EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125748
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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No me mires así

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Capítulo 22: CAPÍTULO 22

 

CAPÍTULO 22

Isabella, lejos de apartarse o mirar para otro lado, permaneció sentada sobre sus rodillas, esperando a que él, aparte de mostrarse agradecido, dijera algo. Como parecía que el hombre tardaba más de la cuenta en hablar (cosa lógica, ya que tenía una edad) fue ella quien lo hizo.

—Te he dejado sin palabras... —Le dio unos golpecitos en el muslo mientras repetía palabra por palabra e imitando su acento lo que él había dicho. Pero para el final adoptó una voz sugerente—: Admítelo.

—Pues sí, para qué negarlo —reconoció él. Y a punto estaba de decirle que era la mejor mamada de su vida, pero, claro, eso tenía dos inconvenientes. El primero, que ella se lo tomase bien e inmediatamente se lo restregara por la cara, y el segundo, que, por el contrario, tomase el comentario por el lado malo y sacase conclusiones erróneas. Así que mejor optó por la diplomacia—. Ha estado bien.

Ella le devolvió el cumplido con una sonrisa, la primera que le dedicaba de esa índole, fresca y natural, sincera. Y por alguna extraña razón a él le hizo sentirse mal porque no estaba acostumbrado y porque si esperaba reciprocidad... iba por mal camino.

Isabella, al ver que Edward no replicaba con su acidez habitual, no supo muy bien cómo actuar. Pero sí llegó a una conclusión: no tenía por qué permanecer de rodillas, con la camiseta por los sobacos y el culo al aire.

Así que, apoyándose en él, hizo amago de ponerse en pie, pero él se lo impidió.

—No tan de prisa —dijo él haciéndola tropezar.

— ¿Qué tripa se te ha roto ahora? —replicó ella molesta. Ese tipo, además de estirado, era desconcertante. ¿Por qué utilizaba ese tono tan mandón?

Él arqueó la ceja: cuando Isabella utilizaba ciertas expresiones que no lograba entender del todo, prefería no meter la pata y no entrar al trapo.

Se movió, sin soltarla de la muñeca hasta llegar al bolsillo trasero de su pantalón y sacar la cartera.

Ella abrió los ojos como platos.

— ¿Qué insinúas? —preguntó empezando a plantearse seriamente la posibilidad de darle un bofetón.

—Tranquila, joder, no es lo que estás pensando. Aquí nadie ha hablado de intercambio de dinero por bienes y servicios.

—Ah, ¿entonces?

—Estoy buscando un maldito condón, porque supongo que en esa ridícula falda no tendrás escondido uno, ¿verdad?

— ¿Qué pretendes? —Lo preguntó sabiendo de antemano la respuesta, pero no pudo dejar pasar la oportunidad y añadió—: ¿Estás seguro de que... puedes?

Él dejó a un lado su billetera y le entregó un pequeño envoltorio cuadrado de aluminio.

—Haz los honores —dijo sin más.

—A tu edad.... —Ella negó con la cabeza—. Estos excesos pueden pasarte factura.

Saltaba a la vista que pretendía aguijonearlo un poco.

—Creo haber demostrado que a mi edad todavía me funciona, así que no veo sentido a tu preocupación, que, por otro lado, me conmueve —arguyó con cinismo.

—Recuerda que el centro de salud más cercano abierto está a más de media hora. —Ella continuó su ataque directo.

—No sufras —replicó entrecerrando los ojos.

—Como quieras. —Ella se encogió de hombros—. Pero... ¿No crees que esto... —señaló su pene—... debería colaborar un poco más?

—Tú dale un poco de cariño y verás.

—Oh, qué frase tan original —murmuró ella y se puso manos a la obra.

—Si te desnudas completamente ayudarías bastante.

—Ni hablar, o todos moros o todos cristianos. —Ella señaló su camisa abierta.

—Tú ganas. —Como pudo, se deshizo de la camisa y del resto de la ropa.

—Vale.

Ella abrió el envoltorio y agarró el preservativo para colocárselo.

—Pónmelo con la boca.

—Ni hablar. —Se negó porque nunca había conseguido hacerlo bien.

—Siempre poniendo pegas... —Fue la forma en que él la animaba.

—Y tú siempre diciendo gilipolleces. Ya está puesto. Ahora sólo falta que tú te concentres —dijo con malicia.

—Ponte encima, mueve esa par de tetas que tienes delante de mi cara y verás qué pronto se anima el asunto.

—Si ya sabía yo...

—Oye, que quede una cosa clara: los hombres no tenemos un interruptor en los huevos, necesitamos, igual que vosotras, ciertos estímulos. —Fue un reproche en toda regla.

—Perdona que disienta, pero normalmente a un tío le dices que quieres sexo y es como llamar al Telepizza, lo tienes en la puerta y caliente en menos de veinte minutos.

—Entonces es que has estado con niñatos inexpertos.

Ella hizo una mueca, la verdad escuece.

— ¿Y?

—Acabo de correrme, me apetece echar un buen polvo, pero te empeñas en ser lo más antierótico posible discutiendo conmigo en vez de insinuarte y provocarme.

—Oye, amigo, se supone que eres tú quien está interesado en repetir.

—Y ¿tú no? —Ella no respondió y él aprovechó la ventaja—. Lo que creo es que te acojonas cuando estás con un hombre de verdad, no unos de esos salidos que no duran ni un asalto. No estás acostumbrada a la calidad.

— ¡Por Dios! Baja Modesto que sube san Edward.

Eso lo hizo reír.

—Puede que excitando a un hombre te quedes corta, pero haciéndolo reír... ¡Joder, vas sobrada!

«¿Cómo que no sé excitar a un hombre? ¿He oído bien? ¿Eso ha dicho?»

Isabella, picada en su orgullo, decidió demostrarle que a provocadora y a experta no la ganaba un picapleitos.

Se sentó a horcajadas sobre él y se ahuecó el pelo, consiguiendo más volumen, e hizo que sus pechos sobresalieran lo suficiente para que él ansiara tocarlos.

—No seas impaciente —lo reprendió ella con un manotazo cuando él intentó tocárselos—. Se mira pero no se toca.

Él falsificó una expresión de arrepentimiento y dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.

Ella, siguiendo con su demostración de habilidades seductoras, se llevó un dedo a la boca, humedeciéndolo repetidas veces y luego lo deslizó hasta uno de sus pezones; una vez allí presionó ligeramente al tiempo que siseaba, dándole a entender que ardía y que ella misma apagaba sus fuegos.

—Suficiente —gruñó él.

Ella sonrió.

—Qué poco aguante, ¿no?

—Soy un hombre.

— ¿No acabas de ilustrarme con una teoría acerca de...? ¡Ay! —se quejó ella cuando recibió una buena palmada en el culo.

—Mira hacia abajo, por favor. Y dime si necesito más inspiración.

Ella estudió su erección enfundada con aparente desdén.

—Y ¿quién me asegura que no te vas a venir abajo en mitad de la faena? —lo provocó ella.

Él sonrió de medio lado. No hacía falta responder con palabras.

Pero ella no estaba por la labor de quedarse a medias, tenía que provocarlo, ¿no? Así pues, apartando sus manos, que la instaban una y otra vez a posicionarse sobre su erección, continuó moviéndose, lamiéndose los labios, pellizcándose a sí misma, humedeciéndose los dedos para después pasarlos por la piel... Todo lo que el manual básico de chica mala recomienda.

—Isabella... —gruñó él sujetándola por las caderas con una mano mientras con la otra se agarraba la polla, estando así preparado para metérsela en cualquier momento.

— ¿Síiiii? —ronroneó ella alargando su tortura.

—Haz el favor de montarte encima.

—No. Estoy muy bien así, gracias.

—Joder...

—Oye, amigo, no todo empieza y acaba en tu querido pene, ¿de acuerdo?

—Como se te ocurra dejarme así... —Edward no podía creérselo. Así que tuvo que tomar cartas en el asunto. Aunque, conociéndola, era mejor atraerla a su terreno de forma ladina—. Para un hombre de mi edad... —No se atragantó por poco—. Hay ciertas cosas que no sé si puedo soportarlas, ya me entiendes. —Ella lo miró divertida—. Además... no te gustaría que, con tanta excitación, al final seas tú la que te quedes a medias, porque como sigas así... —Acarició su espalda antes de seguir—... No voy a durar ni cinco minutos.

—Visto así... —susurró ella rozándole la piel del cuello.

Y para sorpresa y alegría de Edward se colocó acertadamente, de tal forma que fue una penetración rápida y eficaz.

Él echó inmediatamente la cabeza hacia atrás; estaba en la gloria. Después empezó a moverla con las manos puestas sobre su culo, un vaivén constante y enérgico que resultaba de lo más estimulante.

Ella, por su parte, no quería limitarse a abrazarlo y frotarse contra él, así que con las palmas abiertas recorrió su pecho una y otra vez, subiendo y bajando, deteniéndose en el cuello cuando le apetecía o presionando sus tetillas cuando estimaba conveniente.

Él se lo agradecía con gemidos y con sus propias manos jugando en su espalda. O lo que no era su espalda, pues, al estar a horcajadas sobre él, la distancia respecto a sus nalgas era sencillamente una tentación muy difícil de pasar por alto.

Dudó unos segundos, pues algunas mujeres no estaban por la labor, pero siguiendo su teoría de que es mejor pedir perdón que pedir permiso, deslizó una mano hasta su trasero y recorrió con un dedo la separación, tanteando el terreno y esperando que ella no protestase.

Todo lo contrario, parecía encantada con sus avances y, para tenerla aún más contenta y sobre todo distraída, metió la mano libre entre sus cuerpos y buscó su clítoris. En respuesta ella le clavó las uñas en el hombro, pero no le quiso dar mayor importancia.

Un dedo de lo más curioso se internó un poco más de lo correcto entre sus nalgas y, sin pensarlo dos veces, acarició su ano, de tal forma que ella dio un respingo y, al hacerlo, su clítoris presionó aún más sobre la otra mano de él.

— ¿Qué... qué haces...?

—Darte lo que necesitas.

Odiaba que tuviera razón y, si además utilizaba ese tono tan indolente, aún más; pero no podía negar que tenía razón.

Isabella sentía crecer en su interior una tensión, cada vez más intensa y más insoportable que evidenciaba su inminente orgasmo... el cual no se hizo esperar.

Sin pensar en nada más, ya que no podía, se acurrucó contra él, en un intento por regularizar su respiración.

— ¡Será posible! —Exclamó Edward a medio camino entre la sorpresa y el enfado—. Ni se te ocurra dejarme así. —Embistió con todas sus fuerzas haciéndola partícipe de sus intenciones.

Ella se incorporó a medias y lo miró. Vale, poder podía hacerlo pero no estaría bien. Además de injusto resultaría improductivo.

Así que, a pesar de estar extremadamente sensible, comenzó a cabalgarlo de forma constante, precisa, aceptando cada una de sus embestidas, y todo ello sin dejar de mordisquearlo en el cuello y oreja.

—Esto ya es otra cosa —gruñó él encantado.

Y ella, para darle el toque final, le acarició el rostro, besándolo de manera expeditiva, enérgica, dándole a entender que ella sabía, y quería, llevar la voz cantante.

Isabella respondió ipso facto. Tras lo cual se soltó de ella y se relajó contra el respaldo, dejando caer los brazos a ambos lados. Ella, por su parte, volvió a enroscarse alrededor de su cuello. Se estaba bien así.

—Aparta —le ordenó él en un tono que la molestó, por lo inesperado y brusco del mismo.

Ella se echó hacia atrás. Con un tipejo así no se podía bajar la guardia. Pasaba de ser un amante excelente a un cretino insoportable en cuestión de segundos.

Al ver la expresión de ella cayó en la cuenta de que había hablado en el tono equivocado.

—A mí también me gustaría quedarme un buen rato así, pero, siendo prácticos y si las cuentas no me fallan, dentro de poco el condón no servirá de nada.

—Tienes razón —admitió ella al caer en la cuenta. Si se les ocurría permanecer así un buen rato toda la carga líquida podría reconducirse de forma poco recomendable.

Isabella se levantó, lo agarró de la muñeca y, al ver lo tarde que era, decidió dar por concluida la velada.

Tras recoger sus cosas del suelo, optó por no vestirse y le dijo:

—Creo que me voy a dar una ducha y luego a la cama. Buenas noches.

Capítulo 21: CAPÍTULO 21 Capítulo 23: CAPÍTULO 23

 


 


 
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