EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125745
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

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Indiscreción

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El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 25: CAPÍTULO 25

CAPÍTULO 25

Para sorpresa de ella, Edward le lanzó las llaves y se instaló en el asiento del copiloto, sin decir ni mu y con esa actitud de indiferencia tan suya, como si le estuviera haciendo un enorme favor al dejar que fuera ella quien condujera.

Tampoco iba a rechazar esa oferta, ya que se moría de ganas por probar el BMW del estirado. Aunque, claro, por esos caminos tan sinuosos no se le puede sacar mucha partida a la manada de caballos que se esconden en ese motor.

 

 

PLAYA DE SAN LUIS CADAQUÉS

 

Llegaron a unos cinco kilómetros en el Parque Natural de Cap de Creus, a una calita lo suficientemente apartada y discreta para pasar el día y hacer lo que les viniera en gana. Pudieron aparcar el coche de tal forma que si alguien, cosa extraña en domingo, pasara por allí no lo viera.

Él, para no variar, se quedó de pie, con las manos en los bolsillos, observando a su alrededor, como si necesitara supervisar el entorno y dar su aprobado.

— ¿Qué? ¿No te gusta? —preguntó ella mientras intentaba averiguar qué botón abría el maletero. De ninguna manera iba a preguntárselo, ya había tenido suficiente ración de choteo cuando, al sentarse al volante, se dio cuenta de que el cambio era automático.

—Puede valer —dijo sin inflexión en la voz.

—Oye, deja ya esa actitud de perdonavidas, que ya cansa.

Él la miró por encima de sus gafas de sol y se percató de que ella estaba concentrada en algo. Cuando cayó en la cuenta de que la nevera tardaba más de lo razonablemente normal en salir del maletero, y teniendo en cuenta que él se estaba conteniendo para no tumbarla en el suelo, no pudo reprimirse.

—Trae una cerveza, antes de que se caliente.

—Yo sí que te voy a calentar a ti —dijo entre dientes.

— ¿Decías?

—Creo que ya conoces eso de que ningún pobre necesita criado. —Y en el acto averiguó dónde se ocultaba el maldito botón. Para no generar más cachondeo, abrió toda digna y sacó la nevera; por supuesto, sólo cogió una bebida para ella.

Él se acercó por detrás. ¡Qué manía! Ella estaba preparada para una especie de asalto campestre, preparada y dispuesta, aunque el muy capullo sólo se ocupó de coger la esterilla y dársela.

Ella, algo confusa y enfurruñada por... bueno por todo, la agarró de malos modos y empezó a aplanar la arena piedras del suelo antes de extenderla.

Después de eso, simplemente se quitó sus zapatillas de cuña, se tumbó en el medio y decidió disfrutar del entorno, ya que no de la compañía.

—Hazme sitio —pidió él, sentándose a su lado.

Ella gruñó y se hizo a un lado.

Ninguno de los dos tenía nada interesante que decir, así que cada uno se dedicó a sus propios pensamientos hasta que, por supuesto, él tuvo que dar la puntilla.

—Está bien este sitio, sí. Tranquilo, apartado... Las olas susurrando suavemente, la brisa de levante acariciando la piel y el sol brillando en lo alto…

 Supongo que habrás traído aquí a infinidad de tíos para follar.

Si se lo tomaba como un insulto, seguramente tendría que volver a casa andando y, aunque ya lo había hecho otras veces, no se había puesto unas zapatillas con un tacón que, por mucho que la estilizara, también le destrozaba los pies, para luego volver andando a casa.

Así que, como la mujer resuelta, experimentada y cosmopolita que presumía de ser aceptó el comentario como un cumplido.

—Pues sí. —Y como no tenía por qué callarse añadió—: ¿Te molesta?

—En absoluto. —Dudó por un instante si esa afirmación tan categórica era cierta—. Simplemente estaba considerando todos los pros y los contras de hacerte caso.

—Considera, considera... —murmuró ella, en tono despectivo.

Él cambió de postura, se colocó de medio lado, para no perderse detalle y sobre todo para no machacarse la espalda. Podía haber aplanado mejor el terreno antes de poner la jodida esterilla.

—Entonces... según tu dilatada experiencia, este lugar es lo suficientemente seguro para que hagamos cualquier cosa sin riesgo a que nos vean —reflexionó él en voz alta—. Lo digo, más que nada, porque no me apetece que mañana mi culo esté en YouTube.

—Tranquilo, no creo que nadie quiera ver tu culo en YouTube.

Edward se echó a reír.

—Hay que joderse, y ¿por qué, si puede saberse?

—No está mal, pero comparado con lo que hay por ahí... —Negó con la cabeza—. No tienes nada que hacer.

Ya estaba bien de conversación, especialmente si era tan absurda como aquélla. Así que, para ir entrando en materia, él bajó el tirante de su camiseta rosa chicle dejando al descubierto la parte superior del horrible, aunque minúsculo, biquini.

—No sé para qué te lo has puesto —dijo, señalando uno de los triángulos que cubrían su pecho—. Esta mañana te has paseado por casa con todo al aire. No veo cuál es la diferencia ahora, y menos si estamos seguros de que nadie puede vernos...

— ¿Me has estado espiando?

— ¿Espiando? ¡No, joder! No es necesario. Tú sola te encargas de restregar la mercancía.

— ¡Será posible! —Ella se incorporó para mirarlo desde arriba—. Eres un puto mirón.

—Y tú una jodida exhibicionista, podía haber llegado cualquiera y tú ahí, con las tetas al aire.

—Eres... eres... un imbécil. —Una mujer como ella no se alteraba por algo tan nimio, así que adoptó una postura más acorde—. No tiene nada de malo hacer topless. Si no te gusta, no mires.

—Ése es el problema, querida, que me gusta.

Lo dijo con una voz tan ronca y provocadora que a ella la recorrió un escalofrío. Él, que no dejaba pasar una, fue cambiando de postura para tumbarse encima de ella.

—Entonces, abstente de criticar. —Él sonrió y ella quiso arrearle un buen mamporro—. ¿Siempre tienes que ser tan idiota?

—Y ¿tú tan provocadora? No me extraña que medio pueblo quiera ir a que le cortes el pelo.

—También hago depilaciones, manicuras, masajes... —añadió ella pasando por alto la insinuación de sus palabras.

— ¿Con final feliz?

—Depende —respondió sin pensarlo y entonces se dio cuenta de lo bocazas que una podía llegar a ser cuando estaba bajo presión.

—Mañana, cuando te lleve al trabajo, resérvame hora.

Ella no pudo más e hizo amago de soltarle un bofetón, pero Edward interceptó su mano.

Durante unos instantes se quedaron callados, mirándose, retándose con la mirada, esperando a ver quién tenía el valor de decir algo coherente.

Edward sabía que su comentario, dicho en aquel tono, había estado fuera de lugar. Pero, joder, ella le seguía el juego, así que presionaba y presionaba, hasta que de repente ella se echaba hacia atrás y se sentía ofendida. No sabía cuándo parar.

Él no era de los que ofenden gratuitamente. Otra cosa muy distinta es que a veces dijera lo que la gente no quería escuchar.

—Si quieres que lo hagamos con violencia, dímelo, querida, estoy abierto a sugerencias.

Ella entrecerró los ojos, sólo Edward era capaz de llevarla a ese estado de enfado y excitación simultáneo que la confundía a no poder más.

—Si te apartas un poco, estoy segura de que encontraré una vara con la que atizarte y hacerte mejor persona —dijo ella.

Él arqueó la ceja, divertido, pero no se apartó. Ni loco. La tenía casi como quería.

Se inclinó un poco más, porque ya llevaba demasiadas horas sin estar cerca y porque, si retrocedía un solo milímetro, ella aprovecharía para dedicarle alguna que otra lindeza.

Cuando consiguió tumbarla, la contempló un instante y se quitó las gafas de sol. A falta de un sitio más adecuado las dejó a un lado.

—Supongo que el listón está muy alto.

Ella tardó unos segundos en entender ese comentario, estaba demasiado obnubilada con el numerito de las gafas.

Como no respondía, él insistió.

—No hace falta que respondas. Los de mi edad tenemos recursos más que suficientes —dijo mientras se deslizaba hacia abajo y se paraba a la altura de su ombligo—. Y me voy a ocupar... —Dio una pasada con la lengua sobre la piel del estómago para caldear, innecesariamente, el ambiente—.... Concienzudamente de que te olvides de todos los... —Ella se tensó cuando oyó el sonido de la cremallera bajando—... Tipos con los que has follado aquí.

Eso será muy fácil, pensó ella, relajándose, estirando los brazos, sacándolos fuera de la esterilla. Después cerró los ojos y sencillamente se dedicó a no hacer nada, a dejar que ocurriese lo que iba a ocurrir, con los débiles sonidos de la playa como fondo.

Cuando notó que su pantalón corto ya no estaba sobre su cuerpo separó las piernas.

—Esto sí que son facilidades —murmuró con media sonrisa en el rostro—. Hoy no he tenido que comerme el coco pensando de qué color llevabas el tanga.

— ¿Y eso? —preguntó aguantando la risa. Cuando se lo proponía, aquel hombre era incluso gracioso.

—Teniendo en cuenta la parte superior de tu horrible biquini, deduzco que la parte inferior ha de ser semejante —dicho lo cual tiró de los lazos que lo sujetaban en el costado dejándola completamente desnuda.

— ¡Por favor! —Se quejó sin mucha convicción—. Pero es que, cuando alguien critica el estilo de vestir de otra persona al mismo tiempo que empieza a jugar entre sus piernas, lo más normal es ignorar esas críticas.

Él levantó un instante la vista para observar una panorámica... increíble, hermosa, excitante. Tres en uno, allí, expuesta ante su mirada y bajo sus manos, Isabella permanecía a la espera, sin presionarlo y sin falsos ataques de pudor, sencilla y natural.

No podía demorarlo más.

Saber lo que le esperaba no le restaba ni un ápice de emoción. Por eso, cuando sintió el primer toque, su cuerpo se tensó inmediatamente, presa de esa típica sensación de anticipación.

La había penetrado con tan sólo un dedo y sin embargo su reacción se asemejaba más a la tensión cercana al orgasmo.

Quería más, por supuesto que quería más, pero si conseguía hablar estaba segura de que él aprovecharía para retrasar lo inevitable o jugar con ella, torturándola, cosa que en aquel momento no deseaba.

Capítulo 24: CAPÍTULO 24 Capítulo 26: CAPÍTULO 26

 


 


 
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