EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125739
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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Capítulo 7: CAPÍTULO 7

 

CAPÍTULO 7

Abrió los ojos y comprobó la hora. Su Rolex no mentía. Las siete y media de la mañana. Quien tampoco mentía era su cuerpo. Le dolían hasta las uñas de los pies. Ese colchón no tenía un solo muelle en su sitio.

Joder, qué tortura...

La noche anterior se fijó en que la casa disponía de tres dormitorios en la planta superior. De no ser así, hubiera pensado que esas dos le habían asignado la peor de las habitaciones. Quizá debería dar un paseo por el ático y ver si allí encontraba otra habitación más cómoda.

Acostumbrado a iniciar la jornada temprano, y puesto que no estaba de vacaciones, se levantó. Salió de su cámara de tortura y se dirigió al aseo.

No se molestó en vestirse, ya que no se oía un alma. Con su propia toalla bajo el brazo (ni se le ocurriría utilizar una diferente) y el neceser, caminó hasta la puerta del fondo y entró.

Dos cosas pasaron simultáneamente.

Él abría la puerta del baño y ella apartaba la cortina de la ducha.

— ¡Pervertido! —le espetó gritando a pleno pulmón su hermana, agarrando rápidamente su albornoz.

— ¡Lo siento! —se disculpó dando un paso atrás y cerrando. ¿Quién podría haber supuesto que madrugaría igual que él?

— ¿Qué pasa? No son horas para armar jaleo —murmuró una voz somnolienta a sus espaldas.

— ¡Joder! —dijo, a falta de algo mejor. No estaba más que con sus bóxers, descalzo y con cara de pocos amigos, demasiado indefenso como para enfrentarse a dos mujeres algo piradas. La una podía tener excusa, era una adolescente, pero la otra... allí, de pie, mirándolo con el pelo hecho un desastre (cosa que podía pasar por alto) y ese pantaloncito corto, y la jodida camiseta de tirantes que marcaba todo...

Ella bostezó sin ningún disimulo.

—Veo que también eres de los que madrugan.

Y, dejándolo pasmado, le regaló una vista de su culo respingón, provocándole con ello una maldita erección (porque ante todo era un hombre, y uno que hacía tiempo que no mojaba), y entró en el cuarto de baño.

—Excelente —se dijo a sí mismo; tampoco podía decir en voz alta lo que en realidad pensaba.

Se volvió a su cámara de tortura con la intención de aplacar su nada oportuna respuesta natural y se sentó en la cama. A saber cuánto tiempo iban a tardar esas dos en despejar el baño.

Como pronosticar el tiempo que una mujer necesita en el aseo es misión imposible, y dado que en ese caso había dos féminas dispuestas a hacerlo esperar, decidió sacar su traje de la funda y su ropa interior limpia de la maleta.

Después se ocupó de la cama y, como no tenía nada más que hacer, se fue a la cocina en busca de café.

Podía ser vengativo y preparar sólo su taza, pero optó por llenar la cafetera. Al fin y al cabo, le costaba lo mismo.

—Todo tuyo —dijo su hermanastra con voz de mafiosa—. ¡Huy, qué bien! Si has hecho café...

A Edward le debería importar un pimiento la alimentación de la adolescente. Pero se impuso el sentido común.

—No puedes tomar café.

—Oye, tú no eres quién para decirme qué puedo o qué no puedo desayunar, ¿me entiendes?

Al final se encogió de hombros y la dejó allí plantada, sin molestarse siquiera en responder, ya que estaba mucho más interesado en darse una ducha.

Salió de la cocina y se encontró con Isabella, que ya se había vestido, aunque en realidad, taparse, lo que se dice taparse... más bien poco.

Bueno, tampoco era asunto suyo. Si quería ir enseñando toda la mercancía, allá ella.

Bella tardó un poco más de la cuenta mientras lo observaba. Mejor dicho, no le quitó ojo, mientras subía la escalera.

— ¿Por qué le has dicho que tomas café? —Preguntó a su sobrina, que estaba abriendo el armario para sacar el bote de cacao—. No te gusta.

Renesme se encogió de hombros.

—Me repatea que venga e intente organizar mi vida.

—Lo sé, pero es mejor que no lo provoques —le aconsejó con toda la razón—. No merece la pena.

—No puedo evitarlo. ¡No lo soporto! —exclamó al más puro estilo de adolescente consentida, cosa que no era.

—No seas tan teatral —respondió Bella riéndose mientras se servía un café—. Por cierto, hoy llegaré tarde, tendrás que ocuparte tú de la comida.

—Y ¿tengo que servirle también a su señoría? —demandó señalando el piso superior.

—No lo sé. Pregúntale si viene a comer —murmuró sin preocuparse demasiado.

—Jo... peta, ¿no pretenderás que coma a solas con él?

—Antes de pensar lo peor, entérate de si se queda o no. Te estás precipitando.

—Claro, ¡como tú hoy te libras! —protestó Renesme.

—Oye, que sepas que preferiría comer tranquilamente en casa en vez de un bocadillo rápido en la cafetería.

Las dos se callaron al oír los pasos de alguien bajando la escalera. Teniendo en cuenta que sólo tenían un invitado, no había muchas dudas sobre quién podría ser...

—Tengo que rechazar tu amable ofrecimiento para comer, hermanita. —Dicho lo cual se puso las gafas de sol y se marchó.

Bella se quedó dudando si eran de Gucci o de Versace.

—Gilipollas —espetó Renesme sacándole al mismo tiempo la lengua, a pesar de que sabía que ni la oía ni la veía.

—Sí, no te quito la razón, pero hay que reconocer que viste divinamente... —dijo Bella.

—Pero ¿qué chorradas dices?

—El traje que llevaba cuesta, tirando por lo bajo, por lo menos tres de mis sueldos.

—Viste como un... abogado gilipollas y pedante. Parece un abuelo.

Bella no pensaba lo mismo. En el pueblo y alrededores no estaban acostumbrados a ver hombres vestidos de esa forma. La gente se ponía traje los domingos para ir a misa, el día de la fiesta del pueblo o cuando había una boda. De ahí que el concepto de traje a medida fuera desconocido y a todos se les notaba la falta de costumbre. Claro descontando a los turistas, pero estos visten de forma atroz como buenos guiris que son.

De acuerdo, Edward era, utilizando el excelente vocabulario aportado por Renesme, un gilipollas. Pero tenía que admitir que tenía un gusto excelente a la hora de vestir.

Estaba claro que, si bien no en sentido literal, estaba durmiendo con su enemigo, pues la consentida y recién descubierta hermana no iba a darle tregua, lo cual, siendo sincero, era lo mejor. Y, llegado el caso, hasta prefería marcharse sabiendo que ella siempre le dedicaría su mejor repertorio antes que entablar lazos fraternales que luego no iba a corresponder.

Siguiendo las instrucciones del señor López llegó a la notaría donde se tramitaba el inoportuno tema de la herencia.

Había repasado todos los puntos del jodido testamento, así como los extractos de las cuentas bancarias y demás documentación.

Por más que intentaba comprender cómo se lo había montado el viejo, no llegaba a encontrar una respuesta; por lo menos, una legal.

Y, después de comprobar el estado de la casa, no entendía el motivo por el que dejaba el dinero en el banco en vez de vivir cómodamente.

Agradeció que el piso donde el notario tenía su despacho estuviera climatizado.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo?

Edward se quitó las gafas de sol agradecido de que al menos allí lo trataran con cortesía. Junto con el traje, siempre se ponía su sonrisa más profesional, aunque distante a la vez, así que respondió en el mismo tono:

—Soy Edward Cullen. El señor Manuel López me indicó que me acercara para tratar los asuntos referentes a las últimas voluntades de Carlisle Cullen. —Pensó que iba a atragantarse al pronunciar su nombre—. Si es tan amable de avisar al notario de que estoy aquí.

— ¿Es usted el hijo del inglés?

A Edward no le hacía ni puta gracia que lo llamaran así. Pero no iba a ponerse ahora a corregir a la gente.

—Sí.

—Lo siento, pero aquí todos nos conocemos. —Si pensaba que con una sonrisa ensayada iba a ser perdonado, lo llevaba crudo.

—Ya me he dado cuenta. Si no le importa, preferiría ocuparme cuanto antes de los asuntos que me han traído hasta aquí.

—Me temo que no va a ser posible.

Respiró profundamente antes de seguir indagando.

— ¿Está ocupado?

—No, por asuntos personales estará ausente hasta la semana que viene. —La recepcionista lo dijo de forma amable, pero, al ver la expresión del cliente, añadió—: Ha sido algo imprevisto.

—Lo que me faltaba... —murmuró, intentando controlar su enfado—. ¿Podría darme su número para poder contactar con él directamente e intentar buscar un hueco?

—No tengo autorización para dar a nadie su número personal. Lo siento mucho, señor Cullen.

—Éste es un caso especial. Me he desplazado desde Inglaterra para poder resolver este asunto cuanto antes. El señor López me indicó que era urgente y ¿ahora me dice que el notario no está?

—Como le he dicho... disculpe un minuto. —La chica contestó al teléfono.

Mientras la escuchaba atender la llamada no podía hacer otra cosa que maldecir una y mil veces el jaleo en el que su viejo lo había metido. Maldita sea, ese hijo de puta iba a tocarle los huevos desde la tumba.

Todo se ponía en su contra. Tenía que regresar, como estaba previsto, en dos o tres días a lo sumo, para ocuparse de un caso importante, no podía estar persiguiendo a un notario escurridizo.

Cuando la mujer terminó su llamada, volvió a poner cara de circunstancias y a intentar suavizar la mala noticia.

—De verdad que siento muchísimo este contratiempo, créame. Si hay algo que podamos hacer para...

—Ahórrese las disculpas. Si no está el notario todo lo demás no sirve de nada. —Edward cortó a la empleada. No necesitaba buenas palabras.

—Todos los documentos relativos a su caso están preparados. En cuanto vuelva el señor notario será el primero en ser atendido. Si es tan amable de darme su número de teléfono...

Buscó en su cartera y sacó una tarjeta. Decirle que dudaba muy mucho de sus palabras era una pérdida de tiempo absoluta.

—Espero que la semana que viene, cuando de nuevo me desplace hasta aquí, esté todo dispuesto. Buenos días.

Sin dar opción a réplica cogió su maletín y salió a la calle. Al maldito calor de mediodía.

Buscó una terraza donde sentarse, almorzar y hacer unas llamadas.

Jessica, su secretaria, descolgó al segundo tono.

—Buenos días, señor Cullen —respondió educadamente—. ¿Va todo bien?

—Buenos días. Y no, las cosas no están saliendo según lo previsto. —Tapó un instante el auricular para pedir al camarero que se había acercado hasta su mesa—. No voy a entrar en detalles, sólo diré que aquí no funciona nada medianamente bien. En fin, no importa. Necesito que me reserves un vuelo para... —Miró el reloj—. Mañana, a ser posible a primera hora. Avisa también a mis citas del jueves y el viernes para aplazarlas, ya que, por desgracia, tengo que volver aquí la semana que viene.

—Muy bien. ¿Alguna cosa más?

—No eso es todo. —Y añadió de forma brusca—: Gracias.

Puede que las cosas se estuvieran torciendo por momentos y que desde su llegada nada hubiese salido bien, pero el almuerzo era de lo mejor que se había encontrado en las últimas horas.

Después de dar buena cuenta de la comida se dirigió al despacho del señor López con la intención de dejar muy clara su postura y que no iba a tolerar más retrasos injustificados.

Pero se encontró con un cartel que rezaba: «Cerrado por vacaciones».

—Joder, si no lo veo no lo creo.

En ese instante le sonó el móvil. Reconoció el número al instante.

—Señor Cullen, verá... —Por el tono supo en seguida que las desgracias nunca vienen solas—. Me ha sido imposible encontrar una plaza libre hasta dentro de tres días.

— ¡Tres días! —vociferó en plena calle mientras caminaba hacia su coche.

—Sí, me ha oído bien. Por lo visto, con la huelga de controladores hay muchos problemas. Además, con las vacaciones de agosto está todo ocupado y no hay manera de encontrar un vuelo disponible.

—Joder...

— ¿Confirmo la reserva?

Edward lo pensó un instante. Tenía que quedarse tres días en aquel pueblucho a la espera de coger un avión y luego regresar dos días después. Si al cansancio del viaje le sumaba la nada descartable posibilidad de que entre retrasos y más que seguras cancelaciones nadie podía asegurarle el vuelo de vuelta, y que, para él, era imperativo solucionar de una jodida vez todo el asunto de la herencia...

—No. Me quedaré aquí —respondió evidenciando su disgusto—. Reorganiza mi agenda y ocúpate de tranquilizar a los clientes.

—Muy bien. ¿Algo más, señor Cullen?

—Sí, ve reservando vuelo para la semana próxima, no quiero quedarme de nuevo fuera de juego.

—Lo haré —prometió Jessica.

Esta vez colgó sin dar las gracias. Estaba demasiado cabreado.

Ahora tocaba volver donde esas dos y comunicarles que su estancia se prolongaba unos días más.

Estaba seguro de que ambas se iban a mostrar poco menos que entusiasmadas con la idea.

Sonrió. Él iba a tener que prescindir de ciertas (de muchas) comodidades, pero esas dos lo tendrían que ver todos los días.

Capítulo 6: CAPÍTULO 6 Capítulo 8: CAPÍTULO 8

 


 


 
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