EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125752
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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Capítulo 21: CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 21

—Aparta un segundo —le pidió ella levantándose del sofá de forma poco elegante. El sonido del teléfono, a esas horas de la noche, retumbaba en toda la casa.

Ambos intuían casi con un cien por cien de fiabilidad de quién se trataba.

Se sentó en el suelo, apoyando la espalda en el sofá, y contempló un precioso trasero, el que ahora debería estar toqueteando, mientras ella respondía la llamada.

—Sí, vale. —Pausa—. Claro, claro. —Otra pausa—. No, de verdad que no.

Edward estaba a punto de agarrar el auricular y decirle a la entrometida de su medio hermana cuatro cosas. Pero, siendo objetivos y, sobre todo, prácticos, defenderse sin haber sido acusado te hace parecer culpable, cosa que él, como abogado, sabía mejor que nadie. Por no hablar de la innecesaria pérdida de tiempo que supondría discutir con Renesme y que probablemente era el propósito de la chica al interrumpir con su llamada de teléfono.

—Como quieras. Vaaaaaale. Adiós. —Isabella consiguió colgar el auricular y se dio la vuelta, al parecer también estaba molesta por la intromisión aunque disimulaba mejor que él.

— ¿Ya tienes permiso para jugar conmigo? —preguntó él, mirándola de forma especulativa.

Ella, por supuesto, advirtió el tono burlón de su voz, pero no podía contradecirlo, tenía razón.

—Pues sí —le respondió toda chula—. Espero que sepas lo que haces.

Se sentó, recuperando la posición anterior, y, con la clara intención de provocarle un ataque al corazón entre otras cosas, prescindió de la cuchara, metió los dedos en el envase de plástico y, una vez convenientemente embadurnados, se untó la piel con lo que hacía un rato era helado, comenzando por debajo del ombligo.

Él sonrió de medio lado, encantado con el reto en forma de pringosa sustancia que ella le acababa de lanzar.

No tenía sentido demorarlo más.

Con algo de brusquedad separó los labios húmedos de su coño y bajó la cabeza para degustar lo que tanto deseaba, mezclado, eso sí, con el sabor dulzón del helado derretido.

Ante el primer contacto, ella se movió, perdiendo la compostura y quedando aún más expuesta. Era demasiado bueno para preocuparse por otras cosas.

Al principio, sus pasadas fueron a modo de tanteo, sin apenas presión, hasta que ella pasó de gemidos más o menos controlados a otros mucho más sonoros, dándole una perfecta referencia de cómo lo estaba haciendo.

Y no sólo se trataba de sus ruiditos: también se movía cada vez más inquieta, agitada, alterada... de tal forma que incluso le dificultaba involuntariamente el acceso a la unión de sus muslos.

No tenía mucho sentido pedirle un poco de colaboración, así que la agarró de los tobillos y pasó las piernas por encima de sus hombros, de tal manera que las piernas de ella quedaron colgando por su espalda, de modo que la tenía totalmente a su disposición.

Esto era como comer en un restaurante de cinco tenedores.

Pero quizá lo que más disfrutaba era el comportamiento de ella, tan natural, tan espontáneo, tan desinhibido... algo que se agradece. Estaba hastiado de mujeres tan obsesionadas por no despeinarse que fingían con tal de acabar cuanto antes.

Isabella creía que muchas exageraban de lo lindo cuando contaban sus experiencias, o que magnificaban lo que sentían cuando les practicaban sexo oral, pero... ¡Joder!, su cuerpo no podía quedarse quieto. Tenía la espalda empapada en sudor, y, aunque el sofá de cuero sintético contribuía a ello, la causa principal eran las perversas pero eficientes atenciones que él prodigaba entre sus piernas.

—Estás a un solo paso, ¿me equivoco? —preguntó él con su tono de sabelotodo.

A Isabella, lo que dijera Edward le importaba un pimiento; con tal de que siguiera moviendo la lengua de la misma forma, ella no iba a replicar.

—Es una suerte que esta casa esté un poco aislada —continuó él.

Y Isabella se tensó aún más, faltaba el canto de un duro para correrse y el muy... empezaba a decir tonterías.

—Porque si no tendríamos a medio pueblo pegados al cristal mirándote, aquí, abierta de piernas disfrutando como una loca.

—No se te ocurra parar —jadeó ella.

Edward sólo quería que esperase un poco más, que no fuera como correr los cien metros lisos: poner algún obstáculo siempre venía bien. Y, puesto que Isabella no era de las que se pasaba el rato apremiándolo para que finalizase con el único objetivo de cumplir, bien podía juguetear a sus anchas.

Si, con las atenciones prestadas hasta el momento, sus grititos y gemidos eran de lo más escandaloso... cuando alcanzara el clímax iba a ser la bomba.

Ella, por su parte, sentía cómo la tensión interior previa al orgasmo estaba creciendo, incrementando y llevándola a un estado de máxima excitación. No entendía la necesidad de ese parón brusco; él continuaba explorando con los dedos y la vibración que se producía al hablar contra su piel la estaba volviendo loca, aunque carecía de la intensidad inicial.

¿Se había cansado?

¿Otro que tiraba la toalla?

Cuando estaba a punto de apartarse, pues no hay nada más desesperante que un incompetente entre tus piernas, él decidió dar el golpe de gracia.

Y ella se lo agradeció con vehemencia.

Tirándolo del pelo y gimiendo como una posesa, totalmente entregada a sus instintos.

Ya no importaba lo que él pudiera pensar: estaba satisfecha y lo demás sobraba.

Resultaba una postura de lo más egoísta, pero daba igual. Además, ella también se iba a ocupar de él... Claro que antes precisaba unos cinco minutos de recuperación.

—Te he dejado sin palabras, admítelo —murmuró él todo ufano, mordisqueándola en el muslo.

Ella apartó el brazo con el que se cubría los ojos y lo miró.

«Este tipejo no cambiará nunca —pensó—. Pero como me ha dejado contenta le pasaré por alto el comentario.»

Él seguía arrodillado delante de ella, prodigándole atenciones a la sensible piel de sus piernas y ella fue recuperándose.

No quería darle la oportunidad de que se le pasara por la cabeza la idea de que ella no era capaz de devolverle la pelota. Ni hablar.

Vale, él había sido más que competente, pero ella aún tenía mucha teoría que demostrar.

—Cambiemos de posición —dijo ella incorporándose.

Él arqueó una ceja. Vaya, se había puesto mandona. Excelente.

Hizo lo que pedía y se puso cómodo. Cuando ella recogió su tanga e intuyendo lo que iba a hacer, dijo:

—No. Sea lo que sea lo que vas a hacer, mejor con el culo al aire.

—Como quieras.

Él sintió un atisbo de desconfianza ante esas palabras, que, pronunciadas de forma tan sugerente y en boca de ella, podían desembocar en algo peligroso. Pero, por lo visto, era el día de correr riesgos, así que esperó a que ella hiciera el primer movimiento.

Ahora era Isabella quien estaba arrodillada ante él. Para dar más suspense, se soltó la pinza del pelo para volver a recogérselo, exagerando todo lo posible, por supuesto.

Sin mirarlo a los ojos, le desabrochó la camisa y dejó al descubierto su torso.

— ¿Sabes? Hay muchos que se gastan una fortuna en tenerlo como tú.

— ¿Perdón? —preguntó él sin comprender. No eran precisamente ésos los botones que tenía que soltar, pero tampoco le desagradaba que lo acariciara.

—No tienes ni un solo pelo —le aclaró ella pasando ambas manos.

— ¿Y? —Se mostró impaciente, le importaba poco o nada esa conversación.

—Cada vez tenemos a más hombres... —No dejó de recorrer su piel con las manos a la par que hablaba y le clavaba ligeramente las uñas—... Que vienen a que les quitemos todo el vello corporal.

—Me parece muy bien —comentó él, por decir algo. Seguía sin estar interesado.

—Algunos.... —Hizo un puchero que lo obligó a inspirar profundamente—... Pobrecillos, qué mal lo pasan.

Ella bajó las manos hasta detenerse en la cinturilla de sus pantalones, él se llevó las manos al cierre, para dejar claro qué tenía que hacer a continuación, en caso de no saberlo, pero ella se las apartó.

—Pues que no vayan —aseveró él, intentando concentrarse, o mejor dicho que se concentrara en lo realmente importante.

—Lo cierto es que es más agradable ver a un tío depilado —desabrochó el botón del pantalón y bajó la cremallera deliberadamente despacio.

Edward se movió para no sufrir ninguna lesión, estaba empalmado y no se fiaba; con tanta cháchara, a lo mejor ella se despistaba.

—Sí, bueno, lo que tú digas.

—Pero ¿qué tenemos aquí? —Murmuró ella al ver los bóxers rojos con el estampado del interruptor—. Qué pronto rompemos nuestras promesas, ¿no? —lo aguijoneó, posando la mano sobre el dibujo.

—Créeme si te digo que ha sido por una simple combinación de factores adversos.

— ¿Qué? —preguntó ella. Mira que era raro...

— ¿Tienes algún interés especial en hacerme la colada? —Ella negó con la cabeza—. Pues entonces no preguntes.

Isabella se encogió de hombros y le fue despojando de los cuestionados bóxers para dejar libre su erección. Él se lo agradeció en silencio.

Sin más, alargó la mano y se embadurnó de helado, describiendo algo parecido a una línea en sentido descendente, hasta detenerse justo en el vello púbico.

—También hay muchos que se deshacen de esto —arguyó ella justo antes de borrar con su lengua y de forma ascendente la marca de helado.

—Joder... —siseó él, a medio camino entre la curiosidad y la extraña forma que tenía ella de crear expectación—. ¿Por qué alguien querría afeitarse los huevos?

—Ya sabes... —Le besó en la punta y él cerró los ojos, aquello se estaba poniendo muy interesante—.... Influencias del porno actual... higiene... aparentar que la tienes más grande.

Edward tardó cinco segundos en extraer la parte de la explicación que más le había llamado la atención.

— ¿Más grande?

— ¡Lo sabía! —exclamó triunfal—. En cuanto a un tío le haces cualquier referencia sobre el tamaño de su polla, se pone en alerta.

Ella volvió a untarse los dedos de helado, para después impregnar su pene y poder lamerlo a conciencia.

—No... No me quejo del tamaño de mi polla —rebatió él, perdiendo poco a poco la capacidad oratoria—. Ni tampoco me han pedido nunca el libro de reclamaciones.

Ella levantó la vista un instante, no hacía falta responderle. Era un hombre, así que explicarle ciertos pormenores era perder el tiempo.

Volvió a pringarlo para succionarlo acto seguido, y siguió así unas cuantas veces, haciendo que él no pudiera parar quieto y embistiera con las caderas.

Pero ella tenía otras intenciones por lo que, o bien dejaba todo en sus manos o bien se iba a dormir con un calentón de mil demonios.

Él, llevado por no se sabe qué impulso, le quitó la pinza del pelo, haciendo que éste cayera sobre su estómago.

—Así es un poco difícil hacerlo bien —protestó ella.

—Calla y sigue. Lo estás haciendo condenadamente bien. —Y era quedarse corto. Enredó una mano en su pelo para mantenerla en posición y con la otra jugó con los mechones sueltos—. Me encantan las cosquillas que me hace tu pelo. Joder, es casi tan bueno como lo que me estás haciendo con la boca.

Ella se sintió complacida. Se dispuso a darle su mejor repertorio.

Para ello no dudó en moverse convenientemente hasta que acomodó su polla entre los pechos, de tal modo que podía seguir chupándosela al tiempo que lo frotaba.

Thomas inspiró profundamente, muy profundamente. Joder con Isabella, sabía muy bien lo que hacía y el simple hecho de que ella se mostrara tan profesional, lo estaba llevando a una situación de no retorno.

Iba a durar, de continuar esa estimulación por dos frentes, poco menos que dos minutos.

Y, oye, la verdad era que le apetecía disfrutar un poco más.

El sexo rápido y descontrolado es para cuando tienes veinte años y sólo piensas en descargar ADN, después te das cuenta de que algo tan bueno puede pasar a ser excelente si te esmeras un poco.

En el caso de ella ya no se podía esmerar más; en el suyo, sí, podía contenerse.

—Sigue...

—No me tires del pelo.

Pero tampoco era una queja muy exigente, ya que él combinaba pequeños tirones con masajes, consiguiendo con ello un efecto bastante estimulante.

Quizá en otras circunstancias estaría más que cansada de prodigar estas atenciones, pero existía una diferencia radical. Él no se había comportado de forma egoísta: primero se había ocupado de ella y después había esperado sin exigencias.

Eso le daba puntos extras.

Estaba a punto. Los dos lo sabían, ella lo presentía, él lo sufría.

Ella hizo una última parada para abastecerse de helado y él gimió, no sabía si de frustración o de alivio, ella no le dio tiempo a analizarlo pues de nuevo lo llevó a una situación límite.

Y él estalló.

Capítulo 20: CAPÍTULO 20 Capítulo 22: CAPÍTULO 22

 


 


 
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