EL INGLÉS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 25/10/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 48
Comentarios: 193
Visitas: 125751
Capítulos: 57

 

Bella quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Cadaqués en el que reside no abundan los hombres.

La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Cullen un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída.

Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Bella como Cullen descubrirán que nadie es lo que parece... 

 

BADADO EN 30 NOCHES CON OLIVIA DE CASADO

Es una adaptación 

 

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Capítulo 8: CAPÍTULO 8

 

CAPÍTULO 8

—Ya te he dicho que no.

—Cariño... ¿es que no me vas a perdonar nunca?

—Estás perdonado. Pero ahora vete, estoy cansada y quiero darme una ducha.

—Sé que cometí un error, pero es que Leah... bueno ya sabes cómo es, yo había bebido y...

Oh, ¡por Dios! Cómo detestaba la pobre excusa etílica para justificar el hecho de que la hubiese engañado. Por lo menos, podía ser sincero y asumir que se moría de ganas por llevarse a Leah al huerto desde que eran adolescentes.

Puede que la tercera en discordia no fuera la amiga ideal, pero también era cierto que los hombres siempre echaban la culpa a alguien. Y, en ese caso, el hecho de que Leah lo ¿provocara? había que demostrarlo.

De todas formas, el tema aburría y Bella sólo quería olvidarlo.

Al oír el motor de un coche, ambos giraron la cabeza.

Ella reconoció al instante a su visitante. Jacob babeó al ver el deportivo, pero cambió su expresión al observar que un tipo aparcaba frente a la casa y se bajaba con total normalidad.

Había oído rumores...

Enfadado, cogió a Bella del brazo y preguntó:

— ¿Estás liada con él?

—Pero ¿qué tonterías dices? —resopló incrédula. Y no porque la acusase de tener un «lío» sino por con quién la estaba acusando de tenerlo—. ¡Por favor!

El supuesto amante los miró sin quitarse las gafas de sol, pasó por delante de ellos y entró en casa sin decir buenas tardes.

—No me tomes por tonto. ¿Cómo explicas que viva con vosotras?

— ¡No vive con nosotras! —Pero se dio cuenta de un importante detalle—. Bueno, sí, pero es provisional. Jacob, por favor, no me montes una escena. Tengo que preparar la cena y...

Él no la soltaba, lo que tensaba aún más el ambiente.

— ¿Desde cuándo eres la jodida cocinera de nadie?

Edward, desde la ventana, podía escuchar la absurda discusión. El tipo ese además de gilipollas era ridículo. ¿Cómo podía insinuar tan siquiera que iba a pretender quitarle la novia? Ni que fuera ciego.

Quería mantenerse al margen pero no soportaba la forma en la que el tipejo la agarraba, le recordaba viejos y difíciles tiempos. Así que decidió intervenir.

Con una cerveza en la mano salió al porche delantero.

— ¿Podéis dejar la pelea de tortolitos para otro día? Más que nada, se hace tarde y la cena está sin preparar.

— ¿Por qué no te callas? Esto es un asunto entre Bella y yo.

—Gilipollas —dijo ella.

— ¡Isabella!

—No, no me refería a ti, sino a él —explicó señalando a Edward—. No te metas donde no te llaman, ¿vale?

El aludido enarcó una ceja.

—Como quieras, pero luego no vengas lloriqueando porque tu novio te hace sufrir —dijo con voz burlona y se metió de nuevo en la casa.

—Me voy dentro. Ya hablaremos en otro momento —replicó enfadada a Jacob.

¡Hombres! ¿Es que siempre tenían que hacer notar su presencia?

—Mañana iré a buscarte al trabajo.

Bella no respondió a eso último. Ya vería la forma de escaquearse.

Renesme eligió ese momento para entrar en la cocina, había escuchado toda la escena. Podía quedarse al margen, pero con tal de fastidiar a su hermano...

— ¿Además de ocupar espacio pretendes arruinar la vida amorosa de mi tía? —le espetó sin saludar antes.

Edward, que estaba ojeando un catálogo de supermercado, la miró.

—Pues sí. ¿Algún problema? —mintió. Total, dijera lo que dijese, ella ya se había formado una opinión, de modo que sacarla de su error sería misión imposible.

Renesme, que no esperaba esa respuesta, se calló y empezó a sacar cosas del frigorífico para preparar la cena.

—En seguida te ayudo —dijo Bella desde la puerta—, voy a darme un baño. Vengo molida.

—Podrías echar una mano, ¿no? —sugirió de forma agresiva a su hermano.

—Podría, sí. —Pasó una página del catálogo y dio un trago a su cerveza.

—Oye, ningún pobre necesita criado.

Eso le hizo gracia. Sonrió de medio lado.

Se puso en pie, se desabrochó los puños de la camisa y se acercó a la encimera.

—Dime qué quieres que haga.

—Lava la lechuga.

Como parecía no entender la orden, Renesme suspiró. Abrió un armario, sacó un bol de cristal y un escurridor de plástico. Lo puso junto a él, a ver si con un poco de suerte no tenía que explicárselo.

Pues hubo suerte.

El estirado de su hermano sabía preparar una ensalada.

En silencio y en aparente calma, cada uno se ocupó de su trabajo.

Edward dejó la ensaladera sobre la mesa y Renesme estalló:

— ¿Por qué no tienes un poco de cuidado?

Él la miró sin comprender. ¿A santo de qué venía ahora ese arrebato de hostilidad?

— ¿Qué cojones pasa?

—Que vas a dejar un cerco en la mesa de madera. Eso es lo que pasa.

Edward levantó el bol y miró la ajada mesa. Vale, sí, había dejado marca, pero no era para tanto.

—Está hecha una mierda —aseveró mirando la mesa. Y en realidad se estaba quedando corto. ¡Por favor!, pero si parecía recién sacada de un mercadillo... La superficie estaba llena de marcas, la madera deslucida y, aunque no lo había comprobado, estaba seguro de que cojeaba.

— ¡Tú sí que eres una mierda! —exclamó ante la insensibilidad de su hermano.

—No entiendo por qué te pones así por una jodida mesa. ¡Si está hecha un asco!

— ¡Te odio! —gritó y salió de prisa de la cocina.

—No me lo puedo creer —murmuró para sí. ¿Estaba loco o acaso creía haber notado síntomas de que iba a llorar por un estúpido y viejo mueble?

—No tienes ni pizca de sensibilidad.

Edward se dio la vuelta al oír la voz de la que faltaba. Inspiró profundamente, se había metido en una casa donde vivían dos piradas de manual, con un gusto pésimo para todo, incluyendo la decoración de interiores y la elección de vestuario.

Y delante tenía un ejemplo muy elocuente de su teoría.

Ella estaba vestida, como iba siendo habitual, con una ajustada camiseta de tirantes, esa vez roja, evidenciando la falta de sujetador. Y, para completar tan esperpéntico conjunto, llevaba una minifalda verde con estampado militar.

—Perdón por herir la sensibilidad de una adolescente por resaltar lo obvio. —Señaló la mesa de la discordia—. Pero has de reconocer que está hecha una puta mierda.

Bella se adentró en la cocina y se dispuso a ocuparse de la cena. No quería entrar al trapo. Ese tipo era un verdadero dolor de muelas. Puede que vistiera estupendamente, pero seguía siendo un gilipollas de tomo y lomo.

—Genial. Ahora tú también vas a ponerme cara de perro. —Agarró su cerveza y se la acabó de un trago—. Y lo cojonudo de todo esto es que me montáis una escena por una jodida mesa. ¡Increíble!

Ella se limpió las manos con un trapo. Se dio la vuelta y caminó hasta situarse frente a él, con una mano en la cadera y otra señalándolo en clara actitud combativa.

—Mira, chaval. He intentado tener paciencia contigo, pero ¿sabes qué? Eres un engreído, un estirado y un esnob. Esta jodida mesa, como tú dices, tiene un gran valor sentimental, ¿vale? —A medida que avanzaba su discurso el dedo acusador lo golpeaba en el pecho.

—Ya. Y ahora me vas a decir que los ridículos sofás del salón pertenecieron a tu abuela. No hace falta que lo jures.

—Imbécil. —Siguió intentando intimidarlo—. No sabes un pimiento de nada. Así que cierra la boca.

—Me importa un carajo vuestro pésimo gusto decorativo, pero ya que estamos te lo diré sin ambages: vuestro estilo es desquiciante, eso para empezar. —Esa vez cambiaron las tornas y fue él quien iba señalándola, a la par que haciéndola retroceder a medida que hablaba—. Tenéis un gusto deplorable.

— ¿Deplorable? Oh, oh, pero ¡qué palabras más rebuscadas usas, por Dios! —se burló ella.

—Sí, deplorable. Horrible, desfasado. Y me quedo corto.

— ¿Y? ¿Eso es todo? ¿No se te ocurre nada más? Venga, sácalo. —Movió las manos invitándolo a seguir en plan chulesco—. Estoy segura de que un estirado como tú necesita desfogar su frustración metiéndose con los demás. Venga, no te cortes.

—Pero ¿estás bien de la cabeza? ¿De qué hablas? Yo no necesito sacar nada de...

—Para empezar, el palo que tienes metido en el culo.

— ¡¿Perdón?!

—Sí, ese que hace que seas un estirado pomposo.

Edward se pasó la mano por el pelo. Esto, si se lo contaba a alguien, no se lo creería. Se había armado la de Dios es Cristo por una miserable mesa.

—Mira, guapa. Porque tengas que vivir rodeada de objetos de tercera mano, en un pueblo de mala muerte y con un novio gilipollas no es necesario que te desquites conmigo. —Y parafraseándola añadió—: Quizá la que debe sacarse el palo del culo eres tú, bonita.

—Eres... eres... de lo que no hay. Vienes aquí, nos jodes la vida y encima te crees con derecho a criticar la casa.

—Llevo aquí poco más de veinticuatro horas y aún no he jodido nada, ¿de acuerdo?

Ella captó la insinuación sexual que desprendían sus palabras y recogió el guante.

—No me extraña... —Miró de arriba abajo haciendo una mueca de disgusto.

Pero tenía un contrincante de primera.

Imitó su gesto y subió la apuesta:

—No todos vamos mostrando la mercancía de forma tan altruista.

— ¡¿Cómo?!

— ¡Dios me libre de criticar! —Se cruzó de brazos y se apoyó en la encimera. Se estaba divirtiendo de lo lindo. Por primera vez desde que llegó tenía ganas de reírse—. Pero tu atuendo de... mercadillo resulta demasiado elocuente.

Por la cara que puso ella, estaba claro que había dado en el clavo. Pero aunque quisiera dar marcha atrás, que no era el caso, ya que ellas habían comenzado la pelea, ya no tenía sentido buscar la reconciliación.

Como ella lo miraba hecha una furia decidió rematar la jugada y ganar el partido.

—Si quieres te explico lo que significa elocuente.

—Vete a tomar por el culo. —Se acercó hasta la puerta y gritó—: ¡Renesme! ¡Baja a cenar!

Estaba claro que la convivencia iba de mal en peor.

Debería buscar un alojamiento para los cuatro días que aún tendría que esperar a que el ilustre notario apareciera, pero, ya fuera por comodidad o por amor propio, había decidido que resistiría hasta el final. Después tendría unas cuantas anécdotas que contar en su círculo de amistades sobre lo pintoresco de la situación.

El calor nocturno resultaba asfixiante y, tanto si abría la ventana como si no, la temperatura no se alteraba en absoluto. No soplaba ni la más mínima corriente de aire.

Era evidente que le habían dado la peor habitación, parecía un horno, amén de la habitual y horrorosa decoración y el colchón rompeespaldas.

Como no podía hacer nada interesante con su portátil, dado que un ordenador sin conexión a Internet es como un jardín sin flores, se acercó hasta el borde de la ventana y se apoyó contra el marco para ver si corría un poco de aire.

No estaba acostumbrado a no hacer nada, pero enfadarse por tal motivo no venía al caso. Ya buscaría al día siguiente la forma de obtener una conexión a la red y adelantar trabajo.

Oyó las voces de sus inigualables compañeras de casa. Estaban sentadas sobre una esterilla, en el suelo. La una junto a la otra, en plena conversación femenina.

Podía retirarse y otorgarles la privacidad que ellas creían tener. Pero a falta de algo mejor...

Su hermana parecía la más vehemente, por cómo movía las manos y por los gestos que hacía.

—Deberíamos echarlo de casa —sentenció Renesme.

Bella asintió. Inspiró profundamente.

—No podemos —aseveró, indignada por darse cuenta de ese hecho—. Está en su derecho de quedarse todo el tiempo que quiera.

— ¿Eso incluye hacernos la vida imposible?

Edward no compartía esa opinión, al menos desde su punto de vista. En todo caso, quienes estaban comportándose inadecuadamente eran ellas. Y así había sido desde el primer minuto.

—Pues parece que sí —convino Bella.

—Entonces no queda otra que ajo y agua —murmuró Renesme—. Pero no pienso tolerar que me insulte, o se meta conmigo, ¿me entiendes? De ninguna manera.

«¿De qué está hablando ésta?», se preguntó él intentando recordar todas sus conversaciones, también llamadas encontronazos. Puede que sus comentarios fueran ácidos, pero en ningún momento pretendían herirla deliberadamente.

—Tendremos que intentar coincidir con él lo menos posible.

—Ya, eso intento, pero es capaz de provocarme con cualquier cosa —manifestó Renesme—. Hoy, por ejemplo, podría haber sido más considerado, ¿no?

¿Considerado? Pero ¿de qué demonios hablaba?

—Lo sé —suspiró Bella dejándose caer hacia atrás y tapándose los ojos con un brazo. Estaba cansada después de pasarse todo el día de pie, en el centro de belleza, aguantando a clientas quisquillosas. Lo único que deseaba al volver a casa era un poco de tranquilidad. Y dos hombres, a falta de uno, se habían propuesto sacarla de quicio.

Edward dio un paso atrás. Y no por sentirse violento al escucharlas, tampoco se sorprendía de la opinión que tenían de él, que además le daba igual. Lo que hizo que se sintiera repentinamente inquieto fue observar a Bella tumbada, con las piernas dobladas y no todo lo cerradas que debería. En una postura sumamente incitadora.

«El puto calor me está afectando», pensó al sentir bajo sus bóxers cómo se empalmaba.

—Podría al menos no ofenderme y respetar las cosas que son importantes para mí.

—Creo que no puede —murmuró Bella moviéndose un poco, sin ser consciente de que alguien iba a tener otros problemas, aparte del calor, para conciliar el sueño—. Es un estirado, petulante y engreído.

—Vamos, el chulo de toda la vida.

—Ajá.

—Te lo dije. Puede que mi padre quisiera juntarnos y todo eso, pero ¿cómo lograrlo si ni siquiera respeta sus cosas?

Edward, que estaba cada vez más perdido en lo que a la conversación se refería, se iba excitando cada vez más con la posturita de la tía. No podía alejarse y buscar una forma medianamente saludable de dormir, pues aun arriesgándose a pasar la noche en vela, no quería perderse nada.

—Sé que a veces mis padres tenían un gusto muy particular y compraban cosas viejas para restaurarlas. Yo hubiese preferido muebles nuevos, pero era su ilusión, su proyecto. Querían trabajar juntos, y construirlo todo de nuevo. —Se limpió una lágrima con el dorso de la mano—. Y él lo único que hace es insultarme criticando la decoración.

—Cariño...

Bella se incorporó para abrazar a su sobrina. Para una chica de su edad que en menos de un año había perdido a una madre y a un padre, cualquier cosa referente a ellos tocaba una fibra muy sensible. Intentaba ser fuerte y se sorprendía de cómo su sobrina afrontaba la situación, pero era inevitable que de vez en cuando tuviera un momento de bajón.

Si a eso se sumaba un abogado cabronazo e insensible...

Estaba claro que la función había acabado. Por eso se retiró de la ventana y volvió a la cama. Se sentó, apoyándose contra el cabecero, y encendió su portátil, seguro que tenía algún documento lo suficientemente aburrido para dormirse leyéndolo.

Capítulo 7: CAPÍTULO 7 Capítulo 9: CAPÍTULO 9

 


 


 
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