EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125744
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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El esciba

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No me mires así

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Capítulo 33: CAPÍTULO 33

 

CAPÍTULO 33

Para no darle motivos de crítica, ella se cambió en un visto y no visto. Eligió un vestido vaquero, sin escote ni mangas, y hasta decente, como dirían las señoras mayores del pueblo, ya que quedaba por encima de la rodilla. Hacía siglos que no se lo ponía. Para completar el atuendo cogió sus zapatillas de cuña rojas.

Él no hizo comentario alguno pero fue consciente de su examen-escaneo visual.

Salieron al exterior y él abrió el coche con el mando a distancia.

— ¿Qué haces? Andando no tardamos ni diez minutos —argumentó ella.

— ¿Y?

Isabella buscó un motivo de peso para que él dejara el vehículo aparcado.

— ¿Estás seguro de que quieres arriesgar a que un sinfín de borrachos puedan vomitar junto al coche? ¿O sentarse en él? ¿O pegar la nariz en las ventanillas dejándote no sólo las marcas de huellas en el cristal? ¿O...?

—Vale, vamos andando —interrumpió él, cien por cien convencido.

Empezaron el paseo, y, a medida que iban avanzando, la música fue sonando cada vez más cercana.

Edward miró a su alrededor y la empujó contra la pared del primer edificio disponible.

—Antes quería simplemente meterte mano. Ya sabes, para entrar en calor.

Ella resopló.

—Estamos a la vista de cualquiera, no creo que seas capaz de soportar los chismes que pueden generarse si alguien se da cuenta de tus intenciones de magreo.

—Tú ya estás acostumbrada a estas cosas. A mí, al fin y al cabo, los comentarios que hagan no me importan, ya que no vivo aquí.

Quedaba implícito que en cuanto resolviera sus asuntos se largaría.

Pero ella no quería amargarse esa noche. Iba a intentar por todos los medios llevarlo a su terreno, divertirse e intentar salir indemne.

Así que lo empujó con chulería, sin perder la sonrisa y le cogió de la mano, tiró de él y se encaminaron hacia la plaza donde se celebraba la fiesta.

A Edward se le cayó el alma a los pies en cuanto estuvieron en el centro de la plaza, rodeados de gente, como poco curiosa.

—Es peor de lo que esperaba —susurró junto al oído de ella sin soltarle la mano por miedo a que en un momento dado se viera arrastrado por alguno de aquellos grupos sin calificativo que se movían de cualquier manera.

—Por una noche no seas tan estirado, ¿vale? —le replicó acercándose a él para que la escuchara por encima de la música.

Visto desde fuera parecían una parejita, al estilo de Pichurri y compañía, los dos juntos, de la mano y haciéndose confidencias al oído. Puede que la conversación fuera de todo menos romántica, pero eso los presentes no podían saberlo.

Así que, en la hora y media siguiente, multitud de conocidos, bien del mismo pueblo o de los alrededores, se acercaron a saludar. Isabella tuvo que presentarlo, pero la mayoría sabía quién era, lo cual sorprendió a Edward, no así a ella, que sabía el modo en que la información corría de un lado a otro.

Él empezaba a cansarse de tener que estar allí manteniendo conversaciones que no le interesaban ni lo más mínimo. Pero lo que de verdad lo estaba soliviantando eran los comentarios sobre la vida y milagros de su viejo, lo buena persona que era, lo trabajador, lo amable, lo querido por todos... etcétera, etcétera. No aguantaba más.

Tiró de la mano de ella. Inexplicablemente habían permanecido enlazados toda la velada.

Isabella, que era consciente del nerviosismo bien disimulado de él, terminó por apiadarse y sacarlo de allí, con la excusa de ir a tomar algo.

—Podías haber sido más amable con la gente, ¿no? Ellos querían a tu padre.

—Dame un pañuelo, estoy a punto de llorar —replicó con cinismo.

Ella se detuvo bruscamente soltándose y encarándolo.

—Eres... eres... ¡No sé cómo te soportas a ti mismo!

—Oye, no necesito que me montes una escena. —Metió las manos en los bolsillos del pantalón. Estaba tenso, maldita sea, no necesitaba escuchar las virtudes del viejo. Nadie podía hacerlo cambiar de opinión.

—Pues te jodes. —Empezó a caminar en dirección a la cantina sin preocuparse si él la seguía o no. Estaba cansada de darle oportunidades, de intentar ser comprensiva. Su actitud de esa noche, como la de siempre, debería convencerla para tirar la toalla.

Edward la alcanzó y la agarró de la muñeca.

—No tienes ni puta idea de lo que pasó, así que te agradecería que te mantuvieses al margen.

—Yo conocí a tu padre, ¿recuerdas? Y era un buen hombre.

—Cambiemos de tema.

— ¿Por qué? Debe de ser importante cuando te ha convertido en un amargado. ¿Por qué no me lo cuentas? ¿Por qué no hablas de ello para poder seguir adelante?

— ¿Y tú? ¿Por qué no hablamos de ti?

Isabella se dio cuenta de que la gente empezaba a mirarlos. Habían pasado de ser la parejita feliz a tener una pelea en público. Si no se andaba con ojo, el lunes en la peluquería las clientas la acosarían de lo lindo.

— ¿Qué quieres saber? —preguntó utilizando un tono de voz suave mientras caminaba en dirección al bar.

«Joder, qué pregunta», pensó él. Quería saber todo, pero no a título informativo. Por increíble que pareciera, ella le importaba, y eso no era buena señal. Conocer a las personas implica que las personas te conozcan a ti, en una palabra: «confianza». Y él no era amigo de tales sentimientos. Aunque se muriese de ganas por saberlo todo acerca de ella.

— ¿Vamos a quedarnos aquí? —quiso saber él con evidente cara de asco al poner un pie en la tasca del pueblo.

Ella ignoró tal comentario.

— ¿Qué quieres beber? No, no me lo digas, eres tan previsible...

Cinco minutos más tarde, él, con una cerveza en la mano, y ella, con una Coca-Cola Zero, salieron al exterior y ella lo condujo hasta un lateral donde se sentaron en un banco.

— ¿Vas a contarme ahora qué pasó? —Ella inició la conversación.

— ¿Por qué tanto interés? Joder, deja de remover la mierda. —Dio un buen trago a su cerveza. Después empezó a jugar con el llavero del coche—. Y ¿qué pasa con tus padres? Ya que nos ponemos en plan confidencias...

—Mis padres viven en Torremolinos desde hace tres años, cuando se jubilaron. Se pasaron toda su vida en el campo, trabajando. Vienen una vez al año, en Navidad. Nos llevamos bien, se desviven por su única nieta y, cuando puedo, voy yo a verlos. ¿Algo más?

—Cuéntame algo de ti.

—Ya sabes cómo soy, no escondo un cadáver en el armario, me llevo bien con casi todo el mundo, me encanta ser peluquera y poco más.

Edward sabía que no había nada mejor que la verdad para despistar. Esa declaración, que aparentemente sonaba sincera, ocultaba mucho más de lo que revelaba.

Se puso cómodo recostándose en aquel banco al que le hacía buena falta otra mano de pintura, ya que todo el pueblo parecía querer firmarlo a base de rayones. Si hubiera llevado un pañuelo antes de sentarse lo hubiera puesto debajo para no correr el riesgo de mancharse los pantalones.

Estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos. Hacía buena noche, algo más fresca que las anteriores, y eso era de agradecer.

—Será mejor que volvamos al baile.

—Ahora que había pillado la postura... —Se quejó él sin mucho énfasis y miró a ambos lados. Se estaba empezando a preocupar, ya que sólo cavilaba para poder meterle mano, sin importarle que la plana mayor del pueblo pudiera pillarlos.

Ella se puso en pie y él la siguió de forma perezosa. Se estaba bien, podían haberse quedado un rato más allí, dedicándose a la vida contemplativa.

De camino a la plaza del pueblo él, sin saber el motivo, o sin querer saberlo, estiró el brazo para agarrarla de la mano. Como si con ese sencillo gesto pudiera soportar mejor la tortura que suponía escuchar esa música. La banda ponía empeño, pero una cosa es golpear una lata y otra muy distinta era tocar música.

Ella rompió su promesa de quedarse junto a él al poco de llegar a la plaza, con la excusa de saludar vete a saber a quién, lo dejó solo. Miró a su alrededor y se dio perfecta cuenta de que desentonaba como el que más.

Para tener algo que hacer se acercó al bar provisional instalado en una esquina, junto al ayuntamiento. Tenía toda la pinta ser un edificio del siglo XIX.

A medida que se iba acercando comprobó con horror que su vista no iba ganando dioptrías y que era real lo que veía: una hilera de cinco bidones metálicos sobre los que habían colocado lo que parecía un tablero forrado de plástico blanco y grapado en los bordes.

—Ver para creer —se dijo a sí mismo.

Pidió una cerveza para él y una Coca-Cola «a secas» para cuando la traidora regresara. Mientras lo servían se fijó en el letrero, un folio en el que, con letra infantil y ni un solo renglón derecho, anunciaba los precios. Estaba claro que no eran precios populares.

Abandonó el improvisado bar y volvió a su posición inicial, vigilando que nadie de los que allí bailaban se rozara con él. Se dispuso a esperar a Isaella, por si se dignaba a volver, sosteniendo las dos bebidas como un tonto.

A pesar de sus esfuerzos hubo alguien que se acercó demasiado, invadiendo su espacio.

—Me gustaría tener unas palabras contigo.

Capítulo 32: CAPÍTULO 32 Capítulo 34: CAPÍTULO 34

 


 


 
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