EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125718
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El heredero

El escritor de sueños

El esciba

BDSM

Indiscreción

SÁLVAME

El affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 52: CAPÍTULO 52

CAPÍTULO 52

Después de soñar con ese momento durante el último mes, no entendía cómo había pasado la noche en blanco si su cama, una de las mejores y más caras del mercado, garantizaba un descanso total.

Y no sólo eso, también creía que se podría relajar en su hidromasaje, y, en realidad, no había sido así.

Vestido y arreglado se encaminó hacia su despacho. La noche anterior, nada más llegar a casa contactó con Jessica para comunicarle su regreso y pedirle que tuviera todo dispuesto.

Estaba en su ambiente, rodeado de sus comodidades y amargado, como siempre.

Decidió que refugiarse en el trabajo, hacer más horas que nunca y agotarse era la mejor política para olvidarse de ella (de ellas) y recuperar su estilo de vida.

Los días fueron pasando pero...

Pero por más que lo intentaba había pequeños detalles que le torpedeaban su férrea decisión. Una mañana, sin ir más lejos, al caminar hacia su despacho vio a una mujer con un vestido (o muestrario de colores, según se mire) que inmediatamente le hizo recordar a cierta mujer obstinada con el mal gusto en el vestir.

En otra ocasión, había sido un grupo de tres adolescentes gritonas dispuestas a dar la nota en una cafetería cuando su ídolo aparecía en la televisión del local.

Lo curioso de todo es que él había obrado bien. Nadie podía cuestionar su generosidad y seguramente muchos de sus conocidos, que no amigos, le dirían que se había dejado llevar por su lado sentimental al renunciar a su herencia. Al fin y al cabo, podía considerarse como justo pago por una infancia y adolescencia de mierda.

Como era de esperar, la única alegre esa mañana en el despacho era su secretaria, que le hizo la pelota más de lo habitual. Cosa que, si antes le molestaba, pero toleraba, ahora detestaba y estaba dispuesto a frenar en seco. Jessica debía darse cuenta de que ésa no era la forma de tratarlo. ¡Joder, si hasta se disculpaba cuando era él quien cometía el error!

Tanta eficiencia no podía ser buena. Puede que antes ese pensamiento nunca se le hubiera pasado por la cabeza, pero ahora entendía que de vez en cuando hay que equivocarse.

Y Jessica debía aprender que estar enamorada del jefe no es lo que se dice idóneo para mantener una buena relación laboral. Necesitaba a alguien que de vez en cuando le dijera las cosas tal y como son, u ofreciera otro punto de vista. No era bueno tener a su lado a una persona que le da el beneplácito a todo cuanto hacía.

Otra cosa que tenía pendiente en la agenda era llamar a su ex prometida y ex socia y solucionar, de una vez por todas, la situación actual.

Ella se acercaba de vez en cuando a la oficina, pero ya no trabajaba directamente. Se limitaba a coger algún documento o cualquier otra cosa que le hiciera falta.

Tenía que plantear la situación con mucha mano izquierda. Al fin y al cabo, el fundador del bufete era el padre de Rose y eso no podía pasarse por alto.

Claro que solucionar ese asunto implicaría hablar también con él, que además había sido su mentor y quien le ayudó a consolidarse como abogado.

Pero esa situación tan extraña no podía alargarse en el tiempo, pues ante sus clientes ofrecían una imagen de desunión y de poca profesionalidad, y en ese negocio la imagen se tiene muy en cuenta.

Algunos de sus clientes, especialmente los más antiguos, que se creían con derecho a saber tanto o más que él, dejaban caer insinuaciones (algunas bastante malintencionadas) sobre si iba a ser capaz de llevar sus asuntos de manera correcta, del mismo modo que aprovechaban para criticar, de forma solapada, el cambio radical que había dado Rose.

Hacía más de un mes que había vuelto y el engranaje rechinaba. Debía empezar a solucionar las cosas.

— ¿Quería hablar conmigo? —preguntó Jessica, entrando en el despacho.

—Sí. Siéntate, por favor. —La observó un instante. Era guapa, vestía con discreción y elegancia. Jamás levantaba la voz y lo tenía en palmitas, pero le dejaba frío, indiferente—. En primer lugar necesito que te pongas en contacto con Rose y fijes una cita lo antes posible.

— ¿Con la señorita Hale?

— ¿Conoces a otra Rose? —No era ningún secreto que Jessica no soportaba a su socia—. También necesito que te pongas en contacto con este abogado. —Le entregó la tarjeta de Manuel López.

Esperaba que el otro abogado accediera a hablar con él después de cómo lo había tratado. Pero había intentado hablar con su hermana un par de veces, en un estado que podría calificarse de debilidad o de locura transitoria, y sólo había escuchado la mecánica voz del contestador automático. Desde luego también probó llamando al móvil, pero éste se encontraba en perpetuo estado de apagado o fuera de cobertura. Hecho que lo había preocupado. Conociéndolas, le extrañaba que un día laborable estuvieran fuera de casa a la hora de la cena.

Hubiera podido llamar a la jefa de Bella, pero pagaría un alto precio por obtener la información deseada. Implicaría soltar más información que la que él requería, ya que esa mujer no tenía rival como cotilla.

—Ajá. —Jessica continuó tomando nota de todo.

—Y también necesito que redactes una carta de despido.

Eso hizo que ella levantara la cabeza bruscamente, abandonando su abnegada disposición como secretaria.

— ¿Carta de despido? ¿No comprendo? —preguntó verdaderamente confusa.

—Eso he dicho.

— ¿Para quién? —insistió sin comprender. Allí no había ningún trabajador. El mantenimiento se llevaba a través de empresas externas.

Jessica pensó que sería para alguno de los clientes y recuperó la calma.

—Para ti —anunció Edward. Se levantó de su sillón. Era una decisión difícil y no quería parapetarse detrás de un escritorio. Se sentó en una esquina antes de seguir. Quizá adoptando una postura más cercana resultaría menos doloroso—. No será inmediato. Quiero que tengas tiempo para buscarte otro empleo. Confío que para finales de año pueda hacerse efectivo. Te daré referencias inmejorables y hablaré con algunos colegas.

—Pe... Pero ¿por qué? —preguntó, limpiándose una lágrima. Era la primera, pero estaba segura de que iban a venir muchas más—. ¿He hecho algo mal? ¿Le ha disgustado algo?

—No, eres la mejor secretaria que he tenido —arguyó él, algo molesto. Estaba acostumbrado a dar malas noticias de forma aséptica, sin salpicarse, pero en este caso quería mostrarse más humano—. Pero tú y yo sabemos que es lo mejor.

— ¿Por qué? —insistió ella—. Si hay alguna cosa que lo moleste puedo cambiarla. Si me dice qué, no tengo ningún reparo en aceptarlo.

Tanta jodida sumisión lo estaba desquiciando. Hubiera preferido un «¡Cabrón!» bien dicho. Entendería mejor su histeria que su maldita autoinculpación.

—Ésa no es la cuestión. —Pensó en la forma de abordar la verdadera cuestión sin dar tantos rodeos—. ¿Qué opinarías si te dijese que me caso el mes que viene?

Jessica abrió los ojos como platos y, como era de esperar, su cara evidenció el disgusto que le producía tal noticia. Inmediatamente intentó disimular su sorpresa, pero ya era demasiado tarde.

Edward había sido testigo de algo que ya sabía.

—Yo... bueno, es su vida privada, señor Cullen —murmuró con su tono servil.

Joder, no había manera. Quizá no estaba siendo todo lo convincente que debería y ella se había dado cuenta.

—Jessica, seamos francos. —Se acabó la diplomacia—. Tú no me ves como a un jefe. Lo sé. Y no lo niegues. Además he observado tu actitud con Rose desde el primer día. No te esforzabas con ella ni la décima parte que conmigo.

— ¡Eso no es cierto! —se defendió ella—. Siempre acato sus órdenes.

—Las acatas, pero no las respetas —argumentó Edward presionándola para que aceptara de una vez la verdad.

—Al final sí que se casa con ella, ¿verdad? —preguntó molesta.

Edward tardó unos preciosos segundos en responder.

¿Cómo podía ella saber...?

Maldita sea, se refería a Rose. Aunque seguramente estaría al corriente de su nueva relación, ¿no?

Entonces, ¿cómo podía seguir pensando en que él y Rose estaban juntos?

Hasta a él le pareció raro, pues si hasta no hace mucho la idea de casarse con su socia era más una obligación que otra cosa, y, por tanto, emoción, lo que se dice emoción, había más bien poca. En esos instantes la sola mención de tal posibilidad hasta le resultaba impensable e inoportuna.

Pero era una excusa perfecta.

—Estoy en ello —respondió sin comprometerse. Cualquiera se acercaba a ella y la separaba de su famoso novio.

Ahora es cuando debería aparecer la mujer histérica y despechada. La que insulta y le echa en cara todo cuanto ha hecho por él. Estaba preparado para ello.

Pero la mujer mantuvo la dignidad hasta el último segundo. Sin dramas, sin espectáculos, sin escándalos.

—Comprendo. -Jessica se levantó y se encaminó hacia la puerta—. Me ocuparé de hacer esas llamadas y de mi despido. En cuanto concierte las citas lo avisaré. —Dicho esto cerró la puerta tras de sí con suavidad, como si no hubiera pasado nada.

—Joder... —se quejó él.

Capítulo 51: CAPÍTULO 51 Capítulo 53: CAPÍTULO 53

 


 


 
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