luego ya vería si necesitaba psicólogo, estaba preocupado por ellas.

Otra mentira, y de las grandes.

Puede que sí, que se preocupase por ella, su hermana, pero preocupación no era precisamente lo que sentía por Bella.

Nada más aterrizar había llamado a la casa, pero de nuevo no obtuvo respuesta. Esperaba encontrarlas allí. De no ser así, como aún conservaba un juego de llaves, entraría en casa y montaría guardia hasta que regresaran.

Aparcó el coche, que esta vez era mucho más discreto que el BMW. Había optado por un discreto pero confortable Mercedes.

Cuando se bajó de él y observó la casa, empezó a sacar conclusiones. O bien habían empleado todo el dinero para reparar el interior o bien ni se habían molestado en empezar.

Aquello tenía la misma pinta desolada y cutre de siempre.

—Ya me encargaré de eso más tarde —se dijo a sí mismo. Tenía que priorizar y, por lo tanto, ocuparse de hablar con Bella era la primera de las tareas de su lista.

Hablar y convencerla para algo más.

Convencerla y llevársela a su terreno.

Llevársela a su terreno y salirse con la suya.

Salirse con la suya implicaba, como muy bien le indicó Rose, no joderla.

Y no joderla significaba asumir sus defectos.

Y asumir sus defectos incluía pedirle perdón.

Para, después de pedirle perdón, confesar que estaba loco por ella.

Sí, en teoría todo estaba bien calculado, pero el factor Bella, es decir, el factor imprevisto podía jugarle una mala pasada.

Así que debía estar preparado para jugar a su juego favorito, la improvisación. Demostrarle que él podía hacerlo. Sin duda, influenciado por ella.

Jugando con las llaves en su bolsillo llamó a la puerta, iba a darle el beneficio de la duda. Esperaba no ser testigo de algo desagradable.

Estaba a punto de sacar las llaves cuando la puerta se abrió.

— ¿Qué coño haces aquí?

—Modera tu lenguaje. Y déjame pasar.

—Ni lo sueñes. Esta casa ya no es tuya. Adiós.

Edward resopló. Había dejado buen recuerdo, estaba claro.

Decidido a no soportar tonterías empujó la puerta y se coló dentro.

— ¿Dónde está Bella?

—Donde a ti no te importa.

— ¿Sabes? Quizá me plantee lo de ser tu tutor legal. Necesitas mano dura.

—Vete a freír espárragos.

Comprobó por sí mismo que Bella no estaba en casa y después volvió a preguntar a su hermana:

— ¿Está trabajando, o aún estáis de vacaciones? —inquirió con sarcasmo.

Renesme pensó la mejor respuesta para deshacerse de él. Ni loca iba a permitir que se acercara de nuevo a su tía.

—Está con Jacob. Mirando casas.

— ¿Con el Pichurri? —Puso cara de incredulidad, pero en seguida se dio cuenta de la maniobra de su hermana—. Voy a buscarla, estoy seguro de que la encontraré trabajando. Cuando vuelva, vamos a tener una conversación seria tú y yo sobre comportamiento y modales.

— ¿Tomaremos té mientras tanto? —se guaseó ella.

—Excelente idea. Me voy.

— ¡Un momento! Espera, no quería decírtelo pero, bueno, sí, está trabajando, aunque... —Interpretó a la perfección su papel de adolescente arrepentida—. Ha ido a casa de una clienta. No está en el salón de belleza.

«Ésta se cree que soy tonto», pensó Edward.

— ¿Tienes la dirección?

—Sí, espera un segundo.

Cuando Renesme bajó de su habitación con la dirección inventada en un papel, Edward ya se había marchado. Así que agarró el teléfono y llamó a su tía.

—Mierda —murmuró al oír la mecánica voz del operador informando de que estaba apagado.

Dudó unos instantes si llamar a Martina, pero era como llamar a los bomberos, revolucionaría a todo el pueblo.

Por otro lado, ¿qué forma tenía de hablar con su tía y avisarla?

— ¡Jacob! —exclamó de repente como si fuera su salvador.

Sin perder un segundo lo llamó y éste se mostró dispuesto a ayudarla. Entre los dos evitarían que Edward consiguiera acercarse a ella.

Nada más oír el sonido de la campanilla, Martina se volvió para saludar a la nueva clienta, aunque dudaba mucho que viniera a hacerse unas mechas o una permanente.

—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarte?

—Buenos días. He venido a buscar a Bella si eres tan amable de llamarla.

—Acaba de salir, tenía que ir a hacer unos recados. No creo que tarde mucho —apuntó la siempre servicial futura mujer de Pichurri.

La impaciencia empezaba a consumirlo ¿Es que nada podía salir bien? ¿Todo tenían que ser obstáculos?

No, si al final esa metomentodo que tenía por hermana iba a tener razón.

Tenía dos opciones: una, esperar sentado en una cafetería hasta que Bella apareciera, sin saber exactamente el tiempo que eso supondría; o dos, coger el toro por los cuernos.

Ya que iba a esperar, por lo menos se aseguraría de que ella no pudiera escapar.

—Resérvame hora con ella —pidió mirando a la jefa.

Martina lo miró con desconfianza.

— ¿Hora?

—Sí, en cuanto llegue... —Una señora que esperaba debajo de uno de esos secadores infernales lo miró y le hizo darse cuenta de que debía ser más discreto. Así que hizo un gesto a Martina para que se acercara y así no dejar testigos—. Ella se encarga de las limpiezas de cutis y de los masajes, ¿no?

—Sí, claro, pero... —titubeó Martina.

—Hagamos un trato. Yo no le hablo a Bella de sus derechos labores ni le informo sobre pasos que dar para obtener mejor remuneración, y tú me pones el primero de la lista de clientes.

— ¿Te viene bien ahora mismo? —preguntó Martina sin ni siquiera mirar el libro de visitas.

—Perfecto.

—Acompáñame. —Le hizo un gesto y se encaminó hacia una de las puertas del fondo—. En cuanto vuelva, le digo que te atienda.

Entró en el cuarto acondicionado para tratamientos faciales, depilaciones y masajes.

Se apreciaba el toque de ella, con las toallas en colores fuertes como naranja o fucsia. La colección de CD New Age o la selección de varitas de incienso dispuestas en abanico dentro de un enorme vaso de cristal.

—Estoy seguro de que procurarás por todos los medios que nadie sepa que estoy aquí.

Martina, que no era tonta, pilló al instante la insinuación.

— ¿Nadie? —preguntó en tono cómplice. Al fin y al cabo, si el inglés había vuelto, es que había algo. Y si había algo, ella no era quién para interrumpir.

—Exactamente.

—Te dejo. Ahí puedes colgar tu ropa. —Señaló un banco de madera y bajó la intensidad de la luz—. Espero que no tengas que esperar mucho.

Cuando oyó el clic de la cerradura se permitió el lujo de respirar profundamente.

Todo su plan, tan bueno y organizado, estaba haciendo agua por todos lados. Y eso de la improvisación tenía un componente peligroso para su paz mental y su concentración, pues le exigía estar en constante estado de alerta.

Fue despojándose de su ropa, preocupándose de ir colocando cada cosa correctamente para evitar arrugas posteriores.

Un minuto después, agarró su traje de malas maneras dejándolo hecho un gurruño. Si hay que improvisar, se improvisa bien.

Capítulo 53: CAPÍTULO 53 Capítulo 55: CAPÍTULO 55

 


 


 
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